Por: Ignacio Mantilla
Como algunos de los lectores sabrán, la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, celebra este año el aniversario 150 de su fundación. Queremos que su sesquicentenario sea la oportunidad para que la institución deje de ser “uno de los secretos mejor guardados del país” y que toda la sociedad, a la que le debe su existencia, pueda conocer mejor esta extraordinaria universidad. Y quiero precisamente aprovechar este espacio para compartir, durante algunas semanas, los avatares históricos del alma mater, de sus facultades y áreas del conocimiento.
A finales de 1830, mientras el general Francisco de Paula Santander vivía en el exilio, ocurrió un afortunado encuentro entre nuestro hombre de las leyes y el barón Wilhelm von Humboldt, por aquel entonces reputado ex director de Educación de Alemania. Su charla amable fue breve pero familiar, dado que Santander había trabado amistad cercana con su hermano menor, el científico y expedicionario Alexander von Humboldt.
Este crucial contacto le permitió a Santander dar el primer paso para acercarse a las ideas renovadoras sobre educación que Wilhelm von Humboldt había implantado con éxito en su famosa reforma educativa de 1808 en Alemania. El general visitó asiduamente al intelectual alemán durante varios días. En estos encuentros y en su visita a la Universidad de Berlín, sugerida por Humboldt, Santander conoció ese novedoso modelo universitario, contrapuesto al modelo francés que se había adoptado en un buen número de universidades europeas.
Con nuevas fuerzas y muchas ideas, el general regresó a su patria, investido como presidente de la Nueva Granada, el 7 de octubre de 1832. Una de sus principales metas como presidente, y tal vez la que más le preocupó, fue mejorar la educación (y ojalá fuese así para todos los mandatarios). Para lograrlo, el general Santander reformó el sistema de Instrucción Pública del Estado, que paradójicamente intervino el Plan Educativo expresado en la Ley del 28 de marzo de 1826 y el Decreto del 3 de octubre del mismo año, ambos impulsados por el propio Santander a su paso por la Vicepresidencia de la Gran Colombia.
La ley que organizó la Instrucción Pública en 1826, como lo he mencionado en una columna anterior, significó un avance fundamental, pues eliminó el dominio religioso de la educación y dio ese poder al Estado. También extendió la educación a las regiones con la creación de centros de enseñanza de todos los niveles, entre otros, la Universidad Central de Bogotá (antecedente de nuestra actual Universidad Nacional de Colombia), la Universidad Central de Quito y la Central de Caracas. Desde la reforma educativa del 26 Santander fue un ferviente impulsor de la enseñanza del inglés y el francés y un convencido absoluto de los beneficios de la educación superior pública, pues defendía la idea de que el ejercicio de la ciudadanía, el desarrollo de la República y, en general, la felicidad de los pueblos solo podía alcanzarse y afianzarse con una educación pública integral en todos sus niveles.
Sin embargo, como presidente, trabajó por más de dos años redactando y discutiendo un nuevo código de Instrucción Pública que fue presentado al Congreso en 1834. En este proyecto Santander expresó su más avanzado pensamiento sobre la educación. Estaba convencido de que las universidades debían tener autonomía y no solamente pretendía hacer de éstas centros con tendencia científica e investigativa, sino que, liderada por ellas, la educación debía convertirse en un poder más del Estado. Según esta concepción, la educación en las universidades, como servicio o como deber social, se ejercía con autonomía en todos los órdenes, desde la cátedra, pasando por la selección de profesores y empleados hasta las decisiones del gasto de los recursos entregados por el Gobierno. Este revolucionario ideal universitario pretendía que el dominio del Estado, que se había vuelto asfixiante y definía hasta los textos de enseñanza, se reemplazara por la confianza absoluta en la madurez intelectual de la universidad, pero bajo la vigilancia del Gobierno, como correspondía a los establecimientos oficiales.
Pero a las ideas del general, en materia de educación, solo se les dio importancia en los inicios de la década de los 60 del siglo XIX, muchos años después de su muerte, cuando los liberares radicales empezaron a discutir una ley que organizaba la Universidad Central de los Estado Unidos de Colombia (así fue su denominación en los proyectos de ley discutidos). Finalmente, fue durante el Gobierno del presidente Santos Acosta, cuando el Congreso de la República aprobó la Ley 66 del 22 de septiembre de 1867, que dio vida a la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia.
Desde sus antecedentes en esa Universidad Central de Bogotá, encontramos la huella de Santander como el primer defensor de una institución pública y nacional de educación superior, con la concepción autónoma de la educación, formulada por Wilhelm von Humboldt y defendida por Santander.
La Universidad Nacional de Colombia tiene una gran deuda con Santander. En el sesquicentenario de nuestra fundación, queremos hacerle un homenaje difundiendo su legado entre nuestras jóvenes generaciones.
Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/la-huella-del-general-santander-en-la-universidad-publica-columna-683969