Por: Rafael Fraguas
Los resultados de las recientes elecciones municipales y autonómicas así lo demuestran. Ni ideas, ni proyectos, ni medidas concretas de tipo alguno avalan tan resonante victoria electoral como la obtenida por el Partido Popular. ¿Interés por la cosa pública?: se desconoce. ¿Propuestas de gobierno alternativo y mejorado?: no constan. ¿Innovaciones en la gestión política?: ninguna. ¿Programas electorales?: ausencia de medidas visibles. Entonces, ¿qué es lo que en verdad se ha votado?: todo indica que, muy posiblemente, el voto mayoritario ha sido emitido sin nada sustantivo que adquirir por el votante ni nada que ofrecer por parte del PP. Por consiguiente, cabe decir que se ha tratado de una especie de pataleta antigubernamental con ciertos visos, permítaseme decirlo, políticamente suicidas.
Cabe preguntarse si ha sido un voto antisistema, esa actitud tan cara a muchos españoles proclives a una acracia de derechas, protestona, refunfuñona, individualista e insolidaria; esto es, aquella que con su nihilismo antiparticipativo, beligerante/abstencionista y malencarado, abre el camino a que la gran derecha se enseñoree luego de la escena política en las urnas, con su arrogante actitud empeñada en desmantelar todo lo que tenga contenido social, colectivo, mayoritario, en síntesis, democrático, la única tarea que esa derecha sabe acometer de manera impecable. ¿Oferta diferencial propia del PP aquí y ahora?: la única conocida, la privatización de la mayor cantidad posible de riqueza pública, de servicios públicos, de prestaciones para todos que pronto pasarán a ser sólo para unos pocos y los demás tendrán que pagar a precio de oro.
Fulminado por sospechar
Veamos. El Partido Popular tiene hoy un líder que se hallaba muy a gusto en su Galicia natal. Aquí, al líder del PP, Pablo Casado, se le ocurrió insinuar corrupción en el entorno de Isabel Díaz Ayuso, presidenta regional, por los contratos de un hermano de ella adjudicados en plena pandemia. Casado sería literalmente fulminado. Núñez Feijóo sería llamado de urgencia a Madrid, pero no parece hacer el menor esfuerzo por ofrecer alguna idea propia sobre cómo gobernar mejor que el actual Gobierno; justifica su vagancia porque dice que le basta con esperar; ya vendrán luego las grandes corporaciones, a las que el PP tanto debe electoralmente, para asumir su tarea. Tal vez asistamos a su fagocitación por parte de la dama a la que tanto abrazaba, quién sabe.
Por su parte, la presidenta regional durante su estrambótico mandato, no ha tenido reparo alguno en demostrar -tras calcular el número de bares por kilómetro cuadrado en la región madrileña y confirmar la voracidad de las grandes inmobiliarias adquiridas por migrantes de postín-, que ha gobernado únicamente para los suyos; es decir, multinacionales, constructoras, grandes empresarios, hoteleros, taberneros y parroquianos todos, sin que haya parecido importarle el desmantelamiento de la sanidad pública madrileña hecha por los suyos o la pésima calidad de las infraestructuras educativas cuyo deprimente estado es de su incumbencia. Desde luego, distinguía, con claridad desdeñosamente discriminante, entre la migración de las gentes que huyen de la pobreza y la selecta migración de los que vienen de allende el mar forrados del dinero que allí no pagan en impuestos para comprarse a manos llenas barrios enteros de Madrid o predios de la Comunidad madrileña; y, de paso, financiar la publicidad que tan generosamente ha decorado las calles con lemas del partido único, publicitariamente hablando claro.
Verticalidad en la izquierda
Vamos ahora hacia la izquierda. Las candidaturas, al parecer, no se discuten. Siempre vienen de arriba, nunca de abajo. La verticalización de los partidos impide que fluya la inteligencia en su interior y que los más capacitados accedan democráticamente a los puestos de dirección. El ordeno y mando, el ronroneo sempiterno de anquilosados aparatos, el miedo a no salir en la foto, zanjan cualquier atisbo de imaginación y de vitalidad políticas, históricos rasgos distintivos de la izquierda, hoy tan desdibujados. Los egos proliferan por doquier. El adanismo de los recién llegados a la política causa efectos devastadores. La empanada ideológica que sufren algunos y algunas dirigentes les lleva a no discernir entre lo vital y lo accesorio. Tozudamente, la obstinación sustituye al pacto, al acuerdo que hubiera propiciado avances. No reparan en que anteponiendo su lógica particular, su infantilismo izquierdista, a la lógica social lo único que consiguen es que tengamos que soportar cuatro años más a esa plana mayor de la derecha, insoportable por su arrogancia, su incultura y su banalidad, tan amoral y tan tóxica, sin nada que decir ni nada que ofrecer.
Todo ello permite confirmar la pésima calidad de la cultura política existente, aún, en España, como siniestro legado del franquismo capaz, como lo fue, de desertizar la vida cívica y política del país entero. Y, sobre todo, el gran triunfo del mediocre general: el de franquistizar, como vemos a diario, a casi toda la derecha, escorándola hasta la derecha extrema, sin dejar el menor vestigio ni espacio de democraticidad a los sectores conservadores. En Europa hay derecha conservadora democrática. Aquí, desgraciadamente, hoy no la hay. La hubo, pero ya no queda nada de aquellos democristianos, liberales, republicanos de derechas que, puntual pero valientemente, se opusieron al dictador. El centrismo, copado por pijos y pijas de distinta catadura, se ha mostrado incapaz de entender que su apuesta política es diferencial respecto de la extrema derecha, por lo que el votante le ha pasado factura. Siempre son mejores las primeras marcas que las marcas secundonas; esto también se aplica a ese vetusto sector del socialismo y de las autonomías, tan rencoroso con el Gobierno de Pedro Sánchez, sector presto siempre a pactar con la derecha: la misma derecha que en su día le descabalgó arteramente del Gobierno, para ahora palmearle en sus diatribas dislocadas contra el quehacer político del primer Gobierno de coalición desde la Guerra Civil; Gobierno, por cierto, trufado de dificultades y errores de algunos principiantes, recelosos frente al pragmatismo del sector gubernamental mayoritario.
Querida clase obrera:
¿Qué decir de nuestra querida clase obrera?: que la crítica debe asimismo incluirla. Mayormente, por tirar, no piedras, sino grandes pedruscos, sobre su propio tejado. Votar a las formaciones de derecha y extrema derecha por parte de un asalariado es hoy, sin duda alguna, ejemplo supremo de alienación, de ignorancia y de desconocimiento de los intereses de todos, los propios incluidos. Aunque la alienación es una impostura más de los poderosos, de la que no cabe culpar siempre a quien la sufre, el error es previo: pocos asalariados se reconocen como tales –los sociólogos sabemos que muy pocos encuestados se reconocen pertenecientes a la clase obrera-; para colmo, algunos de ellos alardean de disponer ya de una individualidad y unos estilos de vida más propios de otra clase no asalariada y superior en ingresos -y en Código Postal-, a la clase a la que ellos, obreros, empleados, funcionarios, pertenecen. Legítimo es que se aspire a un ascenso social que la democracia puede facilitar, pero cosa bien distinta es creer que ya se halla uno inserto en esa categoría social por encima de aquella a la que en realidad se pertenece.
¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? ¿Cómo sobrellevar cuatro años más de alcaldes, algunos de ellos trincones, caciquiles o mafiosos, más muchos más simplemente desprovistos de vocación de servicio y con tendencia a considerar la política como una forma directa de enriquecerse, como diría el prócer exministro levantino?. Lo grave ahora es que se creerán avalados en sus exacciones por el sufragio de gentes que no pensaron apenas en los efectos de su voto sobre sus propias vidas o que no se molestaron en dedicar un cuarto de hora para acudir a las urnas.
¿Qué podemos hacer con esta izquierda amante de los reinos de taifas, enemiga de los acuerdos, obstinadamente amurallada en rígidos dogmas? ¿Qué cabe explicar a tantos jóvenes replegados sobre sí mismos, abducidos por sus teléfonos móviles y sus pantallas, que no se permiten ver la vida discurrir a su alrededor, mientras, cuando consiguen trabajo, soportan empleos de salarios miserables y suelen mostrarse incapaces de dedicar media hora a la semana en averiguar cómo mejorar sus condiciones de existencia y las de sus compañeros? ¿Dónde han quedado los sueños emancipadores que anidaron en las mentes de tantas generaciones jóvenes que en la Historia han sido?
¿Hemos de deslegitimar desde ya mismo, como ha hecho el PP desde el minuto cero, los Gobiernos surgidos de las urnas porque no nos gustan? No. La izquierda no es tan ruin. Empecemos por cambiar percepciones, métodos, aproximaciones, manías, vicios y, sobre todo, intentemos reflexionar de un modo hondamente autocrítico. La clase obrera llegó a ser antifranquista, pero no pudo o no supo descubrir que aquel régimen era una tapadera más del capitalismo que hoy, en su dimensión financiera, es el principal enemigo de la democracia. La sombra del franquismo es alargada. Demasiado alargada. Su legado tóxico se llama despolitización, falta de conciencia colectiva, irracionalidad, odio al migrante pobre, servilismo ante los poderosos de siempre, anticomunismo… la vida concebida en torno a una simple cerveza. Eso es todo lo que promete la cúpula más irresponsable del Partido Azul y su aliado natural. Pero en las clases asalariadas, pese a los desconciertos habidos, reside la potencialidad de todo cambio a mejor. Y más temprano que tarde, la despolitización pasará factura a sus irresponsables mentores.
Si entendemos la politización en clave democrática, como compromiso colectivo con la lucha por la satisfacción de los intereses mayoritarios y el respeto de los intereses minoritarios, la tarea a asumir es esa. El voto ha sido ahora adverso a tal misión. Despliéguese el ingenio, la imaginación y el talento para revertir esa tendencia tan impolítica y dañina ahora observada. Y admitamos que las derrotas, como la ahora sufrida, pueden ser la antesala de nuevas y prometedoras victorias. España las merece.
Fuente de la información e imagen: https://www.mundoobrero.es