Por: Ernesto Montero Acuña/Prensa Latina
Entre los fallecidos, 10 resultaron asesinados por la contrarrevolución, entre los cuales se menciona con frecuencia a Manuel Ascunce Domenech y a Delfín Sen Cedré, alfabetizadores ultimados en la entonces provincia central de Las Villas, donde también mataron, el 5 de enero, al maestro voluntario Conrado Benítez.
A la proeza y a sus protagonistas se dedica, desde el 29 de diciembre de 1964, el Museo de la Alfabetización en el antiguo Campamento de Columbia, principal fortaleza militar en Cuba desde la primera intervención norteamericana hasta cuando se convirtió en escuela, después del triunfo revolucionario, en septiembre de 1959.
Allí se preservan expedientes, objetos, imágenes y datos relacionados con el acontecimiento, su historia y sus mártires, sobre lo cual pueden obtener información también los visitantes extranjeros, miles de los cuales lo frecuentan cada año.
Fue Inaugurado por Evelia Domenech, madre del brigadista Manuel Ascunce, y en sus locales se preserva todo a partir de la intervención de Fidel Castro en Naciones Unidas, el 26 de septiembre de 1960, donde anuncio el propósito educacional que el país asumiría el año siguiente.
Sobre el acontecimiento y su historia aporta invaluable información la máster en Educación y profesora de Historia Luisa Campos Gallardo, su directora, quien destaca el papel del recién fallecido Armando Hart Dávalos, entonces ministro de Educación, tanto en la creación del museo como en la campaña alfabetizadora.
Junto con el máximo líder de la Revolución, Primer Ministro en 1991, fue impulsor del empeño que concluyó con la alfabetización de 707 mil 212 cubanos y redujo el analfabetismo del 23,6 al 3,9 por ciento en el país.
Acerca de los participantes, Campos Gallardo precisa que la institución ha contribuido a que alfabetizadores escriban sus memorias y publiquen libros como Y no hubo domingo, de la escritora y realizadora estadounidense Catherine Murphy, quien lo presentó en una Feria Internacional del Libro de La Habana.
La autora participó en la campaña y es también autora del documental Maestra, que destaca la trascendencia del hecho histórico y a Fidel Castro como autor e impulsor, mediante excelentes imágenes y fotografías que revelan, sobre todo, el protagonismo de las alfabetizadoras.
El 52 por ciento de la fuerza educacional fueron muchachas que asumieron las circunstancias de la época, en dura prueba que coincidía con la invasión por Playa Girón, en la Ciénaga de Zapata, y la Limpia del Escambray, nombre geográfico con el que también se identifica a la cordillera de Guamuhaya, en el centro sur de Cuba.
Como parte de un plan de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, aprobado por sus máximas autoridades, la contrarrevolución se había extendido en todo el país, con el propósito de derrocar al gobierno e impedir medidas sociales a las cuales se vinculaba ampliamente la educación.
Sobre el documental de Murphy, la prensa ha reflejado que, a pesar de la invasión coincidente con la Campaña, sus protagonistas disfrutaron sobremanera el significado de alfabetizar a sus semejantes y a la vez alcanzar un peldaño superior hacia el futuro.
Según la crítica, la obra refleja cómo la sociedad cubana comenzaba a relegar los componentes de la influencia patriarcal histórica y elevaba a la mujer desde la condición predominante de ama de casa y trabajadora doméstica a la de máxima protagonista de la hazaña.
Sobre la transformación, comentaba Lilavatti Díaz de Villalvilla, una de las dos brigadistas que pronunciaron discursos en la tribuna de la Plaza de la Revolución el 22 de diciembre de 1961, que después de la alfabetización su actitud evolucionó hacia la de una mujer más emprendedora y plena.
Comentaba a Prensa Latina esta profesional, nacida el 25 de julio de 1945, que asumió hablar en representación de los alfabetizadores cubanos, ajustada a su propio discurso, ante miles de sus compañeros y entre Fidel Castro y Osvaldo Dorticós, presidente de la República, como aparece en imágenes fotográficas.
Quien años después alcanzó la condición de doctora en Geología, hoy jubilada, destaca también el papel de la mexicana Margarita Dalton, quien habló en el acto, en representación de los alfabetizadores extranjeros.
Como parte de la exitosa trayectoria de esta, el diario Excélsior la relaciona con el poeta salvadoreño Roque Dalton y explica que, muy joven, viajó a Cuba luego de escuchar por la radio cómo Fidel Castro invitaba desde la ONU a contribuir con la alfabetización en la isla.
Su compañero José Agustín contó la historia vivida entonces en su libro Diario de un brigadista, aparecido en el 2010, un texto que le sirvió a Lourdes Rueda y al cineasta Joaquín Guzmán Luna para el documental titulado Despertar, acerca de la alfabetización y del papel de Margarita en la campaña.
Dalton prefirió estudiar la carrera de Historia en la Universidad de la Habana entre 1962 y 1966, condición a la que ha añadido numerosos titulados y resultados desde entonces, y hoy dirige el Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social en el mexicano Oaxaca.
El filme destaca que maestros cubanos han aplicado en su estado el método Yo sí puedo, para este tipo de enseñanza, el cual se ha extendido asimismo a varias decenas de países de Asia, África y América Latina.
Despertar se exhibió en el Festival de Cine de La Habana del 2016 y Guzmán Luna, director de siete documentales sobre Cuba después de la Revolución, comentó que la gente lloraba cuando lo vio, pues todos, de alguna forma, tienen al padre, un abuelo, un tío que fue alfabetizador entonces.
Dijo que eso marcó al país y transformó la vida en un año.
En la Campaña de Alfabetización participaron numerosos extranjeros de diversos países, quienes aparecen reflejados en las obras de estas destacadas intelectuales.
Maestros voluntarios, alfabetizadores y dirigentes de la campaña y de la educación, muy mayores ya, ofrecen evaluaciones y criterios de gran valor testimonial sobre el hecho que involucró a casi toda la población cubana, de cerca seis millones de habitantes, con grandes concentraciones de analfabetismo en zonas rurales.
Prensa Latina entrevistó a José Ramón Tápanes, matancero como Conrado, y a su esposa Felicita Zerquera, residentes en la villa colonial de Trinidad, quienes recuerdan, por ejemplo, cómo Conrado Benítez consideraba imposible que lo asesinaran por ser maestro.
Esto lo confirmó el agente de la Seguridad del Estado Reinerio Perdomo Sánchez, identificado como Cabaiguán e infiltrado en la banda de Osvaldo Ramírez, pues recibió su negativa cuando le propuso propiciarle la huida al acercarse en la noche al educador y al campesino Eliodoro Rodríguez (Erineo), prisionero también en una jaula rústica e igualmente asesinado.
En su libro Una difícil conquista: la alfabetización, la enseñanza y la cultura, Pedro Etcheverry Vázquez narra cómo a Conrado lo secuestraron -en el entorno del aserradero donde radicaba- los alzados Wilfredo Medinilla Gutiérrez, Leonel Martín Fernández y Gregorio Prieto Vidal, quienes lo insultaron, lo golpearon, le ataron las manos a la espalda y luego lo encerraron junto a Erineo.
El autor, doctor en Ciencias y especialista del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado, cuenta el papel del agente Cabaiguán, quien fue entrevistado el 5 de enero por Fidel Castro, durante el operativo de las fuerzas revolucionarias contra la banda de Ramírez, a la cual le ocasionaron varias bajas y le ocuparon documentos vinculados con la CIA.
El alzado Mirio Pérez Venegas confesó tiempo después a un Agente de la Seguridad del Estado que Conrado, con una soga en el cuello, tenía que caminar aprisa para no ser arrastrado, mientras que todos le daban con palos y lo acuchillaban, hasta situarlo debajo del árbol donde luego lo colgaron.
Cuando se pasó la soga por una rama, según Pérez Venegas, uno de los autores, los ojos del maestro miraban a su alrededor como preguntando si sus secuestradores eran personas o animales.
Osvaldo Ramírez, abatido poco después, fue quien dio la orden de colgarlo y el cuerpo del maestro, magullado, fue suspendido y bajado varias veces, como si fuera un muñeco, mientras continuaban acuchillándolo, después de muerto.