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.La envidia entre mujeres

Control patriarcal
La envidia entre mujeres
Ilka Oliva Corado
Sobre cómo el sistema patriarcal divide a las mujeres para tenerlas controladas y relegadas a la posición de la inferioridad.
Al dominio patriarcal le es afín que las mujeres sintamos envidia entre nosotras, le es grato cuando nos odiamos, nos señalamos, cuando nos dispersamos en lugar de unirnos. Cuando estamos metiéndonos zancadilla para ver caer a quien creemos nuestra rival.
La rivalidad entre mujeres es producto de los patrones patriarcales con los que crecemos y que están en todo ámbito de la sociedad. Romper con eso es nuestra misión de género. No podemos dejar a las generaciones que están por venir un legado de indiferencia, de rencores, de discriminación; esas niñas merecen crecer en una sociedad donde las mujeres se comuniquen entre ellas, donde se aplaudan los logros en lugar de apuñalarse por la espalda.
Una sociedad donde se tomen de la mano para avanzar en busca de derechos, donde puedan caminar juntas y saber que cualquier mujer en cualquier lugar del mundo será una aliada y no una enemiga.
Sí, yo sé, son sueños muy grandes pero las cimas más altas se logran conquistar paso a paso, ya han hecho tanto nuestras ancestras y aun no es suficiente, ¿qué estamos haciendo nosotras para continuar en la construcción de ese legado? ¿Qué es lo que vamos a dar a cambio de esos derechos que nos dejaron nuestras antecesoras? Porque a muchas de ellas les costó la vida; fueron humilladas, ultrajadas, desaparecidas para que nosotras hoy tengamos el derecho a levantar la voz, el derecho al voto.
¿No merecen las niñas acaso que nosotras peleemos el derecho al aborto? Una buena forma de iniciar a romper ese esquema patriarcal que nos divide sería comenzar a decirle a otras mujeres lo bien que se ven, lo lindos que le quedan esos zapatos de tal color, que su blusa le queda linda, que se expresó muy bien en tal ponencia, que su trabajo es excelente.
Que tal falda le queda linda, que su sonrisa irradia. Que su forma de ser es contagiosa. Que su humanismo es admirable, que sus acciones invitan a la imitación. Y no hay nada de malo en decirlo, no hay nada de malo en que una mujer le diga a otra que se ve bonita, que le luce su color de pintalabios, que luce linda sin maquillaje. Eso no quiere decir absolutamente nada más que eso, que luce linda y hay que decirlo.
Hay que decirle a las personas que hacen bien las cosas, cuando las están haciendo bien. Hay que decirles que las admiramos por su empeño, por su esfuerzo, por su profesionalismo. No tiene nada de malo que sea otra mujer la que se lo diga. Romper con el patrón de la envidia entre mujeres es vital para derrumbar el patriarcado. Y no, eso no significa que la otra mujer sea homosexual y se lo esté diciendo con otros fines.
Ése es el primer enganche con el que el patriarcado nos desafía, dos mujeres pueden admirarse mutuamente y eso no significa absolutamente nada más que eso. ¿Qué tal si nos desafiamos y comenzamos hoy mismo viendo a nuestro alrededor y diciendo a las mujeres que nos rodean lo lindo que se ven, lo bien que hacen su trabajo, lo admirables que son? Costará el primer día, pero al tercero les prometo que será como montar en bicicleta.
Y poco a poco iremos adentrándonos en la lucha de los derechos de género, y así ojalá un día sepamos todas las mujeres que no es necesario colocarse el apellido del esposo para ser alguien, para cambiar de status ante otras mujeres o ante la sociedad, que eso no nos hace más importantes, al contrario nos coloca en la situación de objetos propiedad de una persona.
Porque, ¿en dónde existe una ley común, de dos dedos de frente donde el esposo pueda colocarse el apellido de la esposa o diga en públicamente soy fulanito de tal, de la misma forma en que sucede con las mujeres? Sí, eso también es yugo del patriarcado contra las mujeres.
Autor: Ilka Oliva Corado
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Las Insurrectas: Alice Munro

Por: Ilka Oliva Corado

Escribí mi primera novela porque quería leerla”. –Toni Morrison. 

La agudeza de la escritura de Alice Munro está marcada por la simplicidad y la  naturalidad con la que conversaría  cualquier ama de casa con sus amigas en la cocina mientras prepara el almuerzo de sus hijos. Alice escribe con la inocencia con la que hablan las mujeres que trabajan limpiando habitaciones de hotel y de las que en los pueblos inhóspitos pasan las tardes lavando  ropa en los estanques públicos.

Escribe así porque Alice es así, Alice escribe lo que es. No hay glamour en su escritura ni palabras rebuscadas, no existe el alarde académico que busca impresionar al lector, pero sí hay honestidad y es eso junto a la genialidad de su talento lo que hace de su letra la excelsitud que la llevó a ganar el Nobel de Literatura.

La escritora estadounidense  Paule Marshall, lo explica muy bien en su texto, “De los poetas en la cocina”,  publicado el 9 de enero de 1983. En este texto cuenta  que mientras daba clases de un seminario de ficción en la Universidad de Columbia, llegó  un escritor invitado  a dar una charla a sus alumnos, este hombre les dijo que las mujeres escritoras  tienen mucho más suerte que los hombres escritores porque ellas de niñas pasaban mucho más tiempo junto a sus madres y sus amigas en la cocina y esto las enriquecía en el lenguaje y a la hora de desenvolverse en las conversaciones, cosa que no sucedía con los hombres. No era una afirmación sexista como ella imaginó en el  primer instante.

Pensó entonces en el lenguaje cotidiano y en la sabiduría que da el día a día y  que un escritor puede explotar muy bien en sus historias. Todos los sentimientos profundos y las complejidad de las ideas y exponerlos con facilidad en el lenguaje simple de la convivencia diaria. La escritora Grace Paley en sus clases de escritura recibe a sus alumnos  nuevos con esta frase:  “Si dices lo que piensas en el idioma que te llega de tus padres y tus amigos y tu calle, probablemente dirás algo hermoso”.

Lo afirma Alice Munro en el 2013, en una entrevista televisada para el Nobel de Literatura, cuando cuenta que en su pueblo, en su adolescencia  las mujeres eran  las que leían y contaban historias porque los hombres estaban afuera haciendo cosas importantes. Y donde las mujeres escriben con mayor facilidad, pero donde los escritores más importantes son hombres  porque es un agravio  y un descrédito que si es una ocupación de hombres   sean  mujeres las renombradas.

Las letras llegaron a la vida de Alice a temprana edad y  comenzó a escribir desde  niña, cuando leyó un cuento de Hans Christian Andersen, “La sirenita”,  pero  no le gustó el final porque lo sintió muy triste,   para ella la sirenita no se merecía tanto sufrimiento ni tanto sacrificio, tampoco un final tan trágico  que la dejara olvidaba e innombrable; por esa razón   al terminar de leerlo dio varias vueltas alrededor de su casa pensando y decidió escribirlo pero con un final distinto que fuera digno de su  sacrificio,  le hizo justicia a su heroína, porque eso era para ella la sirenita, una heroína.

Alice hizo con ese cuento lo que dice Toni Morrison que debemos hacer,  que si hay un libro que deseemos leer y que aun no está escrito, debemos escribirlo nosotras. Y fue así como su literatura se llenó de heroínas a las que ella quería hacerles justicia, enaltecer e inmortalizar. Sin conocer la palabra feminismo, era una feminista.

Escribió en los inicios de su obra literaria muchas historias con finales felices, adrede,  porque quería darles felicidad a las heroínas de sus relatos, pero poco a poco fue transformando sus cuentos y les dio  finales que están lejos de la alegría pero que son parte de la experiencia humana.

Era una ama de casa que en sus momentos libres escribía,  dejaba sus textos  a medias cuando llegaban sus hijas después de la escuela, textos que retomaba después de planchar,  de preparar la cena; nunca tuvo tiempo suficiente ni la privacidad de la habitación propia de la que habla Virginia Woolf,  para sentarse a escribir y   desmenuzar un texto hasta que quedara perfecto tomándose todo el tiempo que fuera necesario. Ella rompe con el molde de lo que debe ser y hacer un escritor, según los estereotipos.

Alice tampoco se ha pasado la vida metida en el mundo cultural de la ciudad en la que vive, no asiste a eventos sociales porque se siente ajena, como también  en el  mundo de los escritores,  poetas y en el  de los intelectuales. Es, dice, una ama de casa que optó por escribir para matar el tedio del oficio doméstico.

Por esa razón es que la literatura de Alice Munro está limpia de todo sesgo académico porque no pisó la universidad, porque no la persiguen los fantasmas que atrapan a los escritores titulados que sienten que deben meterse dentro de un saco perfumado  para escribir con las fanfarrias de la academia o minar un campo con palabras rebuscadas para impresionar al lector.

De hecho Munro nunca supo que sus textos se podían vender, esto vino mucho después cuando ya había  tirado a la basura cientos de estos. También las  ventas de sus libros llegaron de sorpresa como  que el Nobel de Literatura, el cual  nunca  creyó ganar y no por falta de capacidad sino por ser  mujer. Es muy sincera Alice con sus planteamientos, franqueza que no está manchada por el status de las clases sociales, de la academia,  ni por  el de las loas del mundo artístico.

Alice por esa razón es una mujer insurrecta, porque se atrevió a romper con el prototipo de la esposa  y madre que debe dedicarse en cuerpo y alma a su esposo y a sus hijos y; dejar de vivir para vivir por ellos,  a través de ellos olvidándose de sí misma.

Es una insurrecta que con su resistencia como escritora ha dejado un legado a las generaciones de mujeres que como ella, son esposas y madres y las invita a no desistir, las llama a atreverse, a soñar, les da la mano y las invita a caminar en busca de otros horizontes para su realización personal. Nos lo dice a todas sin distinción alguna.

Nos  invita a la expresión, a salir del silencio, del hastío. Nos llama a pronunciarnos de las formas en que nosotras encontremos nuestro propio desahogo. No tiene que ser con la escritura, pero tiene que ser,  sí.  Debemos  revelarnos, debemos ponernos en pie.

Alice es la mujer común viviendo una vida común,  que escribe en el lenguaje habitual del que hablan Grace Paley y Paule Marshall, que decidió hacer algo fuera de la norma como lo hizo Toni Morrison,  para poder respirar y buscar su propia felicidad.  Felicidad que ella describe muy bien  en este  extracto:

“La cuestión es ser feliz. A toda costa. Inténtalo. Se puede. Y luego cada vez resulta más fácil. No tiene nada que ver con las circunstancias. No te imaginas hasta qué punto funciona. Se aceptan las cosas y la tragedia desaparece. O pesa menos, en cualquier caso, y de pronto descubres que estás en paz con el mundo.”

*Fuente: https://cronicasdeunainquilina.com/2019/09/23/las-insurrectas-alice-munro/

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.Doña Julia

Las Insurrectas
Doña Julia

 

Ilka Oliva Corado

 

Una serie sobre mujeres que han sido olvidadas por la historia y que han abierto camino.

 

Tendría como 8 u 9 años cuando la conocí, ella alrededor de 70, su lugar de trabajo era la parada de buses de Ciudad Peronia, doña Julia tenía ojos azules de cielo desnudo de verano y vestía ropa de segunda mano que compraba en las pacas, siempre limpia, su garbo natural la hacía lucir como una prenda fina recién comprada; sus vestidos largos de muselina y gamuza que combinaba con bufandas y pañoletas de seda. A primera hora siempre cargaba puesto un gorro que se quitaba a media mañana cuando calentaba el sol, entonces dejaba ver su cabello blanco algodonado.
La recuerdo alta, muy alta, delgada, apoyándose siempre en una muleta y en la otra mano un bastón hecho de palo de guayabo. Tenía una dentadura postiza que se quitaba cuando le daba la gana y con ésta en la mano lanzaba improperios a cualquiera que se atreviera a verla mal.
Fue en la década del 90, cuando en la parada de buses solo habían 15 camionetas: doña Julia llegaba a la alborada y se iba a la hora de la oración, ahí pedía dinero, entre transeúntes y también abordaba los buses que la bajaban en la siguiente parada, lo hacía de una forma inusual porque nunca agachó la cabeza, ella lo exigía con la autoridad de su edad y cuando no se lo daban empezaba a despotricar contra todo lo que se moviera y a lanzar bastonazos.
Cuando lo hacía las pulseras de gitana que llevaba en las manos sonaban, hacían música junto a las grandes argollas y sus múltiples collares, porque era toda ella la que llena de enjundia hacía mover ese bastón que volaba por los aires. Colgado de un brazo llevaba un morral que al subir a los buses pasaba al primer pasajero para que lo fuera pasando de mano en mano y que le regresaran en la otra fila, después de su extraordinario discurso de por qué pedía dinero.
Doña Julia hacía eso, pedía una colaboración, un acto humanitario y de solidaridad al que el sistema llama limosna. Era conocida como la limosnera de la parada de autobuses. Doña Julia tenía dos hijos que se drogaban y por los que respondía ella en lugar de ellos por ella. Doña Julia mujer de 70 años, con una pierna enferma, decía ella que a punto de gangrenársele, nunca recibió ningún tipo de atención médica y mucho menos pensión del gobierno, fue olvidada como millones.
Imposibilitada para trabajar doña Julia tomaba su muleta y su bastón y se iba a la parada de buses a pedir dinero, ahí desayunaba y almorzaba en la parada de buses y con su boca de carretera lanzaba tapas a boca de jarro y a la primera provocación iba el bastonazo por los aires como látigo.
A muchos les causaba risa, la veían como loca, como una mujer desquiciada que se iba a perder el tiempo a la parada porque no tenía qué hacer y de paso pedía dinero. Los días no eran los mismos cuando faltaba doña Julia a la parada de buses, eran días muertos, silencios, sin vida, ella con sus vestidos de gamuza, con sus pulseras de gitana y sus improperios que afilaba su personalidad le daba vida a la estación.
A doña Julia yo la veía todos los días, pues en la misma estación de buses vendía helados y me pasaba buena parte de la mañana observándola en la convivencia habitual de los vendedores ambulantes, nos habíamos acostumbrado unos a los otros que cuando alguien faltaba lo notábamos inmediatamente; un día doña Julia faltó a la parada y la noticia llegó enseguida, había fallecido, en su covacha encontraron docenas de obras de arte, pinturas por todos lados hasta debajo de la cama, tapizadas las paredes de lepa, se descubrió hasta en ese momento que doña Julia era artista, era pintora y buena parte del dinero que pedía en la estación de buses lo utilizaba para comprar sus herramientas para pintar.
Nadie supo nunca, ella nunca lo contó, fue su secreto mejor guardado. No sé qué pasó con sus obras de arte, si las tiraron o las guardaron, hasta el momento no se sabe de estas. Doña Julia fue un personaje siempre, una artista, desde su vestimenta personalidad y carácter hasta la forma de agarrar el bastón y lanzarlo por los aires en la mejor actuación de melodrama, porque no hay mejor melodrama que el de la propia realidad del abandono de nuestros adultos mayores.
Desde ese día yo la guardo en mi memoria como “La artista del arrabal” porque eso es ella para mí, la artista de Ciudad Peronia. Y la nombro y la reivindico y le agradezco su legado un legado para todas las niñas, adolescentes y mujeres de Ciudad Peronia.
Doña Julia para mí fue una insurrecta por haberse atrevido a hacer algo distinto a lo que estamos destinadas las mujeres en el arrabal. Desconozco cómo fue su infancia y su juventud, su primera edad adulta, pero en su tercera edad ella fue una mujer que se levantó, tomó su muleta a pesar de su enfermedad y su bastón y buscó como pudo, el dinero para su creación artística.
En el proceso se vio expuesta a humillaciones, a burlas, a infinidad de apodos despectivos, por su edad, su apariencia y su carácter, por su condición de nadie, en un lugar de nadies y en un lugar de nadies ella se atrevió a ser alguien, a ser ella misma, a ser “La artista del arrabal”. Eso hacen las mujeres rebeldes, las inconformes, las que no se doblegan ante el sistema patriarcal y depredador la clase obrera, por más injusto que éste sea con ellas.
Por eso yo la nombro y la reivindico, por eso agradezco su legado de lucha y desobediencia. Doña Julia es parte de la memoria histórica de Ciudad Peronia, y el lugar se lo ganó a pulso.
Doña Julia, gracias, donde quiera que esté.
Fuente: Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com
Autor: Ilka Oliva Corado
Fuente de la Información: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=260349&titular=do%F1a-julia-
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Escribir, como resistencia al patriarcado

Por: Ilka Oliva Corado

A Manuela Sáenz la siguen recordando por su relación sentimental con Simón Bolívar y no por su hazaña revolucionaria. Relegarla a ser la «Libertadora del Libertador», y rendirle honores por esto, es una terrible falta de respeto a su legado de rebelión y feminismo, pero también es un ejemplo muy claro de lo que hace el patriarcado con las mujeres, en donde la ideología no tiene nada que ver.

En una entrevista realizada a Alice Munro, le preguntaron si imaginó ganarse algún día el Nobel, ella contestó que nunca, por ser mujer, aunque claro está, -comentó- que ha habido mujeres que lo han ganado. Pero con esta respuesta Alice, una ama de casa que se dedicó a escribir para matar el tedio de los días interminables en el oficio doméstico, dejó muy claro lo que somos las mujeres en un mundo hecho por hombres para hombres.

Virginia Woolf, decía: «Me atrevo a adivinar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer». La película, La esposa, protagonizada por la gran Glenn Close y basada en la novela de la escritora Meg Wolitzer, evidencia de forma magistral las palabras de Virginia, que no son más que la realidad de millones de mujeres a través de la historia. Películas como esta se hacen tal vez cada 30 años, ojalá se hicieran más seguido para educar a esta sociedad que somos, infestada de misoginia.

En su tiempo, la película Tomates verdes fritos, causó espanto por su carácter de feminismo radical, de empoderamiento a las mujeres y de visibilidad homosexual, porque sí el amor entre mujeres ha existido desde siempre. Y desde siempre también, los patrones de crianza impuestos bajo conceptos patriarcales e infestados de estereotipos han apedreado a mujeres valientes como Ninny (La encantadora de abejas) que se han enfrentado a ese yugo y han decidido ser ellas mismas aunque el castigo sea la muerte en la guillotina o en la hoguera.

Un sistema que cría a mujeres como Idgie, temerosas de sentir, de ser, de entregarse, porque es muy difícil romper la norma, salir del yugo, y van con la corriente hasta que llegan mujeres como Ninny que las impulsan a ser ellas mismas y a amar. Es lo que sucede con Evelyn, que al conocer a Ninny comienza a amarse a sí misma y a crear su propia revolución en casa: nada como el amor propio para enfrentar al patriarcado y nada como la unidad entre mujeres para fortificarnos. Gracias a mujeres como Ninny, mujeres como Idgie logran salir del círculo de la violencia de género a tiempo y logran salvar sus vidas y reconstruirse a sí mismas y reconstruir también sus familias, si tienen hijos, porque estos también sufren las secuelas emocionales.

El sistema nos educa como Idgie, algunas logramos transformarnos como Evelyn y lo ideal sería llegar a ser como Ninny. Es un camino largo pero no imposible de recorrer. Pero todas importamos, todas somos necesarias y todas debemos luchar desde donde estemos y con lo que tengamos, así seamos como Idgie, Evelyn o Ninny.

Y una forma de lucha y de resistencia es hacer lo que amamos, hacer lo que amamos nos permite florecer, estar, ponernos en pie, caminar, vernos frente al espejo y encontrarnos a nosotras mismas. Vivir de lo que amamos es un privilegio que resulta muy caro pagar en este mundo convulsionado por un sistema capitalista y neoliberal que explota y muchas veces es imposible; pero buscar unos minutos del día a quema ropa, contra viento y marea y hacer lo que amamos debe ser nuestra forma de encarar ese sistema que a las mujeres nos maltrata el doble por nuestro género.

El deporte fue vedado para las mujeres durante siglos, otras murieron y fueron violentadas para que nosotras hoy tengamos la oportunidad de ejercitarnos, debemos ejercitarnos como amor propio pero también como resistencia, como una lucha contra el patriarcado.

Leer, leer, leer, a todas horas, un libro, una nota de una revista, un artículo, un poema, pero leer todos los días, por todas aquellas que no pudieron y murieron luchando para que nosotras hoy podamos hacerlo.

Plantar, la experiencia de plantar una semilla nos permite dar vida y no porque sea nuestra misión de género, pero tocar la tierra con nuestras manos nos ayuda a entender el amor que han sentido nuestras ancestras campesinas, y ayuda a crear un lazo inquebrantable con nuestros valores humanos, porque a la tierra pertenecemos, no ella a nosotras. La savia de la vida la da la madre tierra. Pero plantar porque nadie puede deprimirse al ver una flor en su esplendor, plantar es un antídoto contra la depresión.

Y después de hacer lo que amamos, que nos nutre, que nos fortifica, hay que hacer lo que es una responsabilidad de género: escribir. La palabra nos ha sido negada milenariamente, escribir es una forma de romper la norma, de dar un paso, de avanzar, de elevar la voz, de denuncia, de existencia, de florecer, de resistencia y es también por ende una forma de visibilizar y honrar a todas aquellas a las que el patriarcado a través de la historia de la humidad vedó, negándoles sus derechos. Y a todas aquellas que fueron silenciadas a fuerza de tortura.

Escribir es seguir abriendo el camino para las que vienen atrás, porque de eso se trata plantar un árbol. Hacer visibles y ejercer nuestros derechos nos permite mantenerlos vigentes para las generaciones que vienen. Sin olvidar que muchas dieron sus vidas para que nosotros tengamos la oportunidad de tener una semilla para plantar.

Escribiendo podemos hacer visible que mujeres como Manuela Sáez aún siguen a la sombra del patriarcado. Podemos relatar que los días de lluvia en lugar de ser tristes como muchos creen, son días de mucha vida para el ecosistema y de tristeza no tienen nada. Escribiendo podemos relatar cómo nos sentimos viviendo micro machismos todos los días. Contar sobre la elaboración de un pastel casero, relatar sobre una mañana de sol, sobre una reunión familiar, sobre nuestras emociones, exponer nuestro pensamiento crítico. Crear un diario y escribir todos los días debe ser un hábito de toda mujer, desde que es niña.

Y las mujeres que están en camino a ser como Ninny deben dar la mano a todas las que están en la etapa de Idgie, para lograr transformarlas y así unas a otras irnos ayudando en este proceso de resistencia ante el patriarcado.

¿Qué escribirán hoy?

Fuente: https://www.aporrea.org/ddhh/a281978.html

 

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Crónicas de una inquilina / Atreverse a curar la herida

Inquilina peregrina con una maleta de paso, cargada de añejas querencias, una hoja en blanco y lápiz. Una bicicleta con la que recorro galaxias, un morral donde atesoro quimeras, concierto de grillos y fulgor de luciérnagas. Soy Ilka, dividida entre las fronteras de reminiscencias e imaginación, nadando en el mar bravío de la migración. Entre otras faenas, indocumentada con maestría en discriminación y racismo.

Atreverse a curar la herida

 

No importa si la primera expresión emerge  con   miedo, enojo,  ira, impotencia o frustración y que por eso retumbe y lance llamas o queme como la brasa;  si rasguña, si grita, si llora quejumbrosamente o si lanza puñetazos al vacío; realmente eso no es lo importante, lo importante es que ha comenzado a curarse la herida.

No importa que los pasos sean tambaleantes, si se dan tres hacia delante y uno hacia atrás, si se va de lado o en zigzag, lo que realmente importa es ponerse de pie e intentar caminar aunque al principio solo se pueda gatear o arrastrarse; en algún momento llegará la fuerza y el equilibrio y  los pasos serán certeros.

No importa si la crítica viene como olas, como lava, como una tunda o como aguacero, la crítica no es importante, lo de afuera no es importante, lo que realmente importa es la metamorfosis que se está produciendo adentro, cuando comienza a curarse la herida.

No importa si la mano tiembla y el pulso dibuje con los hilos del pincel, un camino encorvado en lugar de un sendero recto, llegará el momento en el que la calma hará de ese lienzo un jardín repleto de girasoles. Y si  el jardín no se da y si en lugar de girasoles son piedras, rosas o vestigios de una cabaña a donde se llega por un camino encorvado, no importa, lo primordial nunca ha sido el pasador de la ventana, sino la ventana por sí misma que  permite ver todo lo que cuatro paredes no. La expresión es eso, es la ventana del alma y al abrirla se cura la herida.

No importa si el texto de un relato, artículo, ensayo o  poema,  no tiene el contexto, la profundidad y  la gramática adecuados, llegará el momento en que sean adecuados para otros, o tal vez nunca suceda, pero eso no es lo importante, lo importante es que sean el camino para mermar  la necesidad de quien lo escribe en ese momento porque es vital para curar la herida. Lo importante es curar la herida no lo que piensen otros. Todo lo demás es secundario.

Porque solo curando la herida la expresión se torna en alegría, en calma y en felicidad. Llegará el momento en el que no dolerá más, será para entonces…, pero para mientras aunque duela la resistencia está en atreverse a curar la herida.

Fuente de la Información;  https://cronicasdeunainquilina.com

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Más allá del folclore

Por: Ilka Oliva Corado

Si tan solo tuviéramos dos dedos de frente, y con esto la capacidad  básica de raciocinio, entenderíamos que los Pueblos Originarios lo son todo y que nos debemos a ellos, así hayamos llegado a la cúspide de la educación superior o de la falsificación: pues somos seres plásticos y de apariencias.  Prioridades para muchos de nosotros que creemos que somos otro paisaje que está muy lejano de la raíz de la cepa de donde venimos.

 

Si tan solo la infinidad de lecturas de libros de autores famosos que solemos fanfarronear en redes sociales nos sirvieran de algo. Si tan solo la infinidad de destinos turísticos y viajes en primera clase que solemos presumir en redes sociales nos sirvieran de algo. Si las maestrías, si los doctorados nos sirvieran de algo más que para el codeo con gente que también como nosotros se cree otro paisaje.

Si sirviera de algo el buen gusto por la comida fina y las bebidas lujosas que solemos presumir en redes sociales, nuestro buen tino para gritar a los cuatro vientos que nuestra economía es estable que nos podemos dar lujos que otros no. Lujos en un mundo de plástico y apariencias muy lejano al de los Pueblos Originarios.

Si todo eso sirviera para algo sabríamos que estamos perdidos, que nos lanzaron al culo del abismo y que seguiremos rodando sin parar en un vacío sin fin donde las masas amorfas  que conformamos se convierten en alcornoque.  Que somos las madejas, las marionetas, los hilos que otros mueven para su conveniencia, creándonos una ilusión fantasmagórica de lo que es el progreso.

Y creemos que ellos que nos tienen carro, que no tienen lociones finas, que no tienen carreras universitarias, que no comen en restaurantes cinco estrellas, que no viajan en primera clase, que no toman vacaciones alrededor del mundo, que no sonríen para quedar bien, que no fingen para encajar, que no se codean para obtener, que no se aventajan a los demás, que no meten zancadilla para ganar, que no fanfarronean un plato de comida  y que desconocen el mundo de las redes sociales, el  de las pretensiones y  el del qué dirán: son los incultos y manipulables.

Creemos que las etiquetas son las que nos hacen, entonces vamos por la vida como: licenciados, doctores, politólogos, que no sé qué y que no sé cuánto y que cúcara mácara… Y somos el colmo de la ignorancia, porque si las etiquetas nos sirvieran de algo sabríamos que estamos cagados, que nunca fuimos, que somos producto de un sistema de clases que nos ha manejado a su antojo. Sabríamos que esos pueblos que nosotros solo vemos como el folclore lo son todo. Sabríamos que ninguna universidad nos enseñará tanto como la sabiduría de esas manos milenarias, de esos labios que comparten de generación en generación pócimas, leyendas, sistemas sociopolíticos, conocimiento ancestral que ninguna  educación superior  podrá igualar nunca. Porque antes de las universidades, de los automóviles, de los aviones, de las invenciones de este mundo de apariencias y de compra-venta, ya existían  los Pueblos Originarios.

Si tuviéramos la humildad, el agradecimiento, el entendimiento y el corazón abierto aprenderíamos mucho de ellos porque no hubo, no hay y no habrá gente tan capaz, humilde, inteligente, honesta y solidaria como la de los Pueblos Originarios. Y de éste lado, en este paisaje lejano, muy lejos de la cepa, donde estamos nosotros los mediocres y fanfarrones,  donde pululan los títulos, las etiquetas, las fotografías con filtros, la barbaridad de las redes sociales, nunca tendremos el nivel de conciencia,  de solidaridad, ni de conocimiento que tienen los Pueblos Originarios.

Pasaremos nosotros, insignificantes, como partículas de polvo en la inmensidad de la atmosfera  y el tiempo y, ellos permanecerán. No, no nos necesitan, ellos son autosuficientes, en cambio nosotros  apenas somos unas marionetas de plástico que con el calor de derriten, ellos en cambio  son las permanencia y  el origen. Ojalá que antes de que sea tarde para nosotros, un día aprendamos a ser agradecidos y aprendamos a verlos más allá del folclore que este sistema racista y clasista nos impuso. Otra humanidad seríamos.

Fuente: http://www.lr21.com.uy/mundo/1396628-mas-alla-del-folclore

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Las mujeres malas siempre son otras

Por: Ilka Oliva Corado

Hemos crecido en sociedades en donde los patrones patriarcales están enraizados de tal manera que nos amarran los pies y sin nuestro esfuerzo por soltarnos será imposible avanzar. Esos patrones nos dictan normas, una pauta a seguir que somos incapaces de cuestionar, este modelo viene con:  estereotipos, racismo,  homofobia, clasismo y misoginia de los cuales nos nutrimos muy bien todos los días desde el momento en que nacemos: en casa, en la escuela, en la comunidad, en el trabajo y; en la edad adulta inculcamos a nuestros hijos también y a todo ser humano que esté a nuestro alrededor. Estamos en el centro de una madeja de patrones patriarcales que no nos permiten ser, ni respetarnos ni respetar a los demás especialmente a las mujeres.

Un sistema creado para abusar al género femenino en todas sus formas; es limitante, más bien mutilador, es un sistema que nos dice que la mujer todavía no llega al concepto de  ser humano, porque si fuera un ser humano sería respetado en sus derechos y eso aún no sucede, es vista como un ser inferior incapaz de formular un análisis crítico, por ejemplo. Ese sistema mutilador  que aun no nos ve como personas, nos ve como objetos y es así como objetos que nos tratan desde el momento de nuestro nacimiento.

Un objeto para placer del hombre, un objeto al que se le puede maltratar, pegar, asesinar, desaparecer y tirar a la basura como a  cualquier chirajo; porque no existe ni sistema de justicia ni sociedad capaz de reaccionar ante el abuso de un ser visto como  inferior al que  no se le ha dado la categoría de persona.

Cuando una mujer es abusada no importa su condición social, ni color de piel, ni religión, es tan víctima como la obrera más pobre de un arrabal, y puede ser desaparecida de la misma forma así tenga millones de dólares en su cuenta bancaria. No cuentan el  dinero ni la condición social ante el macho abusador. Un cuerpo de una mujer destrozado en un basurero siempre será  para la sociedad y el sistema machista el de una puta que en algo andaba metida y que por eso la mataron así.  Ni en cuenta el término violencia de género ni feminicidio.

Se le sentencia a la primera: era una puta que en algo andaba metida y por eso terminó así. Aquí es donde entran las otras mujeres malas, es mala quien aparece asesinada en un feminicidio, no importa si quien la asesinó es su pareja, su esposo, su novio, un compañero de trabajo, un familiar, un desconocido, es lo mismo: la mataron por puta.

Puta, puta si pensaba por sí misma, puta por vestirse como quería, puta por buscar su independencia, por denunciar a su acosador-abusador, por no denunciarlo por miedo. Y sentenciamos dueños y señores del irrespeto: es que si no denunció es porque le gustaba, es porque tenía la culpa, es que…, cualquier pretexto para excusar al abusador y re victimizar a la víctima.

Señalamos desde esos patrones patriarcales, machistas y misóginos con los que fuimos criados y no buscamos arrancar de nuestro cerebro, llenos de estereotipos  y  mojigatos lanzamos cualquier tipo de improperio contra una víctima de este sistema que fue hecho para la mutilación de la mujer, en todas sus formas.

Siempre y cuando la víctima sea una desconocida, las desconocidas siempre serán las mujeres malas, por quienes no tenemos afectos, ni lazo de sangre o conexión emocional. Ellas siempre serán las putas que en algo andaban metidas y que por eso terminaron así. Pero las cosas cambian cuando la golpeada, la asesinada o la desparecida es un miembro de nuestra familia, una amiga cercana o una conocida, cuando hay afecto o conexión emocional entonces se siente el dolor, la rabia  y  la impotencia que por insensibles somos incapaces de sentir cuando la víctima es otra.

Todos tenemos que lograr que este sistema patriarcal cambie, que cambien los contextos, arrancar la raíz machista y  misógina. Eliminar esos estereotipos que hacen que nos señalemos unos a otros, menospreciándonos por género, color, credo. La violencia de género es responsabilidad de todos, en todos los peldaños de la sociedad. Padres de familia, maestros, entrenadores, vecinos, ciudadanos en general. Tenemos que arrancarlos de nosotros mismos y tener la responsabilidad de levantar la voz, de involucrarnos, de señalar y explicar en cada ocasión que escuchemos a alguien decir cualquier tipo de pronunciamiento machista y misógino en contra de las niñas, adolescentes y mujeres.

No esperemos que lleguen a acciones, no esperamos que lleguen a extremos, todo comienza con una frase que se pronuncia y se sentencia como ley o como norma. Putas, putas somos todas las mujeres, porque todas buscamos libertad, independencia, desarrollarnos, crecer, tenemos sueños, y ésa es una mujer puta para el patriarcado por ende todas lo somos. En el sexo, la única diferencia es que unas somos más activas que otras, no hay mujeres santas, salvo para la doble moral de la religión manipuladora y violenta.

No seamos los que señalemos a la mujer mala (que no existe)  que por puta le pasó lo que le pasó, seamos quienes arranquemos esos estereotipos de raíz. Seamos quienes expliquen como puedan, con sus  propias herramientas, sin intimidarse, en cualquier espacio, en cualquier ocasión, porque es sumamente necesario, los que estén luchando día a día por erradicar el patriarcado, el machismo y la misoginia de nuestra sociedad.

Es urgente, no queremos más mujeres maltratadas, golpeadas, asesinadas y desaparecidas por machos que se creen dueños de nosotras  y que nos  ven como objetos de su pertenencia.

Fuente: https://www.telesurtv.net/bloggers/Las-mujeres-malas-siempre-son-otras-20190408-0001.html

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