La escuela, ese lugar de construcción de afectos

Por: Marcela Isaías

¿Qué se aprende en las aulas? Tres jóvenes que ya egresaron de la secundaria comparten sus testimonios.

Caren pensaba que su vida siempre sería igual a la de su mamá: quedar embarazada siendo una adolescente y que su esposo le pegue. Las clases de educación sexual integral le mostraron otro horizonte. Yamila conoció por primera vez el mar con sus compañeros de quinto año. Y dice que se sintió alguien cuando sus profesores la acompañaron en el velorio de dos sobrinos asesinados. Anabela habla del orgullo que sintió su mamá cuando se graduó: es la primera generación en su familia en terminar el secundario. En otro año escolar, tres testimonios que resaltan el valor de la escuela como espacio de pertenencia y construcción de afectos.

Caren Luna tiene 22 años, está casada y es la mamá de Paloma, una beba bellísima de seis meses. Prepara sándwiches triples, un poco «para hacer otra cosa», otro como un ingreso al hogar. Terminó la educación obligatoria en 2012. Yamila Carballo tiene 19 años, se graduó el año pasado y pronto comenzará a cursar el profesorado de educación primaria. Anabela Romero, de 20 años, vive en pareja, trabaja y proyecta para el próximo año comenzar la carrera de enfermería. Todas hicieron su secundario en la Escuela Secundaria Nº 551 Sonia Beatriz González, de barrio Tablada.

Ninguna ahorra palabras, definiciones, imágenes a la charla que transcurre en una mañana que trata de decidirse entre el sol y la lluvia. Los ejemplos que citan van dando forma a una escuela contenedora, que integra, que no hace distinciones y que «funciona como una familia, con la diferencia que aquí hay que estudiar» . Tal como lo describen con sus relatos, el trabajo docente es clave: orienta, acompaña, escucha, muestra que hay otras formas de convivir y pensar el futuro.

La escuela es también un lugar de igualdad de oportunidades, más cuando tiene como proyecto que los aprendizajes no pasen por la rutina de un salón de clases. Las salidas, los paseos y los viajes definen otras formas de conocer y disfrutar. Una a una repasan los viajes a Santa Fe, a Buenos Aires, a Victoria, o por la misma ciudad de Rosario, siempre con un fin educativo. La excusa legítima para abrirse a otros espacios. «Los viajes te incentivan mucho. Yo viajé en avión con una profesora al Parlamento Juvenil que se hizo en Buenos Aires en 2012», rescata Caren cuando le tocó representar a su escuela y contar que se llama «Sonia Beatriz González» en homenaje a una militante desaparecida en la dictadura cívico militar. Un paseo que había financiado el Ministerio de Educación de la Nación.

Yamila pudo conocer por primera vez el mar a los 18 años, cuando viajó a Mar del Plata con sus compañeros de 5º año. No oculta la alegría que le provoca acordarse de ese momento: «Es hermoso, me lo imaginaba así como en las películas. El agua estaba fría pero nos metimos igual!» Reconoce que «el profesor Gabriel (San Sebastián) hizo de todo para que pudiéramos conocer el mar»: consiguió los pasajes gratis a través de un programa de radio, y el gremio de La Bancaria les brindó solidariamente el alojamiento.

Espacio de pertenencia

El valor de la escuela que rescatan estos testimonios no tiene que ver con los aprendizajes propios de lengua, matemática o ciencias o a la preparación para asegurar un lugar en el mundo del trabajo. «Se trata de la escuela como institucionalidad, como continente personal y afectivo. Un espacio de pertenencia, de constitución de subjetividad, de identidad y de construcción de afectos», opina el doctor en psicología Roberto Follari, al ser consultado por LaCapital.

Además de las historias colectivas, cada una tiene algo propio que las marcó en su paso por la escuela, y que de alguna manera les cambió la vida. Un patrimonio que quieren compartir.

Decidida, mientras acuna a Paloma en sus brazos, Caren pone el acento en la importancia de la educación sexual integral, en especial para derrumbar las violencias naturalizadas. «Al ver cómo fue mi familia y la vida dura que llevé, yo pensaba que a los 15 ó 16 años iba a quedar embarazada. Mi mamá me tuvo a los 14 años. Pensé que iba a repetir una historia con la droga, la delincuencia y la violencia, porque mi papá le pegaba mucho a mi mamá. Siempre salíamos corriendo con mis hermanos para la casa de mis tíos. Para mí eso era una vida natural. Siempre le recriminé a mi mamá por qué no lo dejaba a mi papá, mientras muchos decían que no debía dejarlo por qué no teníamos a dónde ir a parar con mis hermanos, que por lo menos «teníamos un techo». Mi papá le pegaba a mi mamá hasta cuando estaba embarazada, era drogadicto. Yo pensaba que mi vida iba a terminar así. Y sin embargo en la escuela me abrieron la mente, aprendí que no tenía por qué correr el mismo riesgo que mi mamá; nos enseñaron a usar la pastilla anticonceptiva, el preservativo a los varones, a valorarnos como mujer; que el dolor del golpe también pueden ser las palabras. Que un hombre te tiene que tratar con respeto y que podés decidir con quién formar tu familia. Todas esas cosas que en las familias no se hablan muchas veces por miedo a la violencia».

Caren es la mayor de cuatro hermanos varones. Es la primera en terminar la secundaria. Su papá falleció cuando estaba en tercer año, y sus hermanos en la primaria. Dice que la escuela fue un sostén en esos momentos tan duros. Cuando se graduó su mamá le pagó un curso, trabajó de moza hasta el año pasado que tuvo a su hijita. «Gracias a Dios mi esposo tiene un buen trabajo. A mí me gustaría que Paloma termine sí o sí también la secundaria y después que elija si quiere ir a la Universidad o no. En todo momento, siempre la voy a apoyar».

Entre la alegría y el dolor

Yamila cuenta orgullosa que ella le enseñó a leer y a escribir a su mamá. «Aprendió conmigo», subraya y se lamenta no haberla podido convencer todavía para que asista a una escuela para adultos. El dato familiar que comparte en la charla es ilustrativo de por qué para ella fue tan determinante concluir el secundario.

Ahora quiere ir por más: se anotó para cursar el profesorado de educación primaria: «Quiero ser maestra para que otros chicos no vivan lo que viví yo. Para que vayan a la escuela a conocer sus derechos y a aprender». Las emociones más intensas de alegría y de dolor conviven en la vida de Yamila, casi sin respiro. «A mitad de noviembre del año pasado perdí a dos sobrinos. Los mataron (en el mismo día, con pocas horas de diferencia). No sabía qué hacer, avisé a la escuela, y los profesores y la directora estuvieron ahí, en el velorio. La verdad es que no lo esperaba porque la escuela es un lugar donde voy a estudiar, a aprender. Y ellos se tomaron parte de su tiempo para ir al velorio de mis parientes que ni conocían. Me sentí acompañada, querida, que por fin a alguien le importaba algo de mí. Me sentí alguien. Todo pasó cuando volví de viaje de estudio. Estás feliz y a los días se te cae el mundo. Pero la escuela siempre estuvo conmigo». El relato de la joven es demoledor, llega sin pausas entre lágrimas de impotencia y una infinita tristeza.

Valores y derechos

En 2015, Anabela también fue la primera en su familia en lograr el título secundario. «Mi mamá lloró un montón, nunca la había visto así», trae a la charla la imagen del acto de graduación. El año pasado comenzó a estudiar el profesorado de educación primaria pero la falta de recursos económicos la dejó afuera de carrera: «No me alcanzó la plata para poder estudiar, tenía que tener todos los días plata para fotocopias, los libros, la tarjeta de colectivo. Encima no hay becas, nada y no pude seguir».

En el mientras tanto, hizo un curso de ayudante de pastelero, para poder afrontar el mundo laboral. Ahora se organiza para seguir la carrera de enfermería el año que viene.

Elige las palabras valores y derechos para hablar de la escuela. Unos y otros aprendidos juntos. En ese momento, Caren la interrumpe para recordar que cuando trabajaba de moza peleó para que le dieran los 15 minutos que les corresponden para comer algo y permanecer sentada, más en jornadas de trabajo que se extendían por doce horas.

Anabela también se refiere, entre otros, a esos derechos en el trabajo, y sobre todo se detiene en el derecho a una buena educación: «No se trata de que los profesores te digan «Ya aprobaste», que lo hagan porque sí. Ellos te tienen que enseñar, y no aprobar por aprobar».

Para la joven la contención, la participación, las oportunidades, el apoyo son dimensiones esenciales para transitar por el secundario. También ofrecer lo que otras instituciones no dan: «Siempre se dice que la educación primero viene de la casa, pero hay veces que en la casa no está esa educación que uno tendría que saber, entonces es la escuela la que te compensa y te motiva a seguir».

A esta altura de la charla, Paloma pasea de brazo en brazo, pero elige siempre los de su mamá para dormirse un ratito y espiar de qué se trata tanta conversación. El día se decidió por el sol y mucho calor. Casualmente en pocos horas más comenzará la Marcha y Paro Mundial de Mujeres que pelean por sus derechos. Las historias de Yamila, Anabela y Caren seguro están presentes.

Fuente:http://www.lacapital.com.ar/la-escuela-ese-lugar-construccion-afectos-n1354578.html

Comparte este contenido:

Marcela Isaías

Escritora