El capital educativo

Por: José Antonio Marina

Desde que escribí ‘La creación económica’, estoy tratando de reivindicar con nulo éxito la palabra ‘capital’, cuyo significado ha sido absorbido, injustamente, por la economía. Algo parecido ha sucedido con la palabra ‘emprender’. No todo emprendedor es empresario. El significado comercial de ‘empresa’ es muy tardío. En su origen, la palabra significaba iniciar una aventura, una acción que implicaba riesgo. Por eso, dice Sebastián de Covarrubias en el primer diccionario de la lengua castellana (1611), “los caballeros andantes acostumbraban pintar en sus escudos y recamar en sus sobrevestes estos designios y sus particulares intentos se llamaron empresa, y también los capitanes en sus estandartes quando van a alguna conquista”. De ahí, concluye Covarrubias: «Empresa es cierto símbolo o figura enigmática hecha con particular fin, enderezada a conseguir lo que se va a pretender y conquistar o mostrar su valor y ánimo”. La economía ha secuestrado esta bella palabra. Con ‘capital’ ha sucedido lo mismo. Significaba lo que es ‘cabeza’ (‘caput’) de muchas cosas, el origen de una numerosa progenie. De ahí los ‘pecados capitales’, que eran la fuente de muchos otros.

Lo característico del ‘capital’ es que mediante la acumulación de recursos amplía las posibilidades de acción

La definición de ‘capital’ que propongo dice así: “Es el conjunto de recursos acumulados que amplían las posibilidades de acción o de producción de una persona o de una colectividad”. ‘Recurso’ es aquello a lo que puedo acudir para resolver un problema o realizar un proyecto, y que por eso considero un bien. Esta definición nos permite hablar de muchos tipos de capital, no solo del económico. Incluso la economía ha tenido que ampliar su significado al hablar de ‘capital humano’, que es el conjunto de conocimientos y habilidades que tiene un trabajador. También ha admitido la noción de ‘capital intelectual de una empresa’, que invadió la literatura sobre ‘management’ en los noventa, y que ahora, como todas las modas, aunque sean buenas, ha periclitado. En Francia, que siempre ha tenido buen ojo para detectar tendencias, Pierre Bourdieu, un gurú de la sociología, habló de ‘capital simbólico’. El premio Nobel de Economía Douglas North estudió el ‘capital institucional’, la calidad de las instituciones de un país como gran fuente de progreso. Voy más allá, y creo que se debería hablar incluso de ‘capital espiritual’, que no es un oxímoron ingenioso, sino el conjunto de recursos espirituales que tiene una persona para afrontar la situación en que se encuentra.

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Foto: Cordon Press.
Foto: Cordon Press.

Lo característico del ‘capital’ es que mediante la acumulación de recursos amplía las posibilidades de acción. Le da poder, le ‘empodera’. Si no es así, es una mera acumulación inerte. Un médico necesita atesorar conocimientos, experiencias, práctica, para poder curar. Las instituciones de una sociedad —por ejemplo, la administración de justicia, el sistema educativo, la sanidad pública— son también un conjunto de recursos. La valentía, la imaginación, la resistencia son recursos psicológicos deseables. El triunfo de la ‘psicología positiva’, impulsada desde la American Psychological Association, se basaba en su interés por estudiar y aumentar los recursos humanos, sus fortalezas.

Volviendo a ‘capital’, tal vez pensarán ustedes que es absurdo empeñarse en ir contra el uso generalizado de una palabra, y que es mejor buscar otra. Sin duda, pero es que no la encuentro. Me sucede lo mismo con otras palabras pervertidas en su significado: ‘disciplina’ o ‘autoridad’, por ejemplo. Se han ligado a modelos policiales o dictatoriales, cuando significaban lo contrario. ‘Disciplina’ viene de ‘discere’, aprender. Y ‘autoridad’ es el poder que no se impone por la fuerza, sino por el respeto. Antes de pretender inventar una palabra nueva, prefiero, pues, explicarles por qué me parece necesario reivindicar la palabra ‘capital’ y aplicarla a la educación.

Culturas triunfantes y culturas fracasadas

Toda persona nace en una sociedad, que tiene un nivel de ‘capital económico’ (recursos económicos) y de ‘capital cultural o social’ (recursos simbólicos), que proporcionan unas posibilidades económicas y unas posibilidades intelectuales a sus miembros. El primero es medido por los índices clásicos, como el PIB. El segundo, por índices más complejos, como el ‘índice de desarrollo humano’ de Naciones Unidas, que mide las expectativas de vida, la educación y el nivel de vida digno, o el ‘índice de progreso social’, que mide la satisfacción de las necesidades básicas, el nivel de bienestar fundamental y las oportunidades de progresar. El concepto de ‘posibilidad’ es esencial para comprender la noción amplia de ‘capital’.

Que un niño nazca en una sociedad rica económica y culturalmente no significa que vaya a ser capaz de disfrutar de esas ventajas

En castellano viejo, de las personas ricas se decía que “tienen muchos posibles”. Pues bien, el capital aumenta los posibles. Un físico como Einsteinno pudo nacer en Alemania en el siglo X, ni en Zambia en el siglo XX. En ningún caso el nivel cultural lo permitía. Cada sociedad, en cada momento histórico, ofrece un repertorio de posibilidades. Las que tenían los ‘intocables’ en la India eran mínimas. Las que tienen en las sociedades avanzadas las personas analfabetas, también pueden serlo. Los índices de exclusión señalan a los que disponen de pocas posibilidades.

Sin embargo, el que un niño nazca en una sociedad rica económica y culturalmente no significa que vaya a ser capaz de disfrutar de esas ventajas. El acceso a las posibilidades existentes constituye el problema básico de la justicia. Habrán oído con frecuencia decir, hablando de economía, que primero hay que ‘crear riqueza’ y después ‘repartirla’, porque de nada vale ‘repartir la pobreza’. Es cierto. En el campo ‘cultural’ sucede lo mismo: hay que crear un nivel cultural alto y luego ‘repartirlo’ mediante la educación. Al hacerlo, entra en funcionamiento lo que denomino bucle prodigioso, un mecanismo expansivo y ascendente. El ‘nivel cultural alto’ está relacionado con los índices de progreso social mencionados. Contra un bobo y demagógico igualitarismo que afirma el idéntico valor de todas las culturas, creo que las hay mejores y peores. Hay culturas triunfantes y culturas fracasadas.

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Foto: iStock.
Foto: iStock.

Para entendernos, creo que la cultura nazi o la cultura soviética eran peores que la cultura democrática. No se trata del nivel artístico, científico o tecnológico —o al menos de eso solo—, sino de la calidad de las instituciones, del modo de resolver los conflictos, de la confianza existente entre los ciudadanos, de la calidad de vida, de los valores puestos en práctica cotidianamente, de la participación y la solidaridad, de la ausencia de corrupción, de los niveles de libertad y de justicia. Lo que los autores anglosajones denominan ‘social capital’, que es, en el fondo, un ‘capital ético’. El nivel científico, artístico y tecnológico de la Alemania nazi era muy alto, pero su ‘capital ético’ colapsó.

Uno de los objetivos de una sociedad con ‘alto capital cultural’ es conseguir que todos los ciudadanos participen de él, lo hagan suyo y lo conviertan en ‘capital personal’. De ello se encarga, en gran medida, la educación. Por eso podemos hablar del ‘capital educativo’ de una sociedad, del conjunto de recursos (materiales, sociales, culturales, etc.) que pone a disposición de sus ciudadanos para su formación. Jerome Bruner, uno de los grandes expertos en el estudio de la inteligencia humana, señaló con elocuencia que la inteligencia personal se configura siempre gracias a las herramientas conceptuales, afectivas, morales que la cultura proporciona. A su vez, el ‘capital educativo’ de una persona es el conjunto de conocimientos, competencias y relaciones que ha adquirido mediante la educación. Ambas nociones van conectadas. Ortega dijo una frase que se ha hecho popular: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Pero casi siempre se olvida la segunda parte: “Y si no salvo mi circunstancia, no me salvo yo”. Como dice el proverbio africano que me gusta tanto repetir: “Para educar a un niño, hace falta la tribu entera”. A lo que hay que añadir: “Y para educar bien a un niño, hace falta una buena tribu”.

No son los títulos que consigan, sino el conjunto de recursos intelectuales, afectivos, ejecutivos lo que va a permitirles enfrentarse a los retos

Desde los programas de la Fundación UP —una institución sin ánimo de lucro— nos gusta explicar a los padres —que desearían poder dejar un ‘capital económico’ a sus hijos— la importancia de que les ayuden a aumentar su ‘capital educativo personal’, que no son los títulos que consigan, sino el conjunto de recursos intelectuales, afectivos, ejecutivos (también académicos, por supuesto) que va a permitirles enfrentarse en las mejores condiciones a los retos de una vida laboral, afectiva, social, política cada vez más compleja. Pero añadimos que para ello no basta la educación directa —la que recibe en la familia o en el centro educativo— sino que hay que colaborar para elevar el ‘capital cultural’ de la sociedad en que vivimos, porque la escuela se nutre de él. Hay que mejorar la tribu. Este enfoque de la educación, basado en una ‘pedagogía de los recursos’, en la idea de ‘capital educativo’, nos parece un proyecto hermoso, justo y eficaz. Pueden verlo en Universidad de Padres. Sería estupendo que colaborasen en su éxito.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2017-07-25/el-capital-educativo_1420163/

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José Antonio Marina

Filósofo, ensayista y pedagogo español