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La evaluación interna en la escuela: ¿está bien enfocada?

Por: Albano De Alonso Paz

Es necesario repensar los planes de evaluación y mejora hacia la reflexión interna basada en la escucha, a la búsqueda de soluciones contextualizadas y a la identificación de los signos de marginación y vulnerabilidad en el origen, con el fin de detectar esos factores endógenos y exógenos que inciden en la merma del aprendizaje y que deterioran la convivencia escolar

En el sistema educativo, a veces siento que se planifican y se gestionan determinadas cosas al revés. Una de ellas es el proceso de evaluación institucional dentro de la propia escuela, de lo que se habla muy poco. De hecho, cuando se construyen los planes de mejora o las evaluaciones internas, casi siempre queda fuera el análisis del grado de marginación que viven determinados estudiantes en los centros escolares, que tanto afecta al rendimiento. Y eso me lleva a pensar: ¿Son realmente útiles estos planes tal y como están enfocados?

Cuando se elaboran estos documentos se toman como base pautas ofrecidas desde fuera, por las administraciones, y están construidos, de esa manera, con criterios hegemónicos de normalización o estandarización: “Quien no se adecua a la identidad normalizadora institucional es excluido, no es reconocido como sujeto” (Calderón, Calderón y Rascón, 2016, p. 54).

De esta situación surge la necesidad de repensar estos procesos, que los equipo pedagógicos ven también como una carga burocrática más que no conduce a nada. Así, un paso interesante podría esbozar en dichos planes indicadores no desde la perspectiva del éxito que hay que alcanzar para la rendición de cuentas ante jerarquías superiores como, por ejemplo, la inspección (las tasas de éxito, de idoneidad, etc.), sino desde la mirada de los alumnos que son clasificados a causa de su diversidad en categorías prefijadas por una institución que sigue aferrándose a modelos hegemónicos. Se trata de reconstruir, así, un modelo que también vuelva la atención hacia quienes transitan casi invisibles a través de su recorrido educativo, a causa de la presión que ejercen sobre ellos distintos mecanismos del sistema, muchas veces en forma de barreras simbólicas, y a pesar de todo lo cual solo hacen acto de presencia para perpetuar a su alrededor la visión negativista que se tiene de su aportación al sistema educativo.

El debate público alrededor de la ESO en los últimos años se lleva a cabo con gran desconocimiento de las situaciones particulares de muchos de sus principales actores: ese alumnado de la educación básica que aparece como convidado de piedra o como pretexto para un debate siempre instrumentalizado políticamente. También hay una construcción mediática de este alumnado que se dibuja de forma fatalista, con una profecía en negativo que forzosamente se ha de cumplir: sus déficits como algo generalizable e inmutable. (Hernández y Tort, 2009, p. 8)

Estos, de forma habitual, se pierden una vez salen de la escuela, ya sea tras haber finalizado los estudios o cuando se ven obligados a marcharse sin obtener el título de la ESO; se difuminan tras haber visto transcurrir a su alrededor una maraña de medidas y acciones físicas, materiales y humanas que tratan de derribar –muchas veces de manera estéril y ante la incapacidad de una escuela desbordada y sin apoyos– todo signo de desigualdad, pero que se quedan en el intento: los esfuerzos se destinan al afán por detectar barreras en donde docentes, estudiantes y familias tienen casi imposible intervenir (Booth y Ainscow, 2015), ya que muchas de ellas pertenecen al aparato estructural.

La presencia, por lo tanto, en los mecanismos de evaluación periódica de las escuelas, de procesos de evaluación entendidos de otra manera (no desde la culminación estandarizada del éxito sino a partir de la identificación precoz de las señales de marginación o vulnerabilidad) puede servir de aliciente renovador para animar a las comunidades educativas, a través de la cooperación entre todos sus componentes, a explorar a través de una práctica reflexiva esa precariedad oculta que no se presenta en cifras o en un análisis simplista que defienda intereses partidistas, sino en la narración de cualquier persona con vinculación a este entorno y que de una manera u otra forman parte de la educación.

Para ello, tiene que prestarse especial atención al relato de las propias vivencias de los afectados que además cargan con el sentimiento de culpa al sentirse fracasados o inadaptados, lo cual marca muchas veces su progreso en los programas compensatorios para los que son propuestos (Escudero y Martínez, 2012), decisiones que hasta cierto punto pudieran ser justificables ya que, como expresa Seibold, “algunos de estos métodos permitirán conocer mejor las experiencias de los alumnos, que son la base de la adquisición de nuevos saberes realmente significativos en la escuela.” (2000, p. 231): al fin y al cabo, una propuesta más flexibilizada de los currículos y una atención escolar con unas ratios más reducidas favorecen las estrategias de trabajo colaborativo y un aprendizaje dialógico y más interactivo. Sin embargo, esto muchas veces no es suficiente: falta revisar esos procesos de evaluación institucional de los que hablo.

Para su eficacia, una propuesta de indicadores que oriente el trabajo de los centros a través de la ruptura de métodos de estudio tradicionales y contribuya a rescatar del abandono a este alumnado, no solo tiene que ser adaptable a los contextos en los que vayan a llevarse a cabo, sino que tiene que germinar de estos, ya que esas personas y esas acciones pedagógicas forman parte de ese ecosistema escolar y social que siempre será particular y diferenciado.

Ese debate, que debe darse en los claustros, comisiones de coordinación pedagógica, equipos de ciclos, etc., tiene que representar un primer paso en el diseño de una educación contra el abandono que nazca desde dentro del centro educativo, y no porque nos lo pidan desde fuera: la definición de los signos contextualizados de marginación escolar que forman parte del día a día de la escuelas, debe empezar, así, en la experiencia de cada centro, de sus aciertos y errores en la práctica cotidiana. La costumbre de importar modelos o acciones de mejora de un contexto a otro, por lo tanto, tampoco será válida a la hora de esbozar indicadores para identificar la marginación educativa.

Esto tiene consecuencias importantes, porque invalida la pretensión de implantar en un determinado contexto de “paquetes de reformas o medidas”, importadas de un modelo educativo y de un contexto diferente, sin tener en cuenta las condiciones locales, o trasplantar sin más los modelos de eficacia y mejora generados en otros sistemas educativos totalmente diferentes.

Esos indicadores, además, tendrían que formalizarse -a través de niveles o grados de consecución si se quiere- en una mirada compartida que se realice en diferentes momentos de una etapa o curso escolar (por ejemplo, al principio de curso, en las memorias finales o cada vez que se hagan los correspondientes análisis del rendimiento por parte de los diferentes órganos o colectivos), ya que, como afirma Bolívar, “el rendimiento de cuentas por niveles de consecución requiere el desarrollo de una práctica de mejora escolar continua, un cuerpo de conocimientos acerca de cómo incrementar la calidad de la práctica docente y estimular el aprendizaje de los alumnos”. (2003, p. 8).

En definitiva, se trata de repensar los planes de evaluación y mejora, dejándolos de concebir como procesos fiscalizados destinados a esa rendición de cuentas, y dirigirlos, en cambio, hacia la reflexión interna basada en la escucha, a la búsqueda de soluciones contextualizadas y a la identificación de los signos de marginación y vulnerabilidad en el origen, con el fin de detectar esos factores endógenos y exógenos que inciden en la merma del aprendizaje y que deterioran la convivencia escolar, hasta el punto de convertir el periplo escolar de muchos estudiantes en un tortuoso camino hacia la exclusión social.


Referencias

Bolívar, A. (2003). «Si quiere mejorar las escuelas, preocúpese por capacitarlas». El papel del rendimiento de cuentas por estándares en la mejora. Revista de Currículum y Formación del Profesorado, 7 (1-2). Recuperado de http://www.ugr.es/~recfpro/rev71ART4.pdf

Booth, T.; Ainscow, M. (2015). Guía para la Educación Inclusiva. Desarrollando el aprendizaje y la participación en los centros escolares. Madrid: FUHEM.

Calderón, I., Calderón, J.M. y Rascón, Mª T. (2016). De la identidad del ser a la pedagogía de la diferencia. Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria, 28 (1). Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca.

Escudero, J. M. y Martínez, B. (2012). Las políticas de lucha contra el fracaso escolar: ¿programas especiales o cambios profundos del sistema y la educación? Revista de Educación, número extraordinario 2012, 174-193.

Hernández, F. y Tort, A. (2009). Cambiar la mirada sobre el fracaso escolar desde la relación de los jóvenes con el saber. Revista Iberoamericana de Educación, 49 (8). Recuperado de http://www.rieoei.org/deloslectores/3109Hernandez.pdf.

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Sociología de la educación: una mirada al apego

Por: María Cristina Pizarro Egea

Todos hemos escuchado alguna vez la frase “¡Cuánto celo le tiene a su madre!, ¡Qué madrero es!». Desde hace mucho tiempo, se ha considerado que cuando un niño llora por entrar a la escuela en su primer año, o cuando su madre abandona una estancia de su casa, por ejemplo, sucede porque está muy “mimado”. Esta creencia popular se debe a la ausencia de información y a la ausencia de conocimiento acerca del desarrollo psicoevolutivo del niño de las tres a los seis años de edad.

Esa actitud no es ni más ni menos el conocido apego. Este concepto nació de manos del psicoanalista inglés John Bowlby, el cual se interesó por el desarrollo infantil. Este erudito denominó el apego como un vínculo emocional establecido entre la figura de apego y el niño y la posterior ruptura de ese lazo afectivo establecido entre ambos, como consecuencia de su incorporación a la escuela. A ello se le une una de las principales características del pensamiento preoperacional de los niños, el cual ha sido descrito por Piaget, llamado egocentrismo, ya que, debido a su incorporación a la escuela, el niño deja de ser un todo para convertirse en parte de una comunidad educativa, la cual le va a acompañar en un largo viaje. Estos dos factores van a ser determinantes para el desarrollo de la personalidad del niño.

Según Bowlby, cuando un niño o niña nacía, inmediatamente establecía una relación de unión con la madre, ya que ésta es la principal figura de apego para los bebés. Y que con el paso del tiempo y según tuvieran lugar las interacciones con el resto de los miembros de la familia, el apego podía modificarse y el niño sería capaz de cambiar su figura de referencia por una nueva. Además de ello, también destacó el hecho de que cuando un niño era privado de su figura materna, este hecho tendría repercusiones negativas en su madurez y que el apego no estaba vinculado sólo al alimento, a la unión que se establece cuando una madre da el pecho a su hijo, sino también al afecto, al cariño, a la atención, a la reciprocidad entre ambos.

Tal y como destacó en su teoría realizada en 1980, este psicoanalista estableció 4 características del apego. La primera de ella era el mantenimiento de la proximidad, la cual consiste en tener cerca a la persona vinculada; la segunda característica hace alusión al refugio y a la seguridad que los niños sienten por el hecho de saber que tienen una figura de apego; la tercera habla sobre la exploración segura del entorno; y, por último, y no menos importante, la angustia por la separación, la cual se debe a la ausencia de apego.

Pero el apego no se produce inmediatamente, éste se desarrolla en una serie de fases, al igual que la evolución del pensamiento del niño.

La primera fase se conoce como el preapego y se desarrolla en las primeras seis semanas de vida. Durante estas semanas el niño no tiene establecida la figura de apego e intenta llamar la atención de aquellos que tiene a su lado.
Tras las seis semanas tiene lugar otra fase llamada formación del apego. A lo largo de estos ocho meses se puede comprobar cómo el niño experimenta una angustia por separación cuando no se encuentra cerca de los adultos. Poco a poco va interactuando de manera más clara con su progenitora, aunque todavía no se ha establecido ese vínculo tan grande entre ambos.

Desde los seis meses u ocho hasta los dos años entramos en la denominada fase del apego. Es durante este tiempo cuando el niño muestra la fuerza del vínculo establecido entre él y su madre. Siente angustia, cabreo, miedo cuando ella no está cerca. Mientras que en las otras fases el niño no distinguía a los desconocidos, es en esta cuando ya muestra un rechazo hacia ellos, reforzando así el vínculo entre madre e hijo.

En cuanto a la última fase, ésta se desarrolla desde los veinticuatro meses y es denominada como formación de las relaciones recíprocas, ya que el niño es capaz de calmar la ansiedad ante la separación de la madre. Es capaz de representar mentalmente a su madre para calmar su angustia, aprende una serie de técnicas que le ayudarán en la gestión emocional.

Pero no solamente Bowlby se centró en este aspecto del desarrollo del niño, sino también Mary Ainsworth, la cual fue una psicoanalista nacida en Glendale, graduada por la Universidad de Toronto y doctorada en psicología del desarrollo en 1939.

Esta doctora de gran renombre académico siguió estudiando la teoría del apego propuesta por Bowlby durante los años de 1969 a 1980. Según ella, el apego tenía cuatro manifestaciones diferentes. Por un lado, cita el apego seguro, el apego inseguro, el apego evasivo y finalmente el apego desorganizado.

En cuanto al apego seguro, en esta fase el niño es consciente de que su cuidador va a estar siempre con él, le va a ayudar a satisfacer sus necesidades mediante el cuidado y el amor, lo que le provoca al niño un sentimiento de seguridad y tranquilidad al tener cerca a su figura de referencia. De esta manera, se establece el primer vínculo emocional, lo cual le ayudará a ser más independiente y establecerá relaciones interpersonales y vínculos afectivos emocionalmente sanos con los demás cuando adquiera la madurez.

En relación al apego inseguro, en este caso el niño no confía en las personas que le cuidan, se muestra constantemente inseguro, siente miedo, angustia, ansiedad, así como dificultad para calmarse. Todo ello, le va a repercutir negativamente en su madurez, ya que, debido a todo ello, desarrollarán la denominada dependencia emocional.

En lo que se refiere al apego evasivo, el niño asume que sus cuidadores no le van a ayudar y por ellos experimenta un gran sufrimiento, todo ello se debe a la inseguridad, con lo cual desarrolla un sentimiento de agrado hacia la distancia emocional.

Finalmente, el apego desorganizado se puede definir como la mezcla entre el apego seguro y el apego inseguro o como la carencia total de apego debido a causas como el abandono temprano, lo que desemboca en conducta impulsivas y explosivas, así como dificultada para entenderse con las personas.

Pero, ¿Cómo podemos ayudar a un niño de 3 años para que la ruptura del apego se realice de manera positiva? ¿Qué papel juega el maestro de Educación Infantil en este hecho? ¿Cómo debemos actuar? ¿Qué estrategias son necesarias o recomendables?

Son muchas las preguntas que nos abordan la mente cuando tenemos que preparar el periodo de adaptación para los niños de 3 años. Estamos ante niños, en ocasiones casi bebés, pequeñas personas que están dando sus primeros pasos, que se enfrentan a un ámbito desconocido, separándose de sus progenitores durante toda la mañana, cinco días a la semana. Si nos paramos a observar y analizar este hecho, esto supone un cambio traumático para el niño en todos los aspectos, ya que tiene que adaptarse a un nuevo entorno y a una nueva comunidad. Otro aspecto que influye en este proceso es el denominado egocentrismo, el cual ha sido citado con anterioridad. Todo ello, supone un shock para los más pequeños y una intranquilidad por parte de las familias, lo cual es entendible en todo momento. Por ello, como docentes, debemos hacer partícipes a la familia en todo el proceso de incorporación y desarrollo de sus hijos. Hay que proporcionar la máxima información, establecer pautas de actuación común, para facilitar la adaptación del niño a la escuela. Es preciso, que en casa se vea este cambio como algo positivo y se fomente esa positivada a los niños. Que se les incentive a ir a la escuela, a disfrutar de sus compañeros y establecer un vínculo emocional afectivo con la maestra o el maestro de la etapa, lo cual es fundamental para el desarrollo psicoevolutivo del niño.

Un aspecto imprescindible es la decoración del aula, crear espacios mágicos que inviten a la relajación, al descubrimiento, a la tranquilidad. Además de ello, es necesario escuchar al niño, hacerle ver que puede contar contigo cuando más lo necesite, en definitiva, que no se sienta solo o perdido, ya que en esos momentos la figura de apoyo es el docente. Y por supuesto la coordinación con la familia, para trabajar de manera conjunta, con la finalidad de potenciar el máximo desarrollo del niño en todos los aspectos de su vida.

Con todo ello, vamos a contribuir al desarrollo emocional del niño o la niña, a su incorporación a la escuela, en definitiva, al desarrollo de su personalidad. Siempre con la ayuda y el trabajo mutuo entre familia y escuela.


Referencias

Bowlby, John (1993). El apego y la pérdida 1. Ediciones Paidós.

Bowlby, John (1969). El vínculo afectivo. Editorial Paidós.

Bowlby, John (1989). Una base segura. Ediciones Paidós.

Bowlby, John (2014). Vínculos afectivos: formación, desarrollo y pérdida. Ediciones Morata.

Ainsworth, Mary (2018). Comprende la psicología. Editorial Salvat.

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Un verano para seguir conectadas

Por: El Diario de la Educación

Como todos los veranos, El diario de la educación cerrará unas pocas semanas para poder descansar y retomar la actualidad educativa a partir de los últimos días de agosto. Eso sí, os dejamos algunos textos para este mes.

Todos los meses de julio echamos la persiana en el periódico para descansar unas pocas semanas y así volver con energías renovadas a la actividad lectiva de septiembre. Este año, con más motivo. Se acerca inexorable el inicio de la Lomloe en los centros educativos y nos va a tocar (a unos más que a otros) estar al pie del cañón.

Pero no queremos irnos sin dejaros algunas piezas que hemos publicado a lo largo de estos años para reflexionar en estas semanas sobre qué pasa y sobre la llegada, cada septiembre, de un nuevo curso escolar. Esperemos que os sirva y os vengan bien. ¡Feliz verano!

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/2022/07/25/un-verano-para-seguir-conectadas/

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Cuando los “fracasos escolares” dan una clase de pedagogía

Por:  Xus Martín

Hace unas semanas recibimos, en una asignatura del grado de Pedagogía de la UB, la visita de un grupo de adolescentes que finalizan la ESO fuera del instituto. Lo hacen en la Unidad de Escolarización Compartida (UEC) Esclat Bellvitge. Son siete chicos y una chica que llegan acompañados de su educadora. A lo largo de hora y media, y con el apoyo de un powerpoint que han preparado previamente, explican a los futuros pedagogos y pedagogas el proyecto educativo en el que participan.

Con nervios y algo de vergüenza, los más extrovertidos inician la charla apuntando dos ideas que irán desarrollando a lo largo de la sesión. La primera, la experiencia generalizada de que su etapa escolar ha sido un desastre. La segunda, el convencimiento de que la UEC les ofrece una nueva posibilidad que vale la pena aprovechar.

Poco a poco con la ayuda de la educadora los jóvenes van desgranando los elementos que consideran claves en su proceso de recuperación. Lo hacen de forma espontánea, a menudo a petición de las preguntas que les dirigen los compañeros y compañeras de la universidad. A pesar de la dificultad de sintetizar en pocas palabras su mensaje, compartimos cuatro puntos claves que defendieron y que bien podrían formar parte de un manual de pedagogía.

Libertad de movimiento y actividades con sentido

Lo primero que comentan los adolescentes de la UEC es el hecho de no tener que pasar muchas horas sentados ante un papel, un libro o mirando la pizarra. Valoran la posibilidad de realizar actividades manipulativas que, además de permitirles moverse, les aportan aprendizajes que consideran que pueden ayudarles a encontrar trabajo. Hablan de la satisfacción que sienten cuando se dan cuenta de que tienen habilidades para determinadas actividades como la carpintería, la cocina o la cerrajería, cuando se dan cuenta de que aprenden rápido un oficio y que quieren saber más. Es a propósito de las actividades de taller que comienzan a imaginar y proyectar nuevas posibilidades de futuro que hasta el momento no se habían planteado. Posibilidades alejadas de la marginalidad a la que algunos se veían abocados.

Relación cercana y grupos pequeños

La expresión «como si fuéramos una familia» es usada por los adolescentes en diferentes momentos para señalar la relación cercana entre los miembros de la UEC. Destacan, por un lado, que los educadores y educadoras, los talleristas, el personal de administración y el equipo directivo conocen a cada chico y cada chica del centro, se dirigen a ellos por su nombre, y disponen de información que les permite interesarse por cuestiones que forman parte de sus vidas como, por ejemplo, la evolución de un familiar hospitalizado, el regreso de un viaje al país de origen, la búsqueda de empleo o un cambio de domicilio.

Por otro lado, valoran la organización en pequeños grupos porque piensan que favorece el conocimiento mutuo y la aceptación del otro “tal y como es”. Saben que son muchas las circunstancias que comparten y eso facilita también la empatía entre compañeros.

Contraponen esta situación a la vivida en la escuela donde a menudo tenían la sensación de permanecer al margen del grupo y vivían con el estigma de ser «los malos de la clase».

La conducta disruptiva con la que la mayoría se identifica en sus años de instituto, la asocian al aburrimiento que sufrían y al sentimiento de que el profesorado no esperaba nada bueno de ellos

Expectativas altas y mejora en la conducta

Entre los cambios personales más significativos de su estancia en la UEC, siete de los ocho jóvenes apuntan a una radical reducción de dos conductas que reconocen haber mantenido anteriormente: el absentismo y la conducta disruptiva.

Respecto al absentismo, no todos están en la misma situación, si bien todos valoran que han hecho una mejora importante. El hecho de “tener ganas de ir” al centro y estar interesados ​​por muchas de las actividades que se les ofrecen rebaja la atracción que en otros momentos han ejercido sobre ellos el absentismo y el abandono.

La conducta disruptiva con la que la mayoría se identifica en sus años de instituto, la asocian al aburrimiento que sufrían y al sentimiento de que el profesorado no esperaba nada bueno de ellos. La percepción de las bajas expectativas de los adultos es un comentario que se repite en el tratamiento de distintos temas: proyectos de futuro, actividad académica o comportamiento en clase, entre otros. Si bien consideran que de vez en cuando se pelean, no se reconocen en el rol violento y agresivo que han asumido en el pasado.

Foto: cedida por la autora

El esfuerzo como mecanismo de superación

Pese a la visión positiva que los ocho adolescentes transmiten de su experiencia en la UEC, dejan claro que el día a día no siempre es fácil. Todos destacan el esfuerzo que deben hacer para asistir a clase, hacer lo que se les exige, controlar su comportamiento, ayudar a los compañeros y participar en el centro. Un esfuerzo que necesita ser sostenido porque no es suficiente con “portarse bien” puntualmente. Expresiones como “nadie cambia en un día” o “no podemos de repente dejar de ser quienes somos ni dejar de hacer lo que hemos hecho siempre”, son seguidas de comentarios que ponen el énfasis en la posibilidad real de modificar determinadas conductas y convertirse en las personas que quieren ser. “Poco a poco te vas encontrando bien, y ves que puedes mejorar y te dices ‘le tengo que poner ganas porque quizás, si ahora no aprovecho esta oportunidad, nunca más la volveré a tener’ y entonces te esfuerzas”. A la pregunta de un estudiante sobre cómo consiguen estos cambios hay unanimidad en la respuesta: «los educadores y educadoras nos ayudan mucho».

La exposición de los adolescentes gana en espontaneidad a medida que pasa el tiempo. Un rato antes de finalizar la clase uno de los chicos pide cambiar los turnos y ser ellos quienes pregunten a los estudiantes. Las preguntas giran en torno a cómo son los profesores de la universidad, si les gusta lo que estudian, si es difícil, si tienen muchas asignaturas, etc. Pronto el turno de preguntas y respuestas se convierte en un diálogo ameno y fresco entre adolescentes y jóvenes.

Los amigos de la UEC marchan y en clase planea un interrogante: ¿Por qué estos chicos deben salir de los centros ordinarios para poder seguir aprendiendo y dar sentido a lo que hacen? ¿Por qué no somos capaces de crear un espacio más respetuoso con la diferencia? (también con las diferencias a la hora de aprender). Quizás en la pregunta está la esperanza porque quien se la formula son los futuros y las futuras pedagogas.

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Marcos mentales, política y educación

Por: Manuel Fernández Navas

  • Resulta especialmente preocupante el modo en que el discurso educativo ha girado hacia un lenguaje relacionado con las “evidencias” con la “ciencia” y lo “científico” que activa marcos en los oyentes, relacionados con la exactitud de las cosas y simplifica las decisiones a bueno/malo, científico/pseudocientífico, … cuando sabemos, justo por la investigación científica, de la complejidad de los temas y las decisiones a tomar en el ámbito educativo como ciencia social que es.

Lackoff (2017) hace análisis de los discursos políticos y nos dice que existe un «inconsciente colectivo» que determina lo que consideramos «sentido común». Este inconsciente se construye sobre los «marcos mentales» que todos y todas tenemos y a estos marcos mentales se accede a través del lenguaje.

El conocimiento de esta configuración mental es aprovechado por quienes elaboran discursos para evocar determinadas cuestiones que conecten con nuestros marcos o no y, por lo tanto, nos supongan mayor o menor grado de rechazo.

Puesto que el lenguaje activa los marcos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. Pensar de modo diferente requiere hablar de modo diferente. (p. 17)

El caso más fácil de entender es el que pone el propio autor: no pienses en un elefante. Automáticamente, todos estamos pensando en elefantes. A la manera de la película Origen de Christopher Nolan, se estudian los discursos para “implantarnos ideas y asociaciones” que los favorezcan.

Casos sonados de este uso del lenguaje y la manipulación, los tenemos ampliamente registrados en política. Mucho más con la aparición de la extrema derecha en el panorama político y sus discursos populistas o con la que a todas luces es la experta en el uso de estos mecanismos: Isabel Ayuso con su “socialismo o libertad” cuya asociación cognitiva produce dos cosas: la primera la apropiación de la derecha de la palabra libertad y la segunda, crear el falso marco mental de que socialismo y libertad, son cuestiones opuestas: ¿veis? En una simple frase, la magia mental ha sucedido.

Estas cosas funcionan porque según Lackoff: La gente no vota en función de sus intereses personales sino en función de sus ideas. Aunque estas vayan en contra de sus intereses personales.

Si bien esto daría para muchos análisis políticos. A mí me interesa que pensemos en estas cuestiones con respecto a tres cosas: el uso que desde determinados sectores ideológicos se está haciendo de algunos términos en relación con la política educativa, los debates que se están proponiendo y qué estamos haciendo desde el mundo académico con respecto a esto.

Mi opinión es que como viene siendo habitual, en la izquierda, seguimos al rebufo de los temas que desde la derecha política se están proponiendo como centrales con respecto a la educación, esto está permitiendo que, desde este sector político, se cree en la sociedad la imagen que ellos quieren sobre las políticas educativas del gobierno y sobre lo que debe o no debe ser la educación. Estamos incluso, perdiendo el dominio de conceptos clave en el campo educativo, como por ejemplo «igualdad de oportunidades», «conocimientos», … y sus significados en este «sentido común colectivo».

Gastamos demasiado tiempo en negar y debatir los temas que la derecha propone con respecto a la educación, en lugar de proponer, los nuestros propios. Esto deja a la derecha como dueña del campo de juego de debate: siempre juegan en casa.

Debemos recordar que la contraestrategia ante esto, es negar los marcos de debate que se proponen: si no nos gusta la conversación debemos cambiar el tema.

No obstante, en última instancia, me preocupa otro tema: me preocupa qué estamos haciendo desde el mundo académico ante esto.

Mi impresión es que sumidos en el “cubre ojos” de la ANECA cual caballos de tiro, los académicos hemos descuidado la parte de nuestro trabajo que más tiene que ver con divulgar, devolver a la sociedad y escuchar y analizar los discursos que en ella circulan sobre nuestro campo de estudio.

Me resulta especialmente preocupante el modo en que el discurso educativo ha girado hacia un lenguaje relacionado con las “evidencias” con la “ciencia” y lo “científico” que activa marcos en los oyentes, relacionados con la exactitud de las cosas y simplifica las decisiones a bueno/malo, científico/pseudocientífico, … cuando sabemos, justo por la investigación científica, de la complejidad de los temas y las decisiones a tomar en el ámbito educativo como ciencia social que es.

En esta ilusión de simpleza, triunfan aquellos discursos que huyen de la complejidad y ofrecen soluciones «asépticas»

En este marco del debate, las soluciones a los problemas educativos son tan fáciles como buscar qué dice la ciencia y aplicarlo. Sin embargo, la ciencia dice muchas cosas, incluso a veces, contrapuestas, porque así es el desarrollo científico (y lo hemos visto claramente durante el COVID). Pero en esta ilusión de simpleza, triunfan aquellos discursos simples, que huyen de la complejidad, que ofrecen soluciones “asépticas”.

Las “pruebas de la educación” leía el otro día – como si de un delito se tratase -, y no podía dejar de preguntarme:

¿Dónde están las mentes brillantes de la educación elaborando contradiscursos [1]? ¿Dónde estamos los académicos para poner cotos a estos “argumentos”? ¿Si no paramos estas tendencias hasta dónde van a llegar

Distraídos, ocupados de nuestros certificados y de nuestros papers, de nuestra próxima acreditación, de la siguiente zanahoria que nos ponen delante.

Mientras tanto, entre el profesorado, crece el sentimiento del negacionismo pedagógico y sus representantes y sus discursos se hacen virales en las redes sociales y cuando nos asomamos a twitter, nos da espanto lo que vemos y nos preguntamos: ¿Está loco el mundo entero? Y empezamos a ver que el criterio por el que llaman a determinados ponentes en los congresos deja de ser el académico y empieza a ser el número de seguidores en redes sociales y las polémicas que desatan —ya se sabe que hablen mal de mí, pero que hablen, es el criterio— y, como siempre, tarde y mal, nos llevaremos las manos a la cabeza, pensaremos: ¿cómo ha podido pasar?

Mientras tanto la visión de transferencia del conocimiento queda cubierta con unas casillas de la acreditación de la ANECA y yo, no puedo dejar de preguntarme por la «alienación de nuestro pensamiento».

[1] Entiéndase, no me refiero a buscar el conflicto. Si no a elaborar discursos alternativos y ocupar con ellos también estos espacios.

Fuente de la información e imagen: https://eldiariodelaeducacion.com

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Organizaciones sindicales reivindican la mejora de las condiciones laborales en la universidad durante la cumbre de Unesco en Barcelona

Por:

  • La capital catalana acoge estos días la tercera Conferencia Mundial de Educación Superior (WHEC2022) de Unesco con el objetivo de «remodelar las ideas y prácticas en la educación superior para garantizar el desarrollo sostenible para el planeta y la humanidad». La Internacional de la Educación, de la mano de CCOO exigen hablar, entre otros temas, de las condiciones laborales de PDI (personal docente e investigador) y PAS.

El empeoramiento de las condiciones laborales del personal docente e investigador, también del de administración y servicios, no es ninguna novedad desde hace algunos años. Numerosas han sido las informaciones desde, sobre todo 2010, que han dado la voz de alarma sobre salarios irrisorios y condiciones draconianas para el personal que da clase e investiga en las universidades españolas.

Se trata de una situación que no afecta, ni de cerca, solamente a España, sino que es una tendencia bastante extendida en otros países, de nuestro entorno cercano, pero no solo. También en América Latina la situación del profesorado universitario es precaria. Entre otros motivos, por la privatización de este sector educativo. La región sudamericana es, en el mundo, la que mayor tasa de privatización de universidades tiene. Al menos, así lo ha asegurado Yamile Socolovsky, responsable de Educación Superior e Investigación de la IE en América Latina (IEAL).

Tanto ella como David Edwards, secretario general de la Internacional de la Educación (IE) y Encina González, secretaria de Universidad e Investigación de FECCOO Estatal han celebrado esta mañana una rueda de prensa en Barcelona en el marco de la celebración de la Conferencia Mundial de Educación Superior de Unesco. El motivo, señalar algunos de los problemas más importantes de la educación superior que, según han comentado, parece que quedarán fuera deprograma de la Conferencia.

Problemas

Los problemas de la universidad, desde el punto de las centrales sindicales, se encuentran principalmente en la pérdida de condiciones dignas de trabajo en el personal docente de los centros de educación superior. La precarización de este sector supone, como explicó González, que en España no sea hasta los 45 años que alguien ve estabilizada su carrera profesional en la universidad. Esta es la razón de que sea complicado que la educación superior atraiga a personas jóvenes que hagan el relevo necesario.

Salarios bajos y concatenación de contratos temporales que, como explicaron tanto González como Edwards afecta principalmente a las mujeres, que se llevan la peor parte. Como comentó la responsable de CCOO, además de esto, ellas publican sus investigaciones en revistas más prestigiosas que ellos pero tienen menos citas (cosa que impacta también en sus condiciones de trabajo).

La mercantilización es otro de los problemas que han señalado los tres líderes sindicales. Uno de sus puntos importantes está relacionado con los requisitos, tanto en España como en buena parte del mundo, de que el personal docente e investigador, realice publicaciones en revistas prestigiosas e indexadas. Algo que repercute en sus condiciones salariales. Esta circunstancia supone que, explicó Socolovsky, que unas pocas editoriales de estas mismas revistas reciban importantes cantidades de dinero público que se paga para que este personal pueda publicar el resultado de sus investigaciones. En muchos casos, además, estas mismas editoriales cobran importantes sumas de dinero para permitir que otras y otros investigadores puedan leer estos mismos artículos.

Además de esta situación con las revistas indexadas, la situación de la pandemia y el cierre de centros universitarios durante varios meses en todo el mundo obligó a lo que en su momento el ministros Castells llamó enseñanza híbrida, es decir, a que las universidades rápidamente intentaran responder a esta situación a través de la digitalización de sus cursos. Una digitalización acelerada que, como denuncian los sindicatos, ha supuesto que muchas empresas tecnológicas hayan aprovechado para hacerse con parte de un nicho de mercado que mueve muchos millones de euros anualmente.

Como explicó Encina Gonzáles, la «digitalización ha consistido en poner lo mejor de cada quien sin que haya garantía de calidad de la enseñanza», a lo que se suma un sobreesfuerzo continuado durante muchos meses, una cierta exposición de la vida privada del profesorado y un empeoramiento de las condiciones de trabajo.

A esto, Edwards unió el negocio que supone «la recolección de datos a través de la huella digital del alumnado»; una huella que se produce por el uso de aplicaciones y redes privadas en vez de públicas y basadas en código abierto. Para él, los gobiernos deben proteger al alumnado y «deben ir más allá del enfoque comercial basado en datos».

Finalmente, el otro gran problema señalado por los representantes sindicales es la privatización de la universidad. Por una parte, con la proliferación de una gran cantidad de centros universitarios creados y gestionados por empresas privadas (como recordaja Yamile Socolovsky, América Latina es la región del mundo con más universidades privadas), como es el caso, como comentó Gonzáles, de Madrid y Cataluña en los últimos años.

Socolovsky sostuvo que es esencial una universidad pública «especialmente de los países de la región para superar obstáculos históricos que condicionan a nuestra población de llegar a condiciones dignas de vida».

Los tres dirigentes sindicales han exigido que estas situaciones tengan reflejo en el desarrollo de la Conferencia. Han denunciado que la agenda de este encuentro no es transparente y que no está claro qué tipo de declaración acabará publicándose una vez que termine y hasta qué punto la Unesco se verá obligada a seguirla.

Por eso han pedido tener más espacio en su desarrollo y que cuestiones relacionadas con la inversión pública o la mejora de las condiciones de trabajo (dignas y en libertad) tengan un peso importante en los debates.

LOSU

Sobre el nuevo anteproyecto de Ley Orgánica del Sistema Universitario que presentó hace unos días el ministro de Universidades, Joan Subirats, Encina González ha asegurado que todavía están valorando el texto pero que le parece «prolijo en ciertos temas y generalista en otros». Al sindicato le preocupa la financiación y el porcentaje sobre el PIB (que no se sabe si saldrá del Gobierno o de las CCAA) y que «se aleja de las medias de la UE y la OCDE».

También aseguró que queda perfilado todo lo que tiene que ver con el personal y se obvia la negociación con los representantes de los trabajadores. «No se constituye la mesa de negociación, dijo, y se deja en las CCAA la legislación».

González cree que esa posible desregulación por falta de claridad en el texto pueda suponer la creación de diferentes sistemas universitarios dependiendo de las comunidades autónomas, que no se contemple en el texto nada relativo al Estatuto del PDI o que haya poca definición en la posibilidad de que las matrículas sean gratuitas. También señala la preocupación de que el texto de la ley no haga un mayor control sobre la proliferación de universidades privadas y que, al no ser muy definida, sus desarrollos posteriores puedan suponer que se dé la vuelta al sentido del preámbulo de la ley.

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/2022/05/17/organizaciones-sindicales-reivindican-la-mejora-de-las-condiciones-laborales-en-la-universidad-durante-la-cumbre-de-unesco-en-barcelona/

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Los niños no son de goma: ¿cómo afecta la violencia en sus cerebros?

Por: Sandra Vicente

Esta información ha sido publicada el blog Educa Barcelona de El diari de l’educació

Las criaturas que han sufrido maltrato durante su infancia presentan alteraciones en el desarrollo cerebral que les hacen ser mucho más sensibles al miedo y viven en un estado permanente de estrés.

«Los niños no son de goma». Con estas palabras Jaume Lanaspa, asesor de presidencia de la Fundación ‘La Caixa’ se ha referido a la creencia popular de que las criaturas superan con mucha facilidad cualquier problema o impedimento, sin repercusiones graves. «Y, en todo caso, las gomas, cuando las pones al sol se agrietan y se rompen», añade Violant Cervera, consejera de Derechos Sociales de la Generalitat de Catalunya. Ambos han sido encargados de inaugurar la primera sesión del ciclo Violencia contra la infancia, prevención y reparación, organizado por CaixaForum Macaya y el Club de Roma y celebrado en Barcelona.

En el primero de los encuentros se ha tomado por objetivo analizar las consecuencias del maltrato infantil en la neurobiología del cerebro. Es decir: qué efectos tiene la violencia sobre la conducta y la forma de relacionarse de las criaturas. Y es que “lo que nos enferma mentalmente está muy relacionado con nuestro entorno. El cerebro humano es un intermediario entre el entorno y la conducta que desarrollamos para sobrevivir, aderezado con la conciencia, que nos permite anticiparnos de las consecuencias de nuestras acciones”, ha apuntado Lourdes Fañanás, catedrática de la UB e investigadora principal del CIBERSAM.

Con esta afirmación, Fañanás apunta a que existe una relación directa y científica entre haber vivido una situación traumática y acabar desarrollando dificultades para relacionarse o para controlar los impulsos. Y estos efectos se intensifican en la infancia por una sencilla razón: “los modelos mentales se construyen en buena parte en la infancia, momento en el que el vínculo con la realidad es la familia. Si hay violencia familiar de cualquier tipo, los niños aprenden –y así lo enseñan en su cerebro- que el mundo es hostil”, ha apuntado la investigadora.

Una de las grandes complicaciones de la violencia intrafamiliar es que los niños necesitan a sus agresores para sobrevivir

Así, los síntomas más frecuentes suelen ser el mal comportamiento, la carencia de concentración, la agresividad y, en algunos casos, actitudes autolesivas o depresivas. Pero éstos sólo son la punta del iceberg. «Las criaturas que se han enfrentado a diversas situaciones traumáticas, más o menos sostenidas en el tiempo, sufren lo que llamamos trauma complejo», dice Soledad Moreno, psiquiatra infantil del Hospital Clínic de Barcelona. «Nos referimos a traumas causados ​​por otra persona, que suceden en un entorno que, teóricamente, debería ser de confianza y del que no se puede huir», añade. Y es que ésta es una de las grandes complicaciones de la violencia en la infancia: las víctimas necesitan a sus agresores para sobrevivir.

“Los seres humanos estamos pensados ​​para buscar soluciones. Pero los niños no tienen esa oportunidad porque tienen la necesidad de conservar el vínculo con sus padres, aunque sean sus agresores. Y, a raíz de ello, construyen un autoconcepto negativo, se sienten culpables y merecedores de la violencia, lo que les ayuda a conservar el vínculo”, apunta la psiquiatra. Todo este contexto de trauma genera un Síndrome del Estrés Postraumático Complejo, que se traduce en regresiones, alteraciones extremas y desregulación emocional. “Que nadie les haya acompañado en estas experiencias, que les diga que lo que sienten es normal, hace que invaliden el trauma o intenten enterrar sus emociones, porque no creen que esté bien sentirse como se sienten”, añade Moreno.

De izquierda a derecha: las ponentes L. Fañanás, S. Moreno y L. Marquès, y Ester Cabanes, directora general de Atención a la Infancia y la Adolescencia | CaixaForum

Alteraciones en el cerebro

La psiquiatra asegura que los adolescentes que han sufrido violencia suelen reaccionar de forma que podría entenderse como exagerada a situaciones normales. «A menudo un olor, sensación o recuerdo les pueden provocar una regresión a una situación de violencia que haga que reaccionen de forma descontrolada», explica. Este comportamiento, que es una forma de escapar de una situación que les hace rememorar el trauma, no es voluntaria, sino que viene causada por una alteración del cerebro, recorriendo en niños que han sufrido violencia en una edad temprana.

Los niños víctimas de maltrato presentan niveles más elevados de cortisol que les hace más sensibles al miedo y vivir permanentemente alerta y estresados

Así lo afirma Laia Marquès, investigadora de la UB especializada en consecuencias neurobiológicas del maltrato infantil. Para explicarlo debemos remitirnos a la pequeña infancia: durante los primeros dos años, el cerebro se desarrolla en un 80% en base a las experiencias vividas. Una de las más importantes es la corregulación: “el vínculo entre el adulto más cercano y la criatura marca muchísimo. Si el pequeño no se siente protegido y consulado, su cerebro se formará en torno a la duda de si es o no merecedor de ayuda y protección”. Si esto ocurre, el bebé crece con unos altos niveles de cortisol, la hormona del estrés, que nos hace estar alerta en situaciones hostiles. «Un mecanismo de supervivencia que, en altos niveles, es neurotóxico y puede provocar enfermedades mentales», apunta Marquès.

Según se extrae de una investigación realizada en el Departamento de Biología Evolutiva de la UB, los niños que han sufrido maltrato muestran unos niveles constantes y más elevados de cortisol, especialmente por la noche. Es decir: están más estresados ​​y suelen sufrir de insomnio. Esta alteración también afecta a cómo se forman sus cerebros. Según la investigación, “un sobre desarrollo del cerebro primitivo, que gestiona el miedo, no deja paso a la formación del cerebro racional, que da sentido a las cosas. También se detecta menos evolución en la zona que rige la memoria, a fin de olvidar los episodios traumáticos”, apunta Marquès.

Sin embargo, las consecuencias del trauma no son irreversibles. Así al menos lo destaca Marquès, que apunta a que, según la investigación, los niños víctimas de maltrato que fueron adoptados antes de los cinco años fueron capaces de reestructurar los ejes de sus cerebros antes de la pubertad. “Como antes reaccionamos, mejor. La psicoterapia es efectiva, como lo es también la educación. Debemos rehacer los vínculos desde el cariño, no desde el discurso. Los cerebros dañados son un mecanismo de autodefensa, que han servido para que una criatura pudiera sobrevivir, pero que ahora les causa problemas. Y esto nunca es una elección personal. Debemos acompañarles, entender su miedo desde el respeto para que el niño pueda vivir, no sólo sobrevivir”, asegura Laia Marquès.

Fuente de la información e imagen: https://eldiariodelaeducacion.com

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