Innovación para el cambio en la educación universitaria

Por: Pere Alzina Seguí 

La reflexión sobre la práctica no es lo más importante; lo más importante es concienciarse del cambio personal que implican los procesos de innovación.

Los procesos de innovación educativa se van generalizando. Nunca como ahora se había hablado tanto de innovación. Y esto es una muy buena noticia. Ahora bien, las innovaciones deben consolidarse, deben evaluarse y deben adaptarse a las nuevas y cambiantes necesidades que surgen día a día en una sociedad incierta y abierta. Este proceso de consolidación tiene que ir relacionado  con una investigación de cualidad próxima a las necesidades de los centros educativos. La colaboración entre la universidad y los centros es un elemento clave para garantizar el éxito de los cambios a medio y largo plazo.

Por lo tanto necesitamos con urgencia una formación inicial de los futuros maestros de educación infantil, primaria y secundaria innovadora y transformadora. Necesitamos una formación que analice la práctica a partir de la reflexión y, para conseguirlo, necesitamos que las universidades trabajen en las escuelas e institutos, de manera próxima y humilde, para dar salida a los retos mundiales que tenemos planteados. Se imponen nuevas maneras de hacer en la formación inicial del profesorado. El modelo transmisivo ya no tiene sentido en una sociedad en la que la información está al alcance de cualquiera. Ahora, lo que necesitamos son criterios, argumentos, guías y consejos para analizar profundamente las informaciones y transformarlas en conocimiento. Este es el gran reto de la formación inicial del profesorado, y necesitamos que este cambio tenga lugar lo más rápidamente posible.

Necesitamos reconocernos como generadores de nuevos conocimientos; todos, estudiantes, profesorado, familias… Todos poseemos conocimientos y podemos aportar algo de original, aportaciones constructivas y elementos que nos mejoren como personas. Considerarnos como productores de conocimientos es una premisa fundamental para reorientar los procesos formativos. La interactividad es una condición básica en estos procesos formativos y reflexivos.

Pero la reflexión sobre la práctica no es lo más importante; lo más importante es concienciarse del cambio personal que implican los procesos de innovación. Sin una toma de conciencia de los procesos de cambio personal, las innovaciones pueden quedar en cambios superficiales que poco afectan a las personas que se forman. Los procesos de cambio deben implicar el reconocimiento de las personas, la comprensión de las complejas realidades de todos y cada uno de los individuos que forman un colectivo determinado (por ejemplo una aula de clase).

Debemos entender que la misión de la enseñanza es transmitir y también ir transformando una cultura que nos permita entender nuestra condición y nos ayude a convivir. La educación debe formar ciudadanos conscientes, responsables y comprometidos éticamente con su realidad social. Estas realidades sociales son únicas y diversas pero se encuentran en el marco de una humanidad única (de una especie que habita un planeta del que todos somos ciudadanos); diversidad y unidad son dos perspectivas inseparables la educación. La educación debe incidir en el destino individual, social y global de todo ser humano.

La formación reflexiva debe educar la razón para conseguir una  mejora personal y social. Éste compromiso ético es fundamental; la educación debe mejorar el bienestar de las personas y nos ha de mejorar como personas. Por estos motivos defendemos una formación transformadora, reflexiva, consciente, responsable y comprometida.

La formación reflexiva implica enseñar a dudar, desindentificarse, desaprender, perder, eliminar, evaporar conceptos, liberar la mente, ser más humilde y tomar consciencia. Debemos reducir el egocentrismo que nos envuelve y tiñe muchos discursos y oscurece prácticas.

Existen modalidades formativas no demandadas (temas implícitos, que debemos aprender a leer y a explicitar): la educación para el autoconocimiento, para la complejidad de la consciencia, para la duda, para la autocrítica y la rectificación, para la madurez personal, para la no dependencia y por el cultivo del pensamiento propio, para la convergencia, la cooperación y la universalidad, para un lenguaje universal, para la sabiduría, para la evolución de la humanidad… Debemos entender la ciencia como un proceso universal y relativo en evolución constante que ha cambiado y que evolucionará en conocimiento y coherencia conjuntamente con quienes la desarrollamos; la ciencia nos abre puertas, nos aporta explicaciones y nos abre nuevos interrogantes; la ciencia nos ayuda a interrogar la incertidumbre, nos demuestra la humildad de nuestra existencia en el universo infinito y nos ayuda a mejorar nuestro bienestar si sabemos aplicar los principios éticos a  los avances científicos. No todo vale. Para llegar a estas conclusiones necesitamos formadores comprometidos con la complejidad, comprometidos con la mejora del bienestar de millones de personas en situación de pobreza, comprometidos en la mejora del mundo que nos acoge.

Por estos motivos las aulas donde se forman los futuros maestros deben convertirse en espacios de interrogación reflexiva, en espacios donde compartir conocimientos, en espacios donde revivir experiencias que nos puedan enriquecer a todos, trabajando cooperativamente y teniendo como objetivo final la mejora de las condiciones de vida de los sectores más desfavorecidos. Necesitamos un enfoque reflexivo sobre la práctica que:

  • Sepa analizar el transcurso y el significado de las acciones en la propia aula y en las aulas de  los centros educativos.
  • Sepa identificar procesos y resultados; sepa leer más allá de lo que somos capaces de observar a través de los sentidos; necesitamos profundizar en los sentimientos y las emociones de las personas y saber interpretar. Algunos de estos momentos son mágicos, la cara se nos llena de alegría y nos sentimos profundamente realizados; son momentos que suceden en las aulas cuando un niño nos dice: ven, quédate conmigo, ¿me ayudas? No quiero que te vayas.  Cuando pasa esto a los estudiantes de magisterio, su corazón late más deprisa y se quedan ligados de pies y manos a aquel niño o niña, seducidos por su espontaneidad. A partir de aquí, su formación puede dar un vuelco, posiblemente definitivo.
  • Sepa, también, identificar las limitaciones y los  costes de la acción: ¿valdrá la pena? ¿Es la acción más acorde con la situación planteada? ¿Debo intervenir ahora o dejo pasar un rato? Debemos aprender a actuar y también a esperar, a no actuar, dejando que los niños resuelvan sus conflictos con sus propias herramientas. No podemos estresarles. Debemos confiar en ellos.
  • Sepa evaluar el que se ha programado y lo que ha sucedidodesde las fortalezas (o certezas), desde las debilidades y desde las propuestas de mejora. Los procesos de valoración y evaluación son determinantes para conocer el alcance de nuestra actuación pero también para conocer y sorprendernos de las capacidades de los niños y niñas.
  • Finalmente, éste enfoque reflexivo nos llevará a poner en práctica mejoras contrastadas con evidencias empíricas, fruto del análisis cooperativo y fruto de la reflexión conjunta.

Para conseguir esta formación inicial transformadora necesitamos profesores universitarios reflexivos, que han de formar parte de comunidades de aprendizaje más amplias que entiendan su práctica como praxis reflexiva o diálogo continuo entre práctica y teoría. Este profesorado debe socializar conocimientos y contrastarlos, mientras se va enriqueciendo personal y profesionalmente.

El profesor universitario debe ser competente, crítico, coherente, sólidamente formado, colaborativo y activo en investigación próxima a las necesidades de los centros. Debe saber vivir en dialogo cooperativo permanente con sus compañeros y con otros investigadores y compartir los resultados de su diálogo con su comunidad de aprendizaje. Debe saberse distanciar de su propia práctica y algún compañero puede ayudarle a tomar conciencia de elementos clave que uno mismo puede pasar por alto y, en cambio, pueden llegar a ser muy relevantes.

Como investigador debe pretender mejorar su práctica e investigar para innovar, percibiéndose permanentemente en formación. Debe saber construirse como investigador des de su práctica docente mediante la indagación sistemática y autocrítica fundamentada en la curiosidad y el deseo de comprenderla y mejorarla.

Pero la reflexión sobre la práctica puede no ser suficiente para transformar; debemos llegar a una transformación de la comprensión sobre lo que hacemos y adquirir consciencia del cambio: el nuevo paradigma de desarrollo personal se basa en analizar cómo piensan los docentes sobre su trabajo, desplazando el acento desde lo que los profesores hacen a lo que  saben, a sus fuentes de conocimiento y a cómo estas afectan a su trabajo en las aulas. Hablaríamos de un trabajo metacognitivo.

Desde estos planteamientos dibujamos un profesor universitario consciente, orientado a la evolución y mejora personal, orientado a servir de guía y de modelo a los estudiantes y comprometido en la mejora del bienestar de su comunidad:

  • Un profesor mejor preparado y competente, menos orientado por la presión de publicar en revistas de impacto que marcan un modelo de investigación, que puede no ser el más conveniente en educación.
  • Un profesorado capaz de investigar sobre su propia enseñanza en el marco de un equipo o comunidad de aprendizaje; orientado a una investigación más cualitativa que cuantitativa.
  • Un profesorado capaz de innovar y de participar en proyectos de innovación educativa en su contexto.
  • Un profesorado consciente de sí mismo, de su profesión, de su enseñanza y de su compromiso con la comunidad.
  • Un profesorado capaz de eliminar su propio egocentrismo (muchas veces implícito e inconsciente), de equipo e institucional. Que sepa profundizar en su autoconocimiento e integrar su propio ser en su profesión.
  • Un profesorado con mayor madurez profesional (síntesis de madurez personal y desarrollo profesional).

A modo de síntesis, necesitamos profesores reflexivos capaces de autoconocerse, capaces de investigar cooperativamente, capaces de renovase pedagógicamente desde la madurez profesional.

La formación reflexiva debe permitir dotarnos de los medios para saber contextualizar, globalizar y establecer relaciones entre los conocimientos; la formación reflexiva debe permitir tomar consciencia de nuestra responsabilidad y de nuestro compromiso de mejora del bienestar general.

Estos cambios son necesarios si desde la universidad queremos avanzarnos a los cambios que se están dando en nuestros centros educativos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/07/04/innovacion-para-el-cambio-en-la-educacion-universitaria/

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Pere Alzina Seguí

Pedagogo, psicopedagogo y Doctor en Ciencias de la Educación por la Universitat de les Illes Balears (UIB). Máster en Estrategias de Aprendizaje per la UOC. Profesor de catalán (impartiendo metodología y didácticas I i II de los cursos de formación lingüística y cultural (ICE-UIB).