Ecuador: El cerebro humano y sus brechas interminables.

América del Sur/Ecuador/29.08.2017/Autor y Fuente:http://www.elcomercio.com/

Más de 7 000 años nos ha tomado como humanidad llegar a grandes descubrimientos sobre nuestro cerebro. Que puede resistirse a envejecer; que bajo ciertos efectos químicos llega a perder su lucidez; que existe un cerebro reptiliano donde reside nuestra animalidad primitiva… Estos son algunos de los hallazgos realizados desde el momento en el cual, en pleno Neolítico, los humanos primitivos se atrevieron a abrir un orificio en la cabeza para mirar de cerca al órgano más complejo de la naturaleza, como lo describió la neurocientífica Marian Diamond, recientemente fallecida y pionera en el estudio contemporáneo del cerebro. Pero a pesar de todo el trabajo que se ha hecho por develar los misterios que componen este órgano, apenas se ha llegado a comprender una mínima porción de su estructura y funcionamiento. En muchos años de investigaciones, la humanidad ha develado grandes hechos como, por ejemplo, que con un mayor número de conexiones cerebrales se incrementa la posibilidad de razonamiento. También, que con el entrenamiento cerebral adecuado, la edad corporal tiene un mínimo efecto en el funcionamiento del cerebro maduro. Todo este corpus investigativo se impulsó a mediados del siglo XX, cuando procedimientos como la lobotomía fueron descartados, gracias a mejoras en la tecnificación de aparatos como el encefalograma o el uso de la resonancia magnética cerebral, menos invasivos con los pacientes. Gracias a ello, la neurociencia logró acercarse a grandes interrogantes como la manipulación de los sentimientos y las emociones, que se pueden estimular con químicos. Y aun en temas polémicos, como la marihuana, el cerebro parece tener menos tabúes que los complejos sociales. Muestra de ello fue el trabajo presentado por el Instituto Salk, que el año pasado probó efectivamente que el THC, uno de los componentes de la marihuana, tiene la capacidad de reducir la inflamación cerebral provocada por el alzhéimer y, de hecho, revertir algunos de los efectos de la devastadora enfermedad. La era digital ha tenido un impacto directo en la ampliación de la comprensión de la estructura cerebral. Ya desde inicios de este siglo se empezaron las primeras pruebas de transmisión de impulsos nerviosos, por medio de la Internet, lo cual supuso la puesta en escena de una de las fantasías de la televisión y el cine: la telepatía. Efectivamente, investigadores de la Universidad de Washington lograron transmitir impulsos nerviosos de un cerebro A a uno B, mediante una conexión por Red. Ello comprobó que sí podemos crear una gran red de impulsos nerviosos capaces de transmitir información neuronal de un espacio a otro. En el mismo campo digital, pero ahora relacionado con la capacidad del cerebro de guardar información, se lanzó hace un año la llamada “bomba en el campo de las neurociencias”: el cerebro es capaz de almacenar la misma capacidad de datos que toda la Internet. Para ello, a este órgano tan solo le basta cambiar el poder de sus sinapsis para transmitir y procesar mayor información. A pesar de los avances, aún quedan grandes pasos que dar. Como lo señala el neurofilósofo inglés Barry Smith, en la neurociencia contemporánea lo que interesa no es solamente conocer cómo el cerebro desarrolla sus procesos funcionales sino cuán conscientes somos de lo que poseemos dentro de este órgano. Ya no solo se trataría de hacer una descripción formal de la memoria o de las psicopatologías; la cuestión de fondo es llegar al límite donde conviven lo irracional y lo racional , con el fin de explotar todo el potencial que tiene el cerebro en el momento de crear conocimiento. A la postre, hacia donde apunta la investigación neurocientífica contemporánea es hacia la elaboración de un mapa neuronal. Es, en pocas palabras, el descubrimiento del Santo Grial cerebral, el cual permitirá saber cómo las experiencias sensibles se transforman en ­conocimiento, y cómo el cuerpo está conectado con el cerebro y las influencias de uno sobre el otro. Si llegamos a ese instante, no solo podremos tratar eficazmente enfer­medades como el alzhéimer, sino que estaremos frente a frente con la comprensión integral del órgano. Este anhelo por conocer cómo funciona el cerebro en general es, en última instancia, una cuestión que ha ido más allá de la mera tecnificación en la era de la investigación científica. Ya los antiguos griegos, al interrogarse sobre la naturaleza de las cosas, plantearon en Occidente las primeras preguntas sobre el funcionamiento de este órgano. Cuando Aristóteles plantea la abstracción como un proceso en el cual se separa la forma de la materia, él menciona que el cerebro es capaz de traer el mundo exterior al interior. Esa postura aristotélica ha sido determinante para establecer que aquel proceso de abstracción, de interiorización de la experiencia sensible, es un rasgo común en el camino evolutivo, punto de vista que sostenía Patricia Churchland, pionera en la neurofilosofía. “Nuestros cerebros son muy similares en organización, componentes neuronales y neuroquímicos que los chimpancés, monos, roedores e incluso en formas básicas de vida como los reptiles y las moscas de la fruta. Las mejoras al sistema nervioso son modificaciones y extensiones de lo que ya existe en la naturaleza”, sostenía esta científica. Luego de ganar el Nobel en Medicina en el 2014, los neurocientíficos John O’Keefe, May-Britt Moser y Edvard Moser, que descubrieron el GPS cerebral, fueron interrogados por la prensa con una pregunta: ¿cuánto conocemos de nuestro cerebro? Su respuesta fue sencilla: cada avance abre nuevas brechas en el conocimiento cerebral. Según ellos, si para conocer al cerebro a profundidad se necesitaran un millón de investigaciones, los científicos en la actualidad apenas habrían alcanzado tan solo mil de estas, dejando todavía un camino todavía plagado de interrogantes.
  

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