Por: Alicia Halperin
Tendríamos que bajarnos de la veloz carrera de la adquisición de habilidades para atender a procesos que van de dentro afuera y crear situaciones tranquilas donde cada niña, cada niño, pueda expresarse y relacionarse de acuerdo a sus posibilidades, necesidades y deseos.
Ver comer a nuestros niños y niñas sin nuestra ayuda, comprobar que han aprendido a lavarse la cara, admirar cómo se visten… son algunas de las cosas que nos encantan y hacen sentir orgullo a quienes nos dedicamos a educar, seamos padres, madres o educadores profesionales. En este caso, la adquisición de autonomía es siempre un objetivo central de nuestras programaciones.
Sin embargo, hay un riesgo que corremos con frecuencia: admiramos la autonomía física, más fácilmente visible, pensando a veces que tenemos casi todo conseguido, y dejamos en segundo plano aspectos relacionados con lo afectivo, con el pensamiento y con lo ético, menos evidentes pero no menos importantes.Cabría preguntarse: ¿estamos logrando que las criaturas elijan de acuerdo a sus gustos, que tomen decisiones de acuerdo a aspectos válidos o convenientes desde sus necesidades, que se sientan cómodas con quien comparten su día a día?
A veces nos cuesta librarnos de la herencia del “dile a tu compañera que no le vas a pegar más”, “¿a que lo tú quieres es…?” o “no toques eso que es caca”… Situaciones en las que nos adueñamos del saber, intentando que los niños y las niñas tomen nuestras ideas como verdades y evitando que hagan el camino de llegar a sus propias conclusiones.
Si queremos atender a estas cuestiones, necesitamos cambiar nuestro foco de atención en las aulas. Tendríamos que bajarnos de la veloz carrera de la adquisición de habilidades, muchas veces poco significativas, para atender a procesos que van de dentro hacia afuera y crear situaciones tranquilas donde cada niña, cada niño, pueda expresarse y relacionarse de acuerdo a sus posibilidades, necesidades y deseos. Aunque en principio no resulte muy fácil, tenemos maneras de hacerlo.
Organizar el aula en rincones de actividad y permitir el funcionamiento en agrupaciones que se van constituyendo según el momento y la necesidad, en lugar de formar grupos fijos predeterminados por las personas adultas, permite que se pregunten ¿con quién quiero jugar y a qué?, y cambiar de actividad si ya no están a gusto. Poner a los niños y niñas en situación de pensar en estas cosas ayuda a que sean conscientes de lo que les pasa y desean, para que puedan tomar sus decisiones. Dando importancia a la expresión de cada cual, respetamos y valoramos, creando una base de seguridad y autoconfianza.
En la asamblea con el grupo, podemos pedir opiniones sobre todos los acontecimientos que transcurren en la clase, desde los temas que les interesan para desarrollar proyectos de aula, pasando por buscar soluciones a conflictos, a entender situaciones de aprendizaje o cotidianas, dando lugar a que todo el mundo exprese sus sentimientos.
Compartir las cosas vividas, permite apropiarse de ellas y, poco a poco, ir haciendo una recreación mental de los hechos, reconocer, reflexionar. Es nuestra tarea fomentar estos procesos de intercambio y aprendizaje con los demás.
Las criaturas aprenden de sus aciertos y sus errores, de la observación de sus pares y de las personas adultas cercanas. Aceptando los errores como parte del proceso de aprendizaje y no como un aspecto negativo o del que haya que avergonzarse, les demostramos nuestra confianza aunque tengan dificultades, como una forma de afianzar su propia seguridad.
Necesitamos crear ambientes seguros y ricos en estímulos para que desde bebés puedan moverse, explorar y controlar su cuerpo y el espacio, sin temor a que se hagan daño, sin que tengan que recurrir a nosotras permanentemente. También que los materiales y todo lo que necesiten esté a su alcance para obtenerlos y para guardarlos. Si participan en la organización de la clase, el resultado será asumible como propio y estaremos facilitando que se muevan autónomamente en un medio reconocido y acogedor.
Si nos libramos de las prisas por ver las tareas finalizadas evitaremos resolverles nosotros las cosas que pueden hacer autónomamente. Para ello hace falta permitir la observación e investigación, sin interrumpir, respetando pausas y silencios y haciendo propuestas que puedan realizar en función de sus posibilidades. Preparar ambientes y elementos de juego en las clases, en los momentos de comida o situaciones cotidianas son tareas que asumen progresivamente.
Para que alguien piense y actúe por sí mismo, necesitará conocer un marco de criterios razonables en el que moverse. Crear en conjunto las normas de convivencia en la clase y en la escuela, invita a reflexionar y hacerse cargo del lugar propio y del lugar común, a saber cómo comportarse y qué es lo que no conviene hacer en la vida con los demás.
Partimos del reconocimiento que las personas, desde bebés son seres potentes, capaces, con posibilidades de desarrollarse en la medida en que encuentran apoyo y estímulo en las personas adultas que son su referencia y en el medio del que son parte. Solo dedicando tiempo a escuchar a cada niña y niño de la clase y a incentivar que se expresen en todos los sentidos, valorándoles individualmente, lograremos que sientan seguridad, y aportaremos a que construyan su autonomía.
Puede ser que atender a todos estos procesos implique dedicarles mucho tiempo de clase, pero ¿no es de las cosas más importantes que tenemos para hacer en la escuela en el conjunto de la etapa de infantil?
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/01/08/entendemos-la-autonomia-educacion-infantil/