Gemma Lienas: «Solo los jóvenes pueden impulsar el cambio que necesita esta sociedad»

  • Si hay que buscar culpables de esta crisis sanitaria, la escritora Gemma Lienas los conjuga en primera persona del plural: nosotros. La lista de cosas que hacemos mal es larga, pero se resume en un consumo desbocado. «A mis nietos les digo que deberán comprometerse y comenzar a trabajar para hacer una sociedad diferente», afirma.

Gemma Lienas marchaba a Galicia, para un encuentro con los alumnos de un instituto que habían estado leyendo un libro suyo, el día antes de que cerraran todas las escuelas. Y ya no fue. El confinamiento no ha cambiado su rutina laboral, pero sí su vida, como la de todo el mundo, y sobre todo toma muchísimas precauciones cada vez que sale y entra en casa, porque es población de riesgo «por edad y por historial médico», dice . «¡Voy con mucho cuidado porque yo tengo ganas de vivir!». Vitalidad no le falta. A través de la escritura ha conectado con pequeños y grandes, y, en especial, con varias generaciones de adolescentes a través del personaje de Carlota; también fue diputada en el Parlamento catalán en la legislatura más explosiva, y ahora sigue con la militancia feminista en la que se enroló hace muchos años. «Cuando uno escribe también hace política, porque transmite ideas, y quizás así llego a mucha más gente que de la otra manera», comenta Lienas.

Para una escritora el confinamiento debe el estado natural.

Es así. Lo que me pesa más es no poder abrazar a mis nietos, mis hijos o mis amigos. Por lo demás, mi vida no ha cambiado demasiado, porque yo siempre trabajo en casa y, por tanto, no he notado una gran diferencia. Es decir, claro que ha habido muchos cambios, pero el hecho de quedarse en casa para mí ha sido menos traumático que para mucha gente, estoy muy acostumbrada. La gran diferencia es el contacto con la gente que quieres y el hecho de no haber podido salir a caminar durante muchas semanas.

Publicó un artículo en el que venía a decir que la Tierra se estaba defendiendo de nosotros, y que volvería a sonreír el día que nos perdiera de vista.

Sí, en el periódico PuntAvui, se titulaba «Nuestro planeta sin nosotros», jugando con el título de aquella película de Isabel Coixet, Mi vida sin mí. Lo que venía a decir es que, en gran parte, todo lo que está pasando es culpa nuestra. Expulsamos a los animales de sus hábitats naturales, permitimos una tala indiscriminada de árboles, usamos mil pesticidas que tienen incidencia en la salud, incentivamos sistemas de regadío que son poco sostenibles, hacemos ganadería intensiva que provoca nuevos virus, usamos antibióticos en animales, deslocalizamos la industria y la producción, hay un exceso de producción y de emisión de gases contaminantes, generamos toneladas y toneladas de residuos… todo esto y un sistema económico basado en la ingeniería financiera y no en el trabajo real es lo que nos ha llevado aquí.

El trabajo real se ha visto estas semanas.

El trabajo más importante de estos dos últimos meses han sido los cuidados, y la gente que se dedica al trabajo de los cuidados es la que nos ha salvado, y prácticamente todo son mujeres y con trabajos muy precarios y mal pagados.

En resumen, que por lo que dice en el artículo nos merecemos lo que tenemos.

Nos lo hemos buscado. Y si no cambiamos algunas cosas esto se reproducirá dentro de un tiempo. Claro que virus siempre ha habido, pero nunca la sociedad se ha movido tanto y ha sido tan capaz de trasladarlos de aquí para allá. Y, por lo tanto, a pesar de que hemos avanzado en muchas cuestiones en el ámbito médico y de higiene, en otros aspectos lo estamos haciendo muy mal. Si tuviera que hacer una carta a los reyes pediría que cambiaran estas cosas, pero no lo creo, veo demasiada gente que no entiende lo que está pasando.

¿Quiere decir que ya hemos bajado la guardia y que lo único que piensa la gente es volver a como era su vida antes?

Exacto, y eso es imposible. Para ponerte un ejemplo muy pequeño, la gente ya no respeta las franjas horarias para salir a la calle. O las distancias. Esto es no tener conciencia de lo que está pasando ni qué efecto puede tener sobre los demás lo que estás haciendo. Una falta total de responsabilidad y solidaridad. Aunque hay mucha gente que es muy consciente, pero claro, cuando se te han muerto familiares o amigos, o tienes gente muy cercana que ha estado muy mal a causa del virus, y a mí me han pasado las dos cosas, tienes muy claro que esto es muy grave y te fijas mucho en la gente que no es nada consciente.

Pero, sobre todo, lo que quiero decir es que estamos dominados por un sistema económico que no tiene sentido, basado en un incremento constante de la producción y el consumo, y eso ya se ve que no es sostenible. La gente que se hace rica no lo hace trabajando, sino con ingeniería financiera. Y los gobiernos cada vez tienen menos peso, en detrimento del que tienen cada vez más las supergrandes plataformas digitales que, además, ni siquiera pagan impuestos. Y la derecha hizo todos los recortes que hizo, pues ahora lo hemos pagado muy caro.

¿Cree que eso la penalizará electoralmente?

¡No han reconocido nada! Ni la derecha catalana ni la española, ahora parece que no han hecho nada de lo que hicieron. Los recortes nos dejaron en una situación dramática y la gente que está en primera línea de fuego ha pasado situaciones de riesgo y no entiendo cómo las han aguantado. Deben estar agotados y, por eso, da tanto miedo que haya un rebrote, porque tenemos a los sanitarios agotados, tanto física como psicológicamente.

Usted que conoce bien los y las adolescentes, ¿habrá una generación tocada por esta experiencia?

No he tenido tiempo todavía para hablar de ello ni siquiera con mis nietos. Los pobres tienen tanto trabajo, tantos deberes, que no tienen tiempo de hacer nada más. Pero bueno, lo que sí les digo a mis nietos es que son ellos quienes habrán de impulsar un cambio. No podemos continuar viviendo como lo estamos haciendo, consumiendo un planeta y medio cada año, esto no tiene sentido. O sea que les digo que se tendrán que comprometer y empezar a trabajar por una sociedad diferente. Deberán exigir cambios.

Quizás es verdad que a consecuencia de ello sale una generación mucho más concienciada y militante.

Es posible. Yo lo espero, porque sólo la gente joven es la que puede impulsar este cambio. Los jóvenes han vivido una crisis económica en 2008 y en los siguientes años, de la que no nos habíamos recuperado aún, y ahora les ha tocado esto.

¿Todo esto le está inspirando algún argumento literario?

Ahora estoy escribiendo una novela que no tiene nada que ver con ello; quizás en el futuro salga algo, pero yo siempre necesito dejar pasar tiempo, sedimentar lo que me está pasando y tal vez me salga pasados diez años. Ahora bien, en mi última novela de adultos, que es El hilo invisible, hablo de la gripe española, que de hecho no era española y que mató a 50 millones de personas en Europa. Como tenía que escribir sobre esto, porque los bisabuelos de una de las protagonistas habían muerto de la gripe española, estuve investigando y leí que muchos epidemiólogos decían que esto en cualquier momento se podría volver a producir, y lo puse en la novela, y ahora mucha gente que lo ha leído me lo ha hecho notar, y me preguntan cómo puede ser que hace dos años yo hubiera previsto algo así. Pero yo no preví nada, simplemente me hacía eco de lo que ya decían muchos epidemiólogos. De hecho, hemos tenido otras epidemias y tenemos otra que es muy grave, que es la del SIDA, que ha dejado de momento 25 millones de muertos y para la que todavía no hay vacuna. El SIDA hizo cambiar muchas cosas, como la forma en que la gente se relaciona sexualmente. Ahora seguramente también cambiaremos cosas, quizás nos acostumbraremos a ir con mascarilla mucho más a menudo, como hacen en Japón, donde la gente se la pone siempre cuando está enferma por no infectar a los demás.

¿Los escritores ha sufrido mucho esta crisis?

La hemos sufrido porque para nosotros la época de las conferencias es de marzo a junio, y se han anulado todas. Además, hay gente que aún no ha cobrado las liquidaciones de 2019, que se pagan en esta época, y hay aún editoriales que no han pagado, pero en cambio mucha gente nos han pedido cosas, hemos proporcionado muchos contenidos gratuitos. Este confinamiento se ha podido resistir gracias a mucha gente que hace trabajos precarios, algo que debería cambiar, ya que muchos han podido distraerse y abstraerse de la crisis gracias a la música, el cine, el teatro, la lectura … y todo esto es lo que está peor pagado en estos momentos. Es una pena que todo lo que nos ha permitido superar la crisis es lo que está peor pagado.

Y, de postre, este Sant Jordi tan descafeinado que tuvimos …

Esto ha sido un golpe durísimo para todos, porque no se ha vendido casi nada. Se supone que en julio se podrá hacer, pero ya veremos, yo lo veo muy difícil. Yo iba a sacar un libro nuevo, que se quedó en la imprenta; además se llama La verdadera leyenda de Sant Jordi, por tanto no se puede vender a ninguna otra época del año. En el fondo, el drama es que vivimos en un país en el que la gente no compra libros.

Los compramos una vez al año.

Claro ,y esta vez, el año permite que subsistan muchas editoriales y muchas librerías, pero supongo que muchas cerrarán, y a los autores nos pasará lo mismo. Conozco cada vez más autores que se dedican a otros trabajos porque de esto no se puede vivir.

¿Ha tenido ocasión de hablar con maestros y alumnos y hacerse una idea de la situación de la educación durante el confinamiento?

Me parece terrible que la brecha entre las clases más favorecidas y las más desfavorecidas se esté haciendo aún mayor. Hay familias que no tienen ordenador ni conexión a internet, y esta gente está absolutamente descolgada. Es verdad que ha habido profesores que han hecho muchos esfuerzos para hacer llegar estos ordenadores, pero no sé hasta qué punto se ha solucionado nada. Y otra cosa es que el hecho de dar clase desde casa está creando un problema grave de conciliación, sobre todo para las mujeres, porque la mayoría de trabajos de la casa todavía recaen sobre las mujeres, y esto se suma que trabajar desde casa y tener que ayudar a los hijos a hacer los deberes. Muchas mujeres con niños pequeños me han dicho que es horroroso, que no pueden más.

Pero la otra solución, la de volver a los centros, no es nada fácil.

Tampoco lo veo, que volver a la escuela en este momento es imposible. Por eso tendremos que encontrar soluciones imaginativas, no sé qué. Quizás la solución pasa por utilizar espacios públicos como centros cívicos u otros que tienen las administraciones y doblar las clases y contratar más docentes. O tal vez, si hay que seguir dando clases en streaming, las bibliotecas puedan servir para que los chicos sin ordenador ni conexión puedan ir a hacerlas. No sé, se deben buscar soluciones para que nadie quede descolgado.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/05/21/solo-los-jovenes-pueden-impulsar-el-cambio-que-necesita-esta-sociedad/

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Sobrevivencia o currrículo

Carlos Aldana

¡Cuánto nos cuesta entender que en una emergencia solo se aprende lo que la emergencia supone, no lo que el currículum oficial impone!

No sé cómo lo esté llevando Europa, específicamente España. Pero aquí en Latinoamérica, Guatemala en particular, en el momento que se empieza a cerrar toda actividad y a obligar al confinamiento, se ha disparado la ansiedad por cubrir el programa de estudios mediante mecanismos virtuales.

Una gana enorme de cumplir y mantener el ritmo de aprendizaje escolar ha sido manifestada de maneras que, a la tensión por la sobrevivencia y la integridad, se le agrega la necesidad de cumplir con las exigencias impuestas a distancia por los curriculistas virtuales.

La neurociencia viene enseñando que cuando sucede una situación de peligro, el cerebro humano bloquea su sistema inmunológico y, por supuesto, también sus capacidades normales de aprendizaje académico. Esta es una emergencia que no sucede a un grupo, a una comunidad, ni siquiera a un país. ¡Es una emergencia global! De esas que para casi todos los habitantes del planeta constituye una situación inédita. Totalmente nueva. Hemos vivido “toques de queda”, situaciones de emergencia, confinamientos breves y locales, pero nunca habíamos visto que casi todo el planeta compartiera este tipo de hechos. Es realmente una emergencia para la vida planetaria.

Por lo tanto, es preciso tener claro que una es la prioridad básica: ¡Mantenernos sanos, mantenernos con vida! Más allá de esto, incluido lo que sentimos y hacemos por nuestros cercanos, nada es relevante y crucial. Después de ir cubriendo este elemento fundamental y crucial, podemos ir pensando en la continuidad y sostenimiento de ciertos procesos de aprendizaje.

Es decir, con flexibilidad, sin la ansiedad curricular de cubrir todo (incluso como si estuviéramos en tiempos escolares ordinarios). Se trata de que el aprendizaje escolar gire alrededor de conocimientos que pueden alcanzarse mediante formas virtuales, pero principalmente, de generar conocimientos alrededor de la vida presente: la pandemia, las estrategias para superarla, cómo vivir en familia, qué será de nuestra existencia después de la crisis, la realidad de los más excluidos y vulnerables, la situación política, los cambios en la higiene y en la vida sanitaria, etcétera. Aprender desde y para la emergencia puede ser el aprendizaje central de estos días, y si se quiere cumplir con ciertas obligaciones o requisitos oficiales de rendimiento, pues seamos más vitales y creativos. ¡Hay tanto para aprender de esta situación!

¡Cualquier recurso que nos permita superar la crisis, aprender de ella, mantenernos vivos, seguir aprendiendo, es útil y bienvenido! Al servicio de los fines (la vida, la integridad, el aprendizaje) deben colocarse los medios (redes, plataformas, medios virtuales diversos). Lecturas diversas, acceso a páginas, envío de recursos por redes sociales o correo electrónico, son ejemplos de una diversidad que debemos aprovechar.

Pero no dejemos fuera a millones de escolares latinoamericanos que no tienen computadora, mucho menos servicio de Internet en casa, o teléfonos celulares, a lo cual se suma que tampoco tienen hábitos de aprendizaje (con padres y madres deficitarios en este sentido). Esos millones de pequeños y pequeñas que viven en lugares sin agua, con alta vulnerabilidad y riesgos para esta pandemia y cualquier otra situación sociogénica. Ellas y ellos representan una realidad más que dramática. ¡Escandalosa, vergonzosa, inmoral!

Entre sobrevivir y cumplir con el currículum, está claro que, como seres inteligentes optamos por lo primero. Pero llegará el momento en que comprendamos que ambos elementos se imbrican. Un currículum que coloque a la vida digna y plena en el centro podrá ser una herramienta para la sobrevivencia. Para que trascendamos del mismo hecho de sobrevivir, de estar vivos, a la condición de sentirnos vivos de manera completa y plena.

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La vida sigue…, aunque no lo parezca

Por: Juana M. Sancho

La vida sigue y, más pronto o más tarde, el alumnado volverá a los centros educativos. ¿Qué nos encontraremos? ¿Cómo los vamos a recibir? Lo que importa es saber qué es lo que han aprendido (positivo o negativo) en este extraordinario periodo. Lo que me preocupa es cómo calibrar cómo les ha afectado este largo periodo de confinamiento en su salud física y mental.

El 20 de febrero, más de un mes antes del confinamiento obligatorio que aquí comenzó el 13 de marzo, publiqué la columna titula David y Goliat, en la que reflexionaba sobre cómo un “ser invisible” había noqueado al gigante Mobile World Congress. Hablaba de lo poco (o nada) que las tecnologías digitales estaban contribuyendo a la resolución de los “verdaderos” problemas sociales: pobreza, incremento de las desigualdades, polución, cambio climático, etc., etc. Y argumentaba la necesidad de “reivindicar que el desarrollo de cada aplicación tecnológica venga acompañado de una previsión de sus consecuencias indeseadas a largo plazo”, “una tecnología con conciencia” porque para mí no existía nada más educativo.

A un poco más de un mes, nuestro paisaje se ha transformado profundamente. Hospitales llenos, calles vacías, patios de recreo silenciosos, todo el mundo (o casi todo) en casa. Ha aumentado el miedo, así como las teorías, más o menos conspiratorias, para todos los gustos y, sobre todo, la legión de “sabios” que todo lo saben, que no paran de criticar a los demás, pero son incapaces de ofrecer solución alguna.

De repente, ya no hay problemas, solo uno y se llama COVID-19. Todo lo demás se ha “apagado”, perece que no existe. Pero los educadores sabemos que no, sabemos que, como ese “ser invisible”, algunos problemas están creciendo de forma exponencial y están teniendo y tendrán, un impacto descomunal e imprevisible en la educación. Porque la vida sigue…, aunque no lo parezca.

En estos momentos, millones de niños, niñas y jóvenes pasan 24 horas al día en lugares cerrados. Sin exponerse al sol (pocos tienen patio o jardín), ni a realizar el necesario ejercicio físico. Entiendo que todo el profesorado está pendiente de ellos y a través de los medios digitales intentan seguir con actividades de aprendizaje, aunque impliquen pasarse horas frente a la pantalla (¿aumentará la miopía?, ¿las adicciones? O ¿estarán tan hartos que se “desengancharán”?). Aunque como reconocía la ministra de Educación Isabel Celaá, al menos, el 12% del alumnado no se conecta a las clases. Quizá algunos porque no quieren y muchos porque, por diversas razones, no pueden.

Porque no todo el mundo vive en hogares confortables con familias que puedan dedicarles tiempo, ayudarles en sus tareas y acompañarlos en su aprendizaje, en su desarrollo y en su bienestar físico y emocional. Familias con insuficiente capital cultural, con viviendas inadecuadas, con altos niveles de pobreza, con episodios frecuentes de violencia…. Y todas, independientemente de estas condiciones, sin saber cómo controlar su propia ansiedad y la del resto de la familia.

Me han asegurado (no lo he podido comprobar) que los servicios sociales están pendientes de los temas más básicos como la alimentación y de otras incidencias extremas. Los ayuntamientos parece que aseguran que el alumnado con beca en los comedores escolares siguan siendo atendidos. Espero que las situaciones “extremas” también. Pero ¿quién se hace cargo de aquellos aspectos también fundamentales para el desarrollo personal, social y emocional?

La vida sigue y, más pronto o más tarde, el alumnado volverá a los centros educativos. ¿Qué nos encontraremos? ¿Cómo los vamos a recibir? No me preocupa tanto que “pierdan” un curso, el aprendizaje es continuo y transversal. Quizás no hayan aprendido hechos que pueden buscar en cualquier base de datos. Lo que importa es saber qué es lo que han aprendido (positivo o negativo) en este extraordinario periodo. Lo que me preocupa es cómo calibrar cómo les ha afectado este largo periodo de confinamiento en su salud física y mental y cómo transformarlo en algo positivo. Me preocupa cómo tenerlo en cuenta y convertirlo en fuente de aprendizaje. En motor de interés, empatía y responsabilidad hacía ellos mismos y el mundo que les rodea.

Teniendo en cuenta que todo el profesorado, y los adultos en general, estamos también pasando por el mismo proceso y podemos experimentar experiencias y consecuencias parecidas, estamos frente al mayor reto educativo que hemos vivido las generaciones desde final de la década de 1940. Volveremos a los centros llenos de saber y de ignorancia. Según Jacques Rancière (El maestro ignorante), esto puede ser una gran oportunidad para aumentar nuestro saber pedagógico y nuestra capacidad de aprender. Pero no es un reto fácil, mejor abordarlo en colaboración y con todos los recursos disponibles.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/04/09/la-vida-sigue-aunque-no-lo-parezca/

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Ficción educativa en tiempos de confinamiento

Por: Julio Rogero

Pretender hoy que el sistema educativo realice adecuadamente su función a distancia es una fantasía que conduce a la frustración e incrementa las desigualdades educativas.

Como toda la sociedad española, el sistema educativo se ha visto obligado a adaptarse de forma drástica a la actual emergencia sanitaria. La histórica decisión de suspender la actividad en los centros escolares ha forzado a las autoridades educativas a reaccionar con rapidez. Tanto el Ministerio de Educación como el conjunto de las comunidades autónomas decidieron, implícita o explícitamente, primero, continuar con la actividad docente por medios telemáticos, y segundo, avanzar con la impartición de contenidos.

Estas decisiones están exigiendo a los docentes y a las familias un gran esfuerzo: los primeros para adaptar los contenidos y metodologías al confinamiento de su alumnado, y las segundas para responder a las demandas escolares. En ambos casos, el objetivo es suavizar el impacto académico del parón. Pero este gran esfuerzo no está evitando que la sensación de impotencia se extienda entre la comunidad educativa, porque se está evidenciando que no es posible cumplirlo. Dicho de otra manera: pretender hoy que el sistema educativo realice adecuadamente su función a distancia es una fantasía que conduce a la frustración e incrementa las desigualdades educativas.

En primer lugar, el proceso educativo exige desarrollar contenidos para el alumnado de forma interactiva y hacer un seguimiento individualizado del aprendizaje, es decir, guiar y supervisar qué se hace y cómo se hace. Ambos elementos no son factibles sin la presencialidad. A ello se suma que hay contenidos y habilidades esenciales del curriculum que no pueden aprenderse ni evaluarse si no existe relación física entre el alumnado y el profesorado, y del alumnado entre sí, como la comunicación oral (en el idioma propio y en otras lenguas), la educación física, el trabajo en equipo, la educación musical o la educación en valores (gestión de las emociones, resolución de conflictos, etc.). Las dificultades se agravan cuando niños y niñas necesitan una metodología inclusiva con especialistas, materiales y entornos adaptados.

En segundo lugar, la decisión de proseguir con el curso implica, de un día para otro y sin preparación alguna, que todas las familias asuman nada menos que la educación formal de sus hijos e hijas. En el mejor de los casos, esta solución está diseñada para familias con condiciones materiales, tiempo y formación suficientes como para llevarla a cabo. Sin embargo, la realidad es que la mayoría carece de los recursos imprescindibles para realizar las funciones que hasta hace unas semanas cumplía el sistema educativo.

En ese sentido, hay muchos hogares donde los dos miembros de la pareja trabajan, ya sea fuera de casa o con teletrabajo. En esos casos, niñas y niños pueden quedarse solos (si son mayores) o ser cuidados por otras personas, lo que dificulta enormemente su acompañamiento académico. En otras situaciones en las que sí es posible lo que faltan son habilidades tecnológicas, capacidad pedagógica o unas condiciones materiales apropiadas.

El derecho a la educación incluye la garantía y provisión gratuita de los recursos necesarios para el aprendizaje. La situación actual fulmina este derecho porque, y doy solo algunos datos, el 18% de la infancia vive en un hogar con problemas de humedad o aislamiento, el 13% no tiene ordenador en casa, el 11% pasa frío en invierno de forma cotidiana, el 10% no dispone de Internet, el mismo porcentaje no cuenta con el espacio necesario y el 5% carece de luz suficiente. En conjunto, cuatro de cada diez niñas y niños vive en un hogar sin condiciones adecuadas para el estudio, limitaciones que se agravan de forma dramática en aquellos hogares con pocos ingresos (ver gráfico). Si los recursos influyen de forma determinante en el aprendizaje en condiciones normales, es seguro que en un contexto de confinamiento influirán mucho más.

Fuente: Elaboración propia sobre microdatos de la Encuesta de Condiciones de Vida 2016.

Por último, la mayor parte del sistema educativo no está preparada para afrontar un cambio tan profundo de forma tan rápida. Existe una evidente carencia de metodologías y contenidos adaptados a una enseñanza online de calidad, faltan plataformas que garanticen un buen funcionamiento para todo el alumnado y no podemos soslayar que una parte de los docentes carece de las competencias requeridas o, incluso, de la tecnología necesaria en sus propios hogares.

Con todo lo anterior no estoy diciendo que no sea conveniente que los niños lean, trabajen, estudien y se enriquezcan en este tiempo de encierro. Al contrario: es lo deseable. Pero carece de sentido pretender que el curso puede seguir con normalidad. Nadie debe verse perjudicado por esta situación y el sistema educativo debe tratar de mantener su función compensadora de las desigualdades. En un contexto como el actual, el planteamiento debería ser priorizar las necesidades del alumnado desaventajado, en lugar de diseñar soluciones irreales para él.

De acuerdo con esta lógica, lo deseable sería, primero y mientras dura la suspensión de las clases, ofrecer recomendaciones adaptadas a la realidad de las familias, con el fin de consolidar lo aprendido, y detener la impartición de contenidos nuevos. Los docentes, en lugar de estar pendientes de avanzar con la materia a distancia, podrían poner el énfasis en contactar con todas las familias y asegurarse de que les llegan las recomendaciones, pero quitando la presión de cumplir a rajatabla lo propuesto. Aun así, hay que asumir que habrá familias a las que los docentes no podrán llegar.

En segundo lugar, deberíamos anticipar los efectos de este parón en el alumnado, para compensarlos a posteriori. Existen muchas formas de hacerlo, pero la principal es redoblar los recursos docentes para apoyar de forma personalizada a quienes que se hayan visto más perjudicados educativamente por el confinamiento. No queda otra opción que navegar en la incertidumbre, lo que implica trabajar en diferentes escenarios de fecha de retorno a las aulas e, incluso, de nuevos confinamientos en el medio plazo. Cualquiera de ellos representa una crisis educativa sin precedentes que exige adaptar los recursos, las metodologías y los calendarios escolares, con el objetivo de que todo el alumnado, sin excepción, pueda seguir aprendiendo.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/03/25/ficcion-educativa-en-tiempos-de-confinamiento/

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