Por: Juan Maria Segura
Gran revuelo causó la noticia de que Uruguay avanzaba en la eliminación de la repitencia en su sistema educativo. Apoyados en argumentos tanto externos (otros lo hacen) como internos (los que repiten se terminan ‘cayendo’ del sistema), parece haber consenso del otro lado del Río de la Plata para dar lo que sería un paso trascendental en sus políticas educativas. En nuestro país la noticia fue levantada por medios y opinión pública como una señal de alarma, a pesar de que los resultados de las Pruebas Aprender nos indican cada año con contundencia que los repitentes aprenden menos que el conjunto, y que a medida que aumenta la sobreedad, rinden inclusive peor, más lejos de los pretendido. Entonces, ¿frente a qué tipo de noticia o reforma estamos? ¿Es esto una revolución copernicana, una irresponsabilidad guiada por la mala política, o una acción cosmética y no mucho más? ¡¿O acaso es todas esas cosas a la vez?!
La repitencia escolar puede ser interpretada, a mi juicio, tanto como el signo del fracaso de un sistema escolar, como el emergente más patente de un sistema que, equivocadamente, pretende tratar a todos los aprendices de la misma manera. Ambas interpretaciones nos llevan a una valoración negativa del suceso (es mejor que la repitencia no ocurra en ambos casos), pero poseen orígenes marcadamente diferentes. En un caso, el ‘error’ o desvío se produce por mala gestión de los aprendizajes, por las razones que fuere (docentes mal preparados, alumnos que no estudian, familias que no acompañan, currículas oficiales que no estimulan, ministerios que no proveen suficientes fondos, inspectores que entorpecen, directores que no gestionan, infraestructuras edilicias deficitarias), mientras que en el otro caso la repitencia se da no por mala gestión sino por un mal diseño del sistema, esperando que todos aprendan lo mismo, al mismo ritmo, dictado de la misma manera, respondiendo por igual a idénticas consignas.
Ya decía Isaac Asimov en 1988 que ‘…en la actualidad se llama aprendizaje a algo que te fuerzan aprender. Todos son obligados a aprender lo mismo, el mismo día, a la misma velocidad en la clase. Y todas las personas son diferentes: para unos esa metodología va muy rápido, para otros muy lento, para otros en la dirección equivocada…’. Y este razonamiento fue realizado antes de internet (1992), Amazon (1994), Netflix (1997), Google (1998), Wikipedia (2001), Facebook (2004), Spotify (2006), Airbnb (2008), Uber (2009), Instagram (2010), el movimiento de indignados, las criptomonedas, el ciclón de las MOOCs, la viralización de las charlas TED, el IoT, la impresión 3D, la IA, la robótica, el machine learning, la big data, la realidad virtual y la realidad aumentada. O sea, a pesar la brillantez de su diagnóstico y predicción (‘…una vez que tengamos computadoras en cada hogar, cada una de ellas conectada a enormes bibliotecas donde cualquier persona pueda hacer cualquier pregunta y obtener respuestas, obtener material de referencia de algo en lo que esté particularmente interesada en conocer, desde una temprana edad, por más tonto que pueda parecer el asunto para otros, haciéndolo a su propia velocidad, en su propia dirección y a su propio tiempo, entonces todo el mundo disfrutará aprendiendo…’), Asimov se quedó corto, ¡cortísimo!
El aprendizaje profundo y significativo es una experiencia personal e individual de la que la escuela nunca se ha ocupado, por decisión o imposibilidad, lo mismo da. Este, difícilmente ocurre al mismo ritmo entre chicos de misma edad. Los chicos aprenden cuando quieren, sostiene Sugata Mitra desde tu teoría del aprendizaje mínimamente intervenido, y no cuando otros lo imponen. Dado que la escolaridad siempre ha intentado hacer de la igualación y estandarización una estrategia pedagógica inviolable, en la práctica fue encontrando sus límites. Mas allá de la persistencia en desarrollar exámenes estandarizados que intenten medir en forma homogénea el progreso que chicos y chicas supuestamente iguales van mostrando en sus aprendizajes escolares, como estrategia pedagógica es un grave error, pues estos solo miden un tipo de conducta y disciplina memorística que atiende cuestiones de repetición y no necesariamente de comprensión. Gardner suele recriminarle al sistema educativo que nunca se ha comprometido con el aprendizaje de la comprensión profunda, y que solo se ha conformado con la representación de formas memorísticas de repetición, tratándolos como proxy de aprendizaje.
Analizado desde ese punto de vista, la repetición no necesariamente es algo malo en sí mismo, sino que es malo en relación con un tipo de diseño escolar. En el sistema actual, tanto en nuestro país como en muchos de los sistemas educativos de la región, repetir es un problema, y no aprender todos al mismo ritmo también. Es un intríngulis de que es difícil escaparse, y me pregunto si es posible apuntalar la calidad de los aprendizaje con buena gestión dentro de un sistema que no sea reestructurado en sus fundamentos pedagógicos.
Por lo tanto, debemos preguntarnos es si el sistema escolar actual, dentro del cual se busca que los alumnos no repitan y avancen al mismo ritmo, el ritmo de la cohorte, es algo que deba seguir sosteniéndose.
Si la modificación realizada en el vecino país es solo una acción cosmética realizada con el fin de ‘encubrir’ un indicador clave de un sistema escolar anticuado, entonces es una pésima política y una mala noticia. Si, en cambio, la modificación nos está dando indicios de que el sistema escolar de ese país está comenzando a virar hacia una mirada más centrada en el alumno como un ser individual y no tanto como parte de un lote de personas, entonces merece atención y seguimiento.
*Fuente: http://juanmariasegura.net/index.php?s=noticia&titulo=Repetir+o+no+repetir%2C+%C2%BFes+esa+la+cuesti%C3%B3n%3F&nid=180