Aquiles contra el Mineduc

Por: Pablo Ortúzar.

La educación es una labor social y política. Ella es el medio por el cual nuestra humanidad adquiere forma, carácter y contenido. Es el principal vehículo de la cultura. Y ya que el rol educador le cabe en primer lugar a la familia, los expertos educacionales, los funcionarios del Mineduc y los teóricos del currículum no tienen autoridad alguna para decir a los ciudadanos que estos asuntos no nos competen.

La mera existencia de un currículum nacional, de hecho, tiene mucho más que ver con decisiones políticas que con razones pedagógicas. La homogeneización cultural de la población es uno de los mecanismos fundamentales de dominación de los Estados nacionales. Luego, debemos asumir también que la disputa por la configuración de dicho currículum es, aunque no abiertamente partidista, política e ideológica. Esto, porque ella está motivada, en lo principal, por proyectos de sociedad y de país, y no por conocimientos expertos asibles solo por algunos especialistas. Cuando se discute sobre qué deberían saber todos los chilenos y cómo deberían aprenderlo se está discutiendo, en realidad, sobre lo que Chile es y debería ser.

Por supuesto, existe en paralelo a este debate una realidad educacional mucho más concreta. La vida cotidiana de estudiantes, profesores y establecimientos. Un mundo cargado de inercia. Por eso a veces parece ocioso discutir si tal ramo debería llamarse de una forma u otra, considerando lo resistentes que son los hechos a las disquisiciones de papel. Pero lo cierto es que estos esquemas generales pueden tener efectos de largo plazo, abriendo o cerrando la puerta a distintas posibilidades. Aunque los contenidos sean, al principio, iguales, es distinto estudiar “ciencias naturales” que “ciencias para la ciudadanía”.

Pero no solo la configuración de cada ramo abre y cierra opciones, sino que el esquema general del currículum impone una visión de mundo. Nuestro modelo actual, con su enorme cantidad de ramos sobre asuntos parciales, obedece, por ejemplo, al modelo profesionalizante que reemplazó al currículum clásico, considerado elitista. Así, de una formación anclada en las “artes liberales”, sostenida en los clásicos griegos, romanos y judeo-cristianos, pasamos a una orientada al civismo y la industria.

Asumiendo todo esto, creo que la situación crítica de la educación chilena exige no solo discutir públicamente sobre si historia debería ser o no un ramo obligatorio, sino derechamente sobre si tiene sentido mantener el modelo profesionalizante de organización del saber, por un lado, y la facultad del Estado para imponer un currículum kilométrico, por otro.

El principal producto de nuestro sistema educacional actual son analfabetos funcionales, poco productivos y sin sentido histórico. Una versión degradada de los ya degradados especialistas sin espíritu y hedonistas sin corazón que imaginó Max Weber como producto de la modernidad. ¿No es quizás el momento de evaluar lo que estamos haciendo, e imaginar un futuro donde, en vez de tribus de encapuchados balbuceantes, el latín y el griego, junto con todos los clásicos de ambos idiomas, retomaran el sitial civilizatorio que les corresponde en nuestras aulas y espíritus?

Fuente del artículo: https://www.latercera.com/opinion/noticia/aquiles-contra-el-mineduc/710908/

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Pablo Ortúzar

Antropólogo social