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En estas fechas se está procediendo a la preinscripción de los alumnos en los centros educativos. Un momento crucial para muchos padres que, en algunas ocasiones, falsifican determinados datos para que sus hijos puedan acceder a un determinado centro y, también crucial para algunos centros concertados porque, en dicho proceso, introducen variables que les permiten seleccionar a los alumnos en función de su raza, credo o situación socioeconómica de los padres.
Hace pocos días conocimos que en la Comunidad Valenciana se habían detectado hasta 14 niños de 3 años catalogados como deportistas de élite, lo cual les permitió sumar esos puntos para conseguir el acceso en determinados centros educativos. Lo anterior, sumado a la cantidad cada vez más ingente de padres que empadronan a sus hijos en casa de sus abuelos o amigos para conseguir los puntos por cercanía, empieza a ser totalmente preocupante. Preocupante porque lo que están haciendo es, con esas trampas, provocar que algunos padres deban llevar a sus hijos a centros alejados de sus domicilios por tener dichos centros más demanda que oferta. Y ahí hay un problema. Un problema legal que debería ser investigado y sancionados los padres que acudieran a semejantes falsificaciones. Algo que también, por contrapartida, debería llevar la investigación hacia esos centros que han permitido que haya esos deportistas de élite con tres años. Sí, esto se denomina corrupción. Corrupción que, por extendida que esté, debería ser cortada de raíz por parte de la administración educativa.
Otras trampas son las que efectúan determinados centros educativos. Centros educativos que segregan por cuestiones raciales y de origen (sí, no lo digo yo, se ha constatado que en Barcelona hay centros concertados sin prácticamente ningún inmigrante situados al lado de centros públicos con casi un 80%) además, de en muchas ocasiones, hacerlo por situaciones socioeconómicas (sí, esas cuotas “voluntarias” que no todos los padres pueden pagar). También, y eso no debe ser olvidado, hay muchos centros concertados que impiden, por cuestiones religiosas, que alumnado de unos determinados credos no pueda matricularse en los mismos. Sí, ¿alguien se imagina la incomodidad que supondría para un padre católico matricular a su hijo en un centro de ideología islámica? Pues bien, esa es la incomodidad segregadora, que existe en más del 75% de centros concertados (ese es el porcentaje de los mismos que se rigen bajo el ideario católico).
En los centros sostenidos con dinero público (públicos y concertados) jamás debería permitirse la segregación encubierta del alumnado ni la existencia de impedimentos que hagan difícil que un alumno, con independencia de su situación contextual, pueda matricularse en igualdad de condiciones que otro y siguiendo unos baremos objetivos, en esos centros. Y, en caso que hubiera esas discrepancias entre las tipologías de alumnos entre centros, debería investigarse el motivo por parte de la administración educativa. Una administración que habría de sancionar a aquellos que incumplan los criterios de admisión (retirando el concierto en caso que sean centros concertados o sancionando económicamente a los padres que falsifiquen empadronamientos o datos personales para poder acceder a un determinado centro educativo). Una administración que habría de luchar contra esas trampas que supone el proceso de admisión escolar que, al final, siempre perjudican al conjunto de la sociedad.
Por cada persona o entidad que hace trampas para el beneficio propio, siempre hay otras personas y entidades que salen perjudicadas. La corrupción en el proceso de admisión escolar es igual de deleznable que la que puede existir en otros aspectos y debería ser atajada con urgencia porque, al final, lo único que pervierte es un modelo social en el que todos los ciudadanos deberíamos tener los mismos derechos y oportunidades. Un modelo que, a mi entender, debería ser mucho más transparente de lo que es.
Fuente: Trampas en el proceso de admisión escolar