El bailarín marfileño de hip hop y danzas urbanas, con residencia en Barcelona, gira por Europa con dos coreografías que reivindican la negritud y la preservación de la naturaleza. Aquí nos habla de sus raíces africanas y de lo adquirido de Lima a Londres
¿Cómo puede bailarse la violencia? Esta es, quizá, la pregunta que naturalmente surge en cualquier espectador frente a la plasticidad de Oulouy, en Black (Negro), una puesta escénica de danza urbana, sobre fondo de imágenes históricas que denuncian la segregación racial, con la que actualmente gira por España y el exterior. Solo, el resto es oscuridad, su cuerpo se retuerce, recortando el paisaje hecho de persecución, cuerpos linchados, porras policiales o asfixia, así como de manifestaciones de resistencia. Y, sin embargo, la danza del breaker resulta de una elegancia y una belleza ligeras, que alivian el peso de la historia, ese que carga sobre sus hombros cualquier africano o afrodescendiente en este presente que afortunadamente se sacude lastre. Un lastre de racismo que, a veces, cae a plomo con un arte inigualable, como en este caso.
Black –que se vio una semana atrás en el Teatro Fernán Gómez de Madrid y se verá el próximo 6 de mayo, en el Centre Cívic Sagrera La Barraca, en Barcelona– es una de las dos piezas coreográficas que Oulouy expone a ojos nuevos durante esta primavera. La otra puesta con la que también se presenta en estos días es The Very Last Northern White Rino (El último rinoceronte blanco del norte), dirigida por Gastón Core, sobre la amenaza de extinción que pende sobre los últimos individuos de una especie de rinocerontes única en África oriental (próximas actuaciones, fechas y lugares, aquí).
¿Quién es Oulouy? Podría ser la siguiente pregunta que se formule el mismo espectador boquiabierto frente a su danza conmovedora, hecha de calle de asfalto, pero también de intimidad. Su nombre es Yao Dapre Georges Nicol (él mismo nos escribe su nombre completo en un mensaje), nació en 1990, en Costa de Marfil y salió de Abiyán, con casi 12 años, el mismo día en que se producía un golpe de Estado que sumió a su país en unos años turbulentos. De hecho, a causa de la revuelta militar de septiembre de 2002, el avión que había reservado su padre para llevárselo a vivir con él a Europa, no despegó aquel día y tuvo que esperar a una reprogramación de vuelos. Sin embargo, Francia, que era el país donde su padre trabajaba desde hacía tiempo como ingeniero, seguiría allí, en la misma geografía de la vieja metrópolis, para los descendientes de las excolonias del África Occidental. En París creció Oulouy, que es el nombre artístico que el bailarín de break dance escogería más de diez años después, ya viviendo en Barcelona, su primera elección propia.
En Barcelona, durante años, fue uno de los chavales de la explanada del MACBA o en el ‘Arc de Triomf’, que, frente a los altavoces portátiles, intercambiaban destrezas del ‘coupé decalé’ y de los zapateos sudamericanos
“Siempre había bailado, pero recién en España dejé la empresa de marketing con la que me había instalado, junto con mi socio, y empecé a bailar profesionalmente”, nos confiesa Oulouy (en Instagram: @enfantdesbois), también codirector del festival I Love This Dance. Su tono risueño, al otro lado del teléfono, contrasta con ese hombre de gesto profundamente serio que baila la violencia en Black. En el diálogo, recorre sintéticamente su vida, de la que forman parte la música y un vínculo natural con su cuerpo, el footwork –la especialidad del trabajo con los pies que es de sus ejercicios preferidos– y la infancia vivida en distintas ciudades de Costa de Marfil. Quizá por eso también conoce bien de qué culturas étnicas proviene y cuál es su lengua honda, materna (en su caso, la baoulé, aunque tenga raíces adjoukrou), junto con la danza, que siempre lo ha acompañado.
“El baile es el idioma escondido del alma”, nos advierte, mientras recuerda con gracia su asombro ante el cambio de protocolos educativos que conoció al llegar a Francia. Allí vio que los escolares podían hablar a los profesores casi de igual a igual, sin recibir una colleja, algo habitual en las escuelas primarias marfileñas en su memoria, en cuyas aulas había una autoridad incontestable. “En Costa de Marfil, el maestro te podía dar una colleja y, luego, cuando se enteraba tu padre, te daba otra”, ríe Oulouy. Lo cuenta sin acritud porque dice entender que esto forma parte de la cultura y que nunca le molestó. Tras el instituto, estudió una carrera informática y siguió consagrando todo el resto del tiempo a las danzas urbanas y al hip hop, que lo llevaron a Londres, a aprender en la House Dance. Pero en el cuerpo traía las danzas zulúes y los ritmos congoleños, y en lugar de camuflarlos, los incorporó a su estilo.
En Barcelona, durante años, fue uno de los chavales que se encuentran en la explanada del MACBA o en el Arc de Triomf; chicos y chicas de todos lados, –españoles, latinoamericanos, marroquíes y otros africanos– que, frente a los altavoces portátiles, intercambiaban destrezas del coupé decalé y de los zapateos sudamericanos. Poco a poco, Oulouy empezó a dedicarse a la danza como profesión y a dar clases.
Tras el 25 de mayo de 2020, cuando George Floyd murió asesinado bajo una rodilla policial en una calle de Minesota (EE UU), el panorama mundial de la negritud cambió de repente; surgió el movimiento #BlackLivesMatter y la adhesión fue inmediata, desde todos los rincones de la Tierra. “Eso unió a comunidades que no tenían la misma experiencia frente al racismo, porque en Francia no vienen de la esclavitud y, en cambio, hay cosas cotidianas, no tan frontales, a las que uno no les daba tanta importancia, que cobraron fuerza”, explica el artista. Como lo suyo es la danza y el freestyle, comenzó a improvisar en homenaje a Floyd, y así surgieron los primeros pasos de Black, una obra concebida en un primer momento para el certamen Burgos-Nueva York de danzas urbanas, en su edición de 2020, del que finalmente salió con un segundo premio y 2.000 euros en el bolsillo.
Tras el galardón de Burgos, vinieron una gira con los finalistas, la producción de Africa Moment y, entre otros, el Festival Grec, que lo impulsaron a continuar alimentando ese trabajo. Para Oulouy, no solo fueron las coreografías –en este caso, ensayó únicamente determinadas transiciones para dar lugar a la improvisación en los durantes– sino que se abocó él mismo al montaje de un vídeo que muestra imágenes sobre canciones. Una de ellas es la desgarradora Strange Fruits, que popularizó Billie Holiday en los años 30, para hablar las personas negras que aparecían colgadas de los árboles de los estados del sur de Estados Unidos, como “frutos extraños”. Él eligió la versión de Nina Simone, que canta descarnadamente aquello de que la sangre de esa gente teñía hojas y raíces: en ese pasaje, el bailarín prefiere quedarse tirado en el suelo, “porque ese tema me remueve mucho y me cuestiono, y prefiero no bailarlo, respirarlo y dar al público más aire para proyectarse y pensar”.
A Oulouy no le cabe duda de que todos los estados de ánimo pueden bailarse: “Ese es, justamente, el viaje de las danzas urbanas que permiten la improvisación, de donde puede surgir rabia o tristeza, porque hay movimientos que permiten canalizar esas emociones que cuesta expresar con la boca”, asegura.
En algunos movimientos de Black, el espectador puede incluso evocar ritmos del folklore sudamericano, como el malambo. Oulouy asiente, porque en Perú aprendió el zapateo afroperuano. “He ido muchas veces a América del Sur, en particular, a Lima y a Cincha, donde uno se siente más en casa que en Europa, especialmente por el vínculo de la gente con la música y el baile, o con las comidas (el mafé es como el pollo con maní) y donde se sienten cosas parecidas a las de África: esa opresión o afección mental que se plasma en un sentimiento de inferioridad con respecto a Europa, o en las propias segregaciones basándonos en las distintas gradaciones del color de piel”. También sucede en el Caribe, según ha podido comprobar: “En la República Dominicana les dicen ‘rubias’ a las mujeres con piel un poco más clara”, comenta.
No obstante, ahora estamos en otra época. En efecto, Oulouy cree que muchas cosas han cambiado gracias a que los chicos y chicas negras ven que otros como ellos logran cosas sin cambiar lo que son y quizá a esto ayuden redes como Instagram. Y, por supuesto, todo es diferente después de episodios tan dolorosos como el de George Floyd, que los ha hecho unirse en un orgullo nuevo: “Somos negros, ¿y qué?”, concluye.
Fuente: https://elpais.com/planeta-futuro/africa-no-es-un-pais/2022-05-05/oulouy-baila-para-reivindicar-la-lucha-contra-el-racismo-y-el-cuidado-del-medio-ambiente.html