Por: Luis A. Montero Cabrera
Las identificaciones de estados nacionales pueden ser cosa reciente para los humanos. Países tan conocidos e importantes hoy como Italia solo llegaron a serlo hace un poco más de siglo y medio, aunque las variantes de la lengua italiana moderna, hija del latín clásico fijado por la Roma imperial y el sucedáneo cristianismo, eran ya habladas por los habitantes de sus actuales territorios y más allá. Sus hablantes tenían unidad histórica y cultural pero no estatal. Así ocurrió también hasta tiempos bastante recientes en otros países bastante establecidos. Algunos estados se harán y desharán en el futuro. Acabamos de conmemorar los 60 años del tratado de Roma que dio origen al hecho trascendental de una Europa unida y en paz. Se trata de una herencia reciente de asociación que debe conservarse para cambiar la anterior de rivalidad y guerras que solo trajo desventuras a los más expuestos, a las mayorías.
En Centro América y en los Andes se construyeron los actuales países y nacionalidades a partir del encuentro de los habitantes originarios con los europeos, desde hace poco más de cinco siglos. Esto ocurrió después de unos trece milenios de fundación, habitación y convivencia humana en estas tierras. Antes de la conquista eran naciones que se habían ido conformando autóctonamente durante el tiempo no tan largo que llevaba homo sapiens existiendo en esta parte del mundo. Las herencias nacionales en esta parte de América son compartidas entre los que llegaron después con los que ya estaban.
Singularmente, en la actual Cuba, en los actuales EEUU, y en algunas otras islas caribeñas la herencia cultural de habitación humana anterior a la conquista prácticamente se disolvió. Los que habían llegado antes nos dejaron una parte importante de sus genes y los nombres de muchos lugares pero casi nada de su lengua y cultura. Los arribantes voluntarios y forzados europeos, africanos y de todas partes han predominado aquí casi absolutamente con sus saberes, sus hábitos y sus espiritualidades.
Por alguna razón los reinados que definían las políticas europeas durante la fundación de las actuales naciones americanas difirieron en sus propios enfoques hacia la gestión de la sabiduría. Entre las potencias coloniales, los británicos de la ilustración cultivaron los nuevos conocimientos y los financiaron. Los franceses usaron los ejércitos napoleónicos y así llegaron a trasmitir a casi todo el mundo que lo nuevo era mejor que lo viejo. Los ibéricos cultivaron la belleza, el poder y los afanes de conquista y los llevaron a sus vastas tierras americanas.
Los cubanos heredamos de la parte española de la península una hermosa lengua, hidalguía y gustos envidiables. No es preciso detallar las consecuencias de todo esto aquí. Se dice que la infanta Eulalia, una joven hija de reina y hermana y tía de reyes, que en sus treinta de edad visitó Cuba y los EEUU a finales del siglo XIX, se felicitaba de haber “vuelto a la civilización” cuando llegó a La Habana procedente de Nueva York, en 1894.
También un cierto dislate de la historia puede resumir uno de nuestros lastres heredados. Se atribuye a un paladín del franquismo, Millán Astray, en una polémica salamantina con don Miguel de Unamuno, una exclamación con que lo insultó desde el poder: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”. El desprecio por la sabiduría de los reaccionarios ibéricos y americanos tiene en esa exclamación un paradigma. No es, por cierto, herencia exclusiva de nuestra cultura. Se atribuye a un famoso esbirro nazi alemán la frase de que “Cuando oigo la palabra cultura me llevo la mano al revólver”.
África central dio lugar a nuestra especie en este mundo y cultivó saberes que permitieron probablemente que nos seleccionáramos como especie y predomináramos en un entorno vitalmente riquísimo y variado. Sin embargo, como antesala de América también favoreció hechos que pusieron en desventaja al pensamiento como virtud en los lugares que permitieron y se beneficiaron durante siglos con la trata de personas. Las víctimas engañadas y exportadas como cosas trajeron a nuestras tierras sobre todo sus mentes admirables, sus músculos poderosos, y su ingenio para la supervivencia precaria, pero poco o nada escrito.
En el avatar de esta construcción nacional, ya los cubanos estamos confeccionando nuestra identidad hace más de dos siglos. La Revolución Cubana con Fidel vino a decirnos que “Nosotros no le decimos al pueblo: ¡cree! Le decimos: ¡lee!” . Fundó además todo un movimiento científico inédito, prácticamente de la nada. “¡Viva la inteligencia! ¡Viva la vida!” podríamos parafrasear al franquista desde la Revolución.
No han faltado también criterios externos (¿e internos?) de que la ciencia no es para nosotros, por ser pobres. Uno de los documentos oficiales más insultantes que se han producido contra Cuba data de la administración del presidente George W. Bush, en 2004, cuando expresaba: “…Grandes sumas [de dinero] se dirigieron también a actividades como el desarrollo de la biotecnología y centros de biociencias no apropiados en magnitud y gastos para una nación como esta, esencialmente pobre, y que han fallado en justificarse financieramente…” . Es algo así como que: “¡Muera la inteligencia de los pobres!”.
La ciencia y la tecnología cubanas aparecieron y progresaron gracias a la Revolución en ese universo de entornos hostiles y sin tradiciones ni idiosincrasia de investigación científica heredables. Ya son parte de la herencia del pueblo cubano, a más de medio siglo de que se nos propusiera que fuéramos un pueblo de hombres de ciencia y de pensamiento. Acciones, o inacciones, sobre ellas tienen que ver con la propia Revolución. Esta es de las herencias que tenemos que consolidar y desarrollar.
No estamos como desearíamos de acuerdo con esta herencia reciente. En el pasado pleno de la Academia de Ciencias de Cuba se sometió a discusión un cuidadoso trabajo elaborado por prestigiosos científicos cubanos acerca de nuestra publicación de resultados. Entre muchos datos interesantes e incontestables conocimos que los artículos de Cuba en las revistas científicas de más importancia han decrecido un 7 % en el período de 2008 a 2014 en el que América Latina como un todo creció un 30 %. En esa misma sesión también se señaló por algunos un estancamiento, por lo menos, de nuestra tecnología endógena a partir de los premios otorgados en ese sector del saber.
Nuestra herencia también es la de que en pleno año 1994, cuando se había tocado fondo en una de las crisis económicas más graves de este país, Fidel inauguró la primorosa obra del centro de investigación – producción, o empresa de alta tecnología, llamado “Centro de Inmunología Molecular”. Esa institución es hoy una de las pioneras en la posibilidad de aportar bienes de altísimo valor agregado por el conocimiento a las relaciones económicas entre Cuba y los EEUU, además de muchas otras cosas. Tenemos que ser dignos de esa herencia y marchar junto a los que más hacen por la sabiduría. También porque así seremos cada vez más ricos si la gestionamos como tiene que ser.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2017/04/05/herencias-nacionales/#.WOl4wbjau01