No recuerdo un currículo escolar cuya vigencia iniciara tres meses antes de un cambio de gobierno federal. El nuevo plan y los programas de estudio (PPE) de la educación básica publicado por la SEP en el DOF el 29 de junio pasado, entrarán en vigor gradualmente a partir de agosto de 2018, con “doce ciclos lectivos de vigencia mínima”.
La vigencia mínima obligatoria es inusual, sobre todo si consideramos que el PPE es una norma administrativa implementada por un Acuerdo (07/06/17) firmado por el titular de la SEP. Una simple instrucción del nuevo presidente derribaría el modelo educativo de Peña.
Lo novedoso no es el PPE per se. El documento sigue las líneas de las reformas educativas de México desde la década del 2000 y el Acuerdo de Articulación de 2011. También sigue, aunque de manera obtusa, a las dos grandes líneas de reforma educativa del mundo, el conductismo renovado y el constructivismo. El nuevo currículo mexicano se las ha arreglado para navegar entre los dos paradigmas, como si los redactores trataran de mezclar en un cóctel dos visiones opuestas de la educación.
En fin. La pregunta es, ¿qué sucederá? Se aproximan tres etapas por las cuales tendrá que pasar el nuevo currículo.
Primera, el destape. En esta etapa, si la educación será el producto que cautive al elector, la única variable de control es para el partido en el poder. El gobierno actual es el único que puede usar a la educación como moneda de cambio, pues la reforma educativa fue lanzada por el gobierno de Peña. En este tenor, el candidato sería Nuño. Para el resto de los contendientes, el tema es completamente exógeno. Nada qué hacer. Ningún otro partido o candidato colocaría a la educación como el tema central de su campaña.
Segunda, el período electoral. Aquí observaremos dos posibles caminos. Si el candidato oficial es Nuño, el ring de las campañas será la educación, “va con todo”. Los candidatos opositores no tendrán más opción que utilizar a la educación como costal de box. A darle duro. La reforma educativa será fuertemente atacada, no por sus méritos y debilidades técnicas, sino por su valor político. Si se desprestigia a la reforma; se desprestigia a su candidato. Si el candidato oficial no es Nuño, la educación dormirá en sus laureles como tema colateral por algunos meses, hasta la siguiente etapa.
Tercera, la transición. Aquí el árbol de decisión se bifurca aún más. Si Nuño es el candidato ganador el PPE se aplicará como está previsto; el juego termina con certidumbre total. Si Nuño no fuera el candidato o perdiese las elecciones, la educación entrará en un impasse. La bifurcación quedaría así. Si Nuño como candidato pierde (recordemos que en la segunda etapa el tema del ring es la reforma educativa), en parte sería por el golpeteo de los candidatos opositores. Ellos habrían expuesto a la reforma educativa a partir de los pendientes estructurales, a saber: pobreza, desigualdad, segregación, centralización, democratización auténtica de los sindicatos, nueva formación inicial de maestros antes de una reforma curricular para estudiantes, descentralización real de la política educativa hacia estados y municipios, la revisión del poder del INEE, etc.
En dicho tenor, el presidente electo, tendría un dilema: ¿Qué hacer con la reforma educativa cuando ya se tienen dos PPE tanto para educación básica como para media superior? Además, sería un modelo que bien podría jalar tanto al conductismo como al constructivismo. Para abundar, el candidato electo debe enfrentar los argumentos de que en la redacción del modelo participaron muchas personas, expertos, maestros y opinantes.
¿Cuál es el escenario más factible? Bueno, dada la magnitud de la reforma y del modelo, y que difícilmente en tres o cuatro meses de transición podría organizarse un equipo que produzca una nueva reforma, el presidente electo tendría dos opciones: 1) continuar con la reforma y el modelo educativo al pie de la letra (o cercano a lo que ya está cocinado); 2) ordenar una postergación de al menos un año para estudiar el tema. Si el presidente electo proviene de un espectro ideológico y político muy diferente al del candidato del partido oficial, el escenario dos es el más probable. Si el presidente electo proviene de un candidato cercano a la ideología oficial, por ejemplo, un candidato oficial diferente a Nuño, pero cercano a Peña, el primer escenario es el más factible.
¿Qué deben entonces hacer las escuelas, los editorialistas de libros de texto y las autoridades locales? Prepararse para los dos escenarios, pero elegir un paradigma. Pueden desde ahora seleccionar, conductismo o constructivismo, sin importar quién gane. Ya sea con el modelo actual o con un nuevo modelo, la política educativa tendrá, a fuerza, que ubicarse entre alguna de las dos filosofías. En otras palabras, lo que pasa en el aula se queda en el aula.
Fuente del Artículo: