Por David Calderón
Decía Angelo Panebianco -uno de los grandes teóricos italianos de la democracia contemporánea- que las elecciones nacionales tienden a ser un despliegue de des-memoria. Los candidatos y sus equipos le apuntan a que no nos acordemos de dónde vienen, qué han dicho antes, cómo actuaron en el pasado, qué cuentas nos dan sobre su logro en el campo en cuestión; digamos, en nuestro caso, la educación.
Es tal su afán por presentarse ya no como una opción válida, sino como la opción única, que en los campamentos político-partidistas suelen cargar las tintas, poner en alto contraste sus opiniones, jugarle al “todo o nada”, al “conmigo o contra mí”, aún si para ello tienen que contradecirse con respecto a lo que opinaron públicamente en el pasado, o dejar en sospechoso silencio lo que ellos y sus partidarios han hecho –o más significativo, lo que han hecho mal, o han dejado de hacer.
En su retórica de tonos militares, “lucha”, “batalla”, “pelea” son expresiones recurrentes. Pretenden llevarnos a los activistas a un foro en el que somos o bien sus aliados obligados, o bien los testaferros de sus adversarios. ¿Y saben qué? Nosotros les decimos: no. No empezamos ayer, y no nos definen sus campañas o sus cálculos. Y no les queda a los políticos querer determinar el qué y el cómo de nuestra participación en el debate, pues nuestra constancia y consistencia son prueba de solidez, que contrasta con su oportunismo, veleidad e ignorancia sobre los asuntos concretos de políticas educativas, en las cuales, de pronto, parecen interesarse.
Esta larga introducción viene a cuento porque en los meses siguientes vamos a ser testigos de ataques mutuos y descontones sucios entre los candidatos a la presidencia de la república y a las gubernaturas que se decidirán en las urnas a mitad de este año que comienza. Un blanco favorito va a ser la reforma constitucional y legal de 2013 sobre educación, con gran acento en el Servicio Profesional Docente. También lo será presumir o atacar varios de los programas que de ella se derivan, como el Modelo Educativo (ahora en pilotaje y para generalizarse a partir de agosto de 2018), o que sencillamente le colgaron al ciclo de reformas (como “Escuelas al CIEN”, programa que no tiene base legal en las modificaciones de 2013, sino en esquemas administrativos y fiscales que ya estaban vigentes con muchos años de antelación).
Y en la trifulca que ya comienza, unos y otros nos piden bajar a revolcarnos. Que el de allá, precandidato, ya dijo que va a cancelar todo… “y qué, ¿no le van a responder? Si no salen a defender la reforma, no hacen lo que esperamos”. Mmm; ajá. Que el de por allá, precandidato, dice que sin él todo se va a perder… “pero si ustedes apoyan la evaluación de los maestros, están a favor de humillarlos y en contra de los movimientos sociales y de justicia popular”. Mmm; ajá, de nuevo.
Los activistas no somos neutros: estamos a favor de algunas políticas, y en contra de otras. Si de verdad hacemos nuestro trabajo, ese estar a favor de algo y en contra de su opuesto es porque entendemos las implicaciones de ambos. Porque lo estudiamos. Porque lo documentamos. Porque tenemos datos. Porque tenemos argumentos.
Porque conocemos la buena práctica de otros países. Sobre todo porque conocemos las prácticas eficaces de nuestro propio país. Pero el hecho de no ser neutros no nos hace parciales, y menos partidistas.
Tenemos memoria; sabemos qué pasó y por qué. Recordamos que los bachilleratos y la universidad de la Ciudad de México no cumplieron su promesa de inclusión, e ilusionan para luego desilusionar a miles de jóvenes, una herencia del actual equipo de Morena. Que en el Colima o el Nayarit del PRI, el SNTE sigue haciendo lo que quiere por encima de lo que marca la ley, aún la reformada. Que la alianza PAN/PRD tuvo en el gobernador Cué de Oaxaca a uno de los gobernantes que más permitió atropellos de la Coordinadora. A Elba Esther Gordillo -y su poder fáctico de veto y distorsión- se la siguen adjudicando entre sí voceros del PAN, Morena y PRI, y en ello no hay quien salga bien librado. Zacatecas dio un gran paso en logro de aprendizaje en secundaria, pero no por sus gobernadores del PRD; Puebla mejoró enormemente a través de decisiones que no sabrían explicar los equipos de campaña del PAN o el PRD; del Coahuila de los Moreira, tan cuestionable en tantos aspectos, hay mucho que aprender sobre mejora de gestión, lo mismo que de la eficiencia de los sistemas escolares de Guanajuato o Querétaro, algo ajeno e independiente a la ideología conservadora de sus gobernantes.
No les vamos a dar gusto a los que nos quieren usar de parapeto (“Tú explícales por qué estamos bien”) o de espantapájaro (“No aprecian nuestra propuesta porque son clasistas y los dirige la OCDE”).
Esperamos muchas cosas concretas, pero especialmente de los que ahora gobiernan, quienes tienen atribuciones legales ahora mismo y están sujetos al control democrático, a nuestro derecho a la información, a la petición y al amparo constitucional. No vamos a perder foco por aquellos políticos que ofrecen dar o quitar lo que no está en su mano, y le apuestan a que se nos olvide qué lograron –y qué no– en educación. En la próxima entrega puntualizaré cuáles son, a nuestro juicio, las prioridades del 2018. Será un buen año, pero más por los maestros, los niños y las familias que por quienes cortejan, con tan malos modos y con tan mal tino, nuestro voto.
Fuente artículo: http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/que-esperamos-ver-en-2018-en-educacion-parte.htm