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Pandemia de cinismo

Por: Ilka Oliva Corado

Claro que sí, vivimos una pandemia y la hemos vivido siempre, pero de cinismo, insensibilidad y doble moral.

No queremos ver ninguna injusticia de ningún tipo no porque nos duela sino porque nos importa un comino el dolor de los otros y lo que vivan. Y si se nos atraviesa una por el camino nos cambiamos del otro lado de la banqueta o retrocedemos o le saltamos encima como si fuera charco de agua, total que somos buenos esquivando. Históricamente hemos esquivado la memoria y la reconstrucción del tejido social. No hay virus tan fulminante como el del cinismo y ahí nos pintamos solos como humanidad. Virus van y virus vienen, cómo manejan la información los medios de comunicación y los gobiernos es lo que hace la enorme diferencia.

Para ejemplo el dengue, los países en desarrollo están cundidos y mueren millones de personas y seguirán muriendo, no se ve a gobiernos ni a medios de comunicación poniendo luces rojas de emergencia. El aborto clandestino, mueren millones de mujeres y no es emergencia mundial una ley de aborto legal, seguro y gratuito. Pobreza extrema, la calamidad de nuestra doble moral mundial. Con esto no quiero menospreciar la importancia del virus que estamos viviendo ahora como población mundial y tampoco digo que no se tengan que seguir las indicaciones. Pero la gran masa obrera a nivel mundial no puede quedarse en su casa guardando cuarentena porque apenas sobrevive el día a día y en sus trabajos, sus patrones oligarcas tampoco les darán los días para faltar.

¿Quiénes tapiscarán las cosechas de temporada? Si son los jornaleros del campo mal pagados sin derechos laborales quienes lo hacen, no son vistos como personas y no lo serán en esta crisis tampoco, mueran los que mueran solo se consiguen nuevos para hacer el trabajo y eso sucede también con la población indocumentada a nivel mundial. Bonito es ver en los balcones de edificios en Italia a gente cantando y tocando instrumentos en muestra de cultura y unidad, hasta cierto punto digamos que de humanismo pero, ¿y por qué nunca se han unido así para exigir al gobierno de ese país un trato digno a los migrantes indocumentados que llegan ahogándose en el mar? ¿Es ahora que con la pandemia y el caos se aprovecha para salir en redes sociales y nada más para que digan? ¿Qué pasaría si todas las familias en Italia salieran a los balcones en una muestra de humanismo y cantaran, tocaran instrumentos exigiendo un trato humano y la legalidad de estadía y derechos laborales a los  migrantes que llegan ahogándose en pateras desde África y parte de Europa? Una cuarentena pidiendo por los migrantes indocumentados, qué lujo. Pero ellos no importan, no han importado ni importarán.

Quienes han podido porque han tenido el tiempo y la economía, en días anteriores vaciaron los supermercados, al final quedaron los obreros que van al día con sus gastos, muchos no han podido ir a comprar nada porque no hay dinero, cuando lleguen no encontrarán nada porque quienes podían acapararon todo sin importarles los otros. Muestra clara de egoísmo. Ese desabasto masivo porque ha sido mundial, conforme avanza la pandemia por sectores así van vaciando los supermercados. Esto nos da una idea, mínima, pero nos la da, de cómo vivieron los países ultrajados en tiempo de dictaduras e invasiones, las cuales empezaron por desabasto de supermercados, panaderías, farmacias, para crear el caos en las poblaciones. Nosotros no llevamos ni una semana y todo está lavado, los productos básicos están barridos. Imaginemos años de dictaduras donde además violaban, torturaban, desaparecían y asesinaban personas. ¿Podríamos sobrevivir nosotros a algo así? Hablo claro, de estas nuevas generaciones pomposas y arrogantes. Porque los mayores ya sabemos de qué están hechos, son nuestro ejemplo y guía.

Podemos imaginarnos entonces lo que significa un bloqueo económico en países como Cuba y Venezuela. Cuba, con décadas así y sin embargo sigue siendo un ejemplo de humanismo para el mundo, ahora mismo brindando medicina y enviando a sus médicos alrededor del mundo para que atiendan las necesidades de los pueblos. Y no lo enseñó Fidel, es su pueblo que ha sabido resistir con dignidad y conciencia la enorme injusticia que ha cometido el mundo con su cinismo y su silencio.

Podemos imaginarnos entonces lo que vive Palestina, (lo que vivió Irak, Pakistán y vive Siria) que les bombardean hospitales, casas y escuelas. Que les arrancan sus árboles de olivo con maquinaria pesada, que les fumigan sus siembras para que no crezcan. Que les bombardean supermercados, que les disparan a quema ropa si se acercan al muro con el que día a día les roban sus tierras. Claro que sí, podemos imaginarlo, pero preferimos cambiarnos al otro lado del camino, porque su dolor, sus gritos de auxilio y la dignidad de ese pueblo que lucha nos escupe a la cara, en nuestro cinismo. Claro que sí, vivimos una pandemia y la hemos vivido siempre, pero de cinismo, insensibilidad y doble moral.

Ojalá que por lo menos, ya que no nos dan las agallas para ver a otro lado más allá de las galantes fronteras patrias, ni que nos atrevamos a adentrarnos en la memoria histórica de nuestro propio pueblo para pensar en la tierra arrasada y las poblaciones que salieron al exilio forzado, exijamos que el quedarse en casa a guardar la cuarentena sea para todo ser humano, no solo para quien se columpie en su privilegio de clase y jampón desde ahí señale el comportamiento de los obreros en tiempo de pandemia de cinismo.

Fuente: https://rebelion.org/pandemia-de-cinismo/

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La explotación de los otros

Por: Ilka Oliva Corado

Muchas veces nos sentimos derrotados, frustrados y nos decimos una y otra vez, molestos, furiosos, cuestionantes que; tenemos derecho a una vida mejor. Una vida con derechos laborales, con soltura económica. Derecho a una casa mejor, espaciosa, con gran patio y a otros muebles. A tener el refrigerador lleno de comida. A poder comprarnos lo que queramos, a tener ese dinero extra para viajar y comprar un carro o cambiar el que ya tenemos. A un mejor trabajo, sí tenemos derecho y ese mismo derecho lo tienen otras personas en las que no pensamos por estar ensimismados en lo que creemos que nos falta sin darnos cuenta que otros la están pasando muy mal.

¿A qué tendrá derecho el cortador de caña al que se le va la vida entre el sol, el lomo curtido y los sueños rotos? ¿El jornalero golondrina que va de finca en finca cortando frutas y verduras a cambio de un pago que no le alcanza ni para lo básico? Ese jornalero al que humilla constantemente el caporal que se cree dueño de la finca. ¿No tienen derecho a una cama esos jornaleros que duermen en galeras amontonados en el suelo como leña aperchada?

¿A qué tendrán derecho las mujeres que se llenan las piernas de venas inflamadas paradas durante 16 y 18 horas al día trabajando en fábricas y maquiladoras? ¿A ir al baño por lo menos? Maquiladoras que salen de sus casas en la madrugada y llegan a media noche, que no vieron un solo rayo de sol durante el día, a las que les toca trabajar todos los días del año. A las que las horas extras no se les pagan.

¿Y las que son contratadas para hacer tortillas? En esos restaurantes de lujo, donde hacen las tortillas ahí a un costado de las mesas, ¿cuánto ganan esas mujeres, tienen beneficios laborales? No es solo hacer tortillas, son las que cocinan y limpian cuando el restaurante se cierra. Las que son bonitas para la foto del folclore que los comensales publican en redes sociales.

Los niños que lustran zapatos, que trabajan en tiendas y abarroterías, que cargan bultos en los mercados, ¿ellos a qué tendrán derecho? ¿A que nosotros los utilicemos como animales de carga? ¿A que altaneros pongamos los zapatos para que les saquen brillo, a los que les exigimos ligereza para atendernos? ¿A qué tienen derecho los niños que vemos todos los días haciendo malabares en los semáforos? ¿A las familias que viven en los basureros? ¿Tendrán derecho a una casa como la nuestra, con muebles parecidos a los nuestros, a nuestro carro, a nuestro patio, a nuestro refrigerador? ¿O qué, nosotros pertenecemos a otro nivel y ellos no tienen permitido un techo para dormir y tener una cama y una lámpara, una mesita de noche?

¿Esos niños no tienen derecho a una bicicleta como la tienen los nuestros? ¿No tienen derecho a ir a la escuela, a dejar de ser explotados trabajando? ¿Ese cargador de bultos no tiene derecho a un trabajo que no le parta la columna vertebral? ¿No tiene derecho a tener una casa con una silla dónde sentarse a descansar? ¿Vamos, no tiene derecho al tiempo de ocio?

¿Esas niñas, adolescentes y mujeres secuestradas con fines de explotación sexual acaso no tienen derecho a otra vida? ¿Y los adultos mayores vendiendo en las calles, exponiéndose a humillaciones, a que les llamen estorbo, a que se burlen de ellos y que les exijan rebaja que jamás pedirían en un supermercado? ¿Ellos a qué tienen derecho?

Muchas veces por estar inmersos en nuestro propio dolor, en nuestra propia cólera y frustración que por supuesto tenemos derecho a tenerlos y tenemos derecho a soñar con vidas distintas, no vemos que hay personas que están viviendo una vida de infierno, a las que pudiéramos ayudar, porque siempre se puede ayudar, nadie está realmente mal para no ayudar a otra persona en peores circunstancias. ¿Qué tanta es nuestra ira para exigir a un gobierno que cambie las condiciones de vida no nuestras, porque techo para dormir tenemos, sino las de ellos, de los miles que viven en los basureros? ¿Que cambie las condiciones laborales de los cortadores de caña, de los jornaleros golondrina, de las maquiladoras? ¿Qué tanto estaríamos dispuestos como sociedad a no utilizar el trabajo de los cargadores de bultos y a no explotar a niñas y adolescentes en trabajos de limpieza de casas? ¿Qué tanto haríamos para que esas niñas tengan la oportunidad de estudiar? ¿De que esos niños que lustran zapatos y hacen malabares frente a los semáforos estudien? ¿Y por esas niñas y adolescentes que dejan los brazos en los comales y fogones haciendo tortillas para que otros se llenen los bolsillos? ¿De los adultos mayores humillados por pararse frente a la banqueta de una casa a vender su canasto de verduras?

Siempre pensamos en derechos y beneficios para nosotros y los nuestros, pero somos incapaces de pensar en que otros en peores circunstancias también los merecen.

Siempre pienso en esto y es una forma para medir nuestro egoísmo humano o nuestra generosidad. Si tuviéramos dinero para comprar un par de zapatos nuevos, ¿le donaríamos los viejos a alguien en necesidad y compraríamos los nuevos para nosotros o nos quedamos con los que tenemos y les compraríamos los nuevos a alguien en necesidad? Es fácil desprenderse de lo que ya no necesitamos y está en mal estado, creemos que otra persona por estar en peores circunstancias económicas que nosotros merece eso que prácticamente es basura, y para lavarnos de culpas lo donamos. Pero somos incapaces de comprar algo nuevo y darlo a un completo desconocido, aun sabiendo que lo necesita más que nosotros. No, no somos tan buena gente como aparentamos. Y no, no estamos en tan malas condiciones económicas como para no voltear a ver alrededor y saber que podemos ayudar a alguien que realmente lo necesite. Si no es con dinero es con tiempo, con lo que sabemos hacer, pero de que se puede ayudar se puede.

Fuente: https://www.aporrea.org/ideologia/a287662.html

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Cuando la víctima es indígena

Cuando la víctima es indígena

Por Ilka Oliva Corado

Qué vamos a hacer el día que nos enteremos que el acosador es nuestro hermano, padre, abuelo, esposo, compañero, novio, amigo. Puede pasar en cualquier momento puesto que estamos inmersos en sociedades patriarcales, ¿los vamos a evidenciar como hacemos con los acosadores con los que no tenemos ningún lazo sanguíneo ni afectivo? ¿O vamos a […]

Qué vamos a hacer el día que nos enteremos que el acosador es nuestro hermano, padre, abuelo, esposo, compañero, novio, amigo. Puede pasar en cualquier momento puesto que estamos inmersos en sociedades patriarcales, ¿los vamos a evidenciar como hacemos con los acosadores con los que no tenemos ningún lazo sanguíneo ni afectivo? ¿O vamos a acusar a la víctima re victimizándola, colocándonos del lado del acosador y del sistema patriarcal? ¿Vamos a santificar a ese hijo, hermano, abuelo, padre, esposo, compañero, novio y amigo? Porque creemos inocentemente que los malos son los otros, no los nuestros; con los que hemos compartido toda una vida, o a quienes hemos parido y hemos criado. Y la crudeza de esta realidad es que son también los nuestros, los que pertenecen a nuestro núcleo afectivo y sanguíneo, los clientes fijos en bares y casas de citas.

Las mujeres de mi pueblo siempre han dicho que los hombres son de uno de la casa para adentro, pero de la casa para afuera uno los desconoce porque ellos se manejan bajo su propia ley. Por supuesto, ese “de uno” de pertenencia es un decir. Y es complejo todo esto de la violencia de género y el acoso, porque todo a nuestro alrededor está hecho para que esa violencia sea normalizada porque vivimos en un mundo hecho por hombres para beneficio de ellos mismos y mucho tenemos que ver las mujeres en que esos patrones de crianza no cambien y tampoco las normas ni las leyes.

Y mucho más complejo aún es cuando en una familia las mujeres se han liberado de patrones patriarcales y están luchando del lado del feminismo, apoyando a otras en sus denuncias, evidenciando actitudes machistas y misóginas de hombres que las han acosado, que las han tocado o violentado física o emocionalmente y; llega el balde de agua fría cuando se enteran de que por ahí entre esa gama bien galana de acosadores se encuentran los hombres de su familia. El hombre con el que comparten la cama y los sueños, los hijos que han amamantado, los hermanos que ayudaron a crecer, el abuelo cariñoso con las nietas, el cuñado amable y solidario en asuntos de familia. ¿Qué harán esas mujeres, se les derrumba la teoría y la práctica de hermandad de género o, aunque la vida se les parta por la mitad tendrán la capacidad de evidenciar al acosador y sus actitudes machistas y misóginas? Peor aún, si no se quedó en palabras y fue más allá y tocó, golpeó o violó.

Y eso nos puede suceder a cualquiera, porque este sistema patriarcal lo alimentamos todos en cualquier nivel de la sociedad. Que los hombres vayan a bares y casas de citas es sabido por las mujeres, o lo intuyen, porque está normalizado, porque “como son hombres” necesitan un desahogo extra fuera de casa. En gran parte los hombres a través de la historia se han salvado de ir a la cárcel por violentar mujeres, pero los tiempos están cambiando, lentamente, pero se avanza. Hoy las mujeres cada vez más  se atreven a denunciar. Y así como nos enfurecemos y exigimos justicia cuando la víctima de violencia de género es nuestra amiga, abuela, hija, hermana, madre, esposa, y el victimario es un desconocido. ¿Qué vamos va a hacer cuando nos enteremos que los hombres de nuestra familia son también verdugos de otras mujeres?

Y como miembros de la sociedad, de la comunidad, ejerciendo un papel de editoras en medios de comunicación, en revistas de género, ¿qué haremos si llegan a nosotras un grupo de mujeres jóvenes buscando apoyo, porque quieren denunciar a un acosador muy conocido en la comunidad y en el medio, que además se jacta de ser defensor de derechos humanos y reconocido internacionalmente por su lucha en defensa de los pueblos? ¿Las vamos a dejar solas, porque hasta ahí no llega nuestro feminismo? ¿Vamos a voltear la cara porque son aguas muy profundas? ¿Vamos a hacernos a un lado porque el peso político del acosador es aplastante? ¿Y si esas mujeres jóvenes son indígenas o negras? Pasamos la hoja porque a quién le importa lo que le pase a una indígena o una negra, pues solo son utilizadas para la explotación del folklore. Es en situaciones como esta en que el cuento del feminismo se cae, de los derechos de género, de la solidaridad (o sororidad que tanto gusta a las feministas esa palabra) y entra la diferencia de clases y el racismo; el feminismo blanco urbano haciéndose a un lado y volteando hacia otro lado cuando la víctima es indígena o negra. Ahí no hay humanismo válido, no hay ética profesional, no hay solidaridad que valga y no hay búsqueda de justicia.  No hay directores de medios de comunicación que se atrevan a ir en contra de su propio género.

En Guatemala un defensor de derechos de los pueblos indígenas ha acosado a por lo menos 15 mujeres jóvenes, indígenas, pero los medios de comunicación donde han buscado apoyo se han negado a publicar sus testimonios, porque el peso del verdugo políticamente es grande, ha sido reconocido internacionalmente, ellas tan solo son 15 jóvenes indígenas acosadas, como millones a través de la historia de la humanidad. Se les ha sugerido que denuncien el acoso en columnas de opinión sin mencionar el nombre del acosador, y que toquen el tema como punto general, para abrir un debate en torno al acoso que viven las mujeres indígenas por parte de miembros de la comunidad. Se les ofrece un espacio de denuncia a medias, barnizado, de doble moral, doblándoles las manos a las víctimas, re victimizándolas porque se les limita en la denuncia, se les obliga a rodear, a hablar a medias. O es eso o no hay espacios para que denuncien, porque son mujeres indígenas. Es así de grande el peso del patriarcado, del racismo, clasismo  y de la doble moral.

Es por esa razón que las mujeres indígenas y negras tienen que crear sus propios espacios de denuncia, con sus propias voces, con sus propias palabras, sin la línea editorial, racismo y clasismo de ningún medio de comunicación que las desvalorice por su etnia.

Autor: Ilka Oliva Corado

Fuente de la Información: https://rebelion.org/cuando-la-victima-es-indigena/

Fuente de la Imagen: Cronicasdeunainquilina.com

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La descomposición social que somos

Por: Ilka Oliva Corado

Muchas veces hablamos de la descomposición social desde la posición de superioridad y privilegio, nuestra opinión está hecha de estereotipos porque creemos que los causantes de tal degradación son quienes crecen en la alcantarilla, en el lumpen, en la condición social de parias. Entonces vemos a ese adolescente marginado por nosotros mismos, al que le hemos negado una vida distinta y al que obligamos a robar un celular, una billetera o un radio de automóvil, como el culpable. Porque a la primera decimos que vienen de familias disfuncionales como si las de nosotros no lo fueran también, los señalamos de no querer trabajar cuando sabemos que los últimos en las clases sociales son los que sostienen al mundo con sus lomos. Y a él lo sentenciamos y en él depositamos todo nuestro clasismo, todo el racismo generacional y lo condenamos desde nuestras poltronas de quienes tuvieron el privilegio de la oportunidad.

Pero vemos como lindo cuando alguien se acerca a tomarse una foto con una niña indígena que vende arrestarías en la calle a la hora en que debería estar estudiando en la escuela, porque qué bonita su vestimenta y qué linda la persona que no le tuvo asco, que tampoco le compró pero le dio el privilegio a esa niña de que se tomara una foto con ella. O sea, pues. Eso es un ejemplo claro de descomposición social. Y hay miles más.

La gente que anda tomando fotos y expone a personas vulneradas en sus derechos: niños, adolescentes, adultos mayores vendiendo en la vía pública, en los mercados, sentados en la orilla de las banquetas comiéndose una tortilla con sal con la ropa empapada de sudor, lustrando zapatos, cargando bultos, o porque se acercaron a regalarles un pan con frijoles les tomaron una foto recibiéndolo o abrazados con ellos y creen que con eso ya tocaron el cielo con las manos sucias. El yo fulanito, yo menganita graduada de universidad, estudiante de universidad, empresaria me tomo una foto con este niño vendedor de chicles y la publico en las redes sociales, para que la gente vea que soy buena gente y abrazo a los parias sin que tema que me peguen los piojos. Y peor aún, la ola de comentarios aplaudiendo y alabando. Eso es descomposición social. Es la exposición del que está en necesidad para el placer de egolatría del que se cree superior. ¿Y si ese niño no ha comido en todo el día, cuántas veces comerá en la semana, dónde duerme, tiene familia, en dónde vive, tiene sueños? Eso no importa, solo la foto para el aplauso de las redes sociales. Pero como somos nosotros desde arriba desde la posición del privilegio quienes tomamos las fotos entonces no señalamos ni sentenciamos como al adolescente que roba un teléfono celular. Somos igualitos a los blancos que van de turismo a África y se toman fotos regalándoles dulces al puñado de niños negros en estado de desnutrición.

Es descomposición social la insensibilidad humana. Ver vertederos de basura llenos de familias viviendo y comiendo ahí y simplemente voltear hacia otro lugar. Saber que en los bares y casas de citas se viola a niñas, niños, adolescentes y mujeres y no hacer nada como sociedad para que no existan. Llamar trabajo sexual a la explotación sexual. Regatear a los campesinos que salen a vender su cosecha. Tener empleada doméstica, porque es privilegio de clase. Peor aún no pagarle el salario justo. Es descomposición social orinar en la vía pública, tirar basura en la calle, contaminar el agua de los ríos y lagos. Ser altaneros con los meseros, con los mensajeros, con las recepcionistas, con quien cuida el ascensor, con las personas del mantenimiento del edificio en donde trabajamos. No sentir el dolor del otro como muestro es un signo claro de descomposición social. Negar el derecho al aborto y al matrimonio igualitario también lo es. También lo es la vanidad, además de ser ignorancia pura.

Ver a las niñas trabajar de sol a sol en tortillerías y no hacer nada como sociedad para su realidad cambie. Saber que los trabajadores agrícolas no cuentan con derechos laborales, y ver cómo se pudren los cortadores de caña mientras los dueños de los ingenios de hinchan las bolsas junto a los banqueros con el beneficio de la explotación. Es descomposición social, elegir una y otra vez presidentes racistas, clasistas, corruptos, machistas, xenofóbicos, homofóbicos que alimentan la explotación del ser humano en necesidad, desde el Estado. Entonces, ¿quiénes somos nosotros para señalar al niño que huele pegamento todo el día y en la noche sale a asaltar?, ¿a la niña a la que su padre explota sexualmente todos los días para ir a comprar droga, ese padre que creció siendo explotado de igual manera y que solo eso conoce como medio de sobrevivencia ?, ¿a la madre que trabaja todo el día en las maquilas y que no puede ver a sus hijos salvo en la noche cuando llega y los encuentra dormidos? Claro, hablemos de descomposición social, pero, no de arriba hacia abajo y haciéndonos responsables de la parte que nos toca.

Fuente: https://www.aporrea.org/ideologia/a287083.html

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Graduaciones de verano

Por: Ilka Oliva Corado

Los graderíos del campo de fútbol americano de la escuela se llenaron de gente, el sol de los días de verano estaba sazón, en su mero punto, el clima era perfecto, los asistentes iban en sus mejores galas, no era para menos pues se graduaban de la escuela secundaria los retoños de la familia. Muchos nacidos en Estados Unidos y otros emigrados de niños que hablaban inglés sin acento y a los que el recuerdo del país de origen les iba quedando cada día más lejos, como la universidad, la casa de los abuelos y la residencia legal en el país.

Muchas familias de migrantes latinos en Estados Unidos se conforman de distinta manera a como en los países de origen: niños que viven con vecinos porque deportaron a sus padres los cuales decidieron dejarlos para que tuvieran un mejor futuro; otros que se quedaron viviendo con tíos, unos que se quedaron solos y que los cuida el hermano mayor que es adolescente, el cual trabaja y estudia; viven en un cuarto que alguien les hizo favor de prestarles o alquilarles en una casa. Nadie reporta a las autoridades para que esos niños no tengan problemas de separaciones, prefieren que estén juntos y los ayudan entre la comunidad.

Esa comunidad puede ser conformada por miembros de una iglesia, vecinos, padres de familia de la escuela, en una red de ayuda silenciosa; así es como entre vecinos, conocidos y familiares se turnan para llevar a los niños a la escuela, al doctor, a sus actividades extracurriculares y, se van tejiendo hilos que van conformando el enorme hilar de telaraña que hace de las comunidades migrantes latinoamericanas un mundo externo con realidades distintas al del concepto de familia que aparece en los libros de texto.

Y se encuentran también dentro de ese abanico de familias distintas las que tienen al padre o madre deportados: al que lo agarró la migra cuando iba de camino al trabajo, en la calle, en la parada de autobús, en el trabajo. Las familias que llegó el papá primero al país y que poco a poco se ha ido trayendo a los hijos con el espacio entre la llegada de uno y otro de años, entonces están los casos del papá con el hijo mayor viviendo en Estados Unidos y el resto de la familia en el país de origen. Rentan un cuarto o un apartamento donde viven otros 20 migrantes en las mismas condiciones: indocumentados.

El caso de la mamá soltera que emigró y que ha ido mandado a traer a los hijos, galán que sin traumas a causa del viaje de travesía, cada uno con sus infiernos post frontera que explotan de mil formas o que los consume de mil formas también. Así es como niños de escuela primaria o de los básicos ya tienen uno o dos arrestos con la policía porque los encontraron en la escuela con drogas, alcoholizados o robando para comprar droga. Porque solo la droga les permite olvidar momentáneamente el infierno. O los que terminan siendo esclavizados en las redes de trata.

El averno también de vivir en situaciones de pobreza extrema, porque en Estados Unidos también existe, de ver que su mamá o su papá trabajan tres turnos al día para lograr traer al país a sus otros hijos y mucho más difícil si viven en estados donde nieva, donde bajan las temperaturas a extremo y no tienen calefacción o en verano cuando suben y no tienen aire acondicionado.

La situación de familias que después de que finalmente lograron traer a todos sus hijos al país los papás terminan divorciándose. El caso de los niños que viajaron solos y que los agarró la migra en la frontera y a los que ningún familiar fue a recoger por miedo a ser deportados y terminaron siendo parte del programa de gobierno viviendo con familias que ayudan en las crianzas. Los niños que lograron llegar pero que sus padres fueron reportados con las autoridades por tener viviendo a sus hijos en condiciones inseguras que representaban un peligro para los niños y fueron dados a familias que trabajan en los programas del gobierno. Y están los niños también que cruzan la frontera todos los días para estudiar en Estados Unidos y que duermen con sus familias en territorio mexicano.

Están los niños que nacieron en Estados Unidos y que ven a sus papás solo unas horas durante la semana, como los niños migrantes, porque estos son indocumentados y trabajan tres turnos al día, estos niños no pueden viajar al país de origen de sus padres a visitar a sus abuelos por la situación económica en la que viven, apenas alcanzan a pagar la renta de un apartamento o de un cuarto. Y viven de la misma forma que los niños migrantes sin documentos.

El sol estaba sazón y el clima era perfecto, se graduaba una generación más de la escuela secundaria del poblado donde viven obreros latinos en su mayoría, era mes de graduaciones en Estados Unidos y son pocos los privilegiados en terminar la secundaria, porque por cada niño que se gradúa hay miles trabajando sin tener la opción de estudiar, y los tantos que dejaron la escuela a medio camino, más los cientos que se mueren en la frontera buscando llegar al país.

Esos niños graduandos son en muchas familias los primeros en ir a la escuela, de ellos pocos seguirán diversificado y apenas contados con los dedos los que seguirán la universidad, porque la mayoría tiene la carga de ayudar en los gastos de la casa y crianza de los hermanos, como en los países de origen, como les tocó a sus padres y abuelos. La mayoría tal y como lo hicieron sus padres y sus abuelos, se casan jóvenes casi niños y también casi niños tienen hijos.

Un ciclo que varía muy poco y que es muy difícil de romper porque es sistemático y patriarcal, más allá de las fronteras territoriales.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=264241

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Perdón Guatemala, te fallamos

Crónicas de una inquilina
Inquilina peregrina con una maleta de paso, cargada de añejas querencias, una hoja en blanco y lápiz. Una bicicleta con la que recorro galaxias, un morral donde atesoro quimeras, concierto de grillos y fulgor de luciérnagas. Soy Ilka, dividida entre las fronteras de reminiscencias e imaginación, nadando en el mar bravío de la migración. Entre otras faenas, indocumentada con maestría en discriminación y racismo

Ríos secos a causa de la extracción minera y del robo de agua para riegos masivos de palma africana. Guatemala ocupa el cuarto lugar en la  tala ilegal de árboles a nivel mundial, un país deforestado hasta la raíz; se acabaron la selva Lacandona para cuartear terrenos para fincas ganaderas y de siembra de palma africana. Un ecocidio tras otro dejando a comunidades enteras sin los recursos básicos de subsistencia;  por ende esta gente  se ha visto obligada a emigrar de forma indocumentada.

Defensores del medio ambiente asesinados por defender el derecho a la vida, porque defender los ecosistemas es defender la vida de todos. Líderes comunitarios asesinados y encarcelados por negarse a abandonar sus tierras, tierras que las turbas de contrabandistas que han tomado el Estado hacen trato con transnacionales que buscan perforarlas en busca de minerales que se llevan  al extranjero a cambio de una limosna al traidor que las vendió. Mismo traidor que cuando no les sirve más, le terminan dando una patada en el culo.

Corredores secos por doquier,  no solo en Jutiapa y Chiquimula, la hambruna se instaló en el país y los niños en estado de desnutrición se cuentan por miles, también adultos mayores a los que el Estado violentó desde su nacimiento: abandonándolos, robándoles los recursos, las tierras,  negándoles el derecho a la educación, a la salud, a una pensión justa, a una vejez digna; una violencia circular que pasa de generación en generación, una violencia sistemática.

Ciudades enteras inundadas por el desfalco millonario  de quienes nunca movieron un dedo para arreglar alcantarillas ni el sistema de drenajes, de quienes mintieron haciendo planchas de carreteras que a la primera lluvia se han desmoronado pero eso sí, cobradas en dólares.  Avionetas  cargadas con droga quemadas por doquier, descaro de un narco Estado que nos escupe en la cara y se burla de nosotros sin que tengamos las suficientes agallas para reaccionar porque lo mejor es voltear hacia otro lugar, porque al final del día, nos ha enseñado la historia (la de ellos no la nuestra) que en boca cerrada no entran moscas y con esta actitud pasiva, de derrota, de pesimismo, de insensibilidad les abrimos las puertas del país para que se roben nuestros recursos y también pisoteen nuestra dignidad.  Estados de sitio que es como atar de manos y pies a los únicos que pueden defender su propia tierra; nosotros a lo lejos en la ciudad, en el gran pueblón de cemento los vemos haciendo como que hacemos pero sin mosquearnos.  Eso sí, grandes pensadores, analistas políticos, humanistas, de las redes sociales. Mediocres, eso somos y  unos grandes cobardes.

41 niñas quemadas vivas en un Hogar Seguro del Gobierno, ¿qué sociedad del mundo no se levantaría enardecida exigiendo justicia? Pero primero, estas niñas fueron violadas en infinidad de ocasiones, expuestas a la trata del tráfico sexual por gente del Gobierno del país y lo denunciaron públicamente,  ¿en dónde están estas personas enfrentando la justicia? ¿En dónde está la sociedad exigiendo sus nombres? ¿Cuántas niñas y niños siguen siendo violados en los hogares seguros del Estado? Les hemos fallado terriblemente a nuestros hijos,   porque son nuestros niños, cada niño debe ser visto como hijo propio. Quien lea entienda.

¿Cómo es posible que podamos dormir habiendo niños que viven en la calle? ¿Qué clase de seres humanos somos? Cómo es posible que permitamos con el pretexto de ser un mal necesario, que existan los bares, casas de citas y tanto lugar donde prevalece la trata sexual y todo porque un hombre por macho debe asistir a estos lugares; esa no es hombría. Y que nosotras mujeres digamos quitadas de la pena que; mejor que se desahoguen ahí y no que violen mujeres. ¿A qué creen que van los hombres a las casas de citas? ¿Cómo creen que llegaron las niñas, adolescentes y mujeres que tienen en esos lugares?  Somos tan ruines, tan inhumanos, tan descarados…

Vemos los basureros llenos de gente comiendo y viviendo ahí y no nos inmutamos, al contrario los señalamos sintiéndonos superiores por vivir en otras condiciones, creyendo que ha sido fruto de nuestro propio esfuerzo y quitándole responsabilidad al Estado y quitándonos responsabilidad como sociedad. ¿Cómo podemos sentarnos un domingo a comer en familia sabiendo que hay miles de familias comiendo y viviendo en los basureros?

¿De qué nos ha servido el estudio entonces? ¿Decir que fuimos a la universidad y que logramos conquistar la cima de la montaña? ¿De qué nos sirve un automóvil cuando un hermano camina descalzo entre zarzas? ¿De qué nos sirve un techo con terraza si miles de niños duermen en las calles? ¿De qué nos sirven los cartones de diplomas,  maestrías y doctorados si todos los días aparecen niñas violadas y embarazas? ¿De qué nos sirven los centros comerciales de lujo imitando a los de países europeos si miles de niños se mueren de hambre al otro lado de la calle? ¿En dónde dejamos nuestro sentido común?¿En dónde está nuestra ética y moral? ¿Nuestro sentido humano? ¿En dónde extraviamos la sensibilidad y las agallas?

El arrabal más violentado día a día y nosotros jampones desde nuestro pupitre de oficina, de salón de universidad, desde la sala cómoda de nuestra casa le llamamos zona roja, nacimiento de clicas, cuando las clicas criminales somos nosotros que no tenemos capacidad de reacción y que solapamos con nuestra actitud racista los desmanes de un gobierno de corruptos, asesinos, violadores y narcotraficantes.  Niños y adolescentes que terminan en la cárcel, niños que desde que nacen les han quitado todo,  a sus padres: a los que les mataron o los hacen trabajar tres turnos al día, niños a los que les niegan el derecho a los tres tiempos de comida, al vestido y calzado, a la  educación y a la salud.

Niños a los que les meten telenovelas y series de narcos todo el día, porque eso reproduce la televisión nacional y extranjera,  a los que les revientan los tímpanos con la música de letras que repiten de memoria. Una violencia inducida, porque luego de tratarlos como despojos, de excluirlos, de repetirles que no son nada, que no valen nada, de destruirles su autoestima, su amor propio, les envían a los seres iluminados que les ofrecen salvarlos y sacarlos del olvido. Por esa razón los cabecillas de las maras son militares, por eso se pierden granadas y armamento de uso exclusivo del ejército y la policía. ¿Quiénes  creen que les dan las armas? Los jefes de esas maras que ven robado celulares en las calles, bolsas, billeteras viven en zonas exclusivas del país y se visten de saco y corbata o son esos niños bien que por caritas están en televisión nacional.

Pero ninguna violencia y ningún dolor tan grande como el del hermano que lo ignora y eso hacemos nosotros  no solo los ignoramos sino que los violentamos doblemente al restregarles la yaga del estigma. Somos los causantes y los únicos responsables por elegir los gobiernos que elegimos y por no tener las agallas de sacarlos cuando nos fallan; por mantener un sistema de violencia institucionalizada con las capas de la sociedad que menos recursos tienen para optar por una vida integral que debe ser un derecho de todo ser humano.

Los pueblos originarios más maltratados día a día, viviendo la violencia más atroz del gobierno neoliberal y lo que hacemos es señalarlos con nuestro temple racista con nuestro aire de superioridad: pobres marionetas,  unos peleles somos.

¿No nos duele verlos de sol a sol cortando caña? ¿Cortando los granos de café que luego se van al extranjero? ¿Cargando los racimos de banano que no se quedan en el país? El mejor  banano de Guatemala se va al extranjero y nos dejan las sobras. Guatemala lleva décadas comiendo las sobras siendo un país de una inmensa riqueza natural.  ¿No nos revienta la cólera cuando vemos a tanto niño cortando sandías y hojas de tabaco? ¿Cortando verduras en las fincas de los adinerados que nunca les pagarán un salario justo a los adultos y que explotan niños? ¿No nos despierta por lo menos un aire de indignación ver a tanta adolescente y mujer pudriéndose en las maquiladoras de los oligarcas que no pagan impuestos? ¿Los hospitales sin medicina ni infraestructura? ¿Los bomberos sin recursos?

Hay tanto por lo que debemos indignarnos y reventar en una manifestación multitudinaria de tiempo indefinido, hay tanto que nos llama a una Asamblea Nacional Constituyente Plurinacional, el escarnio nos ve a los ojos, la mancilla de los traidores merece que la justicia los encarcele y que se pudran en una mazmorra. El país debe ser reconstruido, las montañas deben ser reforestadas, las carreteras reconstruidas, se le debe asegurar a cada niño el derecho al desarrollo integral y a cada adulto mayor el derecho a una vejez digna. Y lo tenemos que hacer nosotros, nadie más. Somos nosotros los de ahora, los de ayer ya lucharon y nos dejaron su legado, su ejemplo de dignidad, de coraje, de amor. Porque todos los mártires que la historia oficial ha olvidado lucharon en un acto de amor leal, de amor puro, por nosotros las generaciones de la desmemoria.  Para dejarnos un país con derechos, con recursos, de arboledas y lagos y neblinas y musgos…

El tiempo de levantarnos es hoy, pero qué va, somos unos cobardes, haraganes, cómodos, insensibles y desmemoriados. Somos la generación que dejará como legado a las siguientes un país en ruinas. Perdón Guatemala, perdón, te fallamos.

Autor: Ilka Oliva Corado

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La envidia entre mujeres

Por: Ilka Oliva Corado

obre cómo el sistema patriarcal divide a las mujeres para tenerlas controladas y relegadas a la posición de la inferioridad.

 

Al dominio patriarcal le es afín que las mujeres sintamos envidia entre nosotras, le es grato cuando nos odiamos, nos señalamos, cuando nos dispersamos en lugar de unirnos. Cuando estamos metiéndonos zancadilla para ver caer a quien creemos nuestra rival.
La rivalidad entre mujeres es producto de los patrones patriarcales con los que crecemos y que están en todo ámbito de la sociedad. Romper con eso es nuestra misión de género. No podemos dejar a las generaciones que están por venir un legado de indiferencia, de rencores, de discriminación; esas niñas merecen crecer en una sociedad donde las mujeres se comuniquen entre ellas, donde se aplaudan los logros en lugar de apuñalarse por la espalda.
Una sociedad donde se tomen de la mano para avanzar en busca de derechos, donde puedan caminar juntas y saber que cualquier mujer en cualquier lugar del mundo será una aliada y no una enemiga.
Sí, yo sé, son sueños muy grandes pero las cimas más altas se logran conquistar paso a paso, ya han hecho tanto nuestras ancestras y aun no es suficiente, ¿qué estamos haciendo nosotras para continuar en la construcción de ese legado? ¿Qué es lo que vamos a dar a cambio de esos derechos que nos dejaron nuestras antecesoras? Porque a muchas de ellas les costó la vida; fueron humilladas, ultrajadas, desaparecidas para que nosotras hoy tengamos el derecho a levantar la voz, el derecho al voto.
¿No merecen las niñas acaso que nosotras peleemos el derecho al aborto? Una buena forma de iniciar a romper ese esquema patriarcal que nos divide sería comenzar a decirle a otras mujeres lo bien que se ven, lo lindos que le quedan esos zapatos de tal color, que su blusa le queda linda, que se expresó muy bien en tal ponencia, que su trabajo es excelente.
Que tal falda le queda linda, que su sonrisa irradia. Que su forma de ser es contagiosa. Que su humanismo es admirable, que sus acciones invitan a la imitación. Y no hay nada de malo en decirlo, no hay nada de malo en que una mujer le diga a otra que se ve bonita, que le luce su color de pintalabios, que luce linda sin maquillaje. Eso no quiere decir absolutamente nada más que eso, que luce linda y hay que decirlo.
Hay que decirle a las personas que hacen bien las cosas, cuando las están haciendo bien. Hay que decirles que las admiramos por su empeño, por su esfuerzo, por su profesionalismo. No tiene nada de malo que sea otra mujer la que se lo diga. Romper con el patrón de la envidia entre mujeres es vital para derrumbar el patriarcado. Y no, eso no significa que la otra mujer sea homosexual y se lo esté diciendo con otros fines.
Ése es el primer enganche con el que el patriarcado nos desafía, dos mujeres pueden admirarse mutuamente y eso no significa absolutamente nada más que eso. ¿Qué tal si nos desafiamos y comenzamos hoy mismo viendo a nuestro alrededor y diciendo a las mujeres que nos rodean lo lindo que se ven, lo bien que hacen su trabajo, lo admirables que son? Costará el primer día, pero al tercero les prometo que será como montar en bicicleta.
Y poco a poco iremos adentrándonos en la lucha de los derechos de género, y así ojalá un día sepamos todas las mujeres que no es necesario colocarse el apellido del esposo para ser alguien, para cambiar de status ante otras mujeres o ante la sociedad, que eso no nos hace más importantes, al contrario nos coloca en la situación de objetos propiedad de una persona.
Porque, ¿en dónde existe una ley común, de dos dedos de frente donde el esposo pueda colocarse el apellido de la esposa o diga en públicamente soy fulanito de tal, de la misma forma en que sucede con las mujeres? Sí, eso también es yugo del patriarcado contra las mujeres.
Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=260765
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