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El afán de comprender

Por: José Antonio Marina

La paradoja es que en tiempos de redes sociales e inmediatez, ni siquiera sabemos qué nos pasa. Hay que conocer las causas, metas y consecuencias del comportamiento humano.

 

El comienzo de curso se parece al inicio de un nuevo año en que ambas fechas son propicias para hacer planes. En el caso de que El Confidencial —y sus lectores— tuvieran la paciencia de aguantarme, ¿cuál sería la mejor manera de aprovechar la oportunidad que me brinda la relación con cientos de miles de lectores? He pensado que un buen objetivo sería despertar el afán por comprender. La razón es muy simple. Todos reclamamos más autonomía, más capacidad de decisión, más protagonismo en todos los niveles. Esto exige una contrapartida, que es a la vez un programa pedagógico, político y ético: hay que conocer para comprender, y hay que comprender para tomar buenas decisiones y actuar.

Espero no ofender a mis lectores recordándoles que ‘comprender’ no es excusar, sino captar el verdadero significado de las cosas, integrar los datos en modelos explicativos consistentes. Un juez puede decir al acusado: “Comprendo lo que ha hecho y por eso le mando a la cárcel”. En el caso de los comportamientos humanos, comprender significa conocer sus causas, sus metas y sus consecuencias. Las redes sociales piden que el participante apriete un botón diciendo “me gusta” o “no me gusta”. Esto es una incitación a la inmediatez del sentimiento y a la irreflexión, que se aplica también a las decisiones de voto. Debería haber otro botón previo, que bloqueara el acceso al “me gusta” o al “soy partidario” y que dijera “lo entiendo” o “no lo entiendo”.

Los ‘filtros burbuja’ son el mecanismo psicológico de los prejuicios y los fanatismos, pues registran solo la información que confirma nuestras ideas

Hace años, Ortega se preguntaba: “¿Qué nos pasa? Pues que no sabemos lo que nos pasa”. Cuando estalló la crisis financiera en Estados Unidos, Allan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal, considerado el máximo experto mundial en asuntos monetarios, dijo un alarmante: ”No entiendo lo que ha pasado”. Una parte importante de ingleses dijo lo mismo después del Brexit. Trump ha defendido el proteccionismo comercial. Eso atrajo a muchos de sus votantes. Una encuesta a nivel internacional realizada por la revista ‘The Economist’ encontró más personas a favor del proteccionismo que del libre comercio en Reino Unido, Francia, Italia, Australia, Rusia y Estados Unidos.

Falta comprensión, sobran prejuicios

Como ha comentado el economista de Stanford Thomas Sowell, “parte de la razón es que el público no tiene idea de cuánto cuesta el proteccionismo y cuán pocos beneficios netos produce”. Añade: ”Es un problema que el público no tenga conocimientos adecuados sobre economía para resistir los argumentos interesados de muchas personas en el mundo empresarial, sindical y de la agricultura, quienes quieren escapar de las consecuencias de tener que competir en el mercado con productos extranjeros”. Hace unos meses, otro economista de prestigio, Jeffrey Sachs, publicó un artículo titulado “¿Desatará el analfabetismo económico una guerra comercial?”.

Hay que conocer para comprender. (iStock)
Hay que conocer para comprender. (iStock)

Es cierto que disponemos de más información de la que podemos procesar, pero esta misma plétora está fortaleciendo viejos sistemas de autodefensa. Los ‘filtros burbuja‘, de los que ya les he hablado, son uno de ellos. Me permiten recibir solo la información que se adecúa a mis intereses. Este es el mecanismo psicológico de los prejuicios y los fanatismos: registrar solo la información que confirma las propias ideas. Por eso, con razón se piensa que pueden ser un peligro para la democracia (El-Bermawy, Mostafa. ‘Your Filter Bubble is Destroying Democracy’). Algo parecido ocurre con el llamado ‘efecto cámara de eco’ (Echo Chamber Effect), que se produce cuando la repetición de una misma noticia en un sistema reverberante acaba produciendo un sentimiento de realidad.

El problema es que la calidad de las votaciones no solo depende de sus garantías formales, sino de la comprensión que el votante tiene de lo que hará

Algunas veces, el ‘filtro burbuja’ está facilitado por una utilización ideológica de la ciencia. En economía, ha sucedido con frecuencia. También en psicología, sobre todo en la época del conductismo triunfante. La historia ha sido siempre fácil de instrumentalizar. Durante mucho tiempo fue eurocéntrica, y ahora, en vez de hacerse global, se está haciendo multicéntrica, de una manera semejante a como en España las autonomías no han hecho desaparecer el centralismo administrativo, sino que han multiplicado los centralismos: uno en cada comunidad.

En Turquía y Egipto, por ejemplo, es habitual hallar entre las élites nacionalistas una defensa de una diferencia ontológica especifica de las sociedades islámicas, con la que intentan liberarse de la dependencia intelectual de Occidente. Malasia es otro de esos muchos lugares donde ha surgido una versión de la historia mundial alternativa a la dominante, con la popularidad creciente de una historia de base religiosa. En la International Islamic University de Malasia, el Departamento de Historia y Civilización ha empezado a impartir una historia mundial islámica inspirada en el Corán y guiada por la idea de revelación.

La importancia de mirar al pasado​

En España nos enfrentamos a problemas muy serios. Alguno de ellos, como el secesionismo catalán, buscan su solución en las urnas. El problema es que la calidad de las votaciones no solo depende de sus garantías formales, sino también de la comprensión que el votante tiene de lo que va a hacer y de las consecuencias de su voto. Y, como en tantos otros asuntos, no veo que este afán por comprender se haya cuidado por ninguna de las fuerzas afectadas. Tal vez porque comprender exige un esfuerzo intelectual y una actitud emocional de imparcialidad difíciles de conseguir. El Premio Nobel Daniel Kahnemann afirma que nuestro cerebro es ‘cognitive miser’, un perezoso cognitivo. Si no lo espoleamos, se contenta con soluciones simples.

Para comprender lo que pasa en el mundo, es necesario tener una visión global. (iStock)
Para comprender lo que pasa en el mundo, es necesario tener una visión global. (iStock)

La ciudadanía tiene la impresión de que nadie sabe lo que va a suceder, que, copiando la terminología de los mercados, vivimos unas semanas de ‘volatilidad política’. No estaría de más dedicar un momento a la reflexión. ¿Pero qué nos pasa? Mi amigo Miguel Ángel Mellado recordaba en un artículo reciente un texto aparecido en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra el 7 de octubre de 1934, firmado por el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, y por el presidente del Consejo de Ministros, el líder catalán Alejandro Lerroux. Dice así: “En Cataluña, el presidente de la Generalidad, con olvido de todos los deberes que le impone su cargo, su honor y su responsabilidad, se ha permitido proclamar el Estat Catalá. Ante esta situación, el Gobierno de la República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de guerra en todo el país”.

Salvando todas las distancias, ¿no les produce esto una sensación de estancamiento, de ‘déjà vu’ escandaloso, de cronificación de los problemas? ¿No debíamos intentar seriamente comprender lo que ha pasado, lo que está pasando? R.G. Collingwood, un gran intelectual, escribió en su autobiografía: “La principal tarea de la filosofía del siglo XX es intentar comprender la historia del siglo XX”. Me apunto.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2017-09-05/afan-comprender_1438358/

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El capital educativo

Por: José Antonio Marina

Desde que escribí ‘La creación económica’, estoy tratando de reivindicar con nulo éxito la palabra ‘capital’, cuyo significado ha sido absorbido, injustamente, por la economía. Algo parecido ha sucedido con la palabra ‘emprender’. No todo emprendedor es empresario. El significado comercial de ‘empresa’ es muy tardío. En su origen, la palabra significaba iniciar una aventura, una acción que implicaba riesgo. Por eso, dice Sebastián de Covarrubias en el primer diccionario de la lengua castellana (1611), “los caballeros andantes acostumbraban pintar en sus escudos y recamar en sus sobrevestes estos designios y sus particulares intentos se llamaron empresa, y también los capitanes en sus estandartes quando van a alguna conquista”. De ahí, concluye Covarrubias: «Empresa es cierto símbolo o figura enigmática hecha con particular fin, enderezada a conseguir lo que se va a pretender y conquistar o mostrar su valor y ánimo”. La economía ha secuestrado esta bella palabra. Con ‘capital’ ha sucedido lo mismo. Significaba lo que es ‘cabeza’ (‘caput’) de muchas cosas, el origen de una numerosa progenie. De ahí los ‘pecados capitales’, que eran la fuente de muchos otros.

Lo característico del ‘capital’ es que mediante la acumulación de recursos amplía las posibilidades de acción

La definición de ‘capital’ que propongo dice así: “Es el conjunto de recursos acumulados que amplían las posibilidades de acción o de producción de una persona o de una colectividad”. ‘Recurso’ es aquello a lo que puedo acudir para resolver un problema o realizar un proyecto, y que por eso considero un bien. Esta definición nos permite hablar de muchos tipos de capital, no solo del económico. Incluso la economía ha tenido que ampliar su significado al hablar de ‘capital humano’, que es el conjunto de conocimientos y habilidades que tiene un trabajador. También ha admitido la noción de ‘capital intelectual de una empresa’, que invadió la literatura sobre ‘management’ en los noventa, y que ahora, como todas las modas, aunque sean buenas, ha periclitado. En Francia, que siempre ha tenido buen ojo para detectar tendencias, Pierre Bourdieu, un gurú de la sociología, habló de ‘capital simbólico’. El premio Nobel de Economía Douglas North estudió el ‘capital institucional’, la calidad de las instituciones de un país como gran fuente de progreso. Voy más allá, y creo que se debería hablar incluso de ‘capital espiritual’, que no es un oxímoron ingenioso, sino el conjunto de recursos espirituales que tiene una persona para afrontar la situación en que se encuentra.

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Foto: Cordon Press.
Foto: Cordon Press.

Lo característico del ‘capital’ es que mediante la acumulación de recursos amplía las posibilidades de acción. Le da poder, le ‘empodera’. Si no es así, es una mera acumulación inerte. Un médico necesita atesorar conocimientos, experiencias, práctica, para poder curar. Las instituciones de una sociedad —por ejemplo, la administración de justicia, el sistema educativo, la sanidad pública— son también un conjunto de recursos. La valentía, la imaginación, la resistencia son recursos psicológicos deseables. El triunfo de la ‘psicología positiva’, impulsada desde la American Psychological Association, se basaba en su interés por estudiar y aumentar los recursos humanos, sus fortalezas.

Volviendo a ‘capital’, tal vez pensarán ustedes que es absurdo empeñarse en ir contra el uso generalizado de una palabra, y que es mejor buscar otra. Sin duda, pero es que no la encuentro. Me sucede lo mismo con otras palabras pervertidas en su significado: ‘disciplina’ o ‘autoridad’, por ejemplo. Se han ligado a modelos policiales o dictatoriales, cuando significaban lo contrario. ‘Disciplina’ viene de ‘discere’, aprender. Y ‘autoridad’ es el poder que no se impone por la fuerza, sino por el respeto. Antes de pretender inventar una palabra nueva, prefiero, pues, explicarles por qué me parece necesario reivindicar la palabra ‘capital’ y aplicarla a la educación.

Culturas triunfantes y culturas fracasadas

Toda persona nace en una sociedad, que tiene un nivel de ‘capital económico’ (recursos económicos) y de ‘capital cultural o social’ (recursos simbólicos), que proporcionan unas posibilidades económicas y unas posibilidades intelectuales a sus miembros. El primero es medido por los índices clásicos, como el PIB. El segundo, por índices más complejos, como el ‘índice de desarrollo humano’ de Naciones Unidas, que mide las expectativas de vida, la educación y el nivel de vida digno, o el ‘índice de progreso social’, que mide la satisfacción de las necesidades básicas, el nivel de bienestar fundamental y las oportunidades de progresar. El concepto de ‘posibilidad’ es esencial para comprender la noción amplia de ‘capital’.

Que un niño nazca en una sociedad rica económica y culturalmente no significa que vaya a ser capaz de disfrutar de esas ventajas

En castellano viejo, de las personas ricas se decía que “tienen muchos posibles”. Pues bien, el capital aumenta los posibles. Un físico como Einsteinno pudo nacer en Alemania en el siglo X, ni en Zambia en el siglo XX. En ningún caso el nivel cultural lo permitía. Cada sociedad, en cada momento histórico, ofrece un repertorio de posibilidades. Las que tenían los ‘intocables’ en la India eran mínimas. Las que tienen en las sociedades avanzadas las personas analfabetas, también pueden serlo. Los índices de exclusión señalan a los que disponen de pocas posibilidades.

Sin embargo, el que un niño nazca en una sociedad rica económica y culturalmente no significa que vaya a ser capaz de disfrutar de esas ventajas. El acceso a las posibilidades existentes constituye el problema básico de la justicia. Habrán oído con frecuencia decir, hablando de economía, que primero hay que ‘crear riqueza’ y después ‘repartirla’, porque de nada vale ‘repartir la pobreza’. Es cierto. En el campo ‘cultural’ sucede lo mismo: hay que crear un nivel cultural alto y luego ‘repartirlo’ mediante la educación. Al hacerlo, entra en funcionamiento lo que denomino bucle prodigioso, un mecanismo expansivo y ascendente. El ‘nivel cultural alto’ está relacionado con los índices de progreso social mencionados. Contra un bobo y demagógico igualitarismo que afirma el idéntico valor de todas las culturas, creo que las hay mejores y peores. Hay culturas triunfantes y culturas fracasadas.

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Foto: iStock.
Foto: iStock.

Para entendernos, creo que la cultura nazi o la cultura soviética eran peores que la cultura democrática. No se trata del nivel artístico, científico o tecnológico —o al menos de eso solo—, sino de la calidad de las instituciones, del modo de resolver los conflictos, de la confianza existente entre los ciudadanos, de la calidad de vida, de los valores puestos en práctica cotidianamente, de la participación y la solidaridad, de la ausencia de corrupción, de los niveles de libertad y de justicia. Lo que los autores anglosajones denominan ‘social capital’, que es, en el fondo, un ‘capital ético’. El nivel científico, artístico y tecnológico de la Alemania nazi era muy alto, pero su ‘capital ético’ colapsó.

Uno de los objetivos de una sociedad con ‘alto capital cultural’ es conseguir que todos los ciudadanos participen de él, lo hagan suyo y lo conviertan en ‘capital personal’. De ello se encarga, en gran medida, la educación. Por eso podemos hablar del ‘capital educativo’ de una sociedad, del conjunto de recursos (materiales, sociales, culturales, etc.) que pone a disposición de sus ciudadanos para su formación. Jerome Bruner, uno de los grandes expertos en el estudio de la inteligencia humana, señaló con elocuencia que la inteligencia personal se configura siempre gracias a las herramientas conceptuales, afectivas, morales que la cultura proporciona. A su vez, el ‘capital educativo’ de una persona es el conjunto de conocimientos, competencias y relaciones que ha adquirido mediante la educación. Ambas nociones van conectadas. Ortega dijo una frase que se ha hecho popular: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Pero casi siempre se olvida la segunda parte: “Y si no salvo mi circunstancia, no me salvo yo”. Como dice el proverbio africano que me gusta tanto repetir: “Para educar a un niño, hace falta la tribu entera”. A lo que hay que añadir: “Y para educar bien a un niño, hace falta una buena tribu”.

No son los títulos que consigan, sino el conjunto de recursos intelectuales, afectivos, ejecutivos lo que va a permitirles enfrentarse a los retos

Desde los programas de la Fundación UP —una institución sin ánimo de lucro— nos gusta explicar a los padres —que desearían poder dejar un ‘capital económico’ a sus hijos— la importancia de que les ayuden a aumentar su ‘capital educativo personal’, que no son los títulos que consigan, sino el conjunto de recursos intelectuales, afectivos, ejecutivos (también académicos, por supuesto) que va a permitirles enfrentarse en las mejores condiciones a los retos de una vida laboral, afectiva, social, política cada vez más compleja. Pero añadimos que para ello no basta la educación directa —la que recibe en la familia o en el centro educativo— sino que hay que colaborar para elevar el ‘capital cultural’ de la sociedad en que vivimos, porque la escuela se nutre de él. Hay que mejorar la tribu. Este enfoque de la educación, basado en una ‘pedagogía de los recursos’, en la idea de ‘capital educativo’, nos parece un proyecto hermoso, justo y eficaz. Pueden verlo en Universidad de Padres. Sería estupendo que colaborasen en su éxito.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2017-07-25/el-capital-educativo_1420163/

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Un país de aprendices

Por: Jose Antonio Marina

Carol Dweck es una psicóloga de Stanford, ampliamente conocida por sus estudios sobre el funcionamiento de la inteligencia. En un artículo publicado en la ‘Harvard Bussiness Review’, afirma que “el antídoto para nuestro angustioso tiempo de incertidumbre es la mentalidad de aprendizaje”. Recientemente, ‘The Economist’ publicó un análisis de la situación laboral, titulando en portada ‘Lifelong learning. How to survive in the age of automation’. La respuesta es clara: los individuos tienen que aprender continuamente, y también las instituciones, las empresas y la sociedad en su conjunto.

El mundo se rige por lo que llamo ‘Ley Universal del Aprendizaje’. Dice así: las personas, las organizaciones, las sociedades, para sobrevivir, tienen que aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia el entorno. Y para progresar, a más velocidad. Es una ley implacable, de la que parece que no nos hemos enterado. Carol Dweck y su colega David Yeager, de la Universidad de Texas, han escrito sobre la necesidad de convertir EEUU en “un país de aprendices”, de ‘learners’.

Se suele identificar ‘aprender’ con ‘estudiar’, que es como si confundiéramos ‘salud’ con ‘dieta de adelgazamiento’

El consejo es válido para todas las naciones. “El aprendizaje nunca ha sido tan importante como ahora”, ha escrito Joseph Stiglitz, que no es un pedagogo, sino un premio Nobel de Economía, autor de ‘Creating a learning society’. Algunos países se lo han tomado en serio. Por ejemplo, Canadá, cuyo Gobierno ha publicado ‘Towards a Learning Society, Learning Economy: An Action Plan for Canada’, o el de Reino Unido, con ‘The learning age, a renaissance for a New Britain’.

Tanto a nivel personal como a nivel social, resulta imprescindible fomentar una cultura del aprendizaje, una pasión por aprender. En España resulta difícil, porque se ha instalado una mentalidad de opositor. Trabajo mucho para ganar una plaza en propiedad, que me permita vivir después tranquilamente. No van a funcionar así las cosas, en un mundo acelerado. Los puestos ‘en propiedad’ son ya un residuo arqueológico de un mundo burocratizado.

Foto: iStock.
Foto: iStock.

Otro obstáculo para la ‘educación permanente’ es que se suele identificar ‘aprender’ con ‘estudiar’, que es como si confundiéramos ‘salud’ con ‘dieta de adelgazamiento’. Lo valioso es la salud, lo otro no pasa de ser una molesta condición. En todas partes se buscan métodos para animar a continuar la formación a lo largo de la vida, incluso con desgravaciones fiscales. Dave Paunesku y Sarah Gripshover (Stanford) han estudiado cómo se podría animar a los adultos a ampliar su formación profesional. Encontraron dos ingredientes clave: conocer la disponibilidad de trabajos atractivos, y entender que se podían adquirir las capacidades necesarias para realizarlos. En España, entregar la gestión de los Fondos para la Formación a empresas y sindicatos no ha sido buena idea.

Programas a medida

La mentalidad de aprendizaje supone una actitud de curiosidad, la estimulante experiencia de ‘estar progresando’, un sentimiento de autoeficacia, que amplía las capacidades para aprender. Uno de los objetivos educativos actuales es, precisamente, fomentar esta mentalidad. Lo importante no es que nuestros alumnos aprueben, lo importante es que, además, sepan que van a tener que estar aprendiendo toda su vida, no solo laboralmente, sino personal, política, afectiva, técnicamente. En educación secundaria, y, sobre todo, en la formación de tercer nivel, necesitamos fomentar que los alumnos tomen la dirección de su propio aprendizaje. Una manera de hacerlo es ayudándoles a elaborar sus planes personales de aprendizaje (Personal Learning Plans).

La sociedad del aprendizaje está aquí. España, que perdió el tren de la Ilustración y el de la industrialización, no puede perder este último

Las titulaciones —los grados— van a ser una condición indispensable, pero inútiles para encontrar trabajo. Cada persona va a tener que diseñar su propio perfil de formación. Esto puede provocar situaciones muy injustas, no solo por las diferencias económicas de acceso a esas líneas de formación sino, sobre todo, por la falta de información para tomar las decisiones adecuadas y aprovechar las oportunidades que existen. La existencia de potentes departamentos de orientación —tanto en la enseñanza secundaria como de tercer grado— resultan imprescindibles.

Pero no basta. Hay que fomentar a todos los niveles la mentalidad de crecimiento, la cultura del aprendizaje. Necesitamos una universidad permanente que se ocupe de los sistemas académicos de actualización formativa. Muchas empresas están organizando sus propias instituciones educativas, sus universidades corporativas, que contribuyen también a este cambio de cultura. La sociedad del aprendizaje está aquí ya, y no podemos ignorarlo. España, que perdió los trenes de la Ilustración y la industrialización, no puede perder este último tren.

Espero que la comisión del Congreso para preparar un pacto educativo esté al tanto de lo que sucede en el mundo real, y no pierda el tiempo discutiendo si son galgos o podencos. Tengo poca confianza. En temas tan complejos, el método de comparecencias, en que decenas de personas van a contar sus impresiones, no vale para nada. Lo que hace falta es que aporten documentos, bien informados, razonados, con propuestas, para que la comisión los estudie con el detenimiento necesario. Para colaborar al advenimiento de la sociedad del aprendizaje, nuestros políticos también tienen que adquirir una pasión por aprender.

Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2017-07-18/pais-aprendices-jose-antonio-marina_1416768/

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No a la educación financiera en la escuela

Por: José Antonio Marina

Hace más de dos años, publiqué en El Confidencial un artículo sobre este mismo tema. Insisto en él, porque acaba de celebrarse en México el EduFin Summit 2017, organizado por el BBVA a través del Centro para la Educación y Capacidades Financieras. Hace 10 años que el BBVA comenzó a impulsar la educación financiera, siguiendo las indicaciones de la OCDE. En su inicio colaboré con Antonio Ballabriga, director del proyecto, de quien me consta su interés y competencia. El tema siempre me ha interesado. Hace más de 20 años gané el Premio Giner de los Ríos a la Innovación Educativa, por un programa para introducir las nociones básicas de economía en la asignatura de Filosofía; dirigí un prometedor proyecto de emprendimiento en la escuela, financiado por Caja Navarra, y colaboré en los programas de ‘aprender a emprender’, promovidos por la Fundación Príncipe de Girona.

Sin embargo, dejé de participar en el proyecto del BBVA porque me pareció que el enfoque dado por la OCDE está equivocado. No es educación financiera lo que necesitamos, sino educación económica, una parte de la cual es la educación financiera. Aislada, esta es muy poca cosa. González-Páramo, director general de BBVA, ha dicho que quiere que los clientes de su banco sean “ahorradores consistentes y deudores responsables”, por lo que “es fundamental incluir la educación financiera en los centros educativos”. Flore Anne Messy, directora de la División de Asuntos Financieros de la OCDE y coautora del Informe PISA, lamentó que la educación financiera no sea una asignatura obligatoria en los colegios desde los primeros años del ciclo escolar. Señaló la digitalización como un factor decisivo para la inclusión financiera de los jóvenes porque la tecnología facilita la accesibilidad de los productos financieros. Pero el problema no está en la falta de conocimiento de los productos financieros, sino en que no tienen acceso a ellos porque no tienen trabajo.

La educación financiera no es suficiente. Un ciudadano debe poder entender las noticias económicas de un periódico

Ballabriga da otra justificación: “Hay cierto consenso entre los especialistas en que si hubiéramos tenido una mayor educación financiera, la crisis habría sido otra crisis”. Vamos a ver. La crisis financiera comienza en Estados Unidos porque hay una política de conceder hipotecas sin garantía, ya que los bancos endosaban la responsabilidad del cobro a otras instituciones (que acabaron por quebrar). Las primas de los vendedores se relacionaban con las hipotecas vendidas, no con las hipotecas cobradas. Los bonus de los directivos se relacionaban con el aumento de los balances, no con la rentabilidad y seguridad del negocio. Crearon instrumentos financieros de tal complejidad que ni los mismos directivos de los bancos (por ejemplo, el presidente de Lehman Brothers, según confesión propia) los entendían. Productos financieros fraudulentos que, sin embargo, las agencias de ‘rating’consideraban AAA, y los auditores dieron por buenos.

La crisis que nadie vio

Los bancos se lanzaron a una política de ‘titularización’ de activos basura, con lo que extendieron su insolvencia como una epidemia. El mismo Alan Greenspan (tiene bemoles el asunto), máximo gurú de las políticas financieras del mundo, presidente de la Reserva Federal estadounidense, confesó que no entendía lo que estaba pasando. Incluso la reina Isabel de Inglaterra, en su visita a la London School of Economics, preguntó con razón a los economistas: ¿cómo no supieron ver lo que estaba sucediendo? La respuesta fue muy pobre.

No salen las cuentas. (iStock)
No salen las cuentas. (iStock)

La misma pregunta habría que hacérsela a los políticos y a los organismos de vigilancia como, en nuestro caso, el Banco de España o la Comisión Nacional de Valores. A la vista de esa situación, quienes parece que necesitan educación financiera son los presidentes de los bancos, los ingenieros financieros, las agencias de ‘rating’, los auditores, los organismos reguladores, los directores de sucursales, los comerciales bancarios. Los expertos contratados por las grandes empresas siempre van por delante de los expertos contratados por los estados. Lo que en el fondo está diciendo la educación financiera es que no podemos fiarnos de nadie. Que todos van a intentar engañarnos y que debemos ser absolutos responsables de nuestras decisiones. ¿Es esto realista? Creo que no.

​El ciudadano debe comprender la economía

¿Significa esto que el ciudadano debe desinteresarse de los asuntos económicos? Todo lo contrario. Es imprescindible que comprenda los mecanismos económicos. Como saben mis lectores, creo que hay que conocer para comprender y comprender para tomar mejores decisiones y actuar. Gran parte de nuestras decisiones políticas, familiares y personales tienen un componente económico, y debemos comprender. Pero la educación financiera no es suficiente. Un ciudadano debe poder entender las noticias económicas de un periódico.

Leo en los de este fin de semana: “Según el secretario de Estado de Hacienda, la presión fiscal en España está en un nivel medio-bajo respecto al resto de Europa”. ¿Esto es verdad? ¿Cómo se mide? ¿Es bueno o malo? “Hay que sacar adelante el techo de gasto” ¿Qué es? “La deuda mundial supera ya los 190 billones de euros, equivalente al 327% del PIB mundial”. ¿Qué quiere decir esto? ¿Podemos vivir sin deuda? “La UE multa a Google por prácticas monopolísticas”. ¿Deben prohibirse los monopolios o dejar que el mercado decida? Después de décadas temiendo la inflación como se teme al lobo, ahora el mundo está preocupado porque no sube la inflación. ¿Nos estarán tomando el pelo?

Necesitamos una economía creadora de posibilidades, y para eso hemos de volver al individuo consciente de sus capacidades

Cuando todavía estamos padeciendo el estallido de la ‘burbuja inmobiliaria y financiera’, el reputado economista Lawrence Summer dice que “estamos en una economía que necesita las ‘burbujas’ para poder alcanzar pleno empleo, y que sin ellas podemos estancarnos secularmente”. Paul Krugman, premio Nobel de Economía, se pregunta por qué en EEUU el partido republicano está decidido a eliminar la prestación sanitaria, lo que resultaría cruel para decenas de millones de personas, solo para conseguir una reducción de impuestos, el 40% de la cual afectará a personas con unos ingresos superiores al millón de dólares anuales.

Peter Hartz, ex jefe de personal de Volkswagen, y presidente de una fundación para luchar contra el paro juvenil, escribe una carta a Macron, proponiéndole un plan para abrir el futuro a 500.000 jóvenes en paro. Para financiarlo, propone la creación de una línea de financiación por el Banco Central Europeo. En el País Vasco, más del 80% de los alumnos de la Formación Profesional Dual encuentra trabajo al día siguiente. ¿Sería posible una ‘renta básica universal’? Son noticias económicas que afectan profundamente a la vida de todos los ciudadanos, y necesitamos saber a qué atenernos. Hay una definición clásica de la economía —ciencia de la gestión de recursos escasos— que resulta triste y anacrónica. Necesitamos una economía creadora de posibilidades, y para eso hemos de volver al individuo consciente de sus capacidades.

El mundo económico es más que el financiero​

Es verdad que debemos saber tomar decisiones para nuestra economía familiar. Algunas, evidentes. ¿Debemos invertir en la educación de nuestros hijos o en la nuestra propia? ¿Debemos vivir de alquiler o hipotecarnos? ¿Cómo podemos asegurar nuestro futuro? Pero también tenemos que tomar decisiones sobre políticas económicas, porque van a influir decisivamente en el éxito de nuestros proyectos. Tenemos dos formas de hacerlo: mediante el voto político y mediante el voto que ejercemos en cada acto de compra. Impera la idea de que la economía es un sistema global donde la acción del ciudadano es nula. Si pensamos así, acabará siéndolo.

Eso solo es verdad en la ‘economía descendente’ (mercados mundiales, multinacionales, presión internacional sobre los estados, presión de los estados sobre el individuo). Pero hay también una ‘economía ascendente‘ (parte del ciudadano como agente económico, y asciende a través de la iniciativa empresarial, de las decisiones de ahorro y consumo, de la participación política, de la presión de los estados sobre las políticas económicas internacionales, etc.). Necesitamos una educación económica que la favorezca, y la educación financiera no nos dice nada de eso.

Debemos saber tomar decisiones en nuestra economía familiar. (iStock)
Debemos saber tomar decisiones en nuestra economía familiar. (iStock)

No basta con criticar a los demás e imponer deberes al aire. Siempre me ha indignado una escena de película en que después de un accidente un individuo grita: «¡Que alguien llame a una ambulancia!». ¿Y por qué no la llamas tú? En vez de quejarse hay que actuar. Por eso, en la Fundación Universidad de Padres, que dirijo, y que tan presente ha estado en El Confidencial, vamos a lanzar en septiembre un curso ‘online’ titulado ‘Lo que todo ciudadano debe saber de economía, si no quiere ser engañado ni meter la pata’. Vamos a estudiar los mecanismos económicos básicos, y también la necesidad de elaborar un proyecto económico personal (con las implicaciones financieras que conlleva). Como enlace entre uno y otro tema, trataremos el problema laboral en un mundo en que el trabajo va a ser escaso y cambiante. Cuando el curso comience, volveré a hablar de él, para que nos ayuden a que sea un éxito.

Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2017-07-04/no-educacion-financiera-escuela_1409017/

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El efecto Google

Por: José Antonio Marina

En 2011, Betsy Sparrow y sus colegas publicaron un llamativo artículo en ‘Science’ titulado «Google effects on memory: cognitive consequences of having information at our fingertips». El ‘efecto Google’ es la tendencia a no guardar en la memoria información que podemos encontrar fácilmente en internet. Los motores de búsqueda actuales son tan eficaces que se extiende la idea de que ya no hace falta recordar o aprender nada. Basta con saber dónde y cómo encontrar la información. El efecto Google se ha visto ampliado con la aparición de los ‘filtros burbuja‘, que pueden seleccionar la información que recibe una persona, encerrándola literalmente en un burbuja informática.

Se acaba de publicar en España, aunque con bastante retraso, el libro de Eli Pariser ‘El filtro burbuja’, que advierte de los problemas que plantea recibir solo las noticias que se adecúan a mis intereses. Puede provocar una ‘visión en túnel’, que fomente los fanatismos y los prejuicios, al bloquear las informaciones contrarias a ellos. En la revista ‘Wired’, Mostafa M. El-Bermawy considera que los filtros burbuja son un peligro para la democracia.

Se conoce como ‘efecto Google’ la tendencia a no guardar en la memoria información que podemos encontrar fácilmente en internet

El asunto es serio porque, según Pew Analysis, el 61% de los ‘millennials’ usa filtros burbuja para recibir noticias sobre política. Voces apocalípticas se unen a este coro. Por ejemplo, la de Nicholas Carr, que señala que el efecto Google acarreará males sin cuento. El título de su obra más famosa es revelador: ‘Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?’. O la de Jaron Lanier, especialmente relevante porque es un extraordinario técnico informático, que escribe “contra el rebaño digital”.

Estupidez expandida

Nos movemos entre apocalípticos —que ven solo los problemas— e integrados, que no ven problema alguno. Ambos simplifican las cosas. La potencia de las nuevas tecnologías plantea un enorme reto a nuestras ideas sobre inteligencia y educación, porque en paralelo con la ‘realidad expandida’ nos permiten hablar de ‘inteligencia expandida’ y, también, de ‘estupidez expandida’. Por ello, es imprescindible que la educación, en vez de quejarse o dejarse llevar, estudie seriamente las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías y diseñe los nuevos aprendizajes. Eso es lo que intentamos con el ‘Proyecto Centauro’, del que ya les he hablado.

Desdeñar el pensamiento analítico supone carecer de pensamiento crítico, que es la única defensa contra el adoctrinamiento y el fanatismo

Muchos de los peligros derivan de unas ideas equivocadas. Por ejemplo, sobre la memoria. Si la única función de la memoria fuera conservar los conocimientos, internet es invencible. Ocurre, sin embargo, que la memoria (sobre todo la que denominamos ‘working memory’) se encarga de tareas mucho más sofisticadas. La más importante de ellas es la comprensión. Comprendemos desde los conocimientos guardados en la memoria neuronal. Vean las siguientes expresiones:

Son las cuatro ecuaciones de Maxwell, que describen un campo electromagnético. Para muchos, unas de las más bellas creaciones de la inteligencia humana. ¿Les sirve para algo tenerlas en pantalla si no tienen en su memoria los conocimientos y los procedimientos necesarios para entenderlas? El estúpido mantra “para qué voy a aprender si lo puedo encontrar” es una estupenda receta para la ignorancia, porque si no sabemos, no podremos encontrar nada aprovechable.

La pereza, el otro problema

Otro peligro no procede de la tecnología, sino de la pereza. El premio Nobel Daniel Kahneman dice que el cerebro es ‘cognitive miser’, un tacaño cognitivo, que procura gastar la menor energía posible en resolver los problemas. Barr y Pennycook (‘The brain in your pocket: Evidence that Smartphones are used to supplant thinking’) han mostrado que quienes usan más el móvil como ayuda para resolver problemas suelen ser los que tienen más dificultad o menos interés en el pensamiento analítico, que es costoso. Eso no es culpa del móvil, sino del usuario. Y, en efecto, es peligroso, porque desdeñar el pensamiento analítico, que es lento y largo, supone carecer de pensamiento crítico, que es la única defensa que tenemos contra el adoctrinamiento, el fanatismo y la superchería.

Y llegamos así al filtro burbuja. De nuevo no tenemos que quejarnos de la técnica, que puede ser utilísima si defino bien los filtros. Es cierto que puede encerrarme en el fanatismo, si selecciono solo aquellos canales que corroboran mis prejuicios, pero también pueden ampliar mi mente, si elijo los adecuados.

La ‘inteligencia ampliada’ exige un cambio radical en los currículos para señalar lo que es necesario aprender, es decir, guardar en la memoria neuronal

Las conclusiones preliminares del ‘Proyecto Centauro’ indican que en la definición de la ‘nueva inteligencia’ debemos incluir la inteligente construcción de nuestra memoria electrónica, y el sabio uso de las posibilidades de la tecnología, y que eso es mucho más que ser un manitas con las ‘apps’, juguetear con programas, cortar y pegar con habilidad y navegar por la nube. Se puede hacer todo eso y formar parte del nutrido grupo de ‘nativos digitales analfabetos‘.

La ‘inteligencia ampliada’ exige un cambio radical en los currículos, para señalar lo que es necesario aprender, es decir, guardar en la memoria neuronal. Debemos tener presente que hay que conocer para comprender, y que hay que comprender para tomar buenas decisiones y actuar.

Esto no ha hecho más que empezar.

Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2017-06-06/el-efecto-google_1394245/

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Proyecto nuevo Humanismo: aspirando a comprender

Por: José Antonio Marina

El humanismo se bate en retirada. En todos los países se presiona a los sistemas educativos para que den prelación a las STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics). Son conocimientos imprescindibles para sobrevivir en una sociedad del conocimiento. Una ‘persona culta’ parece un ser anacrónico en la época de Google. Un dinosaurio digno de exhibirse en un parque temático. Prestigiosas voces tecnológicas nos hablan de la aparición del ‘transhumanismo’, de la superación de la especie humana. Sucederá alrededor de 2040, dice la Singularity University, creada por Ray Kurzweil, jefe de investigación de Google. Es decir, a los recién nacidos les va a coger al llegar a la adolescencia. Esto vuelve más obsoletas aún las tradicionales disciplinas humanistas, que para esos tecnólogos se referirán a la ‘antigua especie’.

En esta situación resulta escandaloso que los ‘humanistas’ actuales defiendan tan mal el valor de lo que hacen, tal vez porque piensen, equivocadamente, que el buen paño en el arca se vende. Periódicamente se oyen voces reclamando una mayor presencia de las humanidades en nuestras aulas, pero sin explicar qué se entiende por ‘humanidades’ y por qué se las debe prestar atención. Son afirmaciones que se repiten retóricamente, más como queja que como propuesta. Hoy día, los padres se tranquilizan si sus hijos dicen que quieren hacer ciencias, y se angustian si les oyen que quieren estudiar letras. De nada vale decirles que en las humanidades está la salvación porque, dicho así, es una tontería sin credibilidad.

No da por sentado que leer a Homero sea mejor que aprender a manejar una aplicación o que el latín es mejor que la informática

Por eso, creo que es necesaria una justificación de las humanidades ‘base cero’, es decir, sin dar por supuesto que son valiosas. Pondré como ejemplo una de las disciplinas humanísticas más castigadas en los actuales programas: la historia. ¿Debe un futuro científico conocer la historia de su ciencia o solo su estado actual? Los economistas han inventado una noción de gran utilidad: el ‘coste de oportunidad’. Una inversión económica no debe evaluarse solo por lo que va a conseguir, sino también por lo que se deja de conseguir al emplear los recursos de esa manera. ¿Qué es mejor, construir una línea de AVE o tres hospitales? Respecto a la educación, sucede lo mismo. Sería estupendo estudiar griego, latín, historia del arte, música, filosofía, plástica, manualidades, cocina, además de inglés, informática, matemáticas, etc. El problema aparece cuando hay que administrar un tiempo limitado y es preciso elegir.

El Proyecto nuevoHUMANISMO, en que trabajo, se encara con este problema. No da por sentado que leer a Homero sea mejor que aprender a manejar bien una aplicación de móvil. No se le ocurre pensar que el latín organiza mejor la mente que la programación informática. Podría llamarse también ‘humanismo de tercera generación’ (Humanismo3G).

Dos culturas separadas

La primera generación se definió por oposición a la teología. Las ‘letras humanas’ se separaban de las ‘letras divinas’. El humanismo entonces incluía letras y ciencias, filosofía y matemáticas, arte y técnica. Si leen la ‘Enciclopedie’, símbolo de la Europa ilustrada, verán esta mezcla. Junto a artículos sobre las religiones o la inmortalidad del alma aparecen otros dedicados a los tornillos y a los telares. La segunda generación escindió este humanismo básico, e introdujo la división entre ‘ciencias’ y ‘letras’, entre las ‘ciencias de la naturaleza’ y las ‘ciencias del espíritu’. Como Snow señaló con frase certera, han acabado por ser ‘dos culturas’ separadas. Lo expuso elocuentemente, en el texto que les invito a leer:

«Son muchos los días que he pasado con científicos en las horas de trabajo para salir luego de noche a reunirme con colegas literatos. Y, viviendo entre dichos grupos, se me fue planteando el problema que desde mucho antes de confiarlo al papel había bautizado en mi fuero interno con el nombre de ‘las dos culturas’. Se trata de dos grupos polarmente antitéticos: los intelectuales literarios en un polo, y en el otro los científicos. Entre ambos polos, un abismo de incomprensión mutua; algunas veces (especialmente entre los jóvenes) hostilidad y desagrado, pero más que nada falta de entendimiento recíproco. Los científicos creen que los intelectuales literarios carecen por completo de visión anticipadora, que viven singularmente desentendidos de sus hermanos los hombres, que son en un profundo sentido anti-intelectuales, anhelosos de reducir tanto el arte como el pensamiento al momento existencial. Cuando los no científicos oyen hablar de científicos que no han leído nunca una obra importante de la literatura, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialistas ignorantes. Una o dos veces me he visto provocado y he preguntado [a los no científicos] cuántos de ellos eran capaces de enunciar el segundo principio de la termodinámica. La respuesta fue glacial; fue también negativa. Y sin embargo lo que les preguntaba es más o menos el equivalente científico de ‘¿Ha leído usted alguna obra de Shakespeare?’. (C. P. Snow, ‘Las dos culturas y un segundo enfoque’, Alianza Editorial, Madrid, 1987, pp. 14 y 24).

No pienso que haya una especie de conspiración de los tecnólogos para robotizar a nuestra especie o cosas parecidas

El asunto es que ha triunfado claramente la ‘cultura tecno-científica’, entre otras cosas porque ha producido mejoras admirables en el bienestar humano. Lo que me preocupa es que esa cultura va a ser la encargada de redefinir la naturaleza humana. No pienso que haya una especie de conspiración de los tecnólogos para robotizar a nuestra especie o cosas parecidas. Los grandes cambios aparecen como consecuencias no buscadas intencionadamente. La técnica —como el mercado, como las modas, o como los atascos de tráfico— tiene un dinamismo circular, en el que los propios agentes son sujetos pacientes de lo que hacen. El nuevoHUMANISMO parte de un axioma fundacional: las instituciones humanas —políticas, religiosas, culturales— guardan la experiencia de la humanidad. Cada vez que algún movimiento ha querido olvidar esa experiencia, comenzar de cero —como ha ocurrido en las revoluciones políticas, y puede suceder también en la tecnológica—, se cometen tremendos errores por ignorancia.

Concentrated senior female mathemathics professor writing a formula to the chalkboard.. Personal Perspective, Selective focus, small DOF. Natural interior light.
Concentrated senior female mathemathics professor writing a formula to the chalkboard.. Personal Perspective, Selective focus, small DOF. Natural interior light.

De la misma manera que para mejorar nuestra salud en el futuro necesitamos conocer nuestro genoma biológico —efecto de cientos de miles de años de evolución—, necesitamos conocer nuestro ‘genoma cultural’, que se ha ido configurando también a lo largo de miles de años. Pondré un ejemplo político. Nuestro modo de pensar la política utiliza herramientas mentales heredadas, que se fueron elaborando para enfrentarse con problemas. ¿Por qué apareció la idea de ‘soberanía’, o la de ‘nación’, o la de ‘derecho subjetivo’, o la de ‘dignidad como fuente de derechos’, o el valor de la ‘autonomía’? El nuevoHUMANISMO se basa por ello en la ciencia de la evolución de las culturas, que nos permitirá comprender nuestros aciertos y nuestros errores, nuestra grandeza y nuestra ferocidad, lo que nos une y lo que nos separa.

​Aspiramos a comprender

El nuevoHUMANISMO, el Humanismo3G, no enfrenta letras y ciencias, laicismo y religión, arte y técnica, sino que aspira a comprender todas esas creaciones humanas. No pretende conocerlas en sus inabarcables realizaciones, sino comprender por qué y cómo surgen de la inteligencia que las ha inventado. El gran Wilhem Dilthey, uno de los padres del nuevoHUMANISMO, pensaba que la única forma de definir al ser humano es estudiando aquellas actividades a las que se ha dedicado a lo largo de la historia: ha creado arte y ciencia, matemática y juegos, religiones y formas políticas, poesía y técnica. Antes de dar un salto hacia el transhumanismo, me parece imprescindible conocer la humanidad, no sea que vayamos a tirar al niño con el agua de la bañera.

El Proyecto nuevoHUMANISMO necesita el mayor apoyo posible. Espero que El Confidencial, tan atento a lo que pasa, acoja y proteja la iniciativa, que me parece apremiante. Quien desee recibir más información, o colaborar de alguna manera, puede enviarme su referencia a contacto@joseantoniomarina.net.

Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2017-04-18/educacion-humanismo-letras-ciencias-pedagogia_1368022/

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El negocio de la educación

Por: José Antonio Marina

Hemos entrado en la ‘sociedad del aprendizaje’, lo que ha hecho surgir una industria educativa global (‘Global Education Industry’). El cálculo del mercado educativo hecho por Merrill Lynch-Bank of America en 2014 era de 4,3 billones de dólares. Mucho dinero. La industria incluye muchos tipos de negocio: gestión directa de centros educativos, producción de materiales, enseñanza ‘online’, servicios de consultoría, ‘edu-marketing’, servicios de producción de test, evaluaciones, etc. Para conocer la situación actual, me parece imprescindible el estudio dirigido por Antoni Verger, de la Universidad Autónoma de Barcelona, gran experto en el tema (Verger, A., Lubiensky, C. y Steiner-Khamsi, G. ‘World Yearbook of Education 2016: The Global Education Industry’. Nueva York: Routledge). El hecho de que se mercantilice una parte de la educación despierta muchos recelos. Sobre todo en lo referente a la educación pública. Es un momento oportuno para tratar el tema que saldrá a relucir en los debates sobre el pacto educativo, ya que es uno de los asuntos de discordia permanente, como expusimos en los ‘Papeles para un pacto educativo’.

Existe un movimiento para favorecer la entrada de la iniciativa y el capital privados en los sistemas públicos de enseñanza. Se habla de un Global Education Reform Movement (GERM) (‘Global education ‘reform’ building resistance and solidarity’), caracterizado por la estandarización generalizada, el pago por resultados, la competición, la capacidad de elección, y la privatización. Grandes empresas están invirtiendo en la industria educativa. La mayor de ellas, Pearson, que vendió recientemente su participación en el ‘Financial Times’, por 1.183 millones de euros, y su participación en ‘The Economist’, por 658 millones de euros, para dedicar toda su potencia financiera al sector educativo. Las grandes compañías de informática —Microsoft, Apple, Cisco, Samsung, IBM, Google— están invirtiendo también fuertes sumas en educación.

Los contrarios a este enfoque consideran que gestionar la educación con criterios empresariales va en contra de la educación como bien público. Las raíces del GERM están en la política educativa de Margaret Thatcher. Uno de sus ministros de Educación, Keith Joseph, dividía la sociedad en “productores de riqueza” y “consumidores de riqueza”, y consideraba que la educación pública era “consumidora de riqueza” (‘wealth consumer’). La gran reforma en 1986, hecha por el ministro Kenneth Baker, trataba de introducir en la escuela los mecanismos fundamentales del mercado: libertad de elección y competencia. En principio, se trataba de mejorar la eficiencia en el empleo de recursos públicos, y de reducir la presencia del Estado. Es el modelo defendido por los políticos neoliberales.

La idea de educación pública como un sistema que debe regirse por reglas de eficiencia copiadas del mercado (libertad de elección y competición) quedó incluida dentro del movimiento de la Nueva Gestión Pública. En todo el mundo se extiende la idea de que el Estado absorbe una cantidad creciente de las rentas de una nación y es ineficiente y despilfarrador. La Nueva Gestión Pública pretende mejorar el sector público introduciendo sistemas de gestión empresarial. La escuela entraba dentro de este modelo.

Educación como supermercado

Esta política educativa cuenta con el apoyo de organismos económicos internacionales: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OCDE, lo que ayudó a pensar en una conspiración capitalista en contra de la escuela pública, que siempre ha tenido como objetivo la igualdad y la cohesión social. Los defensores de la gestión estatal de la escuela pública consideran que el pensamiento neoliberal ha contaminado las políticas educativas, y que incluso gobiernos socialistas como el de Tony Blair consolidaron la idea de educación como un supermercado, abriendo paso a una serie de escuelas en competición: ‘religious schools’, ‘private schools’, ‘grammar schools’, ‘specialist schools’, ‘beacon schools’, ‘church schools’, ‘foundation schools’, ‘academies’, etc.

Para hacer más complejo el panorama, hay un gran movimiento, en el que participan el FMI, el BM, la OCDE, la Unesco, Unicef, que defiende la cooperación de las administraciones públicas con las organizaciones empresariales y con las organizaciones ‘non profit’ para mejorar las prestaciones educativas. Parten de la constatación de que muchos estados van a tener dificultades para dedicar a la educación la financiación necesaria y sería conveniente canalizar hacia la educación capital financiero, y también capital intelectual, investigador, organizativo. Eso ha producido el interés por las asociaciones público-privadas en educación (Internacional de la educación: ‘Asociaciones público-privadas en educación’. La Internacional de la educación es una federación sindical mundial que engloba a 30 millones de docentes). Este estudio analiza las variadas formas de cooperación.

Unas son contratos entre el Estado y organizaciones privadas; y otras, las llamadas Asociaciones de Actores Múltiples para la Educación (MSPE), en las que distintos agentes se unen para un proyecto educativo común. Los partidarios de la gestión estatal del sistema educativo piensan que la privatización de la enseñanza lleva inevitablemente a la segregación por razones económicas, y por lo tanto al fracaso de la función social del sistema. Además, al ser un negocio, consideran que las plusvalías que se llevan los empresarios detraen fondos de la educación. Los partidarios de la privatización argumentan que la gestión privada —no funcionarial— es más eficiente, que la libre competencia entre escuelas las exige mejorar continuamente, y que dejar al Estado la gestión de la educación es peligroso porque puede convertir la escuela en herramienta de adoctrinamiento.

En España, desde los gobiernos de Felipe González, hay un sistema de conciertos entre la escuela pública y escuelas privadas. La ley establece condiciones muy estrictas: la admisión de alumnos debe seguir la misma normativa que los centros de gestión pública, la enseñanza debe ser totalmente gratuita y las actividades, tanto docentes como extraescolares y de servicios, no podrán tener carácter lucrativo, y será necesaria la previa autorización de la administración educativa de las cantidades a percibir. Es posible que la laxitud de algunas administraciones haya permitido que la ley no se cumpla escrupulosamente, pero eso a mi juicio no invalida la ley.

Lo que conviene dejar claro es que la responsabilidad del Estado es proteger la calidad y equidad de la educación, favoreciendo la igualdad de oportunidades. Para conseguir este objetivo, hay que tener en cuenta que no basta la calidad de las escuelas, porque la procedencia socioeconómica de los alumnos tiene un peso enorme en los resultados educativos. Por eso, el sistema de educación básico debe esforzarse en compensar las diferencias iniciales. Eso implica que una buena educación va más allá de un buen conjunto de escuelas. Incluye el apoyo a las familias, la especial ayuda a las zonas educativamente deprimidas, los sistemas de apoyo a los alumnos con necesidades especiales, la cobertura educativa de todo el territorio, la coordinación con empresas para la formación profesional, el enlace con los municipios, el control de la calidad de la enseñanza, los criterios de capacitación del profesorado, etc.

Estas funciones deben ser realizadas por la Administración pública, garante de que se cumpla el derecho a una buen educación. El miedo a un Estado adoctrinador tiene que disminuir en un sistema democrático. Aun así, deben perfeccionarse las instituciones que defiendan la calidad y la equidad de la educación. El Consejo Escolar del Estado debería ampliar sus funciones, y respecto a los programas educativos, he defendido que debería haber un organismo independiente —con funciones semejantes a las que tiene el Banco de España respecto de las políticas monetarias— para estudiar y proponer los mejores currículos en cada momento.

Un plan de cinco puntos

Para cumplir sus obligaciones, el sistema educativo público debe atraer el máximo de energías financieras o intelectuales, siempre que esa ayuda exterior no sirva como pretexto para reducir los presupuestos de educación. Dentro de ese marco y cumpliendo estrictamente la ley de conciertos (igualdad en los criterios de admisión, gratuidad absoluta, y carácter no lucrativo de las actividades extraescolares), puede ser bueno para el funcionamiento de todo el sistema que la educación pública se desarrolle en centros de gestión estatal y centros de gestión privada. Para ello, los conciertos tienen que cumplir las siguientes condiciones:

1.– Que los centros que aspiran a un concierto aporten recursos personales y financieros al sistema público. Así lo hacen, por ejemplo, los centros privados que aportan sus instalaciones.

2.– Que aporten modelos educativos interesantes para el sistema público, y experiencias innovadoras que faciliten la pluralidad pedagógica de los centros.

3.– Que suplan la acción del Estado en zonas que no estén debidamente escolarizadas.

4.– Que actúen con transparencia total para permitir la comparación entre dos sistemas de gestión, lo que siempre es una experiencia interesante.

5.- Que favorezcan la libertad de elección de los padres.

Lo verdaderamente importante en el sistema educativo son nuestros alumnos. Todo aquello que facilite, mejore, amplíe, fortalezca su educación, en todos los niveles y en todas las dimensiones, debe ser acogido con alegría. Y, por supuesto, evaluado con todo rigor y objetividad.

Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2017-04-11/educacion-publico-privado-mercado_1364722/

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