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La Guatemala del eterno abuso a los pueblos originarios

 Por: Ilka Oliva Corado


Guatemala, país de desigualdades eternas y racismo enraizado hasta en el azúcar del café. País de clasistas muertos de hambre. En esa Guatemala que se desborda de poesía y memoria en los huipiles de las mujeres indígenas y; de sacrificio y trabajo milenario en sus manos y espaldas, la exclusión la ponen los mestizos que desde siempre se han creído superiores por etnia y clase social.

En esa Guatemala de indígenas masacrados y desaparecidos en masa, en la Guatemala de la desmemoria colectiva, del abuso gubernamental, de la deforestación, de  los ecocidios, de la migración forzada, de las parvadas de clicas criminales saqueando el Estado. Esa Guatemala de mestizos jactándose de tener niñas indígenas de empleadas domésticas en sus casas. De indígenas rajándose el lomo cargando los bultos de los mestizos en el mercado La Terminal. De mestizos muertos de hambre.

Guatemala, donde se vivió uno de los genocidios más atroces de la historia latinoamericana que buscaba exterminar a los pueblos originarios. Poco ha cambiado desde entonces, los indígenas siguen siendo humillados, excluidos y explotados. Sus tierras siguen siendo robadas por oligarquías a las que el Estado solapa, las aguas de los ríos contaminadas dejando a comunidades enteras sin sustento. Porque en la Guatemala de las eternas desigualdades y el racismo los pueblos originarios son los más maltratados, pero también los más dignos. Lloran solos a sus muertos, como si la muerte de un indígena no valiera lo mismo que la de un mestizo, como si masacrar indígenas fuera como atacar plagas.

Se cuidan entre ellos, se abrigan entre ellos porque solo se tienen a ellos mismos, los indígenas en Guatemala como parte de la sociedad y la población solo existen para ser explotados. Guatemala está parada sobre sus lomos, resuella el país gracias a las remesas que envían miles de migrantes indocumentados, esos migrantes son en su mayoría indígenas que han tenido que abandonar sus pueblos para irse a buscar la vida a otro país. Entonces también, a pesar de ser discriminados por sus propios connacionales ellos los mantienen a flote con sus remesas. Guatemala no subsiste gracias los mestizos, logra medio respirar gracias a las remesas de miles de indígenas. Los mismos indígenas que probado está que en tiempo de crisis dan a manos llenas, se quitan el bocado de la boca para darlo a quien tenga necesidad sin detenerse a pensar en etnias.

Y esto se ve también en las luchas por la defensa del medio ambiente, son los indígenas los que ponen el pecho, los que defienden el agua de los ríos, los que defienden los bosques, los derechos humanos de sus pueblos. Y cuando atacan, violentan o asesinan a uno de ellos, son ellos los únicos que salen a denunciar. Está patente el caso de las mujeres ixiles que denunciaron haber sido violadas por miembros del ejército en tiempos de dictadura, en el juicio por genocidio en el 2013. La sociedad las dejó solas, no solo las acusó de mentirosas también las discriminó por su etnia.

Está el ejemplo de la Masacre de Alaska, el 4 de octubre de 2012 en donde 7 personas indígenas fueron masacradas   por soldados del ejército en el kilómetro 169, en la Cumbre de Alaska cuando se manifestaban pacíficamente junto  a otros cientos, en defensa de la educación y por el alza a la energía eléctrica.  Hasta la fecha los familiares de esas víctimas siguen luchando por justicia en la Guatemala de la eterna impunidad. La sociedad también los dejó solos, eran indígenas que los mestizos no reconocen como personas. Las poblaciones que en Petén, frontera con México son sacadas de sus casas por docenas de policías y soldados, para entregarles las tierras a finqueros. ¿Qué sociedad por ellas?

Cuando detienen y violentan a periodistas indígenas comunitarios solo los pueblos originarios con ellos.   Y como un ejemplo también reciente, la detención de la periodista comunitaria Anastasia Mejía Tiriquiz, directora de la estación de radio Xol Abaj Radio  y Xol Abaj Tv, en el municipio de Joyabaj, Quiché. A la que se le acusa de sedición, atentado agravado, incendio provocado y robo agravado, porque documentó e informó sobre irregularidades de gestión y manejo del alcalde de Joyabaj, Francisco Carrascosa y las manifestaciones de la población en su contra. Es decir, a las autoridades de turno no les gustó que la periodista documentara con video y audio las imágenes de la población manifestando su rechazo a su gestión en la alcaldía y de ahí su detención no solo para amedrentarla pero también para callar la expresión y denuncia.

Estas detenciones a periodistas comunitarios se dan con regularidad en un país donde la impunidad socaba toda lucha por la justicia, periodistas que son discriminados por parte del gremio, donde abundan los mestizos, clasistas y racistas que los denigran por sus etnias, pero también porque estos comunicadores no cuentan con el título universitario que los acredite. En el caso de la periodista Anastasia Mejía Tiriquiz se ha visto muy claro el racismo y el clasismo del gremio periodístico del país que cuando tocan a uno de los suyos brincan con uñas y dientes, pero no vaya a ser un indígena porque entonces que se defienda solo. Lo que no sorprende, porque en un país donde el racismo y el clasismo está hasta en las moscas del plato de comida, raro sería que el gremio actuara con solidaridad y por consecuencia humana; que ninguna de las dos la dan los cartones universitarios y vaya que si de eso sabrán los pueblos originarios más que nadie.

Con qué gran sacrificio los periodistas comunitarios escriben sus artículos de opinión, realizan sus videos, sus notas de audio, toman sus fotografías, denunciando lo que sucede en sus comunidades, pues no cuentan con los recursos materiales ni con el financiamiento de nada, es de su propia bolsa, no trabajan para ningún medio donde les paguen un salario, lo hacen por la necesidad de informar a sus comunidades. Para que encima de todo el abuso gubernamental, el racismo y el clasismo propios del país el gremio no se solidarice con ellos y los ignore con esto colocándolos en posiciones más vulnerables todavía contra el abuso. Pero ni falta que hacen, los pueblos originarios se han defendido solos desde siempre y lo seguirán haciendo.

Los pueblos originarios de Guatemala exigen la libertad inmediata de la periodista comunitaria Anastasia Mejía Tiriquiz. Y junto a ellos quienes creemos en el derecho a la libertad de expresión y en que un título universitario, una etnia o clase social no le da las agallas ni la dignidad a nadie, ni se las quita.

Fuente: URL: https://cronicasdeunainquilina.com

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Los hombrecitos de lomo duro.

Por: Ilka Oliva Corado


No tienen contratos, les dan trabajo de palabra y les pagan lo que el empleador quiera. Son los que más trabajan y los que menos dinero generan. Son los latinoamericanos que trabajan en construcción en Estados Unidos. Sus cuerpos como de niños, como de adolescentes recién en desarrollo, la piel pegada a los huesos, bajos de estatura y hasta un poco enclenques si se les mira bien.

Llegan en parvadas a trabajar en los techos de las casas en construcción, como puntos finos se miran a la distancia de las alturas. Ponen y quitan, ponen y quitan; martillan, pegan, levantan, todo esto de rodillas. Todo el día de rodillas, toda la semana, todo el año, décadas de rodillas. Como los que ponen las alfombras sobre el piso, metros y metros de alfombras. Estos hombres que en su mayoría son indígenas salidos del campo latinoamericano cambiaron el trabajo de la tierra por el de la albañilería pesada. Porque en Estados Unidos quedó atrás el cernidor, el cincel, la cuchara y la espátula, entre la fumarola de la industrialización las herramientas cambiaron y los lomos de los migrantes indocumentados latinoamericanos son los que cargan las grandes tablas y los paquetes de tejas artificiales que adornan los techos de las casas cuando el brazo robótico de la grúa no alcanza.

Los empleadores que pueden ser estadounidenses anglosajones, latinos con documentos, europeos, asiáticos o negros adinerados, jamás levantan el peso que cargan los lomos de los hombrecitos. En construcción, los lomos fornidos de los trabajadores europeos, galanes, bien nutridos jamás realizan el trabajo que hacen los indocumentados latinoamericanos. Entre el sol abrasador del medio día se les ve trabajando en los caminos en construcción, en las temperaturas bajo cero del invierno, en los horarios de madrugada, ahí están los hombrecitos latinoamericanos haciendo el trabajo más pesado porque la maquinaria, el brazo robótico, la grúa, el camión de carga, eso lo maneja el europeo, el anglosajón, el latino nacido en el país, el latino migrante es el que se lanza entre las alcantarillas a destaparlas, es el que hace la zanja, el que saca la tierra, el que carga la cubeta llena de cemento fresco. De estatura parecen niños a la par de los anglosajones y los europeos, de los afros bien fornidos que jamás serán relegados al trabajo de los indocumentados.

Salieron del campo latinoamericano para treparse a los techos de los rascacielos, para pegar paredes de elevadores, para cortar láminas de vidrio, para cargar trozos de árboles que adornan los jardines de las mansiones. Para meterse hasta el cuello en las alcantarillas de las carreteras, de los restaurantes y destapar baños en los estadios. Pequeñitos, insignificantes en estatura en este país de hombres altos y fornidos. Ellos como los pueblos originarios de este país tienen la estatura milenaria y la fuerza y la resistencia milenaria, que pareciera que no se cansaran nunca porque nunca descansan, trabajan de lunes a domingo hasta tres turnos.

Por el trabajo que realizan pudieran pagarles el doble o el triple de lo que ganan sus compañeros europeos o afros, pero no sucede. Y con regularidad el que más se aprovecha de ese lomo curtido es el latino que ya logró tener sus documentos, o el latino nacido en el país que es igual o peor de prepotente que el que ya tiene documentos. Y no digamos si es originario del mismo país, del mismo departamento o del mismo pueblo. Y si es familia a ese lomo se le despelleja con sal y limón y a ese espíritu se le humilla hasta que pierda las esperanzas de todo.

Pero son inquebrantables los hombrecitos de lomo duro, cuando menos se lo esperan los demás, dejan de estar de rodillas y se ponen de pie, no importa si han llevado hincados la mitad de su vida, un día logran ponerse en pie y caminan con la dignidad, fortaleza y resistencia milenaria de sus ancestros.

Fuente e imagen: https://cronicasdeunainquilina.com

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Los hombrecitos de lomo duro

Los hombrecitos de lomo duro

 

No tienen contratos, les dan trabajo de palabra y les pagan lo que el empleador quiera. Son los que más trabajan y los que menos dinero generan. Son los latinoamericanos que trabajan en construcción en Estados Unidos. Sus cuerpos como de niños, como de adolescentes recién en desarrollo, la piel pegada a los huesos, bajos de estatura y hasta un poco enclenques si se les mira bien.

Llegan en parvadas a trabajar en los techos de las casas en construcción, como puntos finos se miran a la distancia de las alturas. Ponen y quitan, ponen  y quitan; martillan, pegan, levantan, todo esto de rodillas. Todo el día de rodillas, toda la semana, todo el año, décadas de rodillas. Como los que ponen las alfombras sobre el piso, metros y metros de alfombras. Estos hombres que en su mayoría son indígenas salidos del campo latinoamericano cambiaron el trabajo de la tierra por el de la albañilería pesada. Porque en Estados Unidos quedó atrás el cernidor, el cincel, la cuchara y la espátula, entre la fumarola de la industrialización las herramientas cambiaron y los lomos de los migrantes indocumentados latinoamericanos son los que cargan las grandes tablas y los paquetes de tejas artificiales que adornan los techos de las casas cuando el brazo robótico de la grúa no alcanza.

Los empleadores que pueden ser estadounidenses anglosajones, latinos con documentos, europeos, asiáticos o negros adinerados, jamás levantan el peso que cargan los lomos de los hombrecitos. En construcción, los lomos fornidos de los trabajadores europeos, galanes, bien nutridos jamás realizan el trabajo que hacen los indocumentados latinoamericanos. Entre el sol abrasador del medio día se les ve trabajando en  los caminos en construcción, en las temperaturas  bajo cero del invierno, en los horarios de madrugada, ahí están los hombrecitos latinoamericanos haciendo el trabajo más pesado porque la maquinaria, el brazo robótico, la grúa, el camión de carga, eso lo maneja el europeo, el anglosajón, el latino nacido en el país, el latino migrante es el que se lanza entre las alcantarillas a destaparlas, es el que hace la zanja, el que saca la tierra, el que carga la cubeta llena de cemento fresco. De estatura parecen niños a la par de los anglosajones y los europeos, de los afros bien fornidos que jamás serán relegados al trabajo de los indocumentados.

Salieron del campo latinoamericano para treparse a los techos de los rascacielos, para pegar paredes de elevadores, para cortar láminas de vidrio, para cargar trozos de árboles que adornan los jardines de las mansiones. Para meterse hasta el cuello en las alcantarillas de las carreteras, de los restaurantes y destapar baños en los estadios. Pequeñitos, insignificantes en estatura en este país de hombres altos y fornidos. Ellos como los pueblos originarios de este país tienen la estatura milenaria y la fuerza y la resistencia milenaria, que pareciera que no se cansaran nunca porque nunca descansan, trabajan de lunes a domingo hasta tres turnos.

Por el trabajo que realizan pudieran pagarles el doble o el triple de lo que ganan sus compañeros europeos o afros, pero no sucede. Y con regularidad el que más se aprovecha de ese lomo curtido es el latino que ya logró tener sus documentos, o el latino nacido en el país que es igual o peor de prepotente que el que ya tiene documentos. Y no digamos si es originario del mismo país, del mismo departamento o del mismo pueblo. Y si es familia a ese lomo se le despelleja con sal y limón y a ese espíritu se le humilla hasta que pierda las esperanzas de todo.

Pero son inquebrantables los hombrecitos de lomo duro, cuando menos se lo esperan los demás, dejan de estar de rodillas y se ponen de pie, no importa si han llevado hincados la mitad de su vida, un día logran ponerse en pie y caminan con la dignidad, fortaleza y resistencia milenaria de sus ancestros.

Audio:e lo que ganan sus compañeros europeos o afros, pero no sucede. Y con regularidad el que más se aprovecha de ese lomo curtido es el latino que ya logró tener sus documentos, o el latino nacido en el país que es igual o peor de prepotente que el que ya tiene documentos. Y no digamos si es originario del mismo país, del mismo departamento o del mismo pueblo. Y si es familia a ese lomo se le despelleja con sal y limón y a ese espíritu se le humilla hasta que pierda las esperanzas de todo.

Pero son inquebrantables los hombrecitos de lomo duro, cuando menos se lo esperan los demás, dejan de estar de rodillas y se ponen de pie, no importa si han llevado hincados la mitad de su vida, un día logran ponerse en pie y caminan con la dignidad, fortaleza y resistencia milenaria de sus ancestros.

Audio:

Autora: Ilka Oliva Corado

Fuente de la Información:https://cronicasdeunainquilina.com/2020/09/30/los-hombrecitos-de-lomo-duro/

 

 

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La realización de los sueños.

 

Por: Ilka Oliva Corado

 

Recuerdo patente ese instante, las palabras atragantándose en mi garganta si poder salir se arremolinaban, el corazón me latía a mil y el encantamiento apenas me dejaba dar el paso. Salí de aquel lugar atolondrada a encontrarme con la luz pálida de la tarde abrazando la noche, miré a mi alrededor, tomé aire y caminé con dirección a la parada de autobuses, estaba en la zona 1 de la capital guatemalteca y tenía 17 años.

El magisterio de Educación Física se estudia todo el día de lunes a viernes, para que los alumnos descansáramos un poco nos daban una tarde libre a la semana, a mi sección le tocaba los miércoles. Entonces yo a veces agarraba a volar pata por la zona 1, sola porque me gustaba observar y detenerme donde quisiera, así fue como entré a varias iglesias por el puro afán de respirar el aroma del incienso ese que me gusta, ver las formas de los cirios y sus colores y el lucerío de las candelas agonizantes quemándose lentamente llevando consigo mismas a saber ni cuántos predicamentos de los feligreses que las dejaban ahí. El silencio muy peculiar de esos recintos, el aire frío que pasa por debajo a las bancas como una corriente que toca los talones.

Yo que no había pasado de las calles del arrabal y de los corredores del mercado La Terminal, caminar por la zona 1 fue un descubrimiento monumental, como impresionante fue el instante en que conocí el arco del edificio de correos, recuerdo haber entrado y también observado lentamente todo. No digamos el día que caminé en las cercanías del teatro nacional, aquel gran animalón. Digo caminar porque no tenía dinero ni para comprarme un chicle. Esa limitación del dinero lo había vivido siempre con las necesidades básicas de calzado, comida, la mensualidad del colegio pero en esas caminatas comencé a vivirla cuando entré a las librerías y no podía comprarme un libro. Me enamoraba de ellos y los dejaba ahí en las estanterías, con el corazón roto. Entonces cuando cada dos meses nos daban por parte del gobierno un cheque con la cantidad exacta para un bus diario de transporte urbano para 60 días, yo me lo gastaba en libros. Del banco me iba directamente a las librerías y ahí dejaba hasta el último centavo, lo del dinero del pasaje veía después al trote cómo lo arreglaba. Esos libros fueron mi compañía aquellos años. Me los compraba en las versiones que hacían para estudiantes en libros de bolsillo, buscaba los más baratos para poder comprarme la mayor cantidad posible.

Pero aquella tarde caminando por las cercanías de la iglesia Santo Domingo vi en una estantería que anunciaban la proyección de un documental, yo no sabía qué significaba siquiera esa palabra, no sabía qué era un documental pero entré llamada por el nombre y mi eterna curiosidad. Tuve tanta suerte que la entrada era gratuita y justo entrando y a los minutos comenzó, todo aquello me maravilló. El recinto de paredes blancas como las casas de los pueblos de paredes rústicas pintadas con cal, una enorme manta blanca colgada de la pared y las imágenes en blanco y negro que salían de un aparato tan pequeñito que yo no podía creer que tanta atrocidad, tanta hermosura y tanta historia cupieran en algo tan pequeño. Salí de ahí con el corazón partido en mil pedazos y con un revuelo de sentimientos y palabras que me hormigueaban en los labios, en ese instante me di cuenta y supe por primera vez que era incapaz de expresar. Lo que había causado en mí ver el documental sobre la vida de Ana Frank no se lo pude contar a nadie nunca. Fue tan profundo lo que sentí que ese día lloré ese tipo de llanto que no sale en lágrimas sino que se anuda en el pecho.

Para esos años la poesía que había empezado a escribir en mi adolescencia estaba enterrada tres metros bajo tierra, la dejé de tajo, todo lo que había empezado a escribir a los 14 años de edad se perdió, lo enterré. Como enterré la pintura. Hasta que pasaron los años y lejos de aquel tapial donde me sentaba a horcajadas a escribir viendo hacia las montañas verde botella , una madrugada la poesía volvió a mí para salvarme la vida una vez más. He publicado 15 libros desde entonces, lejos de aquellos edificios, de aquellas calles, de aquel tapial. Pero, ¿por qué tener un blog y publicar libros? Mi blog es mi bitácora, mi diario, la única forma en que puedo expresar mis sentimientos más profundos es por medio de la escritura y es mi única forma de comunicación real, pura. Podré hablar, hacer videos, por ahí acceder a alguna entrevista (a las que les rehúyo porque no me gustan) pero la única forma en que puedo expresar la profundidad de mis adentros es a través de la escritura.

Soy una necia. Mis libros reflejan mi necedad, mi insistencia y mi agradecimiento. Mi amor propio en el que trabajo todos los días porque el amor también se aprende como se aprende a caminar.

Son esa obstinación por darle cobijo a la adolescente que vagaba desorientada por las calles de la capital. Decirle que puede crear sus propios libros, que puede expresar por medio de la poesía, los relatos, que puede pintar los garabatos que desee. Y que no le importe si otros critican su inestabilidad emocional, debido a sus formas. Porque no hay formas precisas para expresar la profundidad del alma. Mis libros son mi forma de amarla, de abrazarla, de darle cobijo y calor. Y son ese instante, aquel instante en la puerta de aquel edificio, acompañándola de regreso a su casa después de haber descubierto no solo la magia monumental del documental, a Ana Frank, pero la profundidad de sus silencios y su inexpresión.

Y a través de ella a las adolescentes que tienen miedo de soñar porque les dijeron que los sueños no son para los pobres, para las locas, para las putas, para las huele pega, para las mamás solteras, ni para las que venden en los corredores de los mercados. Ni para las que trabajan en casas de lunes a sábado y salen los domingos a dar una vuelta al parque, vagando desorientadas en las calles polvorientas de las grandes urbes, con los brazos adoloridos de tanto trapear pisos y encerarlos. Sí, mis libros también son para ellas y sé que algún día nos vamos a encontrar aunque sea a través de las hijas de sus hijas, pero ese día nos vamos a fundir en un abrazo único y cálido finalmente. Para ustedes es mi letra y mi pintura que significan la insistencia de las enajenadas a las oportunidades y a la realización de los sueños.

Nota: El 8 de septiembre de 2019, publiqué mi libro Norte, mi libro número 15. Esta fotografía no la publiqué, pero es mi fotografía favorita de esa serie tomada por la magnífica Moira Pujols. Y lo celebro como celebro a cada una de mis pinturas y a cada una de mis crías.

Fuente e imagen: https://cronicasdeunainquilina.com

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Los que se fueron yendo

Hace  un mes que no lo veo en su puesto de trabajo, es  el encargado de colocar en las estanterías las zanahorias, hongos, ocras, en esa larga estantería del supermercado donde siempre hay dos trabajadores colocando las verduras. ¿Se habrá enfermado? ¿Le habrá dado el virus? Me pregunto mientras observo detenidamente  las otras estanterías a ver si lo encuentro, pero no, no está, solo hay jóvenes haciendo el trabajo. La nueva camada, los del cambio de estafeta, los que tienen toda la leche para trabajar, los recién emigrados: sus caritas lo dicen todo. Los recién emigrados indocumentados es como si llevaran un gran cartel donde anunciaran que acaban de llegar y que no tienen papeles, el miedo  propio de las circunstancias a ellos les aflora el doble. Esas miradas, esas formas de caminar, la ropa, sus acentos tan de sus lugares de origen que es como si los remarcara.

Todo eso se va diluyendo con los años como una pintura a témpera que recibe el sol todos los días y palidece hasta que sus tonalidades se vuelven macilentas, eso hace el tiempo con los migrantes indocumentados que se enloquecen en el vaivén de las ganas de salir corriendo hacia la libertad  y el  enorme muro de reclusión  con el que topan, que los va devorando física y emocionalmente. Para los indocumentados no existe el retiro, aunque pagaron impuestos durante sus años laborales, no tienen derechos laborales que les beneficie un retiro.

Disculpe, le pregunto a uno de los jóvenes que está en una de las estanterías de frutas, ¿el señor que siempre trabaja en aquella estantería no ha venido? Ya no viene, se cambió de trabajo. ¿Se cambió de trabajo o se enfermó del virus? Pregunto como si el joven fuera a contestarme la verdad o si supiera. Me dice que se jubiló, como si para los indocumentados la jubilación existiera. Era el mayor de los que quedaban, más bien el único, todos se fueron yendo en los últimos meses, como si la pandemia los hubiera echado para otro lugar o desaparecido. Para un indocumentado no existen mejores opciones laborales, es el mil usos,  que al final siempre termina recibiendo la misma paga, centavos menos, centavos más y; terminando el día con el mismo miedo de encontrarse a la migra en el camino de regreso a casa o a la mañana siguiente de camino al trabajo.

En el mundo de los indocumentados es difícil tener amigos, entablar conversaciones con desconocidos, crear lazos emocionales con otros, por la misma situación y el miedo de ser descubiertos sin documentos y ser deportados es difícil confiar en otros,  entonces las personas se aíslan, van de la casa al trabajo y viceversa y así pueden vivir durante décadas, tener sus familias y esos hijos no conocer tíos ni abuelos más que en fotografías o a través de historias contadas por sus padres, no van a casas de amiguitos o llevar una vida normal como los que sí los tienen. Aunque claro está, hay excepciones son muy pocas comparadas con la realidad de miles en ese encierro físico y emocional de no tener un  papel sellado que lo haga visible como ser humano. Y esto arrastra a familias enteras. El daño psicológico que vive la otra generación, la de los hijos que muchas veces toca a los nietos,  es invisible también para el sistema, es tan mano de obra barata  como sus papás indocumentados, aunque hayan nacido en el país. ¿Porque qué país hoy en día tiene leyes humanas para migrantes indocumentados? Lo mismo es Chana que Juana.

Entonces como no hay familiares, como no hay amistades cercanas, esas personas que se van encontrando en el camino en la vida diaria se vuelven los lazos con lo que se interactúa y muchos indocumentados logran salir de su encierro emocional. El saludo de los buenos días en la panadería, con los trabajadores del supermercado, en la tienda de la esquina, en la licorería, las personas que viajan en el tren, en el bus, ese simple saludo es un mundo, abre un mundo de luz momentáneamente, es un respiro. Una bocanada de aire puro que tal vez alguien con papeles jamás podrá entender porque solo quien   no tiene documentos sabe lo que es vivir como indocumentado y el encierro emocional y físico que esto conlleva.

Y son pérdidas, cada vez que uno de estos personajes desaparece de la vida diaria, la calle se vuelve más vacía, el supermercado tiene menos color, el viaje en autobús puede ser más tedioso y el silencio  y la soledad con  los que muy pocos pueden convivir se vuelven enormes laberintos sin salida.

Salgo del supermercado pensando en el señor de camisa a cuadros que siempre me saludaba cuando pasaba frente a su estantería, ¿habrá regresado a su México natal? ¿Se habrá cambiado de trabajo o fue el virus? De cualquier manera la estantería no será la misma, el supermercado no es el mismo sin los que se fueron yendo, aunque uno salude a los nuevos, a los que llegaron con toda la leche para trabajar y sueñan  con regresarse en dos años, comprar un terrenito, hacer su casita y poner  un negocio en su país de origen.

Fuente: https://www.tercerainformacion.es/opinion/04/09/2020/los-que-se-fueron-yendo/

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Como un enorme elefante blanco

 Por: Ilka Oliva Corado

 

Lleva apareciendo en mi televisor varias semanas, pero me hago la desentendida y busco películas por otro lugar, es un documental sobre la violencia que vivieron las comunidades indígenas en Guatemala en el tiempo de dictadura. Qué fácil poder cambiar de canal o fingir que una imagen no está en la pantalla de un televisor. Más de 200 mil desaparecidos, dice en letras grandes, pero yo no lo quiero ver, no ahora que estoy relajándome viendo documentales sobre cultura, gastronomía y cualquier otra cosa menos sobre lo que duele. Qué fácil, insisto, poder cambiar de canal y fingir que esa imagen no existe, por lo menos momentáneamente.

Decir, hoy no quiero ver tal cosa, poder elegir. Pero esas miles de familias que vivieron la violencia por parte del Estado en Guatemala no tuvieron opción de nada, fueron masacradas, torturadas, desaparecidas. ¿Cuántos fueron en realidad? Oficialmente acaso 200 mil, pero  cuántos fueron.  ¿A cuántas niñas, adolescentes y mujeres violaron?, ¿cuántas quedaron embarazadas de esa violación?, ¿qué fue de ellas?, ¿qué fue de todas esas familias que salieron al exilio, huyendo? Dejaron en el camino todo, muchas dejaron hijos, cónyuges, padres, hermanos desaparecidos, asesinados. Muchas nunca lograron el retorno y estas personas murieron en el exilio, no solamente lejos de su tierra, pero lejos de la justicia, una justicia que aún no llega.

200 mil, en letras grandes y yo cambio de canal. ¿Cómo le hicieron para sobrevivir todos estos años? Me refiero al dolor, al estigma, a la pérdida, con el delirio, con las ganas de gritar en una sociedad racista, clasista y haragana que se niega  a pronunciar  siquiera la palabra genocidio mucho menos a reconocerlo. A reconocer que en Guatemala hubo crímenes de lesa humanidad. Y el tiempo sigue pasando y la memoria histórica se empolva cada día más, abandonada, solitaria, despojada en el olvido colectivo. Porque nos empeñamos en hablar del presente sin atrevernos a pronunciar los nombres de los desaparecidos, sin hablar de justicia, sin leer de historia, sin devolver lo robado. Sí, sin hacer como sociedad que los que se robaron devuelvan lo que les quitaron a tantas comunidades que hasta el día de hoy siguen peregrinando porque las arrancaron de sus tierras. Tierras que hoy tienen las grandes franquicias de la estafa en contubernio con un Estado opresor, con la misma tiranía de siempre.

Cómo fue la vida de aquellos jóvenes que hoy son abuelos, el hilo emocional que traspasaron a las generaciones de hijos y nietos. Es fácil olvidar lo que nos cuestiona y encara como sociedad, tan fácil como cambiar de canal en un televisor. Pretender es lo más común, fingir que nada pasó, que otros fueron los culpables y que lo mejor será borrón y cuenta nueva. ¿Y los niños que desapareció el Estado en los tiempos de dictadura? ¿Cómo han vivido todos estos años, qué fue de ellos, de sus familias de sangre? La ausencia, el vacío, la búsqueda, la frustración, el dolor, la insistencia o la resignación. 200 mil, por decir un número pero, ¿y las fosas clandestinas? ¿Los que andan hoy en los 40 años viviendo en algún lugar del mundo con un apellido distinto, en otras familias, tendrán pesadillas o les habla el inconsciente acerca de un pasado en otro lugar, con otras personas? ¿Y los padres que perdieron a sus hijos?, ¿cómo vivieron todos estos años? ¿Los que sobrevivieron a las torturas? 200 mil, y cambio de canal.

Y la justicia ausente y la impunidad perversa. Retrocedemos en cada elección presidencial, siempre le apostamos al más ruin porque nos representa a cabalidad, al más machista, al más racista, al más clasista, al más pedante, al más estafador y lo aplaudimos porque es un espejo donde nos reflejamos. Porque no nos importa lo que les pasó a los otros, lo que viven los otros: los ultrajados, empobrecidos, excluidos que obligamos a emigrar. 200 mil hace 40 años pero vemos que hoy en día, grupos armados  que son enviados por las oligarquías se roban las tierras de poblaciones completas, entran a comunidades y les queman sus casas, sus siembras y los sacan de sus tierras como en los tiempos de aquella otra dictadura y no miramos pero ni soslayo para allá. Mejor cambiamos de canal, de página, de red social. Porque es mejor fingir, no ver, no saber, que hacer algo al respecto.

Por eso hundimos cada día más a Guatemala, porque permitimos con nuestra pasividad y desmemoria que los ruines hagan y deshagan con los más vulnerados. Podremos cambiar de canal, no ver documentales, no leer los libros que cuentan los testimonios o verlos, leerlos y ya cambiar de hoja, ignorar a los sobrevivientes aunque vivan en la casa siguiente, o limpien nuestras casas,  encerrarnos en nuestra pequeña y mísera burbuja de comodidad pero eso no elimina la realidad ni el pasado; estamos caminando sobre huesos de masacrados en las innumerables fosas clandestinas que hay a lo largo y ancho del país. Y esos huesos hablan, son la memoria histórica que aunque nos neguemos a ocultar está ahí como un enorme elefante blanco.

Y muy a pesar nuestro, de nuestra desidia, de cuando en cuando se producen encuentros entre familiares que la dictadura separó, muchos cuando apenas eran unos niños. Cada abrazo entre hermanos, entre padres e hijos, entre abuelos y nietos que tenían 40 años de no verse, de darse por muertos, es un triunfo de la vida ante la opresión, ante la injusticia, ante la desmemoria colectiva. Cada encuentro es  un botón  de la esperanza que nos dice que no importa qué tan poderosa sea la impunidad, siempre la honra de la vida florecerá.

Así nos lo mostró el reciente reencuentro entre las hermanas Teresa Pérez Ramos  y Teresa Pérez Rodríguez que después de 38 años separadas se volvieron a ver. La señora Teresa Pérez Rodríguez desapareció durante la dictadura cuando apenas tenía 9 años. El reencuentro se produjo en el departamento del Quiché, en el municipio de Chajul el 5 de agosto de 2020. El departamento de Quiché fue uno con los que más se ensañó el Estado en tiempos de dictadura, la mayor parte de su población es indígena. Este reencuentro debería tener a Guatemala entera brincando de felicidad.

Fuente e imagen: https://cronicasdeunainquilina.com

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Estados Unidos: La papa partida por la mitad

La papa partida por la mitad

Crónicas de una Inquilina

Ilka Oliva Corado / Las insurrectas

Inquilina peregrina con una maleta de paso, cargada de añejas querencias, una hoja en blanco y lápiz. Una bicicleta con la que recorro galaxias, un morral donde atesoro quimeras, concierto de grillos y fulgor de luciérnagas. Soy Ilka, dividida entre las fronteras de reminiscencias e imaginación, nadando en el mar bravío de la migración. Entre otras faenas, indocumentada con maestría en discriminación y racismo.

Salimos de la cantina Las Galaxias con los patojos alrededor de las 9 de la noche, los fines de semana tenía la libertad de un tiempo libre después de vender helados y dejar alimentados a los animalitos, entonces me iba a jugar pelota,  a aplanar calles con los patojos o sola a virinbundear  y en el camino me encontraba con algunas amigas y nos íbamos a  darle la vuelta a la colonia. Eran los tiempos de mi adolescencia y Ciudad Peronia crecía cada día, en el asentamiento comenzaban a verse pequeñas construcciones de casas, poco a poco iban desapareciendo las pequeñas chozas improvisadas con lepas y nailon. Y la gente que años antes había invadido terrenos abandonados comenzaba a tener los papeles legales y podía comenzar a pagar mensualmente en el famoso banco Banvi.

El sueño del parque con su área verde y las canchas deportivas seguía siendo una ilusión, un dibujo en un papel que ayudó a enganchar a miles de personas que vieron en Ciudad Peronia la promesa de un hogar en una colonia residencial a las afueras de la ciudad. Al pie de la bomba de agua se hacían colas de gente que acarreaba en cuanto utensilio tuviera, en la noche la colonia quedaba en las oscuranas y solo se escuchaba el silbido del viento que barría las polvaredas levantando hasta las láminas de las casas para el tiempo del vuelo de los barriletes y; en el oriente del país,  de  la tapisca y el atol shuco. Ciudad Peronia fortalecía sus raíces suigéneris, con migrantes de todas partes  de dentro y fuera del país. Igual podía tener uno un vecino indígena, como negro, como salvadoreño o nicaragüense.

Mi calle se fue llenando y todos los vecinos nos conocíamos, pasados los años el señor de la talabartería vendió su casa y la compró don Luis que llegó con su esposa doña  Janeth y sus dos hijos pequeños, desde la colonia Bethania. Don Luis rápido hizo amistades y andaba con su moto para acá y para allá, en cambio doña Janeth era más tímida y hablaba poco. Realmente eran jóvenes pero les encantaba que les dijeran así, don Luis y doña Janeth. Doña Janeth siempre me trató de usted y por ende yo también a ella. Me contaba de la colonia en donde creció y teníamos en común que nos encantaba jugar fútbol.

En la cuadra hasta ese momento pocos tenían sus casas repelladas, no digamos pintadas. Don Luis se mandó que contrató a un patojo de la colonia que hacía sus primeros tanes en la pintura y le pintó la casa con un estilo nuevo que parecía untazón de chicle, como que con panela a medio hervir  se la hubieran pintado, pero sí era el estilo. No hombre, era la novedad y les daba cierto glamur en aquella colonia de casas de lepas y techos de pedazos de láminas oxidadas.

Por la tarde noche doña Janeth se sentaba en las gradas de su casa con sus niños y como la mayoría en la colonia, con las puertas de la casa de par en par. Aquella noche de domingo yo salí anegada de la cantina con los patojos, caminamos abrazados los 17 por el bulevar central y al llegar a la entrada a mi cuadra yo les pedí que me dejaran ahí que subiría sola a mi casa, no quisieron, pero insistí. Apenas podía sostenerme en pie, caminaba tambaleante, eran los días más difíciles de mi vida y mi forma de escape era el alcohol. Nunca probé drogas, no por salsa, ni por miedo, solo porque tuve suerte, la suerte con la que nací que dijo Mamita.

Los 16 hombres de mi vida me dejaron en la entrada a la cuadra y comencé a caminar la subidona, doña Janeth que estaba sentada en las gradas de su casa me vio, se paró inmediatamente y corrió a agarrarme, buenas noches, le dije, ella que era delgada y más bajita que yo, me agarró  como pudo y me  llevó a su casa, agarró a sus niños y me llevó a la cocina. Ahí me lavó la cara, me echó agua en la cabeza y me dijo que me sentara en una silla, mojó papel periódico y me lo dio a morder, partió una papa y me dijo que la masticara, que no podía asomarme así a la casa porque entonces sí mi mamá me mataba.

Para esos años yo no hablaba, toda mi forma de expresión eran los puños. ¿Qué le pasa? Me preguntó angustiada. Hable conmigo, me dijo. Por qué se emborracha así le puede pasar algo. Pero yo no hablaba ni con ella ni con nadie, no podía hablar, todo el fuego que me quemaba por dentro lo trataba a apagar con el alcohol, jugando pelota y corriendo en la arada hasta que las piernas no me daban más.

Me abrazó, me abrazó fuerte y me refugió y yo no pude hablar, todo se deshacía como granos de sal en mi garganta. Y doña Janeth que no pasaba de los 27 años lloró frente a mí aquella noche de domingo, tratando  de salvarme, salvarme de mí misma. Pero mi camino por recorrer apenas estaba iniciando.

Me mantuvo ahí en la sala de su casa hasta que me bajó un poco la borrachera y pude caminar más o menos, salió a dejarme a la puerta de su casa y se quedó ahí hasta que yo me perdí en la subidona, al llegar a mi casa me salté el tapial de adobe, atravesé el patio y entré al cuarto que colindaba con el gallinero. En la casa todos dormían, caí boca abajo en la cama de metal que tenía la pata coja.

A veces creemos que las hazañas para que sean grandes, deben tener ruido, deben ser exorbitantes, y que deben tener todos los focos puestos. Pero no necesariamente debe ser así. Aquella noche, una mujer tímida, recién llegada a la colonia, con pocos amigos, vio a una adolescente que necesitaba un abrazo y se lo dio, ¿cómo lo supo? Cosa de mujeres, tal vez. Cosa que no necesita expresarse de ninguna forma. Intuición femenina. Y para mí ese gesto fue una insurrección total. Porque pudo verme pasar e ignorarme. Pudo cerrar la puerta, pero salió a mi encuentro, a socorrerme y aquel abrazo de ese domingo por la noche me ha acompañado todos estos años y lo guardo como algo muy grato de mis años más difíciles.  Un pequeño gesto, puede salvarle la vida a una persona, aunque jamás lo imaginemos.

Siempre que como papas me recuerdo de aquella papa partida por la mitad.

Para doña Janeth, con gratitud, donde quiere que esté.

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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado

28 de julio de 2020, Estados Unidos.

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