Author: Ilka Oliva Corado
Las Insurrectas: Alice Munro
Por: Ilka Oliva Corado
Escribí mi primera novela porque quería leerla”. –Toni Morrison.
La agudeza de la escritura de Alice Munro está marcada por la simplicidad y la naturalidad con la que conversaría cualquier ama de casa con sus amigas en la cocina mientras prepara el almuerzo de sus hijos. Alice escribe con la inocencia con la que hablan las mujeres que trabajan limpiando habitaciones de hotel y de las que en los pueblos inhóspitos pasan las tardes lavando ropa en los estanques públicos.
Escribe así porque Alice es así, Alice escribe lo que es. No hay glamour en su escritura ni palabras rebuscadas, no existe el alarde académico que busca impresionar al lector, pero sí hay honestidad y es eso junto a la genialidad de su talento lo que hace de su letra la excelsitud que la llevó a ganar el Nobel de Literatura.
La escritora estadounidense Paule Marshall, lo explica muy bien en su texto, “De los poetas en la cocina”, publicado el 9 de enero de 1983. En este texto cuenta que mientras daba clases de un seminario de ficción en la Universidad de Columbia, llegó un escritor invitado a dar una charla a sus alumnos, este hombre les dijo que las mujeres escritoras tienen mucho más suerte que los hombres escritores porque ellas de niñas pasaban mucho más tiempo junto a sus madres y sus amigas en la cocina y esto las enriquecía en el lenguaje y a la hora de desenvolverse en las conversaciones, cosa que no sucedía con los hombres. No era una afirmación sexista como ella imaginó en el primer instante.
Pensó entonces en el lenguaje cotidiano y en la sabiduría que da el día a día y que un escritor puede explotar muy bien en sus historias. Todos los sentimientos profundos y las complejidad de las ideas y exponerlos con facilidad en el lenguaje simple de la convivencia diaria. La escritora Grace Paley en sus clases de escritura recibe a sus alumnos nuevos con esta frase: “Si dices lo que piensas en el idioma que te llega de tus padres y tus amigos y tu calle, probablemente dirás algo hermoso”.
Lo afirma Alice Munro en el 2013, en una entrevista televisada para el Nobel de Literatura, cuando cuenta que en su pueblo, en su adolescencia las mujeres eran las que leían y contaban historias porque los hombres estaban afuera haciendo cosas importantes. Y donde las mujeres escriben con mayor facilidad, pero donde los escritores más importantes son hombres porque es un agravio y un descrédito que si es una ocupación de hombres sean mujeres las renombradas.
Las letras llegaron a la vida de Alice a temprana edad y comenzó a escribir desde niña, cuando leyó un cuento de Hans Christian Andersen, “La sirenita”, pero no le gustó el final porque lo sintió muy triste, para ella la sirenita no se merecía tanto sufrimiento ni tanto sacrificio, tampoco un final tan trágico que la dejara olvidaba e innombrable; por esa razón al terminar de leerlo dio varias vueltas alrededor de su casa pensando y decidió escribirlo pero con un final distinto que fuera digno de su sacrificio, le hizo justicia a su heroína, porque eso era para ella la sirenita, una heroína.
Alice hizo con ese cuento lo que dice Toni Morrison que debemos hacer, que si hay un libro que deseemos leer y que aun no está escrito, debemos escribirlo nosotras. Y fue así como su literatura se llenó de heroínas a las que ella quería hacerles justicia, enaltecer e inmortalizar. Sin conocer la palabra feminismo, era una feminista.
Escribió en los inicios de su obra literaria muchas historias con finales felices, adrede, porque quería darles felicidad a las heroínas de sus relatos, pero poco a poco fue transformando sus cuentos y les dio finales que están lejos de la alegría pero que son parte de la experiencia humana.
Era una ama de casa que en sus momentos libres escribía, dejaba sus textos a medias cuando llegaban sus hijas después de la escuela, textos que retomaba después de planchar, de preparar la cena; nunca tuvo tiempo suficiente ni la privacidad de la habitación propia de la que habla Virginia Woolf, para sentarse a escribir y desmenuzar un texto hasta que quedara perfecto tomándose todo el tiempo que fuera necesario. Ella rompe con el molde de lo que debe ser y hacer un escritor, según los estereotipos.
Alice tampoco se ha pasado la vida metida en el mundo cultural de la ciudad en la que vive, no asiste a eventos sociales porque se siente ajena, como también en el mundo de los escritores, poetas y en el de los intelectuales. Es, dice, una ama de casa que optó por escribir para matar el tedio del oficio doméstico.
Por esa razón es que la literatura de Alice Munro está limpia de todo sesgo académico porque no pisó la universidad, porque no la persiguen los fantasmas que atrapan a los escritores titulados que sienten que deben meterse dentro de un saco perfumado para escribir con las fanfarrias de la academia o minar un campo con palabras rebuscadas para impresionar al lector.
De hecho Munro nunca supo que sus textos se podían vender, esto vino mucho después cuando ya había tirado a la basura cientos de estos. También las ventas de sus libros llegaron de sorpresa como que el Nobel de Literatura, el cual nunca creyó ganar y no por falta de capacidad sino por ser mujer. Es muy sincera Alice con sus planteamientos, franqueza que no está manchada por el status de las clases sociales, de la academia, ni por el de las loas del mundo artístico.
Alice por esa razón es una mujer insurrecta, porque se atrevió a romper con el prototipo de la esposa y madre que debe dedicarse en cuerpo y alma a su esposo y a sus hijos y; dejar de vivir para vivir por ellos, a través de ellos olvidándose de sí misma.
Es una insurrecta que con su resistencia como escritora ha dejado un legado a las generaciones de mujeres que como ella, son esposas y madres y las invita a no desistir, las llama a atreverse, a soñar, les da la mano y las invita a caminar en busca de otros horizontes para su realización personal. Nos lo dice a todas sin distinción alguna.
Nos invita a la expresión, a salir del silencio, del hastío. Nos llama a pronunciarnos de las formas en que nosotras encontremos nuestro propio desahogo. No tiene que ser con la escritura, pero tiene que ser, sí. Debemos revelarnos, debemos ponernos en pie.
Alice es la mujer común viviendo una vida común, que escribe en el lenguaje habitual del que hablan Grace Paley y Paule Marshall, que decidió hacer algo fuera de la norma como lo hizo Toni Morrison, para poder respirar y buscar su propia felicidad. Felicidad que ella describe muy bien en este extracto:
“La cuestión es ser feliz. A toda costa. Inténtalo. Se puede. Y luego cada vez resulta más fácil. No tiene nada que ver con las circunstancias. No te imaginas hasta qué punto funciona. Se aceptan las cosas y la tragedia desaparece. O pesa menos, en cualquier caso, y de pronto descubres que estás en paz con el mundo.”
*Fuente: https://cronicasdeunainquilina.com/2019/09/23/las-insurrectas-alice-munro/
.Doña Julia
Una serie sobre mujeres que han sido olvidadas por la historia y que han abierto camino. |
Escribir, como resistencia al patriarcado
Por: Ilka Oliva Corado
A Manuela Sáenz la siguen recordando por su relación sentimental con Simón Bolívar y no por su hazaña revolucionaria. Relegarla a ser la «Libertadora del Libertador», y rendirle honores por esto, es una terrible falta de respeto a su legado de rebelión y feminismo, pero también es un ejemplo muy claro de lo que hace el patriarcado con las mujeres, en donde la ideología no tiene nada que ver.
En una entrevista realizada a Alice Munro, le preguntaron si imaginó ganarse algún día el Nobel, ella contestó que nunca, por ser mujer, aunque claro está, -comentó- que ha habido mujeres que lo han ganado. Pero con esta respuesta Alice, una ama de casa que se dedicó a escribir para matar el tedio de los días interminables en el oficio doméstico, dejó muy claro lo que somos las mujeres en un mundo hecho por hombres para hombres.
Virginia Woolf, decía: «Me atrevo a adivinar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer». La película, La esposa, protagonizada por la gran Glenn Close y basada en la novela de la escritora Meg Wolitzer, evidencia de forma magistral las palabras de Virginia, que no son más que la realidad de millones de mujeres a través de la historia. Películas como esta se hacen tal vez cada 30 años, ojalá se hicieran más seguido para educar a esta sociedad que somos, infestada de misoginia.
En su tiempo, la película Tomates verdes fritos, causó espanto por su carácter de feminismo radical, de empoderamiento a las mujeres y de visibilidad homosexual, porque sí el amor entre mujeres ha existido desde siempre. Y desde siempre también, los patrones de crianza impuestos bajo conceptos patriarcales e infestados de estereotipos han apedreado a mujeres valientes como Ninny (La encantadora de abejas) que se han enfrentado a ese yugo y han decidido ser ellas mismas aunque el castigo sea la muerte en la guillotina o en la hoguera.
Un sistema que cría a mujeres como Idgie, temerosas de sentir, de ser, de entregarse, porque es muy difícil romper la norma, salir del yugo, y van con la corriente hasta que llegan mujeres como Ninny que las impulsan a ser ellas mismas y a amar. Es lo que sucede con Evelyn, que al conocer a Ninny comienza a amarse a sí misma y a crear su propia revolución en casa: nada como el amor propio para enfrentar al patriarcado y nada como la unidad entre mujeres para fortificarnos. Gracias a mujeres como Ninny, mujeres como Idgie logran salir del círculo de la violencia de género a tiempo y logran salvar sus vidas y reconstruirse a sí mismas y reconstruir también sus familias, si tienen hijos, porque estos también sufren las secuelas emocionales.
El sistema nos educa como Idgie, algunas logramos transformarnos como Evelyn y lo ideal sería llegar a ser como Ninny. Es un camino largo pero no imposible de recorrer. Pero todas importamos, todas somos necesarias y todas debemos luchar desde donde estemos y con lo que tengamos, así seamos como Idgie, Evelyn o Ninny.
Y una forma de lucha y de resistencia es hacer lo que amamos, hacer lo que amamos nos permite florecer, estar, ponernos en pie, caminar, vernos frente al espejo y encontrarnos a nosotras mismas. Vivir de lo que amamos es un privilegio que resulta muy caro pagar en este mundo convulsionado por un sistema capitalista y neoliberal que explota y muchas veces es imposible; pero buscar unos minutos del día a quema ropa, contra viento y marea y hacer lo que amamos debe ser nuestra forma de encarar ese sistema que a las mujeres nos maltrata el doble por nuestro género.
El deporte fue vedado para las mujeres durante siglos, otras murieron y fueron violentadas para que nosotras hoy tengamos la oportunidad de ejercitarnos, debemos ejercitarnos como amor propio pero también como resistencia, como una lucha contra el patriarcado.
Leer, leer, leer, a todas horas, un libro, una nota de una revista, un artículo, un poema, pero leer todos los días, por todas aquellas que no pudieron y murieron luchando para que nosotras hoy podamos hacerlo.
Plantar, la experiencia de plantar una semilla nos permite dar vida y no porque sea nuestra misión de género, pero tocar la tierra con nuestras manos nos ayuda a entender el amor que han sentido nuestras ancestras campesinas, y ayuda a crear un lazo inquebrantable con nuestros valores humanos, porque a la tierra pertenecemos, no ella a nosotras. La savia de la vida la da la madre tierra. Pero plantar porque nadie puede deprimirse al ver una flor en su esplendor, plantar es un antídoto contra la depresión.
Y después de hacer lo que amamos, que nos nutre, que nos fortifica, hay que hacer lo que es una responsabilidad de género: escribir. La palabra nos ha sido negada milenariamente, escribir es una forma de romper la norma, de dar un paso, de avanzar, de elevar la voz, de denuncia, de existencia, de florecer, de resistencia y es también por ende una forma de visibilizar y honrar a todas aquellas a las que el patriarcado a través de la historia de la humidad vedó, negándoles sus derechos. Y a todas aquellas que fueron silenciadas a fuerza de tortura.
Escribir es seguir abriendo el camino para las que vienen atrás, porque de eso se trata plantar un árbol. Hacer visibles y ejercer nuestros derechos nos permite mantenerlos vigentes para las generaciones que vienen. Sin olvidar que muchas dieron sus vidas para que nosotros tengamos la oportunidad de tener una semilla para plantar.
Escribiendo podemos hacer visible que mujeres como Manuela Sáez aún siguen a la sombra del patriarcado. Podemos relatar que los días de lluvia en lugar de ser tristes como muchos creen, son días de mucha vida para el ecosistema y de tristeza no tienen nada. Escribiendo podemos relatar cómo nos sentimos viviendo micro machismos todos los días. Contar sobre la elaboración de un pastel casero, relatar sobre una mañana de sol, sobre una reunión familiar, sobre nuestras emociones, exponer nuestro pensamiento crítico. Crear un diario y escribir todos los días debe ser un hábito de toda mujer, desde que es niña.
Y las mujeres que están en camino a ser como Ninny deben dar la mano a todas las que están en la etapa de Idgie, para lograr transformarlas y así unas a otras irnos ayudando en este proceso de resistencia ante el patriarcado.
¿Qué escribirán hoy?
Fuente: https://www.aporrea.org/ddhh/a281978.html
Crónicas de una inquilina / Atreverse a curar la herida
Inquilina peregrina con una maleta de paso, cargada de añejas querencias, una hoja en blanco y lápiz. Una bicicleta con la que recorro galaxias, un morral donde atesoro quimeras, concierto de grillos y fulgor de luciérnagas. Soy Ilka, dividida entre las fronteras de reminiscencias e imaginación, nadando en el mar bravío de la migración. Entre otras faenas, indocumentada con maestría en discriminación y racismo.
Atreverse a curar la herida
No importa si la primera expresión emerge con miedo, enojo, ira, impotencia o frustración y que por eso retumbe y lance llamas o queme como la brasa; si rasguña, si grita, si llora quejumbrosamente o si lanza puñetazos al vacío; realmente eso no es lo importante, lo importante es que ha comenzado a curarse la herida.
No importa que los pasos sean tambaleantes, si se dan tres hacia delante y uno hacia atrás, si se va de lado o en zigzag, lo que realmente importa es ponerse de pie e intentar caminar aunque al principio solo se pueda gatear o arrastrarse; en algún momento llegará la fuerza y el equilibrio y los pasos serán certeros.
No importa si la crítica viene como olas, como lava, como una tunda o como aguacero, la crítica no es importante, lo de afuera no es importante, lo que realmente importa es la metamorfosis que se está produciendo adentro, cuando comienza a curarse la herida.
No importa si la mano tiembla y el pulso dibuje con los hilos del pincel, un camino encorvado en lugar de un sendero recto, llegará el momento en el que la calma hará de ese lienzo un jardín repleto de girasoles. Y si el jardín no se da y si en lugar de girasoles son piedras, rosas o vestigios de una cabaña a donde se llega por un camino encorvado, no importa, lo primordial nunca ha sido el pasador de la ventana, sino la ventana por sí misma que permite ver todo lo que cuatro paredes no. La expresión es eso, es la ventana del alma y al abrirla se cura la herida.
No importa si el texto de un relato, artículo, ensayo o poema, no tiene el contexto, la profundidad y la gramática adecuados, llegará el momento en que sean adecuados para otros, o tal vez nunca suceda, pero eso no es lo importante, lo importante es que sean el camino para mermar la necesidad de quien lo escribe en ese momento porque es vital para curar la herida. Lo importante es curar la herida no lo que piensen otros. Todo lo demás es secundario.
Porque solo curando la herida la expresión se torna en alegría, en calma y en felicidad. Llegará el momento en el que no dolerá más, será para entonces…, pero para mientras aunque duela la resistencia está en atreverse a curar la herida.
Fuente de la Información; https://cronicasdeunainquilina.com
Más allá del folclore
Por: Ilka Oliva Corado
Si tan solo tuviéramos dos dedos de frente, y con esto la capacidad básica de raciocinio, entenderíamos que los Pueblos Originarios lo son todo y que nos debemos a ellos, así hayamos llegado a la cúspide de la educación superior o de la falsificación: pues somos seres plásticos y de apariencias. Prioridades para muchos de nosotros que creemos que somos otro paisaje que está muy lejano de la raíz de la cepa de donde venimos.
Si tan solo la infinidad de lecturas de libros de autores famosos que solemos fanfarronear en redes sociales nos sirvieran de algo. Si tan solo la infinidad de destinos turísticos y viajes en primera clase que solemos presumir en redes sociales nos sirvieran de algo. Si las maestrías, si los doctorados nos sirvieran de algo más que para el codeo con gente que también como nosotros se cree otro paisaje.
Si sirviera de algo el buen gusto por la comida fina y las bebidas lujosas que solemos presumir en redes sociales, nuestro buen tino para gritar a los cuatro vientos que nuestra economía es estable que nos podemos dar lujos que otros no. Lujos en un mundo de plástico y apariencias muy lejano al de los Pueblos Originarios.
Si todo eso sirviera para algo sabríamos que estamos perdidos, que nos lanzaron al culo del abismo y que seguiremos rodando sin parar en un vacío sin fin donde las masas amorfas que conformamos se convierten en alcornoque. Que somos las madejas, las marionetas, los hilos que otros mueven para su conveniencia, creándonos una ilusión fantasmagórica de lo que es el progreso.
Y creemos que ellos que nos tienen carro, que no tienen lociones finas, que no tienen carreras universitarias, que no comen en restaurantes cinco estrellas, que no viajan en primera clase, que no toman vacaciones alrededor del mundo, que no sonríen para quedar bien, que no fingen para encajar, que no se codean para obtener, que no se aventajan a los demás, que no meten zancadilla para ganar, que no fanfarronean un plato de comida y que desconocen el mundo de las redes sociales, el de las pretensiones y el del qué dirán: son los incultos y manipulables.
Creemos que las etiquetas son las que nos hacen, entonces vamos por la vida como: licenciados, doctores, politólogos, que no sé qué y que no sé cuánto y que cúcara mácara… Y somos el colmo de la ignorancia, porque si las etiquetas nos sirvieran de algo sabríamos que estamos cagados, que nunca fuimos, que somos producto de un sistema de clases que nos ha manejado a su antojo. Sabríamos que esos pueblos que nosotros solo vemos como el folclore lo son todo. Sabríamos que ninguna universidad nos enseñará tanto como la sabiduría de esas manos milenarias, de esos labios que comparten de generación en generación pócimas, leyendas, sistemas sociopolíticos, conocimiento ancestral que ninguna educación superior podrá igualar nunca. Porque antes de las universidades, de los automóviles, de los aviones, de las invenciones de este mundo de apariencias y de compra-venta, ya existían los Pueblos Originarios.
Si tuviéramos la humildad, el agradecimiento, el entendimiento y el corazón abierto aprenderíamos mucho de ellos porque no hubo, no hay y no habrá gente tan capaz, humilde, inteligente, honesta y solidaria como la de los Pueblos Originarios. Y de éste lado, en este paisaje lejano, muy lejos de la cepa, donde estamos nosotros los mediocres y fanfarrones, donde pululan los títulos, las etiquetas, las fotografías con filtros, la barbaridad de las redes sociales, nunca tendremos el nivel de conciencia, de solidaridad, ni de conocimiento que tienen los Pueblos Originarios.
Pasaremos nosotros, insignificantes, como partículas de polvo en la inmensidad de la atmosfera y el tiempo y, ellos permanecerán. No, no nos necesitan, ellos son autosuficientes, en cambio nosotros apenas somos unas marionetas de plástico que con el calor de derriten, ellos en cambio son las permanencia y el origen. Ojalá que antes de que sea tarde para nosotros, un día aprendamos a ser agradecidos y aprendamos a verlos más allá del folclore que este sistema racista y clasista nos impuso. Otra humanidad seríamos.
Fuente: http://www.lr21.com.uy/mundo/1396628-mas-alla-del-folclore
Las mujeres malas siempre son otras
Por: Ilka Oliva Corado
Hemos crecido en sociedades en donde los patrones patriarcales están enraizados de tal manera que nos amarran los pies y sin nuestro esfuerzo por soltarnos será imposible avanzar. Esos patrones nos dictan normas, una pauta a seguir que somos incapaces de cuestionar, este modelo viene con: estereotipos, racismo, homofobia, clasismo y misoginia de los cuales nos nutrimos muy bien todos los días desde el momento en que nacemos: en casa, en la escuela, en la comunidad, en el trabajo y; en la edad adulta inculcamos a nuestros hijos también y a todo ser humano que esté a nuestro alrededor. Estamos en el centro de una madeja de patrones patriarcales que no nos permiten ser, ni respetarnos ni respetar a los demás especialmente a las mujeres.
Un sistema creado para abusar al género femenino en todas sus formas; es limitante, más bien mutilador, es un sistema que nos dice que la mujer todavía no llega al concepto de ser humano, porque si fuera un ser humano sería respetado en sus derechos y eso aún no sucede, es vista como un ser inferior incapaz de formular un análisis crítico, por ejemplo. Ese sistema mutilador que aun no nos ve como personas, nos ve como objetos y es así como objetos que nos tratan desde el momento de nuestro nacimiento.
Un objeto para placer del hombre, un objeto al que se le puede maltratar, pegar, asesinar, desaparecer y tirar a la basura como a cualquier chirajo; porque no existe ni sistema de justicia ni sociedad capaz de reaccionar ante el abuso de un ser visto como inferior al que no se le ha dado la categoría de persona.
Cuando una mujer es abusada no importa su condición social, ni color de piel, ni religión, es tan víctima como la obrera más pobre de un arrabal, y puede ser desaparecida de la misma forma así tenga millones de dólares en su cuenta bancaria. No cuentan el dinero ni la condición social ante el macho abusador. Un cuerpo de una mujer destrozado en un basurero siempre será para la sociedad y el sistema machista el de una puta que en algo andaba metida y que por eso la mataron así. Ni en cuenta el término violencia de género ni feminicidio.
Se le sentencia a la primera: era una puta que en algo andaba metida y por eso terminó así. Aquí es donde entran las otras mujeres malas, es mala quien aparece asesinada en un feminicidio, no importa si quien la asesinó es su pareja, su esposo, su novio, un compañero de trabajo, un familiar, un desconocido, es lo mismo: la mataron por puta.
Puta, puta si pensaba por sí misma, puta por vestirse como quería, puta por buscar su independencia, por denunciar a su acosador-abusador, por no denunciarlo por miedo. Y sentenciamos dueños y señores del irrespeto: es que si no denunció es porque le gustaba, es porque tenía la culpa, es que…, cualquier pretexto para excusar al abusador y re victimizar a la víctima.
Señalamos desde esos patrones patriarcales, machistas y misóginos con los que fuimos criados y no buscamos arrancar de nuestro cerebro, llenos de estereotipos y mojigatos lanzamos cualquier tipo de improperio contra una víctima de este sistema que fue hecho para la mutilación de la mujer, en todas sus formas.
Siempre y cuando la víctima sea una desconocida, las desconocidas siempre serán las mujeres malas, por quienes no tenemos afectos, ni lazo de sangre o conexión emocional. Ellas siempre serán las putas que en algo andaban metidas y que por eso terminaron así. Pero las cosas cambian cuando la golpeada, la asesinada o la desparecida es un miembro de nuestra familia, una amiga cercana o una conocida, cuando hay afecto o conexión emocional entonces se siente el dolor, la rabia y la impotencia que por insensibles somos incapaces de sentir cuando la víctima es otra.
Todos tenemos que lograr que este sistema patriarcal cambie, que cambien los contextos, arrancar la raíz machista y misógina. Eliminar esos estereotipos que hacen que nos señalemos unos a otros, menospreciándonos por género, color, credo. La violencia de género es responsabilidad de todos, en todos los peldaños de la sociedad. Padres de familia, maestros, entrenadores, vecinos, ciudadanos en general. Tenemos que arrancarlos de nosotros mismos y tener la responsabilidad de levantar la voz, de involucrarnos, de señalar y explicar en cada ocasión que escuchemos a alguien decir cualquier tipo de pronunciamiento machista y misógino en contra de las niñas, adolescentes y mujeres.
No esperemos que lleguen a acciones, no esperamos que lleguen a extremos, todo comienza con una frase que se pronuncia y se sentencia como ley o como norma. Putas, putas somos todas las mujeres, porque todas buscamos libertad, independencia, desarrollarnos, crecer, tenemos sueños, y ésa es una mujer puta para el patriarcado por ende todas lo somos. En el sexo, la única diferencia es que unas somos más activas que otras, no hay mujeres santas, salvo para la doble moral de la religión manipuladora y violenta.
No seamos los que señalemos a la mujer mala (que no existe) que por puta le pasó lo que le pasó, seamos quienes arranquemos esos estereotipos de raíz. Seamos quienes expliquen como puedan, con sus propias herramientas, sin intimidarse, en cualquier espacio, en cualquier ocasión, porque es sumamente necesario, los que estén luchando día a día por erradicar el patriarcado, el machismo y la misoginia de nuestra sociedad.
Es urgente, no queremos más mujeres maltratadas, golpeadas, asesinadas y desaparecidas por machos que se creen dueños de nosotras y que nos ven como objetos de su pertenencia.
Fuente: https://www.telesurtv.net/bloggers/Las-mujeres-malas-siempre-son-otras-20190408-0001.html