Redacción: Noticias de Gipuzkoa
Las periferias, geográficas e intelectuales, suelen tener el atractivo de las iniciativas que surgen para dar voz a intereses diversos y a menudo ignorados o silenciados desde los centros. Ira Katznelson, profesor de Ciencia Política en Nueva York, nos decía que la buena democracia es aquella que procede por medio de “movimientos” y no “grupos”, “de abajo arriba y de los márgenes al centro”;y esta expresión resume gráficamente el valor fundamental de las alternativas, del pensamiento crítico, de la disidencia, de la libertad y de la saludable rebeldía.
Las convenciones y el poder institucional, del tipo que sean, pueden sostener la democracia en tiempos de crisis, pero tienen el riesgo de anquilosarse en una lógica que no favorece la búsqueda del conocimiento y la verdad, el “argumento mejor”, lo contra-intuitivo, o el libre-pensamiento.
Son precisamente los movimientos -culturales, sociales y políticos- los que dinamizan la sociedad civil, ese “mundo de la vida”, ciertamente ambivalente, en el que Habermas sitúa la posibilidad de utopía. Con la imposición galante de consensos (que son a veces dogmas encubiertos), desaparece el valor esencial de lo alternativo, lo crítico y lo rebelde.
No resulta por ello sorprendente que el conservadurismo haya tenido siempre a gala excluir de su concepción de democracia y de lo público todo aquello que pudiera competir con el poder institucional (muchas veces secuestrado por grupos de interés) y que haya desconfiado también de forma elitista y obsesiva de la sociedad civil y su acción colectiva.
Hay infinidad de ejemplos que muestran esta lógica de tensión entre “centro” y “periferia”, o entre “coerción” y “capital”, según la formulación esquemática que Charles Tilly usa para explicar la formación de los estados europeos desde el siglo XV. Es una tensión dialéctica similar a la que se observa entre la crítica rebelde, por un lado, y la hegemonía del poder, por otro. Y ello no solamente en el campo de la política. De hecho, uno de los más claros ejemplos de la contradicción entre los polos opuestos que venimos mencionando es el sistema académico en su versión neoliberal, la que impera hoy en día.
Henry Giroux, teórico de la pedagogía crítica, afirma que privatización, mercantilización, militarización y desregulación son las nuevas categorías de orientación a través de las cuales se definen las escuelas, los maestros, la pedagogía y los estudiantes. Esta “pedagogía del analfabetismo” impulsada por el mercado ha liquidado la noción de libertad, convirtiéndola en gran parte en el deseo de consumir e invertir exclusivamente en relaciones que sirven solo a los intereses individuales. Perder la individualidad es ahora equivalente a perder la capacidad de consumir. El consumismo superficial junto con una indiferencia hacia las necesidades y el sufrimiento de otros ha producido una política de desconexión y una cultura de irresponsabilidad moral.
Es una responsabilidad fundamental de académicos, investigadores y profesores luchar por los derechos de los estudiantes para obtener una educación que no esté colonizada por intereses corporativos y no esté dirigida a desarrollar valores neoliberales y una personalidad empresarial. La rebeldía intelectual consiste aquí en transmitir a los estudiantes que deben ser plenamente conscientes de que un mundo mejor requiere que defiendan la responsabilidad civil, la justicia social y la democracia.
Aunque el poder institucional neoliberal instalado en las universidades pretenda lo contrario, mucho antes de que el mundo corporativo y financiero comenzara a hablar de “innovación de productos”, los educadores e investigadores ya habían adoptado el principio Heraclitiano de “todo fluye, nada permanece”. Esto se reflejó tradicionalmente en los planes de estudio y los contenidos de cursos específicos. La innovación es una forma de creatividad aplicada, y la creatividad y la intuición siempre han sido características destacadas en el trabajo de los mejores investigadores en cualquier campo del conocimiento (el “núcleo súper-creativo” de Richard Florida), desde los antiguos griegos hasta el presente.
Son los movimientos -culturales, sociales y políticos- los que dinamizan la sociedad civil, ese “mundo de la vida” en el que Habermas sitúa la posibilidad de utopía. Con la imposición galante de consensos (a veces dogmas encubiertos), desaparece el va
Existen innumerables ejemplos de creatividad aplicada en las ciencias, la filosofía, las artes y las ciencias sociales que demuestran la naturaleza esencialmente dinámica de la búsqueda de la verdad y el conocimiento y la tendencia de los investigadores a innovar constantemente. En este sentido, el mundo corporativo, dada su fascinación por la innovación, podría aprender significativamente de educadores, investigadores y académicos.
En el primer capítulo de su libro El científico rebelde, el gran físico y matemático Freeman Dyson escribe que el elemento común de la visión científica “es la rebelión contra las restricciones impuestas por la cultura local” y que los científicos “deben ser artistas y rebeldes, obedeciendo sus instintos propios más que demandas sociales o principios filosóficos”. Contrariamente a este concepto liberal, incluso libertario, de mentalidad científica abierta, ha habido una creciente presión sobre los científicos para respaldar lo que hoy en día se llama el “consenso científico”, en numerosos temas polémicos.
Los científicos disidentes frecuentemente se enfrentan al ostracismo y la denuncia cuando se atreven a ir a contra corriente. Los científicos rebeldes como Dyson, poco amigos de los “consensos”, siempre han tenido que enfrentar condena y resentimiento. La ciencia, de la mano del neoliberalismo, se ha hecho más autoritaria. Los estudiantes y jóvenes científicos deben, heroicamente, desarrollar independencia intelectual y autonomía en un mundo burocrático de poder institucional del que es difícil escapar.
Dyson se ha calificado a sí mismo como “hereje del calentamiento global”, el “dogma”, dice, más notorio de la ciencia moderna. La ansiedad por el calentamiento global le parece extremadamente exagerada y ha expresado abiertamente sus dudas sobre la validez de los modelos climáticos. Estos modelos, argumenta, “hacen un trabajo muy pobre al describir las nubes, el polvo, la química y la biología de los campos, las granjas y los bosques;no describen bien el mundo real en el que vivimos”.
Freeman Dyson es un hombre feliz de pertenecer a una pequeña minoría de científicos que se atreven a expresar abiertamente sus dudas respecto al consenso existente. Afirma que los modelos climáticos se ajustan a los datos observados, pero que no hay razón para creer que los mismos factores del modelo pudieran ofrecer el comportamiento correcto en un mundo con una química diferente, por ejemplo en un mundo con un aumento de CO2 en la atmósfera.
Lo importante de mantener esta postura es no solo que se hace gala de una gran valentía intelectual, sino que se intenta hacer prevalecer la idea de que, en la lógica del descubrimiento científico, es esencial poder preservar posibilidades de refutación de las teorías que son mayoritariamente aceptadas en cada momento.
Como sabía y nos explicó Karl Popper, la lógica de la ciencia es una sucesión de conjeturas y refutaciones, y sin la opción de la “falsabilidad” no hay propiamente conocimiento científico, una postura impecable y no objetable desde el punto de vista procedimental.
En su atalaya de crítico rebelde, Dyson no cree que haya habido un cambio reciente de ideas progresivas a ansiedades distópicas acompañando el relativo declive de Occidente y la conciencia creciente de un final no lejano para el planeta. Lúcidamente, Dyson nos recuerda que los mejores escritores siempre han sido distópicos: “En la década de 1890 tuvimos La Máquina del Tiempo de Wells y La Isla del Doctor Moreau. En la década de 1930, Un mundo feliz de Huxley. Nada de lo que se ha escrito recientemente es más triste que Wells y Huxley. Y a pesar de eso, siempre ha habido optimistas como Amory Lovins y yo. Recomiendo a Amory Lovins como un antídoto para la oscuridad y la fatalidad”.
Y Dyson, siempre fiel a sí mismo, asegura: “Hay una envidia duradera por parte de los académicos hacia la comunidad empresarial que no tiene nada que ver con el cambio climático. Los académicos que predican pesimismo y tristeza esperan poder vengarse de la comunidad empresarial al conquistar el poder”.
Fuente: https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/2019/07/11/opinion/tribuna-abierta/de-criticos-y-rebeldes