Por: Leonardo Díaz
La investigación científica conlleva unas implicaciones éticas cuyo examen es una de las tareas más importantes del quehacer filosófico.
En mi artículo de la semana pasada titulado “Las tensiones de Darwin” (Acento, 27-5-2021), comento la postura del antropólogo de la Universidad de Princeton, Agustín Fuentes, sobre la importancia de contextualizar social e históricamente las teorías científicas.
En el referido caso, se trata de proporcionar una mirada humanística para el estudio de las ciencias, lo que debería incluir también una lectura filosófica de la misma.
En un artículo testimonial, el biólogo Rasha Shraim (“How Philosohy is making me a better scientist”, Nature, 23 de abril, 2021) escribe sobre las virtudes que el entrenamiento filosófico le ha proporcionado a su comprensión de la práctica científica.
Shraim no solo alude al hecho de que el estudio sistemático de la filosofía constituye un estimulo para la creatividad y la actitud crítica en la investigación, sino también, a que la actividad filosófica nos proporciona un metaanálisis sobre los enfoques y presupuestos mismos desde los cuales se realizan la ciencia, muchas veces imperceptibles para el científico sin educación filosófica.
Dicha tarea no es un mero ejercicio académico. La colonización científico tecnológica cada más extendida y estructural del “Mundo de la Vida” nos impone la necesidad de una reflexión dialógica que supere las estrecheces de las miradas cientificista e instrumentalista sobre los procesos cognoscitivos.
En este sentido, una comunidad democrática requiere que sus comunidades epistémicas (científicos, filósofos, intelectuales) sostengan una discusión viva junto a una ciudadanía educada y crítica para que las aplicaciones del conocimiento científico-tecnológico puedan contribuir al proyecto de una vida buena.
Fuente: https://acento.com.do/opinion/una-mirada-filosofica-de-la-ciencia-8950542.html