Por: Jaume Martínez Bonafé
Quienes acusan de adoctrinamiento a la escuela catalana nada dicen por el carácter heteropatriarcal, eurocéntrico, antiecológico o racista del curriculum en muchos libros de texto.
Cuando las aguas de la vida política bajan turbulentas a la escuela siempre le cae algún cachete. Mientras el Estado se sujeta bien en sus tradicionales pilares autoritarios, la escuela cumple su función social reproductora y aquí no pasa nada. Pero ¡ay! en cuanto amenaza tormenta saltan las voces alarmadas y a la escuela, o sea, a sus maestros y maestras, les cae lo suyo.
Lo diré sin tanta metáfora: ¿Han escuchado ustedes alguna vez que quienes hoy están tan preocupados por el “adoctrinamiento” escolar se manifestaran mínimamente alarmados por el carácter heteropatriarcal, eurocéntrico, antiecológico o racista que transmite el curriculum a través de muchos libros de texto? Por cierto, ¿mostraron esas voces algún tipo de desvelo por los posibles acuerdos de un cártel de editores de libros de texto para repartirse el mercado de la edición y de la comercialización fijando determinadas condiciones comerciales? ¿Se preocupan realmente esas voces por el verdadero crecimiento integral y en libertad de todos los niños y las niñas? En un Estado que debiera ser laico su escuela dicta la doctrina católica pero a esas mismas voces no se les ocurre la denuncia por adoctrinamiento.
Mientras la democracia liberal se mantenga en calma chicha, aquí podemos tener las aulas de escuelas e institutos con la misma estructura didáctica que aquella de la que gozaba Fray Luis de León en Salamanca, pero no pasa nada. Y mientras no pasa nada, nadie se pregunta por el aburrimiento o el sinsentido de muchas prácticas escolares: es lo de siempre. Pero ¡ay! si algo amenaza la calma y el debate social sale a la calle, alguna culpa ha de tener la escuela.
Es vergonzoso escuchar a políticos, tertulianos u obispos las increpaciones y mentiras vertidas sobre la escuela catalana, cuyo modelo pedagógico es de los más innovadores del Estado, y donde se ha cultivado una especial sensibilidad hacia el estudio y la investigación de las estrategias didácticas que mejoren la enseñanza y el aprendizaje. ¿Dónde se iniciaron las primeras Escoles d’Estiu para la renovación pedagógica de la escuela? ¿Dónde nacieron las primeras revistas para impulsar la formación permanente del profesorado, las primeras editoriales pedagógicas? Y esos ataques son más vergonzosos todavía cuando se sabe que estas escuelas, que su profesorado, está resistiendo desde hace tiempo todo un sistemático programa de recortes presupuestarios dictados por la lógica del capitalismo neoliberal.
Pero esto que les cuento ya lo saben ustedes. Aquí la cuestión está en por qué pasa. ¿Por qué ahora el discurso de agresión a la escuela? Cuando tengo una pregunta de este tipo suelo recurrir a Gramsci que no me falla. Creo que, una vez más, se está librando una importante batalla por la hegemonía, es decir, por la conducción o gobierno de la explicación sobre lo que nos pasa, y aquí la escuela como institución ha jugado siempre un papel importante.
Sabemos que hasta la versión más autoritaria del Estado necesita de una cierta connivencia cultural, una aceptación social o función consentida que tiene que ver con el poder del discurso, de una cierta referencia compartida que lo legitime. Por eso nombrando, diciendo (aunque lo que se diga sea una inmoral barbaridad conceptual) cuando se tiene la acrítica plataforma de los medios afines, se acaba construyendo una apariencia de realidad que bien alimenta los intereses del poder.
Ahora le tocó a la escuela catalana, aunque también aquí en Valencia está resurgiendo aquel rancio discurso anticatalanista que tan buenos réditos le dió a la derecha en los ochenta. Es preocupante, porque el profesorado valenciano sabe bien cuánta piel se dejó en el camino de defender lo obvio: que tenemos una lengua propia y el derecho y el deber de aprenderla. Al tiempo, me reconforta pensar que la escuela catalana y valenciana deben estar haciéndolo bien cuando sufren los ataques del inmovilismo, pero más reconfortante es trabajar la idea militante de que el Estado no es inamovible, y que como dice Bob Jessop, es una relación social trenzada por una compleja red de tensiones institucionales y sociales, en las que la escuela pública puede jugar un importante papel transformador.
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/11/15/realmente-esteos-tipos-se-preocupan-por-la-escuela/