Por: Jorge Díaz Piña e Iliana Lo Priore.
Favorecer una política de salud que se defina como defensa y cuidado de la autonomía, tanto física, orgánica y biológicamente como intelectual, cultural y espiritualmente, ante el rotundo fracaso del modelo médico o clínico de salud que impuso la modernidad, –fracaso reconocido hasta por las mismas Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de Salud (OPS) y lo evidencian sus tendencias estadísticas de los incrementos sufridos y proyecciones de morbilidad y mortalidad a niveles internacionales o globales–, para garantizar el derecho a la participación y realización social de todos en los más diversos ámbitos de la convivencia social y de calidad de vida, es una tarea que nos concierne éticamente con prioridad desde el punto de vista individual y colectivo. Para comprender esta prioridad, hay que desechar la idea de que la salud consiste en no-estar-enfermo, y de estarlo no hay que asumir ser-paciente-clínicamente y depender únicamente de la atención médica o clínica para intentar restaurarla terapéuticamente.
Esta dependencia anula la autonomía, esto es, el autocontrol individual y colectivo de la vida. Esa dependencia es lo que ha sido instituido y enseñado educativa y culturalmente, mejor dicho, contraculturalmente, porque todo lo que atente contra la autonomía es opuesto a la cultura y a la libertad deseada como auto-co-determinación de los modos de satisfacer equitativamente y con justicia las necesidades y los deseos vitales, por cuanto la libertad responsable depende paradójica y relativamente de la autonomía. Sin embargo, la autonomía puede intervenir reflexivamente sobre las condiciones de poder y subordinación que alienan y hacen depender la libertad, e incidir contrarrestando su control heterónomo (por otros con poder que dominan y manipulan mediáticamente) a través de instituir contrapoderes emancipadores de la alienación para defender la calidad de vida e impedir su progresiva degradación por la depredación de la naturaleza y la corporeidad humana debidas al neoliberalismo que entre otras aspectos, induce las enfermedades endémicas, la contaminación y calentamiento global, el individualismo competitivo y su estresamiento correlativo, sobreexplotación de la fuerza de trabajo, la falta del cuidado de sí (y de los(as) demás), la producción y el consumo antiecológicos, condiciones antiergonómicas en el campo laboral, etc.
De allí la relevancia de saber articular la salud con la educación y lo instituido al respecto para indagar sobre las opciones alternativas. Para empezar, habría que recuperar concepciones sobre la salud que han sido solapadas. Entre estas, nos parece importante la definición dada por George Calguilhem en su famoso texto Lo normal y lo patológico (2005), al definir la enfermedad como la incapacidad de un cuerpo para instituir normas y transformarlas (lo patológico); lo contrario, su capacidad para normar o normarse (lo normal), sería lo saludable. Canguilhem lo expresó así:
“estar sano no es sólo ser normal en una situación dada, sino también ser normativo en esa situación y en otras situaciones eventuales. Lo característico de la salud es la posibilidad de superar la norma que define lo momentáneamente normal, la posibilidad de tolerar infracciones a la norma habitual e instituir normas nuevas en situaciones nuevas” (pp.149-150)
Por lo tanto, lo normal o saludable se correspondería con la condición autónoma de los cuerpos. Así mismo, lo opuesto seria lo alienante, la limitación de la autonomía y de su libertad relativa o plena. En consecuencia, la opción alternativa a la terapéutica médica que transforma al presunto enfermo en paciente (alienado por carecer de capacidad para normarse o normalizarse por cuenta propia), radicaría en aquella que restaure su capacidad de normar con autonomía y lo desaliene de su sujeción o dependencia.
Lo expuesto hasta ahora, advierte en torno a los obstáculos que se le interpondrían a la realización de una política pública de salud orientada a propiciar y favorecer la autonomía porque tanto la lógica del discurso educativo como la dinámica de lo institucional prevaleciente, así como el modelo médico, conspiran contra ello, ya que su naturaleza sociocultural es reproductora de la dependencia heterónoma, de la sujeción de los individuos al biopoder (el poder ejercido sobre la vida). No obstante, al ser lo institucional un mecanismo social para estabilizar el sentido y las condiciones de realización del discurso hegemónico sobre la salud y la enfermedad, la estabilidad así conseguida, está condicionada por la entropía (tendencia a la degradación o disfuncionalidad de un cuerpo, organización o sistema, -es la segunda ley de la termodinámica-, y que, por ello, tiende a producir una reestructuración interna alternativa o superadora denominada neguentropía, también llamada, estructura disipativa), por la inercia que genera y que, al mismo tiempo, demanda su transformación a través de la dialéctica de lo instituido y lo instituyente o contrainstitucional, como el análisis institucional de René Loureau (1991), en su obra El análisis institucional, y otros, nos lo han hecho comprender. Ellos han puesto en evidencia la acción de sujeción y entropía de lo instituido en las organizaciones y la potencial acción alternativa de lo instituyente o estructura disipativa que se le contrapone mediante analizadores o dispositivos de análisis que lo hacen manifestar.
Con base en ello, propondremos una estrategia interpretativa y de promoción transformadora de las relaciones complejas e incompletas por su incertidumbre, entre las acciones educativas y la dinámica institucional en el campo de las políticas de salud. Una estrategia de naturaleza tensional y no causal, que permita construirle viabilidad teórica y metodológica a las políticas públicas en salud a través de la educación permanente de los trabajadores de la salud y de toda la población, que contribuyan al desarrollo de su autonomía social para defender y construir calidad de vida.
La estrategia consiste en representar y dinamizar las relaciones a manera de cruzamientos entre el eje de los dispositivos lo-institucional y lo-educativo, y el eje continuo y diferenciador de los estados dependencia-heterónoma y autonomía. A tal efecto lo ilustraremos con un diagrama en el que se interceptan los ejes para lograr representar y dinamizar los cruces.
En el plano inferior al eje horizontal, ubicamos los cuadrantes correspondientes a los cruzamientos entre lo-institucional y lo-educativo con la dependencia-heterónoma, bajo el dominio de la racionalidad instrumental (o lógica de pensamiento y acción que inviste o concibe a todos los aspectos como medio, recurso o instrumento para lograr un objetivo).
El cuadrante de lo educativo/dependencia-heterónoma ubica el proceso de normalización social que se da por medio de las acciones educativas de poder-saber a escala masiva o gestión-de-gubernamentalidad sobre la población y de la subjetivación individual o “gobierno-de-sí-mismo(a)”: como se debe ser.
El cuadrante de lo institucional/dependencia-heterónoma activa la construcción de lo instituido como norma por el poder que, de acuerdo a lo expuesto con anterioridad, corresponde a lo establecido como lo normal y lo patológico para el campo de la salud, y como lo normal y lo no-normal para otros campos (por ejemplo, el educativo).
Como ya señalamos, estos dos cuadrantes interactúan retroactivamente reforzándose entre sí, ya que lo educativo institucionaliza y lo institucional educa; conformando una barrera que a modo de eje-pared, salvaguarda a la dependencia-heterónoma y bloquea las acciones que tiendan a favorecer la autonomía; es su dinámica institucional inmanente, lo instituido y la normalización operan con ese horizonte de sentido. Entre las posibles acciones de autonomía bloqueadas, reprimidas o subordinadas ubicamos, por ejemplo, a las terapias alternativas a las alopáticas: saberes terapéuticos populares o ancestrales que son acervos culturales de las comunidades originarias, étnicos, etc.
El plano superior del eje lo-institucional/lo-educativo, localiza su articulación con respecto a la autonomía bajo el horizonte de sentido que produce la racionalidad comunicativa-afectual, o razón sensible-empática, es decir, el consenso crítico que induce la afectación identificadora de sentir y sentirse juntos entre los(as) involucrados(as), (los(as) presuntos(as) enfermos(as) o pacientes, familiares, amistades, trabajadores(as) de la salud, etc. principalmente) que se comunican por afectualidad (resonancia empática entre los cuerpos que, a diferencia de la afectividad que es intersubjetiva, es trascendente por ser trans-subjetiva). Este plano es dinamizado por la búsqueda de autonomía como factor atractor y convertidor de las acciones de lo institucional/autonomía. Orienta la reinterpretación de lo instituido como lo normal y lo-patológico/no-normal, a través de su crítica y replanteo como patología-de-lo-normal, propiciando con ello la emergencia de una nueva y relativizada normatividad de lo instituyente, una nueva institucionalidad que late virtualmente como proyecto en el cuadrante de lo-institucional/dependencia-heterónoma.
El cuadrante de la autonomía/lo-educativo, como manifestación reproductora y reforzadora de lo instituyente, activa las acciones auto-co-educativas intersubjetivas afectuales o empáticas, y de reconocimiento de las alteridades u otredades entre sí de los(as) involucrados(as), y de la puesta en escena de la experiencia-de-sí (lo que cada quien ha acumulado reflexivamente individual y comunitariamente como acervo vivido de su tránsito en la condición de enfermo o paciente, familiar, etc.) en la construcción de su autonomía, que se encuentran contrarrestadas, resistiendo, en los cuadrantes de la dependencia-heterónoma/lo-educativo y dependencia-heterónoma/lo-instituido. El reconocimiento de la afectualidad entre pacientes, familiares, amistades, etc., puede llegar incluso a formar grupos o movimientos sociales en defensa de la calidad de vida y contra el neoliberalismo.
La representación gráfica no contrapone excluyentemente a los dos planos que configuran los ejes de manera horizontal. Si bien los distingue, los relaciona también sistémicamente, de modo que la entropía provocada por la inercia de la dependencia-heterónoma, sea superada por su negación o energía neguentrópica reconfiguradora del atractor autonomía, que la toma de la conversión ecológica de los efectos “residuales” (resistencias contrainstitucionales: por malestares, decepciones, ineficacia, malas praxis, rebeldía, etc.) propiciadas por la misma entropía de la dependencia-heterónoma del modelo médico de salud.
Es una relación compleja, auto-eco-reorganizadora, en términos del pensamiento complejo de Edgar Morin expresado en sus diversos textos publicados. Con esta perspectiva nos inscribimos en una nueva racionalidad política, una biopolítica como la definió Antonio Negri en su Del retorno. Abecedario biopolítico (2002), que responde a una analítica de la resistencia al biopoder, y en un proyecto ético que para Paul Ricoeur en el texto El sí mismo como otro (1996), orienta “a vivir-bien con y para los otros en instituciones justas y a estimarse a sí mismo en cuanto portador de este deseo” (p. 393), en fin, en la lucha por una “estética de la existencia”.
Correos: diazjorge47@gmail.com / ilianalopriore11@gmail.com
Autor Imagen: Luis Tinoco.