DCE. Flavio de Jesús Castillo Silva
doctor.flaviocastillo@gmail.com
México
Resumen
En el presente artículo, se busca dar la argumentación acerca de la praxis andragógica y de la manera que ésta favorece la democratización del aprendizaje dentro del aula con los participantes, entendiéndose la democratización en el aula como el cambio que todo facilitador que base su quehacer docente desde la Andragogía y que por convicción comparta la responsabilidad del curso, desde su planeación hasta su evaluación con sus participantes, promoviendo un ambiente de trabajo que sea libre de situaciones amenazantes en la integridad física, psicológica o moral de sus participantes apoyándose en los principios andragógicos de horizontalidad y participación.
Abstract
In this article, we seek to give the argument about the andragogical praxis and the way that it favors the democratization of learning in the classroom with participants, meaning democratization in the classroom and change everything facilitator based teaching work from Andragogy and conviction to share the responsibility of course, from planning to evaluation with participants, promoting a work environment that is free from threatening situations in the physical, psychological or moral integrity of its participants relying on andragogical principles horizontality and participation.
Keywords
Andragogy, Praxis Andragogic, Learning, Democratization.
Introducción
En el presente artículo, se dilucidará acerca del uso de la Praxis Andragógica como un medio de democratización del aprendizaje en el aula, para ello las condiciones del ambiente de trabajo será determinado por los componentes del modelo andragógico del Dr. Castro Pereira citado por Castillo (2014) que son: el andragogo, el participante, el grupo y el ambiente de aprendizaje (pp. 27-29); quienes basados en los principios andragógicos del Dr. Adam -Horizontalidad y Participación-, podrán interactuar en pro del aprendizaje, en donde el participante será más proactivo y propositivo, asimismo, el facilitador dejará de buscar mantener el control del curso y abrirá hacia el grupo para promover la corresponsabilidad, por consecuencia, sucederán algunas situaciones propias en la praxis andragógica como: el ajuste entre todos de los contenidos, de la logística, de la evaluación. Haciendo con ello, que la praxis andragógica augure mejores situaciones de aprendizaje.
Desarrollo
De las bondades que tiene la Andragogía con los adultos en situación de aprendizaje, son los principios andragógicos mencionados por el Dr. Adam (1987): horizontalidad y participación.
El primero tiene que ver con el reconocimiento de que todos los que están participando en el proceso formativo son adultos y, por ende, tienen conocimientos y experiencias personales, laborales y profesionales; puede ser que tengan diferentes edades o que algunos estén con enfermedades de diferente magnitud, por lo que en lo general son adultos, pero cada quien tiene su propio repertorio de situaciones que puedan incidir en su aprendizaje. En este principio, el facilitador –andragogo– se integra al grupo, siendo uno más de manera real.
Con respecto al principio de participación, se puede entender como el involucramiento que tienen los estudiantes en la toma de decisiones en situaciones relacionadas con el curso, sus contenidos, sus evaluaciones o relacionadas con el grupo, así, el uso de este principio permite que el facilitador, comparta algo muy preciado para los pedagogos: el control del curso, por lo que éste en la Andragogía se vuelve abierto, promueve la toma de decisión de los integrantes del grupo; todos los integrantes del grupo y el facilitador, tienen voz y voto sin que haya alguien diferencia en ese sentido. “El proceso participativo en la actividad andragógica estimula el razonamiento, el análisis de las ideas, el mejoramiento o reformulación de propuestas, a aceptar o rechazar de manera argumentada toda formulación o hipótesis” (Adam, 1987, p. 19).
Según Adam (1987), son seis los factores psicofisiológicos característicos en el adulto para su aprendizaje y que hay que tenerlos presentes durante la formación: (a) reacciones perceptivas adecuadas; (b) destreza en el aprendizaje; (c) intereses vitales; (d) normalidad intelectual; (e) capacidad memorativa y (f) poder de rendimiento.
Por otra parte, le queda claro al facilitador que los adultos cuando se incorporan a un proceso formativo, sus principales motivadores de acuerdo a los estudios realizados por Adam (1987) son cuatro: (a) económico, (b) capacitación profesional, (c) seguir estudios superiores, (d) extender la sociabilidad y relaciones humanas; con la mezcla de factores psicofisiológicos y las motivaciones principales para procesos formativos, podrá crear mejores ambientes de aprendizaje junto con sus participantes.
Ya que se define la perspectiva en la que se basa la Andragogía, la praxis andragógica, se sustenta en el capital humano con que se disponga en el grupo durante las situaciones de aprendizaje, así el andragogo no va a enseñar, ni los participantes van a ver “qué les enseñan”, sino más bien, es un encuentro en donde se establece con los participantes las tomas de decisiones más convenientes para todos, en donde unos aprenderán de otros y viceversa, en una relación dinámica, de corresponsabilidades, de análisis crítico y aplicaciones basados en experiencias y perspectivas profesionales y/o laborales. Por lo que se considera que la praxis andragógica tiene como fin emancipar al participante basado en los principios andragógicos de horizontalidad y participación y promover su autorrealización.
Por lo antes descrito, el andragogo debiese tener las competencias profesionales docentes necesarias para tener a cargo la responsabilidad institucional de una materia o asignatura, que bien puede conseguir a través de una certificación, formación o experiencia, de las que resaltan son:
Tabla 1.
Competencias del facilitador (fragmento).
Competencia |
Descripción |
Comunicativa |
Se espera que el docente de educación superior pueda tener la fluidez necesaria para poder expresarse verbalmente sin ninguna dificultad, con el tono y volumen de voz que permita (sin gritar) cautivar la atención del grupo, asimismo, que cuando presente algún material didáctico o escriba en el pizarrón (verde o blanco) lo haga sin faltas ortográficas, que su texto sea legible y tenga el tamaño suficiente para poder ser apreciado por todos los estudiantes presentes. Otra parte importante de la comunicación es que su lenguaje corporal sea pertinente, sin exageraciones. |
Andragógica |
El docente actual deberá tender a la profesionalización, buscando poseer los conocimientos necesarios acerca de las teorías de aprendizaje, de la Andragogía, poseer un amplio repertorio de técnicas didácticas, saber desempeñarse como tutor y como asesor de acuerdo a las necesidades institucionales y poseer conocimientos básicos de diseño curricular. |
Tecnológica |
Esta competencia consiste en manejar con soltura y destreza la paquetería básica (como el Office) y especializada (Prezi y centenares de aplicaciones en línea). Como parte de esta competencia pide que el docente pueda realizar material didáctico computarizado (MEC) ya sea a través de software educativo o creación de cursos en línea. |
Social |
La competencia social permite al docente mantener relaciones interpersonales asertivas y nutricias con sus estudiantes, manteniendo el marco de respeto que procure motivar y potencializar a sus estudiantes. Estrategias como aprender a escuchar, mantener diálogos cara a cara que procuren dar respuesta a las inquietudes de los estudiantes. De acuerdo a las políticas institucionales se podrá hacer uso o no de las redes sociales como una extensión de dicha relación interpersonal. |
Nota: Fuente: Castillo (2012, pp. 11-12).
Para George Aker las características más sobresalientes que definen la eficacia de los facilitadores de aprendizaje serían las siguientes:
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Poseen un gran sentido de identificación, por ejemplo, tratan de ver las cosas como las verían sus estudiantes.
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Utilizan en forma consistente la recompensa o el reconocimiento; rara vez usan el castigo y nunca ridiculizan.
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Tienen un sentido profundo de responsabilidad; disfrutan de su trabajo y gustan de la gente.
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Sienten seguridad de sus propias habilidades, aun creyendo que pueden hacerlo mejor.
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Tienen un profundo respeto por la dignidad y valor de cada individuo, y acepta a sus estudiantes tal como son, sin reservas.
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Poseen un sentido agudo de justicia y objetividad en relación a otros.
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Están dispuestos a aceptar o experimentar nuevas ideas y planes, así como evitar emitir conclusiones prematuras.
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Tienen una gran paciencia.
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Reconocen la singularidad y potencia de cada individuo y construyen sobre ellas.
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Son sensitivos a las necesidades, temores, problemas y metas de sus propios estudiantes.
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Reflexionan sobre sus experiencias e intentan analizar en términos de éxito o derrota.
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Son humildes en considerar su papel y evitan utilizar el poder que es asumido por algunos educadores.
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No pretender tener respuestas y disfrutan de aprender al mismo tiempo con otros.
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Están continuamente ampliando su campo de interés.
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Están comprometidos e involucrados en su propio aprendizaje permanente (Adam, 1987, p. 40).
Aunado a lo anterior, se espera que el facilitador sea una persona con la madurez suficiente, misma que da la experiencia laboral, profesional y/o de vida, aquel que sabe que en los procesos formativos su único propósito será promover las situaciones de aprendizaje y no estará maliciosamente intentando relacionarse con algún o alguna participante, en palabras de la ponente Leticia Hernández, en el año 2003, dijo en una conferencia: “el docente sabe que de su trabajo saca para la torta [emparedado], pero no saca de ahí mismo ‘la carne’”, por lo que su comportamiento deberá denotar los suficientes valores morales y éticos, que abone en el ambiente de aprendizaje, donde nadie se sienta amenazado en su integridad física, psicológica o moral.
Con un facilitador que cumpla ambas situaciones, la praxis andragógica podrá tener mayor éxito, porque se dedicará más a la democratización del salón y esto implicará, que no sea ni por él o por ni un participante el arrebato de la responsabilidad de la toma de decisiones. Otra cosa que sucederá dentro de este proceso democratizador en el aprendizaje, es que uno de los procesos controlados por docentes que estén sustentando su práctica docente en la Pedagogía es el proceso de evaluación, mismo que en la Andragogía también existe una corresponsabilidad, por lo que la evaluación tendrá los tres momentos: diagnóstica, formativa y sumativa, sin embargo, con respecto a los agentes de la evaluación, se mencionan según su importancia y de preferencia en su valor: autoevaluación, coevaluación y evaluación unidireccional. Partiendo de que en la Andragogía queda claro que el adulto es el experto de su aprendizaje, la autoevaluación debiese tener un porcentaje alto del porcentaje total, la coevaluación en ese orden de importancia y la del docente -la evaluación unidireccional- deberá ser la de menor porcentaje, por ejemplo, la autoevaluación 40%, la coevaluación 30% y la evaluación unidireccional –la andragogo– 30%.
También es necesario que el participante se reoriente hacia su aprendizaje, por lo que se requiere de él:
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Altos niveles de responsabilidad durante el proceso de aprendizaje.
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Énfasis en la creatividad y criticidad objetiva, como vías para propiciar la manifestación del pensamiento convergente y divergente frente a hechos y opiniones.
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Apertura sostenida hacia los procesos de innovación y cambios.
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Utilización de la auto-evaluación para estimular el crecimiento personal.
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Reconocimiento al crecimiento individual como vía para afianzar los logros personales.
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Aceptar la co-evaluación como un proceso de retroalimentación permanente y altamente participativo.
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Énfasis en la producción continua de trabajos de investigación significativa (Adam, 1987, p. 38).
Conclusiones
La praxis andragógica democratiza el aprendizaje en el aula debido a que el facilitador renuncia al control y asume su responsabilidad como tal, evitando el control del curso y por convicción da paso a que en el proceso formativo, los participantes con una actitud proactiva y propositiva y de común acuerdo con el facilitador propongan el ambiente de aprendizaje más adecuado para desarrollar sus actividades, por lo que determinarán desde un principio las necesidades de aprendizaje a atender, el orden de su abordaje, la logística dentro del curso así como la evidencias de aprendizaje por equipo de trabajo con sus respectivos porcentajes, el porcentaje de ponderación para la autoevaluación, coevaluación y evaluación unidireccional.
El andragogo o facilitador, al saber las características del adulto en situación de aprendizaje, gustoso podrá hacer realidad lo que Nikos Kazantzakis dijo que «el maestro ideal es aquél que se pone en el panel de un puente por el cual invita a sus alumnos a cruzar y que luego de haberlos ayudado en el cruce, se desploma con alegría, alentándolos crear sus propios puentes» (Adam, 1987, p. 108).
Referencias
Adam, F. (1987). Andragogía y Educación Universitaria. Caracas: FIDEA.
Castillo, F. (2012). De profesionista a profesor en 12 horas. Oaxaca: Soluciones Educativas.
Castillo, F. (2014). Andragogía. Procesos formativos entre adultos. Oaxaca: Carteles editores.
Artículo enviado por su autor a la redacción de OVE
Imagen tomada de: https://i.ytimg.com/vi/iCLtkQatFSU/hqdefault.jpg
Estimado Dr. Flavio, excelente trabajo, muy necesario en el arsenal de conocimientos que todo docente debe poseer. Lo felicitó y le transmito un saludo con el mayor de mis a precios. Dr. Miguel Ángel Ramirez Almanza
Excelente articulo para cada vez ser un mejor facilitador
Gracias por compartirlo
Felicitaciones