Y lo siguen queriendo llamar educación

Por José Turpín Saorín

Recientemente se ha aprobado una ley en la Asamblea Regional de Murcia donde se prohíbe que los teléfonos móviles del alumnado estén encendidos dentro de las instalaciones del centro educativo a no ser que el profesor/a de turno lo crea necesario como herramienta “ad hoc”, para el buen desarrollo de su laborar. Una vez más, sin consulta previa a los docentes, como tantas otras, y aquí seguimos… ¿verdad? No es el tema ni cuestión a focalizar ahora, pero aviso a navegantes… ¿hasta cuándo?

Retomemos, “Prohibido los móviles en la escuela” incluso el llevarlos encendidos. Hace ya unos años, 2002, Turcke publicó el libro “La sociedad excitada” en la que explicaba un nuevo estado (ser) del sujeto, en donde la pantalla se conformaba, tanto en el trabajo como en su tiempo libre e íntimo, como parte existencial (ontológica) del sujeto. Llegando a afirmar en un momento del libro que, en tiempos actuales, si una existencia no es emitida mediática y electrónicamente, sería que no se ha dado, como si fuera una no existencia viva. En este contexto, hoy podríamos afirmar, que en el caso del móvil el consumo continuo de estímulos audiovisuales alcanza un nivel incomparable a cualquier otro producto. Cultura del teléfono móvil. Y nosotros por ley prohibiendo.

Al respecto señalar que la prohibición se basa en la construcción negativa de la ética, lo que incita a una “natural” resistencia y no implícito aquí ninguna propuesta de ética anarquista, sino el hecho de que lo que no se debe discutir, pues se discutió y se ha decidido. De alguna manera, tema zanjado. Y estarán en que la prohibición ocupa un lugar importante en la economía psíquica de la vida a la vez origen de los mecanismos de defensa y represión del poder. De hecho, el propio Aristóteles en el capítulo XIII libro primero de La Gran Moral afirmaba:

Siempre que fuera del ser humano existe una causa que los obliga a ejecutar lo que contraría a su voluntad, se dice que estos seres hacen por fuerza lo que hacen. De otra manera, el hombre que no se domina sostendrá que no es responsable de su vicio, y justificará que si comete la falta es porque se ve forzado por la costumbre, el hábito o el deseo. Ésta será, pues para nosotros la definición de la violencia y de la coacción: hay violencia siempre que la causa que obliga a los seres a hacer lo que hacen es exterior a ellos; y no hay violencia desde el momento que la causa es interior y que está en los seres mismos que obran”.

¿Qué podríamos aprehender? Debemos evitar y más en la escuela imponer “nuestro criterio” sin los otros/as y sobre todo sin esa potencial posibilidad que y desde nuestro laborar (educāre-educĕre) tenemos y debemos implementar. Pensar en términos morales del uso, los usos que hacemos de las “nuevas tecnologías” y en concreto del móvil. Pero fíjense y termino este apartado, considero que la moral no se puede enseñar pues son más los paradigmas sociales, familiares, mediáticos, pero sí, en la escuela y desde la escuela reflexionar y se piense. Y ahí entraría, entre otros, el tema que nos ocupa.

Exhorto palabras de Erich Fromm en Ética y psicoanálisis cuando afirmaba:

La ética autoritaria y prohibitiva niega formalmente la capacidad del ser humano para saber lo que es bueno o malo”.

Y en línea considero que cuando acciones tan naturales como sacar un móvil y mirarlo, para cualquiera, más en una joven de 14-17 años, y se prohíbe, en gran medida se pierde la legitimidad o la autoridad que se procura poseer como moralistas y, lo que es peor aún como previamente señalé, las prohibiciones banales conducen al rechazo de las mismas. Y termino al respecto… ¿Es la prohibición la respuesta que desde nuestra institución educativa podemos, y debemos representar? Recomiendo que más que imponer, se sugieran alternativas más convenientes… ejercer más responsablemente. Y hablar de nuestro laborar. Pues, el móvil nos conforma y nos forma, herramienta que más que necesaria, insisto, nos conforma. Y el papel de la sociedad moderna, libre y democrática es que su sistema educativo, entre otros, funcione y se adapte y cumpla con su papel formativo y educativo. Nuestro papel como docentes no pasa en ir persiguiendo, sancionando, castigando, llamando a madres, porque su hijo iba mirando el móvil en un pasillo durante un cambio de clase o en el recreo. Pues, el gesto que yo puedo hacer de mirar la hora girando la muñeca, una joven de 15 años lo hace sacando un dispositivo del bolsillo y mirándolo.

El mal uso que se viene haciendo del móvil, en lo cual podríamos coincidir, debería ser todo un reto para el laboral docente, sin embargo, la prohibición es un fracaso de ese mismo quehacer. Aseguro además que ese mal uso del móvil no es el peor de nuestros males como docentes y sí una mayor autoridad social y política sobre nuestras cuestiones y sobre nuestras actuaciones, donde se nos tuviera en cuenta y fuente donde estos poderes políticos y sociales fuesen a beber. Y no es la primera vez que lo señalo, la profesión tan necesaria, bonita e ilusionante de la docente (guía, apoyo, transmisión de valores educativos, diagnóstico, orientación) no tiene que ver nada con decisiones tipo como la que nos ocupa. Mientras no hablamos de ratios (alumnado por clase) programas, transversales, transdisciplinares y ante todo en un contexto de un tiempo de agotamiento en el que las cosas se nos escapan de las manos y no se vislumbran claramente objetivos en el horizonte. ¿Dónde ubicar la figura del/ la docente? ¿para qué hemos quedado? ¿podría ser este el final de un laborar docente, la condición de posibilidad de nuestra profesión, que tan bien señaló Hegel en la metáfora de la “Lechuza de Minerva”? Y es que los hechos no son siempre lo que parecen ni lo que deberían ser. Considero que enseñar críticamente como condiciones del diálogo democrático se convierte hoy en un fin urgente de nuestro quehacer como docentes, al tiempo que peligroso para nuestros políticos. Nosotros ya estamos siendo moldeados, seguimos… ¿y como un apéndice más moldeamos o bebemos del maestro Don Gregorio (La lengua de las mariposas) aún a riesgo de terminar como él?

Pero insisto… que “no lo llamen educación”.

 

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