Seguimos en la segunda parte de tu libro: «La República es una cultura común de vida. Crítica del republicanismo liberal». Te pedía un comentario de texto sobre una de tus afirmaciones: «El pensamiento que guía la praxis tampoco es filosofía, es sentido común convertido en buen sentido por el ejercicio continuado de su elaboración y por la reflexión sobre sus consecuencias. Es doxa, no episteme o ciencia». Te preguntaba si era entonces menos que ciencia, mera opinión, no saber justificado. Señalabas tú que «el kairos, la actividad concreta, la ambigüedad de los medios, la generalidad de la buena vida, el silogismo concreto, la irrepetibilidad y la experiencia de irrepetibilidad, el actuar sobre lo que hay y desde lo que se tiene, el poner de acuerdo es la praxis». A esa praxis le acompañaba «la experiencia y el enriquecer, el saber hacer, el saber de la contingencia, frónesis». La frónesis era reflexión sobre esto «explicitación ex post, de esto y conocimiento del mundo que esto crea, y del mundo en el que se genera este hacer, el ethos, la comunidad, fruto y matriz de eso». Podemos proseguir si te parece…
El pensamiento que guía la praxis es, perdona la semi redundancia, pensamiento creador de praxis. Pensamiento nuevo que, ante situaciones concretas siempre nuevas –eso es la historicidad humana, o si se quiere, el kairós, la oportunidad siempre distinta, lo desconocido que adviene-, debe orientar, creándola, una alternativa de acción ajustada a éstas, una alternativa que sea nueva.
Ese pensamiento puede partir, lo hace si es sensato, de la experiencia generada por otras praxis anteriores que trataron de dar respuesta a situaciones anteriores. Y puede asumir los principios de orientación elaborados intelectualmente y asumidos por la gente organizada que genera esa actividad: la idea de justicia que comparta, si por ésta se entiende la igualdad de todos o tan solo la «igualdad de los iguales»; el fin o telos, que está en el principio de toda acción, orientándola. Pero, permíteme que insista…
Te lo permito por supuesto.
Esos principios inspiradores de la praxis, y el mismo saber experiencial acumulado, etcétera, deben servir como orientación de un hacer que aborda situaciones siempre nuevas, y debe ser, a su vez, una creación nueva. Por tanto, el pensamiento que guía la praxis es un pensamiento que se crea -todo hacer es siempre nuevo- y es un hacer original, porque no puede ser reiteración de saber hacer ante una realidad distinta. Debe ser fruto de un acto de imaginación intelectual. Lo importante, para tratar de responder a tu pregunta, es destacar la novedad, la creatividad, la imposibilidad de que sea útil la reiteración.
Es importante e interesante lo que señalas, ese remarcar la novedad, la creatividad.
Insisto en que el principio orientador, la axiología de valor que inspira la praxis, que puede ser «fijo» en la medida en que un periodo histórico, esto es, en que determinada sociedad, o parte de la misma, de un determinado periodo histórico lo asume, no puede predeterminar la praxis. Nos lo explica Aristóteles desde el comienzo de la Ética Nicomáquea, con el ejemplo de la buena alimentación –una parte de lo que es vida buena y salud buena-.
¿De qué va ese tema de la buena alimentación? No lo he tenido nunca muy presente, filosóficamente hablando.
Todo el mundo debe inspirar su praxis alimenticia en unos principios orientadores. Pero estos principios no nos dicen qué y cómo debemos comer cada uno de nosotros. Milón, el gran atleta, come comida por valor de diez minas diarias, pero esta cantidad de comida a nosotros, a mí cuanto menos, me mataría. Lo que es en concreto la praxis adecuada depende de cada unidad total concreta, de cada forma de vida de… etc. En política, ocurre lo mismo.
¿Y cómo ocurre lo mismo en política?
Inspirarse en un fin compartido –para Aristóteles, el fin no se discute- no permite saber cuál es la praxis concreta aplicable. La creación de algo nuevo, de una praxis nueva que dé respuesta a una situación nueva, en tanto creación de realidad nueva, no puede ser prevista, ni en consecuencia estudiada por científicos ni elaborada por la ciencia. Condicionales contrafácticos. Los hístores helénicos, Tucídides por ejemplo, y tal como nos explica Martínez Marzoa, muestran en sus escritos una consciencia de constante fugacidad del mundo y del momento, tienen consciencia de la irrepetibilidad, del cambio constante de las condiciones y circunstancias que han hecho posible lo hasta ese momento existente. Irrepetibilidad, si se quiere, consciencia de la irremediable constante irrepetibilidad de la realidad social. Lo que obliga a una constante creatividad, una creación nueva de nuevo hacer.
A este saber creador de nueva praxis, que se inspira en la experiencia, es a lo que Aristóteles le denomina frónesis.
El concepto ya ha parecido otras veces.
Sí, por supuesto. No es episteme es doxa, sentido común bien informado y formado, formado por la experiencia, experiencia que incluye el saber de la irrepetibilidad de los momentos. Capacidad imaginativa capaz de crear nuevas propuestas de acción que en una situación concreta, singular, nueva, posibiliten la obtención del éxito, el logro del fin propuesto. Su justificación está en la experiencia y el conocimiento de lo acaecido anteriormente.
Reconsidero lo expuesto por mi, hasta aquí, en respuesta a tu pregunta, y lo encuentro prolijo e insuficiente.
Creo que no lo es. ¿Por qué lo crees tú?
Porque podría interpretarse que lo que digo cabe dentro de una explicación sobre racionalidad, racionalidad entre medios y fines, por ejemplo. Un caso en que sabemos qué fin queremos alcanzar, en el que tenemos unos determinados recursos prefijados, y en el que la incógnita está en saber a qué situación objetiva nos enfrentamos y cómo aplicar nuestros recursos. No es así.
¿Cómo es entonces?
La praxis política es la actividad generada por los individuos organizados. Y el número de estos, y su hacer, la causa eficiente, tampoco está dada. El sujeto social activo es también un indefinido, no existe previamente, sino solo «en potencia». Por eso, para la tradición praxeológica también la Retórica es importante: es decir, es importante la interacción que posibilita la deliberación, el acuerdo y la integración de diversos sectores sociales en el movimiento organizado que lucha por un fin. Para lograr eso hay que debatir sobre los objetivos, hay que llegar a acuerdos. Por eso en la Retórica de Aristóteles, de pronto, aparece el tema de la felicidad, de la vida buena. El sujeto práxico, la causa eficiente de la praxis política, se autoconstituye mediante deliberación y acuerdo. No preexiste tampoco. Ha de ser creado deliberativamente: mediante interacción comunicativa y práxica. Todo esto pone aún más en crisis la interpretación de la política como una técnica o ingeniería de intervención a partir de saber fuerte, sobre el objeto social.
La frónesis política es, eres tú quien lo afirma, saber inherente al ejercicio de la ciudadanía: deliberación y acción. ¿Pero no hay mucho ejercicio de la ciudadanía sin apenas deliberación y con escasa acción?
Bueno, actualmente, no hay ejercicio de praxis ciudadana. La política está en manos de técnicos, que desde los aparatos de estado, ejercen el control. Pero esto no tiene nada que ver como la deliberación para la acción, con la frónesis, que implica protagonismo.
De hecho, y con la desaparición en Europa de los partidos denominados de masas, de esos instrumentos que, con todas las dificultades que se quiera, posibilitaban que las clases subalternas se organizasen, debatieran políticamente y actuasen como poder en sus ámbitos cotidianos de vida, la política ha dejado de ser democrática.
Con la máxima claridad, ahí queda dicho. Con coraje intelectual.
Las gentes votamos, y, en ocasiones, somos concitadas por instrumentos pagados y sostenidos por el poder institucional, a movilizarnos, a la «adhesión inquebrantable». Pero estamos socialmente atomizados. Como patatas en un saco de patatas. No tenemos capacidad de deliberación, ni de acción política inmediata. La frase sobre las patatas, ya sabes, es de Marx, de su obra El dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte. Es la obra en la que se estudia, por primera vez ese fenómeno político moderno que es el bonapartismo. Lo que vivimos, políticamente.
Dicho queda. ¿Por qué Aristóteles se desternillaría de risa ante etiquetas muy actuales, y muy de moda, como «ciencias políticas» o «politología»? De nuevo eres tú quien la afirma.
Creo que en buena medida casi he respondido a tu pregunta. Para Aristóteles la política no puede ser estudiada a priori, porque el saber político no es ciencia, dado que como la política aborda constantes situaciones nuevas el saber político posible es solo el que surge de la experiencia dilatada. Es saber de sentido común, doxa, mejorado por la práctica y su experiencia y a eso lo denomina frónesis. Aristóteles insiste en que la ciencia puede ser aprendida rápidamente por los jóvenes, pero no la frónesis. Por tanto, la noción de que uno pueda salir de la universidad cualificado como licenciado en ciencias políticas o en politología le hubiera hecho reírse.
Pues ahora, en nuestro ahora, se hubiera reído mucho y durante mucho tiempo. Desde tu perspectiva, me sitúo ahora en un ejemplo concreto, ¿qué fueron realmente las llamadas «leyes de Solón»? Te pregunto ahora sobre esto.
Cuando quieras.
Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=234878
Imagen: http://aprendiendosobreciudadania.blogspot.com/2011/06/derechos-humanos.html