Según el filósofo italiano Umberto Galimberti (2002, Diccionario de Psicología, Siglo XXI, México), la oniomanía es un trastorno psicológico caracterizado por un deseo incontenible de comprar bienes innecesarios. En griego ‘manía’ es compulsión y ‘onios’ es compra (de la misma raíz tenemos oneroso, por ejemplo). En italiano se dice “shopping compulsivo”. Si esta práctica fuera patológica, media humanidad debería estar encerrada. Todos tenemos un poquito de compradores compulsivos, aunque sea de libros.
No somos culpables, el sistema capitalista está diseñado para eso. El individuo solo no puede luchar contra el sistema, reforzado con una maquinaria publicitaria que supera a la realidad. El capitalismo nos ha convencido de que comprar lo que sea nos hará felices. Si odiamos nuestras oficinas y hasta nuestros condominios de la vida real, tratamos de hallar satisfacción en algo que nos recuerde al mundo fantástico de la televisión. Vamos a comprar, porque eso nos aliviará. Al comprar, nos atienden como a reyes y reinas medievales (no siempre, pero esos vendedores de «pocas pulgas» duran poco tiempo).
Cuando dejamos de ver la oniomanía como un problema psicológico y empezamos a medir su incidencia social, hablamos de consumismo. Aunque signifique casi lo mismo -tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios- la dimensión del problema es gravísima. Un país entero malgastando sus ingresos, pero eso no es todo como veremos más adelante.
Uno de los principales motivadores del consumismo es la obsolescencia programada. Obsolescencia programada es la programación del fin de la vida útil de un producto, para que pasado un tiempo determinado por el fabricante desde el diseño del mismo, este se torne obsoleto y nos obliga a comprar la última versión.
Por definición, el capitalismo debe crecer y crecer. La función del consumismo es compatible con el capitalismo. Se generan más ingresos cuando las compras son más frecuentes. Las personas involucradas en esta cadena han caído en la adicción, aunque los gurús del mercadeo la llaman “fidelización a una marca”. La realidad es distinta a la fantasía capitalista. Los felices no son los que compran, sino los que venden, aunque sea baratijas. ¿O no? No, definitivamente en esta carrera no hay ganadores. A la larga los vendedores están matando a la gallina de los huevos de oro. El sueño capitalista tiene un doloroso despertar.
El mayor problema es el daño ambiental. La tendencia consumista exige producir más y más bienes. Pero a más consumismo, más gasto de energía (en realidad, malgasto). Más producción de energía aumenta la presión sobre los recursos naturales. Tarde o temprano, la negligencia ambiental pasa factura. En los momentos en los cuales el calentamiento global amenaza con destruir la civilización, es imposible creer que se podrá crecer de manera indefinida.