Educación Pública: La confrontación y el consenso de las élites

JUAN CARLOS MIRANDA ARROYO

Con la modalidad de “Parlamento Abierto”, las Comisiones Unidas de Educación y Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados Federal, convocaron a representantes sindicales; a especialistas o grupos de investigación educativa (“la Academia”, que en su mayoría trabaja en instituciones de educación superior); a organizaciones de la “sociedad civil”, a empresarios; a las distintas fuerzas políticas, y a otros sectores de la misma clase política (legisladores de congresos locales o funcionarios de gobiernos estatales); a funcionarios públicos, del ámbito federal y estatal, del sector educativo; y, entre otros, a ciudadanos interesados (los menos, los olvidados, los ausentes), a participar en la tribuna nacional con la finalidad de discutir acerca de las inminentes modificaciones al texto Constitucional (Artículos 3, 31 y 73) referentes al derecho a la Educación y temas relacionados.

Desde la semana pasada y durante distintas fechas de este mes de febrero (2019), las élites de la educación pública, las figuras públicas que deciden el rumbo de la nación en la materia, en medio de la confrontación política, hacen uso del escenario y acceden a emitir sus ideas en la arena legislativa, foro del interés nacional. Ahí se dan cita y hacen uso del micrófono para dar a conocer sus posiciones “o posicionamientos” políticos e ideológicos; hablan sobre el “deber ser” de la educación pública en México. Ahí las participaciones de los invitados a la “Casa legislativa del Pueblo”, no se dan a la tarea de construir un debate de ideas, (por lo que a la discusión directa de puntos de vista opuestos se refiere), sino a edificar un monólogo múltiple, sutil, de terciopelo, que encierra pinceladas de discusión, de discrepancia, de confrontación entre diferentes voces.

Los actores protagónicos de esta contienda, las élites, es decir, los sujetos activos de esta disputa por la educación pública en México, representan a las fuerzas vivas pensantes, inteligentes, especializadas, expertas (por su experiencia en algún espacio del “sistema» educativo”), que no están despojadas de intereses e intencionalidades políticas ni económicas. ¿Qué está en juego en esta batalla por el poder público de lo educativo? Sin duda, el proyecto de nación. Los contenidos y los medios del deber ser educativo, y de la democracia misma como forma de vida. Ello significa que no solamente está en juego el proyecto educativo, sino también el destino de la nación.

Ahí, en la tribuna y en los pasillos se da la lucha de los discursos, de los simbolismos, de los ideales de las élites político-pedagógicas, cuyo interés primario es ocupar el centro de los poderes públicos del proyecto educativo nacional. Por todo ello conviene valorar esta hora del “Parlamento Abierto”, plural y diverso; coloquial y técnico; repetitivo pero creativo; espacio de crítica aguda, pero de inercia del continuismo; fuente de iniciativas, propuestas e ideas frescas o renovadas; aunque también es espacio y tiempo para que la élite hegemónica del pasado (“Pacto por México”) defienda y reivindique, con tibieza, un proyecto de Reforma Educativa que agoniza (el Reformismo Conservador y sus formas gerencialistas), que se resiste a morir.

Ahí está el registro de la retórica expresada en tribuna: Desde fragmentos de demagogia hasta intervenciones meditadas, informadas, congruentes y reflexivas en torno al cambio educativo. Alternancia discursiva entre lo crítico y lo acrítico; entre la oposición radical y la oposición oportunista, ésta última que presume de supuesta “neutralidad ideológica” y que parece olvidar que la política circular está en crisis y que la actual hegemonía política (“desde abajo”) podría poner en jaque al viejo poder de las élites (cuya legitimidad estaba instalada ”desde arriba»).

La confrontación de las élites es un campo de batalla que va más allá de los simbolismos, sobre todo si de lo que trata es de contender sobre los contenidos del marco legal de la educación pública. Las tensiones y distensiones en esta coyuntura no sólo están dadas por la lucha entre fuerzas político sindicales y el Estado (como protagonistas principales), sino también por las discrepancias (y alianzas políticas) entre grupos de académicos; en la discusión de ideas entre docentes y directivos de las escuelas normales o de UPN; en la diferenciación de proyectos o la imposición-resistencia de puntos de vista institucionales educativos. Ahí están también, sin ceder, la presencia y actuación de grupos de poder económico, eclesiástico y político. Nada más nos falta que haga presencia en escena el poder militar.

La contienda por ocupar o conquistar los espacios centrales y no periféricos del texto Constitucional está desatada; los consejeros del casi extinto INEE, están en campaña; los elegantes integrantes de la organización Mexicanos Primero, están en campaña; los dirigentes y bases de la CNTE y del SNTE, están en campaña. Fundación Azteca, Fundación Televisa, la OCDE, todos en el cabildeo, en las reuniones estratégicas. ¿Qué intencionalidades políticas están en disputa? ¿Un marco legislativo apegado a principios? ¿Con qué criterios pedagógicos, éticos, filosóficos o económicos se negocia? ¿Cómo rediseñar una arquitectura legal para la educación pública mexicana sin consensos? Ocupen sus localidades, señoras y señores, jóvenes, niños y niñas, porque luego tendremos la discusión acalorada sobre el contenido de las leyes secundarias; sobre los programas de gobierno; sobre el complejo accionar de las políticas públicas educativas. Seguirá la batalla por los presupuestos federales, estatales y municipales destinados al sector; vendrán también las disputas para definir las orientaciones o la toma de decisiones sobre aspectos macro sociales y micro sociales de los procesos educativos.

La disputa por los espacios y los tiempos de la educación pública en México en formato parlamentario, sin embargo, deja en la periferia, casi como ausentes, a los actores más importantes: A las profesoras y los profesores de a pie; a los directivos escolares, a los asesores técnicos y personal de apoyo; a los técnicos docentes; a los padres y madres de familia (y demás miembros de las familias que participan en la educación de sus niños, niñas, jóvenes y adultos). Ahí, en la tribuna nacional, no están los estudiantes, tampoco los periodistas, los intelectuales, los artistas, los trabajadores del campo, los obreros, los comerciantes ni los profesionistas u otras voces que tienen algo que decir sobre la educación pública.

El diseño del diálogo no está a discusión. Participaciones seleccionadas. Los demás disculpen las molestias, las élites están trabajando. La mesa está servida para que las élites asuman sus cotos de poder, para que los pongan en movimiento. Las élites activan sus “cuartos de guerra”, no para conspirar, sino para ganar espacios de poder público. Más atraídos por los juicios y los prejuicios morales (que no son inválidos en tanto éstos cuenten con contenidos éticos); más movidos por ideologías, por músculos políticos y menos por aproximaciones del conocimiento científico y técnico (con todo lo que ello significa) acerca de cómo procesar los asuntos apremiantes de la educación.

Mientras discutimos los términos de la Reforma Educativa que viene (que no necesariamente es una “contrarreforma”), o mientras las élites tomamos acuerdos o trabajamos en la construcción de un nuevo “Contrato Social” sobre la educación pública, miles de estudiantes jóvenes abandonan diariamente las aulas; millones de adultos siguen sin alfabetizarse o sin concluir la educación primaria o secundaria (se habla de un aproximado de 32 millones de mexicanos); y miles de niños entre los 3 y 4 años de edad no tiene acceso a la educación preescolar ni de la primera infancia, entre 0 y 3 años. ¿Cuál será el consenso posible en esta cerrada contienda de las élites por este ámbito clave de la vida nacional que es la educación?

*Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Querétaro.

Fuente: https://www.sdpnoticias.com/nacional/2019/02/13/educacion-publica-la-confrontacion-y-el-consenso-de-las-elites

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Juan Carlos Miranda Arroyo

Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional de México, Unidad Querétaro.