Por: Edgardo Zablotsky.
De todas las nominaciones del presidente Donald Trump, ninguna generó tanta oposición del mal llamado progresismo norteamericano como la de la secretaria de Educación Betsy DeVos. Los demócratas del Senado votaron en bloque contra ella y lograron convencer a dos republicanas y a otras tantas independientes. Esto provocó que por primera vez fuese necesario que el vicepresidente interviniese para desempatar la votación de un nominado al gabinete.
La millonaria de Michigan ha cometido el más imperdonable de los pecados en la visión de los pseudoprogresistas: apoyó financieramente múltiples esfuerzos para permitir a los padres elegir las escuelas que consideran más apropiadas para sus hijos, independientemente de sus posibilidades económicas. A lo largo de los años Betsy DeVos ha aportado millones de dólares a las campañas de candidatos que comparten con ella su visión de facilitar a niños de familias de bajo ingresos emigrar de escuelas públicas de muy bajo nivel, ubicadas en los más pobres vecindarios, a escuelas que les permitan adquirir una mejor formación.
La realidad es que los demócratas se estremecen ante la perspectiva de que pueda tener éxito. Por lo general, el secretario de Educación, equivalente a nuestro ministro, es un funcionario banal dentro del Gobierno norteamericano. Sin embargo, en esta ocasión, si DeVos demuestra los beneficios de permitir a los padres elegir cuál es la mejor alternativa educativa para sus hijos dentro del menú de opciones aprobado por el Gobierno, asestaría un golpe de gran magnitud a los sindicatos docentes y a toda la estructura burocrática que lucra del poder monopólico de la escuela pública, en general a costa de la educación de aquellos que menos tienen.
No es ningún secreto porque Randi Weingarten, líder del sindicato norteamericano de profesores, calificó a DeVos como «la nominada para el cargo que históricamente tiene una posición más contraria a la educación pública». Si a los estudiantes se les otorga la libertad de ser educados fuera del asfixiante sistema que los sindicatos docentes han contribuido a crear, disminuirá considerablemente el dinero que perciben, dado que de producirse una menor demanda de maestros por parte de las escuelas públicas ello se verá reflejado en las cuotas sindicales que aportaban y, lo que es de mayor relevancia, en las significativas contribuciones que realizan los gremios docentes a las campañas de los candidatos demócratas.
El pasado 8 de septiembre, Trump, por entonces candidato presidencial, lo expresó con claridad: «Como su Presidente, voy a ser el mayor promotor del derecho de los padres a elegir la escuela a la cual concurrirán sus hijos. Quiero que cada uno de los niños de familias humildes que está hoy atrapado en una escuela que falla en proveer educación de calidad tenga la libertad —el derecho civil— de asistir a la escuela de su elección».
Entre otras descalificaciones se acusó a Betsy DeVos de no haber asistido, trabajado o enseñado nunca en una escuela pública y de haber enviado a sus cuatro hijos a escuelas privadas. Es claro que sería interesante conocer cuántos de sus acusadores lo han hecho. Extrapolándolo a la realidad argentina, ¿cuántos de nuestros políticos, que defienden a rajatabla la educación pública en toda declaración que realizan, han enviado a sus hijos a escuelas públicas? ¿No resulta tragicómico?
Si la reforma educativa de Donald Trump tiene éxito, mucho habrá de cambiar para mejor en el terreno educativo y no sólo en Estados Unidos. Por eso, más allá de posiciones, a mi criterio, absolutamente equivocadas en otras áreas, la política educativa propuesta por el nuevo Presidente merece el mayor de los respetos.
Fuente: http://www.infobae.com/opinion/2017/02/21/y-si-la-reforma-educativa-de-trump-es-exitosa/
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