Carlos Aldana
¡Cuánto nos cuesta entender que en una emergencia solo se aprende lo que la emergencia supone, no lo que el currículum oficial impone!
No sé cómo lo esté llevando Europa, específicamente España. Pero aquí en Latinoamérica, Guatemala en particular, en el momento que se empieza a cerrar toda actividad y a obligar al confinamiento, se ha disparado la ansiedad por cubrir el programa de estudios mediante mecanismos virtuales.
Una gana enorme de cumplir y mantener el ritmo de aprendizaje escolar ha sido manifestada de maneras que, a la tensión por la sobrevivencia y la integridad, se le agrega la necesidad de cumplir con las exigencias impuestas a distancia por los curriculistas virtuales.
La neurociencia viene enseñando que cuando sucede una situación de peligro, el cerebro humano bloquea su sistema inmunológico y, por supuesto, también sus capacidades normales de aprendizaje académico. Esta es una emergencia que no sucede a un grupo, a una comunidad, ni siquiera a un país. ¡Es una emergencia global! De esas que para casi todos los habitantes del planeta constituye una situación inédita. Totalmente nueva. Hemos vivido “toques de queda”, situaciones de emergencia, confinamientos breves y locales, pero nunca habíamos visto que casi todo el planeta compartiera este tipo de hechos. Es realmente una emergencia para la vida planetaria.
Por lo tanto, es preciso tener claro que una es la prioridad básica: ¡Mantenernos sanos, mantenernos con vida! Más allá de esto, incluido lo que sentimos y hacemos por nuestros cercanos, nada es relevante y crucial. Después de ir cubriendo este elemento fundamental y crucial, podemos ir pensando en la continuidad y sostenimiento de ciertos procesos de aprendizaje.
Es decir, con flexibilidad, sin la ansiedad curricular de cubrir todo (incluso como si estuviéramos en tiempos escolares ordinarios). Se trata de que el aprendizaje escolar gire alrededor de conocimientos que pueden alcanzarse mediante formas virtuales, pero principalmente, de generar conocimientos alrededor de la vida presente: la pandemia, las estrategias para superarla, cómo vivir en familia, qué será de nuestra existencia después de la crisis, la realidad de los más excluidos y vulnerables, la situación política, los cambios en la higiene y en la vida sanitaria, etcétera. Aprender desde y para la emergencia puede ser el aprendizaje central de estos días, y si se quiere cumplir con ciertas obligaciones o requisitos oficiales de rendimiento, pues seamos más vitales y creativos. ¡Hay tanto para aprender de esta situación!
¡Cualquier recurso que nos permita superar la crisis, aprender de ella, mantenernos vivos, seguir aprendiendo, es útil y bienvenido! Al servicio de los fines (la vida, la integridad, el aprendizaje) deben colocarse los medios (redes, plataformas, medios virtuales diversos). Lecturas diversas, acceso a páginas, envío de recursos por redes sociales o correo electrónico, son ejemplos de una diversidad que debemos aprovechar.
Pero no dejemos fuera a millones de escolares latinoamericanos que no tienen computadora, mucho menos servicio de Internet en casa, o teléfonos celulares, a lo cual se suma que tampoco tienen hábitos de aprendizaje (con padres y madres deficitarios en este sentido). Esos millones de pequeños y pequeñas que viven en lugares sin agua, con alta vulnerabilidad y riesgos para esta pandemia y cualquier otra situación sociogénica. Ellas y ellos representan una realidad más que dramática. ¡Escandalosa, vergonzosa, inmoral!
Entre sobrevivir y cumplir con el currículum, está claro que, como seres inteligentes optamos por lo primero. Pero llegará el momento en que comprendamos que ambos elementos se imbrican. Un currículum que coloque a la vida digna y plena en el centro podrá ser una herramienta para la sobrevivencia. Para que trascendamos del mismo hecho de sobrevivir, de estar vivos, a la condición de sentirnos vivos de manera completa y plena.
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