Por: Natalia Roldán Rueda.
La bióloga se traslada del Instituto Humboldt a la rectoría de la Universidad EAN, con la esperanza de salvar el planeta desde la raíz: a través del fortalecimiento de la educación ambiental.
Es fácil dejarse hechizar por Brigitte Baptiste. Ocurre de inmediato, con el saludo. Ella sonríe y parece que todo su cuerpo se entregara con amabilidad desbordada a ese momento, a uno, a pesar de que uno es solo un periodista más con las preguntas de siempre. Y su interés por dar todo en esa hora de conversación no es una pose, su generosidad hace parte de su naturaleza, está relacionada con su gentileza y da la impresión de que también se vincula con unas ganas secretas de compartir el conocimiento que ha reunido a lo largo de su vida y que considera que puede ayudar a iluminar, despertar y abrir otras mentes.
Brigitte es, antes que nada, una maestra. Y ha transitado por ámbitos tan variados y diversos que le han dado herramientas valiosas para abordar la enseñanza desde un punto de vista muy humano, que tiene como base la empatía, la creatividad y la necesidad de conexión. Por esta razón, y por todos los años que se ha dedicado a estudiar el medioambiente y la economía, desde septiembre será la nueva rectora de la Universidad EAN.
Después de una década como directora del Instituto Humboldt, decidió asumir este nuevo reto con el impulso de una institución cuyo pilar fundamental es el emprendimiento sostenible y con el interés de fortalecer las educación ambiental en el país, que tiene que ser una prioridad mundial, si queremos superar la crisis climática.
¿Por qué decide volver a la academia?
Porque creo que hace falta a hablar con más rigor de ecología y de medioambiente en la formación de la gente. Por la angustia con el tiempo en que vivimos, todo el mundo habla de estos temas y eso ha ido vaciando de contenido y de cuidado el debate. Sobre todo en las discusiones de las redes sociales, pero también en los movimientos políticos en las regiones. Por ejemplo, me preocupa mucho que el país crea que hay una disyuntiva entre petróleo y agua, o entre minería bien hecha y conservación. Eso proviene de la popularización de prejuicios y del oportunismo de ciertos líderes de opinión. Si a un candidato se le pregunta cuáles son sus causas, y vuelve a hablar del control de la corrupción y el acceso a los servicios públicos, ya no le creemos. En cambio, si habla de la protección de la fauna y de la flora, y de la recuperación de las fuentes de agua, ya tiene los votos asegurados. Pero sus propuestas ambientales son todas idénticas y no las hacen con una perspectiva cuidadosa y operativa.
¿Y por qué llega a la EAN, una institución que uno relaciona con los negocios y el emprendimiento?
Porque es una universidad que ha manifestado un compromiso con el emprendimiento sostenible, con la búsqueda de soluciones a los problemas que representa la crisis ambiental. Reconoce que no nos podemos quedar en el diagnóstico, en la crónica del desastre, sino que hay que utilizar las herramientas del conocimiento para afrontar los problemas contemporáneos. ¡Eso me encanta! Durante diez años en el instituto estuvimos generando conocimiento, pero el Humboldt no es una entidad que pueda actuar a fondo.
Su hoja de vida está llena de títulos académicos, ¿qué le ha a aportado la educación?
¡Uy! Sin mi acceso a la educación mi capacidad de conectar las diferentes dimensiones de la realidad sería mínima. Esa capacidad de conectar es la que me ha permitido ser creativa, y con esa creatividad ha sido más fácil tener resonancia en ámbitos completamente extraños. Así he modelado mi manera de aproximarme a los problemas, he vencido muchos prejuicios, me he convertido en una interlocutora más amable y más dispuesta a ver la perspectiva de otros. Eso, sumado a ser una persona transgénero, configura un espacio distinto de conocimiento.
¿Qué falencias considera que tiene la educación en Colombia?
¡Todas! Creo que es un sistema demasiado rígido y, por lo mismo, muy poco adaptativo y muy poco sensible a las diferencias regionales, tanto biológicas como culturales. Colombia es un país muy centralista y su modelo educativo está muy basado en una perspectiva nacionalista, integradora y poco sensible a la diversidad. Eso está impidiendo reconocer la naturaleza de la crisis ambiental por la que cruzamos. Todas las regiones parecen resistirse al modelo central, pero con unos mensajes muy simplistas: “no a la agroindustria”, “no a la minería”, “no al desarrollo de infraestructura”. Son eslóganes que no tienen sentido en todas partes. Además, la educación genera mucha frustración, porque es un modelo de promesas que no se cumplen. Te prometen que si estudias vas a tener más oportunidades, vas a vivir mejor, vas a acceder a más empleo y, a menudo, ocurre todo lo contrario: entre más te educas, más dificultades tienes de acceder a todo. Por último, nuestra educación aún no considera que vivimos en Colombia. Eso hace que siempre nos sintamos incómodos en nuestro propio país.
El neurocientífico Rodolfo Llinás siempre ha hablado de la importancia de una educación basada en entender, no en memorizar, ¿qué opina sobre esto?
Estoy totalmente de acuerdo. La educación siempre debe ser entendida como la formación de espíritu crítico, la formación de proyectos colectivos con una perspectiva intergeneracional. No soy experto en temas de educación, pero en mi experiencia el tema ‘memorístico’ era frustrante. Yo me resistía a estudiar Biología porque tenía la imagen de que la ciencia era un ejercicio de la memoria. Estamos atados a reverenciar la sabiduría de los antiguos en vez de gozarnos el conocimiento como los pueblos indígenas. Tengo una memoria absolutamente inútil, salvo que implique un ejercicio interpretativo, ahí sí me acuerdo de las cosas más absurdas. ¿Por qué? Porque es conocimiento relacional. He compartido esta discusión con muchos académicos, quienes aseguran que los estudiantes llegan a la universidad en unas condiciones realmente deplorables en este sentido. Cada vez los estudiantes son menos capaces de argumentar y tienen toda clase de limitaciones para participar activamente en la construcción de conocimiento. Si pensamos que con esas capacidades vamos a afrontar el cambio climático, estamos fritos. Tenemos que hablar del papel de la educación ambiental. La conciencia ambiental de los jóvenes es evidente, pero una cosa es el compromiso moral que tienen los muchachos y la chicas con estos temas, y otra cosa es que haya mejorado su capacidad crítica para contribuir. Yo creo que la preocupación por el medio ambiente es bastante retórica y emocional, y eso acaba, por ejemplo, en los animalismos sin fundamento, en recetas que se comparten en redes sociales, pero que no son verdaderas soluciones, o en movimientos sociales indignados que no tienen una perspectiva autónoma de la problemática ambiental. Ahora, hay mucha gente haciendo cosas muy interesantes, pero siempre es la sociedad civil o proyectos muy particulares. Y hay muchas discusiones que no se están dando. Si para construir una sociedad sostenible debemos reconvertirnos en todos los sectores, cómo vamos a pagar la reconversión. Nos quedamos en el comercial que nos dice que cerremos la llave del agua, un consejo que puede detonar discusiones más amplias, pero que requieren un nivel de conciencia y de discusión crítica que no está pasando por las redes, y que no está pasando por los medios. Si la crisis ambiental se profundiza, no vamos a lograr salir adelante con pañitos de agua tibia.
Necesitamos medidas estatales…
Necesitamos un Ministerio de Agricultura que se comprometa con la producción sostenible de alimentos y con una economía agraria sostenible, de eso no hay indicios… Eso no quiere decir que no haya gente trabajando en sostenibilidad, pero necesitamos un sector completo con un ánimo de modernidad. ¿Y cómo lo vamos a lograr? ¿Con qué recursos? ¿Con qué capacidades humanas estamos formando a los jóvenes para hacerlo? Necesitamos llegar a políticas estatales, necesitamos políticas educativas… Venimos hablando de sostenibilidad desde hace 35 años y cada vez pierde más sentido la palabra y se fortalecen los estereotipos de lo que significa ser ambientalista, como vestir al perrito o discutir si el oso Chucho estaba encarcelado o no.
¿Cómo va la investigación en el país?
Indudablemente, ha mejorado muchísimo y hemos formado miles de investigadores en estos últimos veinte años. Se ha organizado mejor la investigación en las universidades, hay cada vez más laboratorios… Colombia se ha convertido en una potencia en construcción de conocimiento y eso es chévere. La paradoja es que ha crecido dentro de un ambiente muy hostil a la innovación. Esto tiene mucho que ver con la miopía del modelo de desarrollo, que siempre privilegia al corto plazo, no la sostenibilidad. Yo creo que la frustración de la academia colombiana es el poco uso del conocimiento que se produce, pero también hay una complicidad perversa de sectores de la academia que están muy tranquilos, construyendo conocimiento inútil, que requieren un sacudoncito para que se comprometan un poco más en la construcción de discursos críticos. ¡Es que la universidad está muy callada!
Llinás también ha dicho que cuando le daban un juguete lo primero que hacía era desbaratarlo, para entender cómo funcionaba. ¿Cuál es la importancia de experimentar?
La experimentación es fundamental en la construcción de sostenibilidad. Los seres humanos somos constructores de cultura y la experimentación es la condición natural de la experiencia humana. Por eso no comparto la perspectiva conservadora de algunos movimientos ambientales que dicen no a la tecnología o a ciertas innovaciones. No soy una optimista tecnológica, en el sentido de que crea que la tecnología nos salvará, pero sí creo que la respuesta está en la combinación de la innovación social, la innovación tecnológica y la innovación económica. Hay personas que experimentan en su casa… ¡Yo hago experimentos todo el día para reducir mi huella ecológica! La ciudad de Medellín lleva unos buenos lustros experimentando esquemas de biodiversidad humana y tiene ahora áreas protegidas urbanas, un experimento urgente para encontrar soluciones a la contaminación del aire, a las enfermedades mentales de la gente o a la violencia callejera. Pero hay que aprender a documentar y hay que garantizar que los experimentos están bien hechos y son replicables. Hoy en día, la gente ha olvidado cómo se construye conocimiento robusto y comprobado. De ahí que haya tantas noticias falsas y esa debilidad para contrarrestar muchos prejuicios que se remontan a ideas de la edad media, como decir “El poder de la Luna te sanará”. No somos muy racionales, estamos llenos de supersticiones, y la mayoría son inocuas. Como decir: “Podemos curarnos del cáncer con un cambio de dieta”. ¡No! Uno no se cura de un cáncer con un cambio de dieta. Apenas la gente lea esto, 200 personas van a escribir a la revista diciendo: “Yo sí me curé con jugo de gulupa en ayunas”. Pero, ¿dónde está la evidencia? Lo que quiero decir es que tenemos problemas epistemológicos, no sabemos interpretar las estadísticas. En una columna, el profesor Armando Montenegro llamaba la atención sobre la ignorancia matemática básica: a todos nos enseñaron aritmética, matemáticas, geometría y cálculo, pero no somos capaces de interpretar un promedio.
Ha dicho que en las ciudades nos desconectamos de lo que nos rodea y que es necesario reconectarnos si queremos cambiar el planeta. ¿Cómo lo logramos?
Primero tenemos que preguntarnos en qué mundo estamos. No es lo mismo estar en Bogotá que en Lima. Son las cualidades de un lugar las que nos permiten aprovecharlo al máximo. Eso es clave entenderlo para tomar decisiones sobre el arbolado bogotano o el destino de la Van Der Hammen. ¿Vamos a seguir consumiendo un urbanismo genérico? ¿O vamos a experimentar con nuestras condiciones biológicas, climáticas y geológicas? Siempre tratamos de implantar cosas maravillosas que vimos afuera, y eso lo único que hace es expandir una homogenización y una globalización que simplifican todo.
Fuente de la entrevista: https://www.elespectador.com/cromos/estilo-de-vida/brigitte-baptiste-no-saldremos-de-la-crisis-ambiental-con-panitos-de-agua-tibia-articulo-878644