15 de febrero de 2017 / Fuente: http://www.ecoportal.net
Por: Rodrigo Arce Rojas
Mientras el modelo empresarial subyacente en los promotores externos del manejo forestal comunitario ven en la acumulación un valor legítimo por el cual vale la pena desplegar esfuerzos, recursos y capacidades, para los pueblos indígenas existen valores del buen vivir que van más allá de los enfoques crematísticos, por ejemplo, valoran la salud, la disponibilidad de alimentos, la posibilidad de poder compartirlos, la unidad familiar, entre otros valores.
Existen muchos estudios que dan cuenta de experiencias de convivencia entre pueblos indígenas y bosques no sólo para la Amazonía peruana sino en general para la cuenca amazónica. Estas experiencias se basaban fundamentalmente en imitar la estructura y funcionamiento de los bosques para poder contar con múltiples productos de los bosques, esquema funcional para economías centradas en la autosubsistencia y bajo condiciones de baja densidad poblacional y sin mayores presiones de actores externos.
Con el tiempo, aparecieron nuevos factores que presionaron para un uso más intensivo de la tierra y de los recursos del bosque, la población indígena se incrementó y aparecieron nuevas necesidades por satisfacer. Es así como apareció la propuesta externa de manejo forestal comunitario con una lógica de articulación al mercado y de formalización en el marco de los Estados nacionales. Todas estas propuestas fueron generadas con las mejores intenciones de contribuir a mejorar la calidad de vida de las comunidades.
Después de algunas décadas de trabajo pocas son las experiencias de manejo forestal comunitario que han logrado despegar de manera autónoma, otras subsisten por la existencia de subsidios. Los subsidios no deben verse necesariamente como algo negativo pues forman parte de las políticas de inclusión social de los gobiernos como inversiones necesarias para contar con actores productivos que enriquezcan la economía formal. La pregunta que hay que hacerse es de qué manera los subsidios pueden en realidad convertirse en factores estratégicos de ciudadanía económica o en qué medida han estado o están contribuyendo a la artificialización de los sistemas productivos.
Múltiples son los problemas que explican por qué el manejo forestal comunitario no ha tenido el éxito esperado. Algunos de los problemas centrales que se señalan refieren a la debilidad organizativa y las limitaciones para la comercialización de la producción forestal. Habría que profundizar si estos son los problemas reales o hay otros que no han recibido suficiente atención.
Mientras el modelo empresarial subyacente en los promotores externos del manejo forestal comunitario ven en la acumulación un valor legítimo por el cual vale la pena desplegar esfuerzos, recursos y capacidades en el campo se verifica que no siempre prima esta única variable. Para los pueblos indígenas existen valores del buen vivir que van más allá de los enfoques crematísticos, por ejemplo, valoran la salud, la disponibilidad de alimentos, la posibilidad de poder compartirlos, la unidad familiar, entre otros valores.
Hay que estar claro, no obstante, que las comunidades indígenas se encuentran en un fuerte proceso de aculturación por lo que es posible encontrar diferentes matices respecto al grado de “pureza” de la matriz cultural original. Ello en función a que la cultura no es estática y es más bien su dinamismo y sus interacciones los que le dan vida. En las comunidades se puede encontrar diferentes intensidades de convivencia y de oposición entre los valores de solidaridad, reciprocidad y acumulación. Así mismo, se puede encontrar diferentes grados de sintonía entre el discurso y la práctica. Por ejemplo, aunque una respuesta mayoritaria indica la necesidad de realizar actividades productivas para generar ingresos no siempre las actitudes y prácticas van en la misma dirección.
Para hacer manejo forestal comunitario articulado a mercados y al Estado se necesita que las comunidades acepten un tipo de organización, una forma y ritmo de trabajo y la sujeción a normas y procedimientos oficiales. La premisa de las instituciones externas parece haber sido “para superar las condiciones de pobreza es importante que adopten las medidas que les estamos indicando pues es por su bien”. ¿Realmente las comunidades han asumido alterar su cultura para convertirse en exitosos empresarios forestales?
A las comunidades se les evalúa bajo la plantilla de empresas modernas y eficientes. Como consecuencia se encuentra: deficiente organización, falta de capacidades técnicas, falta de capacidades empresariales, falta de capacidades de comercialización y muchas otras falencias. Por añadidura los esquemas de manejo forestal y la estructura administrativa no calzan con los ritmos, tiempos y dinámicas de las comunidades.
Habría que preguntarse entonces si es que son las comunidades las que están fallando o son los promotores externos del manejo forestal que no han logrado entender la forma de apoyar a las comunidades sin que al final se genere mayor frustración de la que había inicialmente o lo que es peor la comunidad termine con deudas que no tenía en el punto de inicio del proyecto.
Ello nos está indicando que hasta ahora el tema de la interculturalidad no ha sido suficientemente abordado en las experiencias de manejo forestal comunitario. El reto es encontrar pistas para desarrollar experiencias de negocios culturalmente sensibles.
Es en este contexto que la propuesta de Economía Indígena Autodeterminada parte por reconocer que es la propia comunidad la que tiene que definir el ritmo con el que quiere correr, si es que así lo decide, y no suponer automáticamente que las comunidades están dispuestas a embarcarse en la aventura de convertirse en una empresa forestal exitosa, es decir generando ingresos económicos.
Esta perspectiva no tiene nada que ver con enfoques ya superados de autarquía comunitaria sino de reconocer en su real dimensión el derecho al autodesarrollo y el derecho a la autodeterminación económica. Esta no es una propuesta que privilegie únicamente los planteamientos comunitarios, sino que redefine los roles de los promotores externos que cumplen el rol de facilitadores del proceso, con información, con visualización de alcances, escenarios, tendencias y todo aquello que permita a la comunidad la mejor toma de decisiones.
Es la propia comunidad, informada y con un proceso profundo de reflexión y capacidad de propuesta, la que decide el grado de articulación al mercado. Decide además autónomamente qué aspectos de su cultura quiere mantener o cambiar con la finalidad de incursionar en el manejo forestal comunitario. Esto cambia las prácticas de las organizaciones promotoras que se mueven por tiempos, recursos e indicadores que tienen la única racionalidad de la eficiencia empresarial.
La propuesta de Economía Indígena Autodeterminada no se asocia ni con la economía de subsistencia ni con la economía de la acumulación pues éstas no son las categorías con las que se las evalúa. El indicador de éxito tiene que ver un balance energético y cultural positivo y no tanto por las cuentas contables, aunque no se dejen de hacerlas. Así como es más prudente subirse al potencial biótico del bosque para hacer bionegocios sostenibles también es más apropiado subirse a la energía social o cultural de las comunidades para no generar angustias ni tensiones innecesarias. Es la propia comunidad la que decide el grado de intensidad del sistema productivo y de comercialización. Bajo esta óptica no todo pasa por proyecto financiado externamente, ni todo pasa por las sagradas recomendaciones de la técnica forestal. Implica también que la administración pública forestal debe adecuarse a esta realidad múltiple y no pretender que todos los actores, sin ningún criterio de interculturalidad, se asimilen a su propuesta administrativa y procedimental, que muchas veces no son efectivas ni para el productor forestal convencional.
Fuente artículo: http://www.ecoportal.net/Temas-Especiales/Pueblos-Indigenas/La_Economia_Indigena_Autodeterminada_en_la_Amazonia_Peruana