Mediando la década de los sesenta del siglo pasado redescubrimos un instituto, pese a que éste ya había rebasado la mayoría de edad. En efecto, el primer centro de formación docente superior del país, que había sido creado apenas expiró el viejo geronte, constituyó para nosotros todo una novedad; de cuya existencia no teníamos la menor noción en la Venezuela profunda donde, hasta entonces, nos habíamos desenvuelto. El encuentro, casi inopinado, con el –para entonces- Instituto Pedagógico Nacional, nos puso en contacto con una visión mucho más dinámica de asumir la educación, con una manera raigalmente más comprometida de hacer política y nos permitió cultivar unas amistades, para toda la vida, como la de Gustavo González.
De este joven lo desconocíamos todo, pero nos sedujo su manera integral de asumir la militancia y la forma vertebral como desarrollaba su compromiso de transformar la realidad, sin duda, absolutamente injusta que nos circundaba. Luego supimos que su gracia completa era Rafael Gustavo González Pérez, que era sancarleño, que había estudiado en el liceo más combativo de la valencia señorial, y que –buscando protegerlo de los excesos de los organismos de inseguridad de la época- sus profesores de secundaria lo habían remitido al instituto que aloja el otrora bucólico El Paraíso, en el que lo habían encomendado a una sociedad de luchadores, entre los que –para el beneficio particular- se encontraba nuestro Maestro. Ese caballero, proveniente de los llanos centro occidentales, fue nuestro Primer Presidente de Centro de Estudiantes, en el actualmente octogenario pedagógico.
Su paso por las aulas fue brillante. Recordamos varias anécdotas de él. En una oportunidad, por tener que atender los compromisos que se derivaban de su condición dirigencial, no asistió a una prueba escrita; la docente de la asignatura le ofreció, como única opción, que la presentara en la clase sub siguiente y con todo el temario completo como materia a examinar. Gustavo aceptó, la rendición que comentamos le exigió varias horas y pliegos de escritura y, para orgullo de sus seguidores, obtuvo la máxima calificación. En otra ocasión se decidía la representación de los estudiantes en una comisión de mucho interés para el sector, nuestro Presidente se negó a negociar con un grupo ideológicamente opuesto, perdimos el cargo, pero él –para nuestra satisfacción- se mantuvo fiel a los principios que siempre defendió. Porque así fue toda su vida, un ser de una sola pieza.
Una vez graduado, como tantos otros, apareció en las famosas listas negras; adonde eran reducidos los “enemigos de la democracia representativa”; pero su excelente desempeño como estudiante no pudo ser negado por los adláteres del sistema por mucho tiempo y tuvo que ser incorporado a las aulas, donde se desenvolvió con excelsitud. Estuvo entre los fundadores del Instituto Pedagógico de Maracay, en el que marcó huella en el Área de Pensamiento Crítico. Luego fue becado, por estricto reconocimiento a sus méritos académicos, para que cursara estudios doctorales en la patria de Chopin, de donde egresó como uno de los primeros especialistas en la novedosa Educación Comparada, especialidad en la que, siguiendo los pasos de sus maestros, sentó cátedra en los planos nacional e internacional.
La Ciudad Jardín, la Reina del Cabriales, la Ciudad Pontálida, la Capital de los Crepúsculos, la consentida del Guarapiche, la cuna del Príncipe de las Letras y la patria del Apóstol nuestro americano, entre otras; fueron testigos de sus desvelos por propugnar la pedagogía comprometida con la liberación de los pueblos del continente de la esperanza. En ellas impulsó, organizó y desarrolló cursos de pre y postgrado, desde los niveles propedéuticos hasta los post doctorales. Con los cuales abrió brecha primigenia, en el referido campo, a escala americana. Sus más recientes preocupaciones giraban en torno a lo que llamó “la pedagogía realenga”, que fue como apellidó las proposiciones, siempre irreverentes e iconoclásticas frente al maniqueísmo de lo establecido, que impulsaba desde el aula extendida y entendida como instrumento para el conocimiento más profundo y la verdadera transformación de la sociedad.
En el frente político nunca rehuyó sus responsabilidades. Desde muy temprano se identificó con el marxismo como instrumento de liberación y de construcción de la sociedad justa que todos merecemos y necesitamos. Su militancia lo condujo a desempeñar peligrosas funciones en la llamada época dura, en la que hubo de enfrentar la saña de los cuerpos represivos. Cuando el mundo se abría hacia formas más liberales de interpretación de la ortodoxia, se unió a quienes creyeron en los que –más temprano que tarde- demostraron sus verdaderas intenciones. Las últimas décadas las invirtió en crear, desde la docencia revolucionaria, las condiciones para que el modelo encarnado por Chávez se materializara en la concreción de la utopía.
En esta vía, nuca cejó. Muestra de ello fueron sus conferencias inter activas, sus artículos utilizando el internet, sus clases a sus alumnos en distintas localidades a través de las redes, su adscripción al Centro Internacional Miranda y a las diferentes sociedades, venezolanas e internacionales, de la disciplina en la que fue –al menos para nosotros- un brillante precursor. Permanentemente defendió la tesis de que el mayor y mejor conocimiento de otras realidades educativas, sería el azimut que de manera más eficiente podría orientarnos en el diseño, ejecución, evaluación y reelaboración del proyecto educativo que –indefectiblemente- ha de conducirnos al mejor proyecto de país.
Hoy Gustavo; nuestro Camarada, Jefe y mejor amigo; decidió adelantársenos en el viaje definitivo. Aunque creemos que fue una partida apresurada, sabemos que pudo emprenderla sintiéndose contento con la obra que desarrolló. Desde el sector cojedeño en el que vio la primera luz, logró elevarse hasta las cumbres más empinadas de lo mejor del pensamiento y la acción de la pedagogía continental. Acompañamos a sus hijos y a su señora esposa en el duelo que los aflige. Nos unimos al pesar que invade a sus centenares de alumnos y a sus numerosos amigos. Compartimos las voces que identifican su tránsito con una enorme pérdida para la educación nacional. Pero nos reconfortamos sabiendo que podremos consultar su abundante producción y que estaremos en capacidad de proyectar su obra de manera permanente, manteniendo vivos los numerosos proyectos políticos y educativos en los que, gracias a su perseverancia e ilimitada paciencia, nos involucramos.