Narrado por. Francisco Velásquez/ Fuente: Entorno inteligente
Una nena enfrenta un examen y admite no saber nada. La maestra, en vez de centrarse en lo que no, se enfoca en lo que sí. La nena termina escribiendo varias páginas sobre su vida, su entorno desteñido, el trabajo en la plantación de frutillas adonde vive. La maestra cuenta la historia en Facebook y después, lo que ya sabemos. Que la historia se vuelve viral, que miles la comentan, que hay elogios y críticas por partes iguales.
Muchos han visto en ese relato casi una confirmación de uno de los mantras de los últimos años: «La educación ya no es lo que era», «Los chicos no saben nada». Otros muchos, en cambio, resaltaron lo infrecuente de esa docente que entendió que frente a ella, antes que una «alumna», tenía a una nena que decía la verdad. Y que la verdad no era ni blanca, ni radiante, ni palomita. Era ésa (que ella no sabía nada de lo que se suponía debía saber), pero también una verdad mucho más profunda. Una que recién salió a la luz cuando la maestra ayudó a la chica a salir del lugar de la impotencia, y a contar de ése, su vecindario lleno de fruta y hueco de dulzor.
En el medio, para los que quisieran ver, había quedado expuesta la realidad de la enseñanza en muchas escuelas de nuestro país. Esto es, sin estímulos, con padres demasiado extenuados como para revisar cuadernos, con chicos que trabajan a la par de ellos.
El reconocido periodista Francisco Velásquez publica historias curiosas en Facebook.
Pero la escuela también puede ser eso que fue para esta nena inmigrante: un sitio adonde ir a contarle a un adulto lo que le pasa, y que el adulto escuche. Paulo Freire hablaba justamente de la educación como un acto revolucionario y transformador. En su Pedagogía de la esperanza , anota: «Enseñar es un acto creador. Es un acto crítico, no mecánico».
Pero frente a una maestra que puso a su alumna a pensar y a contar, la pedagogía de la torpeza pudo más. Se quedó, como siempre, en las formas. En lo recto del renglón. Mientras tanto, perdió de vista no sólo a la nena sino además, entero, a su universo de barro, frutillas y venenos. «Ya no usamos bromuro», le contó algunos días después al periodista Nicolás Cassese una vecina de esa chiquita, como quien cuenta un progreso. Se refería al bromuro de metilo, una sustancia definida por la OMS como «sumamente tóxica». Un pesticida que actúa sobre el sistema nervioso central, que se utilizó por años para esterilizar el suelo de los cultivos de frutilla, tomate y berenjenas, y que se dejó de usar recién el año pasado.
A los chicos que viven en esas condiciones y expuestos a daños que ni siquiera podríamos imaginar les pedimos que aprendan como si tuvieran tiempo, ayuda y abrigo. Pero después la torpe es ella, claro, por no saber. Por no saber lo poco que les importa su vida a todos los que se escandalizaron al leer la historia.
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Con información de: La Nacion
Fuente: http://www.entornointeligente.com/articulo/8329166/0124-am–Francisco-Velasquez–La-formal-pedagogia-de-la-torpeza
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