Africa/Diciembre de 2016/Fuente: El Mundo
Los blancos encontraron a pacíficos africanos aquí y los mataron como animales. No estamos pidiendo la masacre de los blancos, al menos por ahora. Lo que estamos pidiendo es la ocupación pacífica de la tierra y no le debemos a nadie una disculpa por eso». El discurso que practica Julius Malema, el controvertido líder de la tercera fuerza política de Sudáfrica, se fundamenta en generar el odio avivando las diferencias entre blancos y negros que, dos décadas después del fin del apartheid, persisten.
Las palabras de Malema ponen de manifiesto un problema que comparten varios países: y es que la mayor parte de las tierras han estado históricamente bajo dominio de la minoría blanca, adinerada y con posibilidad logística para explotarlas.
El presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, quiso poner fin a ese dominio hegemónico y legisló para actuar en pos de la mayoría negra: en 2000 comenzó a expropiar las granjas a los terratenientes blancos. Sin embargo, el antaño considerado granero de África tuvo pérdidas de hasta 12.000 millones de dólares entre 2000 y 2009, según el Sindicato de Agricultores. El reparto se olvidó de que quienes tenían la experiencia eran los blancos. Entonces se crearon asociaciones en las que los terratenientes negros conservaban sus derechos sobre la propiedad y compartían los beneficios con los blancos que trabajan como gerentes o consultores.
El político Edem Kodjo, autor de África Tomorrow, escribía en 1987 cómo el africano había sido «arrancado de su pasado» e «impulsado hacia un universo formado desde fuera que suprime sus valores y es aturdido por una invasión cultural que lo margina».
Esa marginación se traduce en el escaso desarrollo de la industria local y en la explotación de los recursos. No hay más que ver los miles de millones de dólares que mueven en el extranjero el petróleo, los gases, el oro y las piedras y maderas preciosas. Una riqueza que está lejos de repartirse de manera justa.
Resulta inquietante que un continente en el que se puede cultivar casi de todo siga siendo el lugar del mundo con más hambrunas y con una dieta básica a base de arroz, frijoles y harina de maíz cocinada. Si los recursos de África fueran utilizados en su propio desarrollo, situarían al continente entre los más modernizados. Cabe preguntarse, entre muchas cuestiones, cuál habría sido el nivel de desarrollo de Gran Bretaña si no hubiera utilizado a millones de esclavos durante cuatro siglos.
Es evidente que el intervencionismo occidental se ha llevado a cabo de forma diferente a otros continentes. «África ha sido para ellos, y muy especialmente para Francia, Reino Unido y Portugal, una especie de despensa», explica para EL MUNDO el analista de política internacional congoleño Nestor Nongo. «No se interesaron en ningún momento en desarrollar las comunidades locales. No se mezclaron nunca con la población local ni tenían previsto instalarse en sus colonias africanas de manera duradera. La rotación del personal destinado al continente era permanente. Las empresas de esos países, herederas de esa mentalidad, siguen actuando hoy de la misma manera».
El intervencionismo francés
Múltiples empresas galas participan en varios aspectos del desarrollo, la protección y explotación de los recursos naturales, así como de instituciones educativas en el continente. En lugar de potenciar el desarrollo de la industria y productos locales para su consumo in situ, es habitual encontrar productos fabricados en Francia. La cadena de supermercados Casino está presente en los países francófonos del África Occidental e incluso en la isla de Madagascar.
Francia nunca dejó de estar presente y fue variando en función de los intereses del momento. El más reciente y significativo, la Operación Serval, para evitar el avance del terrorismo yihadista en Malí, y controlar las reservas de uranio en Níger, que suponen un alto porcentaje del uso eléctrico galo.
Durante la descolonización, Francia agrupó a los países en torno a una moneda común: los francos CFA. «A través del franco CFA, Francia sigue controlando no solamente la economía de los países que lo utilizan, sino todos los resortes de poder de los mismos», subraya Nongo. Como decía Mayer Amschel Rothschild, «dádme el control de la moneda de un país y no me importará quién hace las leyes».
Una filtración de Wikileaks en 2011 revelaba que la alianza Franco-Africana comenzaba a «hacer aguas» debido a que su presidente de entonces, Nicolas Sarkozy, el primer presidente sin ninguna experiencia personal en la era colonial, «no tenía lazos sentimentales» con dicha alianza.
El cable subrayaba la necesidad que el Elíseo veía en la modernización de sus «vínculos para seguir adelante basándose en el cálculo de intereses de ambas partes». De esa manera, Francia se arriesgaba a perder algunas influencias, pero reduciría algunas cargas. «Seis décadas después de la descolonización, ningún país africano ha podido superar la intervención de sus ex colonizadores en las empresas por la simple razón de que los colonizadores supieron orientar, en su momento, toda la producción de sus colonias hacía las metrópolis», critica Nongo.
Fuente: http://www.elmundo.es/economia/2016/12/03/583835a5468aebbd488b457b.html