Creer que la enseñanza no es el don de poder mostrar a otros cuánto se sabe, sino es el poder de construir con otros significados de lo que se ve, conduce a hacer de eso un modo de mostrarse al mundo y una forma de vivir. Como modo de vivir, esta forma de entender la enseñanza replantea la forma en que se entiende el papel del conocimiento. Conocer tiene su gérmen en las preguntas, sin preguntas no hay conocimiento.
Uso software libre desde el año 2002. Comencé como usuario básico y, a través del autoaprendizaje, las preguntas me han ido guiando hacia el descubrimiento del potencial del software libre para resolver mis tareas básicas en investigación, escritura o divulgación científica. En este tiempo, varias veces me he involucrado en grupos de activistas que, aún siendo herederos de procesos formales de aprendizaje que por inercia pugnan por ser reproducidos, buscan concebirse a sí mismos como espacios abiertos y de formación colectiva de conocimiento, lo cual supone un modo diferente de construirlo.
Así como se ve en el arte, en ocasiones desde estos grupos de activistas, he visto que se manifiestan modos por construir conocimiento que buscan superar la forma tradicional de aprender, y que logran desplegar cuando se comprende que el software libre, debiera estar al servicio del entendimiento sobre la necesidad de construir un conocimiento emancipado, para que forme parte de lo que la sociedad considera como bueno para todos, y que debe ser parte del bien público. Tal como lo he visto, los procesos más exitosos de socialización de uso de software libre, y de aprendizaje sobre tecnologías libres, son aquellos que han se han atrevido a superar la mera exigencia de criterios técnicos (libertad de estudio, uso, distribución y modificación del código), y se han asumido como herramienta para la construcción del bien público del que es parte.
En este proceso, en el cual desde los grupos de activistas he compartido también aciertos y desaciertos, es innegable que el papel del conocimiento en la construcción del bien público sólo es concebible si se acepta su carácter acumulativo. Entonces, buscar que a través de la defensa del software libre se reivindique la necesidad de recordar que el conocimiento es fundamentalmente acumulativo, tal como he visto, puede ser la piedra de toque para abrir a muchas más personas a exigir que el conocimiento sea de acceso abierto a todas y todos. No hablamos de la acumulación de quien guarda para si todo cuanto puede. La acumulación de la que hablo es la de la memoria, es de aceptar que somos seres históricos y que el conocimiento no puede evitar ser parte de esto. En el software la acumulación es consecuencia directa del despliegue de las habilidades propias del aprendizaje de una técnica y tiene el sentido práctico de introducir mejoras en las funcionalidades del código: es decir que haga mejor lo que ya hace.
Debo insistir que estas observaciones que planteo, las hago desde mi propio aprendizaje y desde mi condición de persona no técnica que piensa sobre cómo se hacen las tecnologías libres. En ese aprendizaje propio, he visto que además de hacer software libre, también hay que contar la historia que se teje en el camino de su hechura documentando todo el proceso que precede la pieza terminada. Este trabajo, casi etnográfico resulta sin embargo, uno de los más evadidos por desarrolladores y desarrolladoras.
Al respecto, tengo la impresión de que esa aversión resulta una consecuencia de nuestro condicionamiento, a través de la educación formal, a aprender bajo pautas memorísticas y sin opciones para el desarrollo de una escritura creativa, sobre aquello que hacemos. Escribir sobre lo que hacemos o vemos, estoy convencida, es una actividad que relegamos socialmente a escritores/as que han estudiado (a su vez bajo estructuras formales) para ello. Nos convencemos de que para observar aquello que nos rodea, requerimos la licencia de un aprendizaje formal. Entonces, aunque es necesario que ese trabajo casi etnográfico acompañe al desarrollo de las tecnologías libres, a veces es bastante desatendido.
Hay un tema con lo que aprendemos del uso del lenguaje que, creo, determina el cómo describimos lo que se hace, pero también cómo nos interesa describirlo. Nuestros procesos de aprendizaje formal nos llevan desde una primaria marcada por la observación y descripción durante sus dos o tres primeros años, a una comprensión sistemáticamente segmentada de aquello que nos rodea, cuando la realidad comienza a fragmentarse en parcelas de conocimiento y éste pierde su carácter acumulativo y su papel en la formación de la memoria sobre el ser.
Con el tiempo, nos olvidamos de cómo describir lo que vemos, lo que nos rodea, lo que percibimos, lo que nos ocurre, y ese olvido parece llenarse de un temor a equivocarnos en como escribimos, y cómo vamos juntando las palabras. Este temor se enraiza profundamente y cuesta superarlo.
Las piezas de software se apoyan en el uso de lenguajes propios. Pero como ejercicio de lenguaje que trasciende el ejercicio técnico y debe apoyarse en una tarea de relato, requiere para la palabra, cultivo y cuidado. El software es un hecho social, y como tal, se nutre de aquellas virtudes y refleja las falencias de la sociedad en la que ocurre. Aunque emerge de lo social, no puede dar cuenta cabal de ello sin transformarla en algunos aspectos.
Allí, el uso de sus propias convenciones idiomáticas al lenguaje no pueden producir una imbricación automática e irreflexiva de unos términos técnicos sobre significados sociales como la vía expedita de socializar la tecnología, sino precisamente la reflexión sobre el valor y peso del lenguaje en la construcción de los significados culturales comunes a todos y constitutivos del quehacer social de cada comunidad.
Y creo que un buen modo en hacerlo posible es generalizar desde los más pequeños estudiantes, la práctica del relato de lo cotidiano, desde lo más simple hasta lo más complejo, como mecanismo a través del cual no sólo se descubra al mundo, sino se evidencie el papel de cada cual en su transformación.