Cristianismo y pueblos indígenas, entre el suplicio y la memoria
El colonizador, para instaurar su supremacía racial y cultural sobre los pueblos originarios, mañosamente esculpió y pintó la imagen de Dios semejantes a él. Por eso Dios es oficialmente representado como varón (macho), blanco, barbudo. Jesucristo (judío de tez trigueño, pómulos pronunciados y nariz achatada) es pintado y esculpido con el mismo rostro, porte, contextura muscular y cabello de los colonizadores europeos. De igual modo, las imágenes de la virgen María, santos/as, ángeles, etc. Todos/as, blancos, con nariz respingada…
Los pueblos originarios de Abya Yala y el cristianismo tienen históricos “asuntos inconclusos” por redimir.
El colonialismo continuado (y la colonialidad sobrevenida) contra nuestros pueblos fue posible, en buena medida, gracias a la eficiencia de doctrineros/misioneros que lograron “extirpar” nuestros espíritus e espiritualidades, y nos “implantaron” su doctrina monoteísta hasta en las estructuras psicológicas colectivas más profundas de nuestros pueblos.
Aprovechando sus marcadas diferencias fenotípicas, y procedencia desde tierras lejanas, hicieron creer a los aborígenes de Abya Yala que los cristianos (europeos) eran los hijos predilectos y enviados del Dios desconocido. Así fue cómo naturalizaron su supremacía cultural (modernidad) y genética (blancos) sobre los cobrizos y los negros.
No nos vencieron en el campo de batalla, fue en el confesionario
No fue la espada del invasor la que nos colonizó. Fue el auscultamiento espiritual/moral en los confesionarios de los doctrineros cristianos el que nos “vació espiritualmente”, anulándonos en nuestras capacidades de agencia y de resistencias, al grado que terminamos “repudiando lo nuestro” y aprendimos a amar y a cargar en andas efigies del patrón cristiano blanco, barbudo y con pelo rizado.
Relatos de cronistas de la época de la invasión narran que los “secretos indígenas” que los suplicios y las armas no pudieron arrancar, fueron confesados en confesionarios a doctrineros, bajo la promesa de “secreto de confesión”. Así dieron no sólo con los escondidos yacimientos de oro, sino con los “cabecillas indígenas” a quienes dieron muerte.
Es más, los territorios de los pueblos originarios que los invasores militares no lograban “tomar o controlar”, eran encomendados a las órdenes o congregaciones religiosas. Así nacieron, en muchos casos, las encomiendas, los pueblos indios, las reducciones indígenas a cargo de doctrineros y/o misioneros, siempre bajo la nominación y “protección” de algún santo patrono con facciones europeas
El colonizador cristiano esculpió la imagen del Dios desconocido a su imagen y semejanza: blanco, barbudo, nariz respingada, crespos.
Uno de los principales logros de las encomiendas y/o de las reducciones fue el haber instalado en el imaginario individual y colectivo del colonizado la certeza de: Así como hay un solo Dios en el cielo, hay un solo Rey en la tierra. Todo colonizado converso o no debe obediencia ciega a la voluntad del Rey y/o a las de sus lugartenientes. Y quien desobedeciere o levantare la cerviz ante los colonizadores sería castigado con el suplicio hasta morir, y una vez muerto, condenado al fuego eterno.
El colonizador, para instaurar su supremacía racial y cultural sobre los pueblos originarios, mañosamente esculpió y pintó la imagen de Dios semejantes a él. Por eso Dios es oficialmente representado como varón (macho), blanco, barbudo. Jesucristo (judío de tez trigueño, pómulos pronunciados y nariz achatada) es pintado y esculpido con el mismo rostro, porte, contextura muscular y cabello de los colonizadores europeos. De igual modo, las imágenes de la virgen María, santos/as, ángeles, etc. Todos/as, blancos, con nariz respingada…
Hicieron esta mañosería antropomórfica con la finalidad de ser reconocidos y reverenciados como hijos predilectos del mismísimo Dios desconocido. Y, ¡Pobre de quien se atreviese a desobedecer o rebelarse contra los colonizadores, predilectos de Dios! Sería severamente castigado por sacrilegio (pecado contra el mismo Dios).
Este proceso de la colonización continuada, que en los primeros siglos generó procesos de resistencia, consistentes incluso en suicidios colectivos de originarios, en el transcurso del tiempo configuró la conducta, el ser, el sentir y el pensar del colonizado.
La colonialidad se convirtió en una cultura hegemónica orgullosamente reproducida y defendida por las y los originarios colonizados. Al grado incluso de corporizarse. Por eso el originario o la originaria colonizada se hinca o se encorva ante la presencia del colonizador. Y cualquier presencia real o simbólica del colonizador será motivo de ritualidades o cuasi litúrgicas.
Indígenas cargando en andas estatuas con fenotipos del patrón colonizador
Cinco siglos después del inicio de la colonización cristiana, las y los originarios colonizados continúan reproduciendo y/o ansiando los vicios del colonizador como virtudes loables. Muy a pesar de las evidencias históricas de lo brutal que fue y es la colonización cristiana, sobrevivientes/as del mega holocausto indígena continúan cargando en andas, sobre alfombras de flores, las esculturas e imágenes de varones y mujeres blancas, con cabello rizado y nariz respingada. Son las imágenes sagradas impuestas por el colonizador genocida, hechas a su imagen y semejanza.
Sobrevivientes al holocausto indígena continúan cargando las estatuas del colonizador creyendo que son estatuas del Dios desconocido, sólo porque el colonizador los adoctrinó/configuró sus creencias de esa manera. ¡Pobre del originario despierto que se atreva a cuestionar las procesiones o reverencias cristiano coloniales. Es lapidado socialmente por los mismos originarios colonizados.
Fuente de la Información: https://ollantayitzamna.com/2022/04/17/cristianismo-y-pueblos-indigenas-entre-el-suplicio-y-la-memoria/