Por: Educación 3.0.
Ejercicios de respiración consciente, identificación emocional, aceptación, escucha activa… Estas son sólo algunas de las herramientas que contribuyen a la educación sexual, como recoge la enfermera y sexóloga Marta Casquet en ese artículo.
Cuando un chico de 16 años me preguntó “¿qué es lo que tengo que sentir?” me di cuenta del riesgo que existe cuando te relacionas con otras personas sin saber quién eres, qué sientes y qué deseas. Por tanto, cuando se aborda la educación sexual en el aula ha de hacerse teniendo en cuenta que el objetivo es que cada uno encuentre su bienestar sexual entendido como salud y como autonomía.
Máximo bienestar
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la Sexualidad como “el conjunto de condiciones anatómicas, fisiológicas y psicoafectivas que caracterizan cada sexo”. Es decir, sexualidad son todos los fenómenos emocionales y de conducta relacionados con el sexo que marcan de manera decisiva al ser humano en todas las fases de su desarrollo. “Se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales”.
Por su parte la UNESCO, en su informe “Educación Integral de la Sexualidad: Conceptos, Enfoques y Competencias”, va un paso más allá y habla de la educación sexual “como parte integral de la educación básica, que va más allá de la adquisición de conocimientos, ya que proporciona competencias y habilidades para la vida”.
De ahí que su objetivo sea contribuir a que la persona alcance el máximo grado de bienestar posible en relación con su condición de persona sexuada. El cómo vivamos, sintamos y nos expresemos con este hecho va a condicionar desde el concepto que tenemos de nosotros mismos hasta las relaciones que establecemos con los demás.
Educando desde el acompañamiento
La sexualidad es una condición muy amplia y esta circunstancia nos recuerda la importancia y responsabilidad que tenemos de acompañar a la persona en la construcción de la misma y en su propio descubrimiento. La mejor forma de abordar este aprendizaje es hacerlo de forma transversal, y que en ello participe el centro educativo y la familia sin perder de vista que la educación sexual es cuidado y acompañamiento.
Cuando hablamos de “la buena educación sexual” hacemos referencia a las capacidades humanas con las que vamos a interaccionar y no sólo a los contenidos. No se limita solo a la aportación de información, si no que también se ocupa del desarrollo de capacidades que permiten a la persona conocerse, aceptarse, expresarse y relacionarse de una manera satisfactoria tanto consigo mismo como con los demás.
El hecho de que una persona crezca atendiendo a los mandatos sociales en lugar de a sí misma es el origen de la mayoría de los comportamientos de riesgo. Conductas como un beso, una caricia o el coito son vías que encuentra nuestra sexualidad para expresarse. Pero no somos nuestras conductas, en cambio el modo en cómo atendemos a quiénes somos sí influye en nuestras conductas.
Entender el cuerpo
Por ello es importante enseñar a atender al cuerpo, a las sensaciones que percibe y emite, pero también a las emociones y a los sentimientos. Todas aquellas herramientas que contribuyan a entrenar esa atención estarán participando en la educación sexual, desde ejercicios de respiración consciente, identificación emocional y aceptación, hasta actividades para trabajar la paciencia, la focalización sensorial, el ejercicio físico o la escucha activa.
Por eso es importante que a la hora de transmitir la información se adopte una actitud adecuada y siempre acompañada de amabilidad, cuidado y afecto. Solo así será posible conectar y, por lo tanto, emocionar y educar.
Fuente del artículo: https://www.educaciontrespuntocero.com/opinion/educacion-sexual-asignatura-pendiente/106624.html