Por: Gabriela Jauregui
Nos anuncian que el gran arrecife de coral ha muerto, que las capas de hielo polares se derriten a un ritmo sin precedente, el presidente de una de las potencias mundiales tiene un dedo en el gatillo nuclear y el otro tecleando en Twitter su política exterior; en México, específicamente, nos enteramos de que las compañías mineras contaminan los ríos y violentan a las poblaciones que se les oponen, que estudiantes desaparecen y siguen desapareciendo, no dejamos de leer acerca de los millones y millones de pesos que han desviado entre algunos gobernadores impunes, y vivimos con rabia y terror cotidiano al escuchar que asesinan a siete mujeres al día. En pocas palabras, estamos sumergidos, si no es que hundidos, en una crisis.
Aquí surgen varias publicaciones que buscan, desde el pensamiento crítico, pensar la situación que atravesamos. Pero si crisis y crítica tienen la misma raíz, cómo hacer para no quedarnos en el mismo círculo retórico; es decir, tratando de salir del problema desde la raíz misma, con el riesgo de quedarnos allí: criticando sin proponer. Me parece que, además del pensamiento crítico, hay algunas publicaciones que hacen llamado a la imaginación, y este me parece el giro de tuerca necesario para no quedarnos estancados en el pesimismo que suele caracterizar mucha de la crítica política, sobre todo en año electoral. La imaginación es lo que requerimos para escribir y posicionarnos desde la esperanza, algo que va más allá del pesimismo de siempre o del optimismo estúpido.
Supongo que cada generación tiene su crisis y esta es la nuestra
Como apunta Rebecca Solnit, autora y editora de pensamiento filoso y matizado, “la esperanza se ubica en la premisa de que no sabemos qué pasará y que en el espacio de la incertidumbre hay holgura para actuar. Cuando reconoces la incertidumbre, reconoces que puedes influenciar los resultados —tú solo o en concierto con una docena o varios millones más de personas—. La esperanza abraza lo desconocido y lo que no puede llegar a conocerse, una alternativa a los pesimistas y a los optimistas. Los optimistas piensan que todo estará bien sin que haga falta involucrarse; los pesimistas se posicionan desde el lado opuesto; ambos se eximen de actuar. Es la creencia de que lo que hacemos importa, aun si el cuándo y el cómo importe y a quién y qué impactará no es algo que podamos saber de antemano. Tal vez no lo sabremos después tampoco, pero importa de igual forma…”.
Los políticos viven, justamente, en el eterno presente de la falta de imaginación y de esperanza, y nos venden en cambio programas baratos para ahoritita. Nuestra labor como autores, siento, está en buscar hablar desde fuera del poder, adentrarnos en la imaginación desobediente. No serán solamente entonces los politólogos o analistas de la coyuntura quienes escriban los textos más interesantes, sino historiadores, abogados, artistas, lingüistas, narradores, poetas, como lo demuestran los autores antologados en El futuro es hoy: ideas radicales para México, colección de ensayos a la cual me invitaron y a la cual acepté enviar un texto, no sólo porque los compiladores, Humberto Beck y Rafael Lemus, me parecen autores y editores interesantes de mi generación (Beck recién publicó un importante libro sobre Iván Illich), sino además porque su invitación me pareció clave: justamente pensar el futuro, es decir, necesariamente posicionarnos ante lo desconocido (el territorio de la esperanza, de la posibilidad), o, como decían ellos, apelar a la imaginación política, una suerte de oxímoron que me pareció esencial explorar.
2018: año electoral, pero también año que marca ya medio siglo cumplido desde las sublevaciones estudiantiles de 1968. ¿Qué futuro imaginaban esos estudiantes? Seguramente no el que vivimos hoy. O en algunas cosas tal vez sí. Las cosas no siempre han sido iguales, y no siguen iguales desde ese entonces. Será que las semillas que se plantaron afloren ahora. O que las que plantemos ahora, algún día devendrán bosque.
Fuente: https://elpais.com/cultura/2018/03/29/babelia/1522312892_464495.html