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Educación y socialismo (I): Ensayos sobre las similitudes y diferencias entre el pensamiento pedagógico liberal y el socialista

Por: Luis Bonilla-Molina

En este ensayo y las sucesivas entregas de esta serie, utilizaré la interrogante respecto a si se deben o no colocar tareas escolares para que los estudiantes las realicen en casa, como un “pretexto” para revisar la relación de las teorías pedagógicas con el pensamiento capitalista y/o las resistencias anticapitalistas.

Continúa abierto el debate respecto a la pertinencia o no, de colocar tareas a los y las estudiantes para que estos las realicen en casa. Esta no es una discusión solo sobre corrientes pedagógicas, sino que contiene en sí elementos de tres asuntos convergentes. El primero, el rol de los padres y/o la familia en el trabajo educativo; segundo, la eficacia pedagógica de la extensión del trabajo del niño, niña o el adolescente fuera del contexto escolar; y tercero, sobre el uso del tiempo libre de los y las estudiantes. Todo ello en el marco de la tercera revolución industrial y los anuncios del cuarto giro global de innovación tecnológica. Por supuesto que estos elementos no son neutros, están mediados por posiciones ideológicas. En este artículo, trataremos de hacer una apretada síntesis de los entretelones que giran alrededor de este asunto.

Aclaro que este trabajo no tiene pretensiones de neutralidad epistémica, por el contrario, es un esfuerzo desde las pedagogías críticas por reconstruir parte de nuestra historia, utilizando para ello la resolución de una interrogante que surge en la cotidianidad de la acción educativa. La intención no es otra que tratar de avanzar en la comprensión de la complejidad que tiene en el presente responder cualquier asunto pedagógico, en medio de la actual crisis civilizatoria derivada del impacto de la revolución científico-tecnológica en el sistema capitalista dominante y su modo de producción. Crisis que nos afecta a quienes reivindicamos un cambio estructural de la sociedad, en la medida que no desarrollemos una teoría revolucionaria para los nuevos tiempos. Estamos hablando de la necesidad de reactualizar el pensamiento de izquierdas y con ello a las propias pedagogías críticas.

A partir del texto de Friedrich Engels (1820-1895) “El origen de la propiedad privada, la familia y el Estado” (1884) y otros aportes del marxismo clásico ubicados en esa misma perspectiva, se desarrollaron líneas de trabajo que planteaban que la educación era una tarea exclusiva del Estado mediante la escuela única[ii] y que la familia cumplía un rol accesorio en los procesos educativos. Progresivamente, el pensamiento socialista se distanció de estas posiciones, ubicando la disolución de la familia burguesa en el horizonte comunista, no en la transición socialista y mucho menos en el capitalismo. Las “Cartas a sus hijos desde la cárcel” (1928-1934) de Gramsci (1891-1937), muestran el compromiso del revolucionario italiano y su esposa rusa, Julia Schucht (1894-1980), en la educación de ellos, mostrando que la formación de los niños es una labor que la escuela socialista comparte con la familia.

También encontramos vertientes de la educación popular que niegan toda forma de escuela y mucho más de sistema escolar, pero no por ello dejan fuera de la estrategia pedagógica a las familias. Sin embargo, el eje central de este ensayo es sobre sistemas escolares y escuelas, razón por la cual en este momento solo les mencionaremos. Estas vertientes están asociadas a epistemologías que van desde los arquetipos protomarxistas, anarquistas hasta algunas expresiones de la teología de la liberación. En este último caso, las manifestaciones de pensamiento conservador o anti escuela, están muy asociados a la caracterización que históricamente hace la iglesia católica respecto al papel jugado por la escuela moderna, con su actitud científica y anti dogmática, en la pérdida de influencia y liderazgo social de la institución religiosa. Para esta última variante, los pedagogos pueden ser sustituidos por “gente de buenos principios morales”, con vocación de servicio y capacidad “innata” para enseñar, que trabajen las necesidades educativas del lugar y la gente, para quienes la docencia sea un apostolado y no un trabajo; la escuela es útil si es controlada por las jerarquías religiosas, directamente o a través de laicos comprometidos con la fe. Su ataque a la escuela, al estatus científico de la pedagogía y a los profesionales de la docencia, es formulada desde un lugar epistémico restaurador, en contraposición a las expresiones revolucionarias del grueso de educadores pertenecientes a la teología de la liberación. En realidad, las propuestas de los conservadores religiosos pretenden ocultar que su propósito real es restituir la influencia de la teología en la reproducción del conocimiento y la generación de conciencia.

Las pedagogías críticas deben trabajar para la alianza entre escuela, familia y movimiento social en la educación de los niños, niñas y adolescentes. Buena parte de las resistencias anticapitalistas en el siglo XXI tienen como lugar de enunciación lo comunitario, cuyas bases están conformadas por familias que hacen de la lucha, la solidaridad y la ayuda mutua, herramientas para la construcción de otro mundo posible. Desde esa mirada, nos aproximamos a la respuesta de la interrogante que motiva este artículo, desde una perspectiva histórica con las herramientas epistémicas de la dialéctica fenomenológica.

  1. Eficacia pedagógica de las tareas

La educación clerical, impulsada en occidente por siglos, fundamentalmente por la iglesia católica, entendía la enseñanza de la lectura, escritura, literatura, ciencia de la vida y cálculos básicos como un medio para reproducir la cultura dominante durante un periodo que abarcó siglos. Esta enseñanza fortalecía el dogma y contribuía a construir y consolidar la moral necesaria para mantener el estatus quo. En ese sentido las tareas educativas para la casa estaban asociadas a la repetición para garantizar la consolidación de los aprendizajes, la búsqueda controlada de nuevos referentes del paradigma teológico y el monopolio del tiempo del infante, visto éste como el ser que no piensa por sí mismo y a quien hay que “tener ocupado” para limitar sus posibilidades de “mal comportamiento”. Muchacho no es gente y hay que tenerlo ocupado para evitar que invente cosas inaceptables y se comporte mal, reza el dicho popular que resume este paradigma.

Como las letanías, la repetición una y otras veces de normas, procedimientos y contenidos, hasta que se lograra memorizar el conocimiento, constituía el indicador claro de aprendizaje. No importaba que se comprendiera como se llegaba a la cosa, si éramos capaces de describir y hablar de ella. El conocimiento era visto como un objeto del cual había que apropiarse. Los bordes, el contorno, el contenido y el envase eran más importantes que comprender la esencia y las causas de la cambiante forma. Las planas para aprender por reiteración, los problemas matemáticos para fijar las reglas, los dictados para verificar el correcto uso de la ortografía, la lectura mecánica para memorización, la descripción de los personajes y sus historias eran desprovistas de las reales contradicciones de su tiempo histórico. La indagación sobre términos y expresiones de la ciencia “buena” servían para aprender del mundo sin disgustar a Dios y, los cuestionarios que se debían responder eran para evidenciar los aprendizajes alcanzados en los distintos temas; todo ello constituía la expresión y corpus de las tareas que se debían realizar en el hogar, como complemento de la labor del o la maestra(o), bajo este paradigma. El pasado y el presente se presentaban como categorías estáticas y amigables en una misma construcción narrativa; el futuro ya estaba escrito. Por supuesto, había resistencias y fugas permanentes a este modo educativo, pero no eran lo hegemónico.

Se pedía el involucramiento de los padres en el acompañamiento a los deberes extra escolares para que la familia se apropiara de las líneas gruesas del conocimiento impartido en clase, construyendo hegemonía cultural y como generalización del protectorado permanente de una niñez que era vista como quienes no pensaban por cabeza propia, los infantes. El Estado y la familia se complementaban en el orden social y la gobernabilidad del sistema. Cuando por diversas razones los padres no podían cumplir esta labor, ya les había quedado claro que la educación clerical enseñaba el vivir el conocimiento en “correcta moral”. En ese periodo, el empleo de especialista en tareas dirigidas emergió como un oficio que resolvía las limitaciones de acompañamiento por parte de la familia.

Si hacemos antropología pedagógica encontraríamos que en este periodo la pedagogía científica en construcción se centraba en las formas didácticas y la autoridad del conocimiento que residía en el educador. Fue un periodo de abundantes tareas para la casa, básicamente de carácter mecánico para afirmar y consolidar lo aprendido que era una verdad inamovible.

  • La escuela moderna

Con el surgimiento del sistema capitalista emergen dos metarelatos, el liberal burgués y el socialista; ambos coinciden en el potencial de la escuela y la educación para el desarrollo de su horizonte estratégico. Ambos también comparten la preocupación respecto al rol regresivo de la iglesia católica en cualquier empresa reformadora.

Por ello, la hibridación y el eclecticismo que encontramos en muchas propuestas pedagógicas que se abordan carentes de historicidad y epistemología de origen, donde se pretenden fusionar el agua con el aceite educativo; incluso algunos erróneamente llegan a decir que hay una u otra propuesta educativa sin trasfondo político, que por su carácter “humanista” se pueden aplicar en el capitalismo o en el socialismo más allá de la ideología.

En la mundialización desde Cristóbal Colón y Vasco da Gama hasta nuestros días (2018) de Eric Toussaint (1954-   ) se muestra como la conquista de América fue parte del proceso que posibilitó la eclosión del sistema capitalista a escala planetaria. En nuestra américa antes de la llegada de los colonizadores, existían modelos educativos propios, en los cuales las familias jugaban un rol central, incluso, en lo que hoy denominados desde la lógica de sistemas escolares, como tareas para el hogar. El carácter de reproducción cultural y de sostenimiento de la hegemonía de las formas de poder existentes antes de la conquista eran el núcleo del mundo educativo en todo el territorio que fue conquistado.

Los proyectos de independencia nacional y de construcción de Repúblicas en América Latina y el Caribe fueron parte de la dinámica de restructuración y expansión del capitalismo a escala planetaria. A partir de las explicaciones de Ernest Mandel (1923-1995) podemos entender de manera clara los rasgos del capitalismo tardío en América Latina, el cual tuvo un ciclo largo de hegemonía monárquico-girondina que hizo parecer exageradamente progresista el desembarco de las ideas liberales en el continente.

Ya en el siglo XIX e inicios del XX encontramos que en la región las ideas liberales y socialistas no siempre tuvieron claras sus fronteras. En la obra del uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), especialmente en su libro Liberalismo y Jacobinismo (1906) encontramos pistas al respecto. Rodó fue considerado como uno de los maestros paradigmáticos de la juventud que llevó adelante la “reforma de Córdoba”, hecho que marcó un punto de inflexión en el debate respecto a la universidad que necesitaba el capitalismo liberal y la revolución socialista en la América Latina y el Caribe del siglo XX, en el marco de la primera y segunda revolución industrial[2].

El surgimiento de los Ministerios de Educación, las leyes de Educación y el nacimiento de los centros de formación docente en el continente, fueron vistos con buenos ojos tanto por liberales como por socialistas. El trabajo de Anibal Ponce (1898-1938), especialmente en “Educación y Lucha de clases” (1934) marca una necesaria inflexión al respecto en la región, en lo que se refiere a la definición de los campos ideológicos en materia educativa, pero lamentablemente su obra fue ampliamente difundida en nuestros países solo décadas después.

La escuela republicana sería una mixtura de lo viejo con lo nuevo, que no terminó de liquidar la herencia pero que tampoco se negó al encuentro con lo nuevo que hegemonizaba lo educativo. Por ello, la escuela capitalista en América Latina no fue nunca una copia precisa ni un calco perfecto de las visiones española, francesa, anglosajona o portuguesa, sino que fue adquiriendo una identidad propia que era el reflejo de su adaptación contingente al capitalismo y la lógica del mercado.

La escuela moderna es una estructura organizativa que evidencia la hegemonía del paradigma positivista. Su lógica evolutiva, escalar, segmentada, replicable, verificable, estandarizada, homogénea en cada uno de los grados escolares y estos a su vez en niveles y modalidades, es un espejo en el plano educativo del mundo de la ciencia, la fábrica, la producción. Es esta lógica lo que hace posible que contemos con un modelo de sistemas escolares más o menos homogéneos en el mundo, que hoy posibilite la normalización capitalista de las políticas educativas[iii].

Con la escuela moderna la pedagogía adquiere el nivel de actividad científica[iv], al ser definidos y estructurados los principios, rituales, componentes, protocolos y procedimientos que le eran propias, profesionalizándose la docencia y adquiriendo el plantel escolar un papel central en la gobernabilidad del mundo político, económico y social que le había resultado esquivo en el pasado. Ahora la escuela estaba en el centro de la reconfiguración económica, política y social del mundo. Surgía la sociedad capitalista y con ella la escuela adquiría nuevos encargos que demandaban su adscripción al paradigma científico. Dinámicas éstas que en buena medida vinculaban a la escuela a las premisas del emergente modo de producción capitalista: insumos, procesos y productos, pero también a la construcción de mentalidad civilizada, indispensable para la gobernabilidad.

Esta nueva lógica educativa tenía tres grandes expresiones. La primera, conocimiento ilustrado, asociado al método científico. Segunda, lo que genéricamente se denominó desarrollo integral de la personalidad de los y las estudiantes, que en realidad está asociado al concepto de civilizado, ilustrado, en la cultura occidental. Desde la perspectiva capitalista, la mentalidad de consumo, la cultura del consumo, aparece vinculada a la noción del ser civilizado. La tercera, se generaría en un último momento, derivada de la construcción de un modelo ideal de gobernabilidad, la democracia liberal o representativa burguesa, que requeriría la confluencia de múltiples institucionalidades, en este caso la escuela, para la construcción de ciudadanía.

Las izquierdas pedagógicas siempre problematizaron estas tres dimensiones del quehacer de la escuela moderna. En la primera, vinculando el conocimiento a su utilidad en la justicia social y la distribución equitativa de la riqueza. La valoración de los otros conocimientos, las integraciones de los múltiples referentes del saber con las nociones derivadas del mundo de las ciencias surgen como otros caminos posibles del método científico. Luego se abriría un debate, aún en curso, sobre las formas descoloniales del saber, que desde las pedagogías críticas expresan una hibridación entre verdades científicas y saberes, en una nueva forma de conocimiento territorializado, enunciado y construido desde el lugar. En la segunda dimensión, la construcción de pensamiento y perspectiva crítica como único antídoto real al consumismo. Se trataba de crear las condiciones cognitivas para que los estudiantes no solo se apropiaran del mundo en su real expresión como un lugar que es posible cambiar, sino que a partir de ello fuera posible iniciar la transformación de su realidad como punto de partida en la construcción de otro mundo posible. Sin embargo, en algunos casos el pensamiento crítico llegó a ser visto como un producto y no como un proceso, sufriendo este una especie de metamorfosis en mercancía cultural que inducía a una especie de consumo del pensamiento crítico para ser civilizado. En la tercera expresión, se plantea la importancia de una personalidad colectivista y un desborde creativo de la ciudadanía, en la construcción compartida de conciencia crítica. Efectivamente la escuela contribuía a modelar el comportamiento social, pero no solo para el orden, sino que desde las izquierdas se asume la rebeldía como anti normatividad y camino disolutivo de las reglas del poder dominante. La idea civilizada del proceso guiado del buen salvaje al buen revolucionario orientaba a una parte importante de la acción educativa de izquierdas.

La expansión y construcción de hegemonía de la pedagogía moderna en los procesos educativos, está profundamente asociado a los requerimientos que derivaban de la primera y segunda revolución industrial, tanto para la dominación como para la liberación. La pedagogía se convierte en una síntesis epistémica respecto al cómo educar ya sea para la lógica del mercado o de la sociedad de hombres libres, en la futurica social que emana del liberalismo y/o del socialismo.

Por ello, la pedagogía se ha visto tensionada de manera permanente entre los campos del poder establecido y de las revoluciones. La burguesía y el proletariado industrial son hijos de las dos primeras revoluciones industriales y sus narrativas, imaginarios e ideología terminan aflorando de una u otra manera en los enfoques pedagógicos de la escuela moderna, hecho que si lo descuidamos puede terminar confundiendo a los educadores desprevenidos, que se aproximen a la teoría educativa con una lectura despolitizada. Las ideas liberales y socialistas, asumidas por clases sociales diferenciadas respecto a su relación con los medios de producción capitalista, se disputan el control del Estado y es precisamente ese Leviatan moderno quien ahora regenta la educación mediante la figura de sistemas escolares, razón por la cual es imposible la existencia de una neutralidad pedagógica en medio de campos opuestos y en disputa por el control del Estado Moderno.

En lo que sí coinciden liberales y socialistas es en la potencialidad de la ciencia, la innovación y el campo tecnológico para el desarrollo de la sociedad. Sin embargo, el impacto negativo sobre la naturaleza, la vida humana y la sociabilidad de una ciencia orientada fundamentalmente por el lucro, la ganancia y el consumo generó desde muy temprano serios cuestionamientos sobre los referentes éticos, ontológicos, epistemológicos y paradigmáticos de esta ciencia. La fe en la ciencia comienza a ser superada por una visión más relacional del conocimiento, que reconoce las tensiones entre poder y ecología en detrimento de la segunda, entre felicidad y opresión, igualdad y libertad, que fueron nociones menos trabajadas en los originales desarrollos del materialismo histórico.

Las carencias en esta problematización de la ciencia, fundamentalmente en lo referido a su impacto en la reintegración de los hombre y mujeres a la naturaleza, impactaron al propio campo marxista que en un primer momento tenía una mirada positivista, cientificista del mundo y la educación. Evidencias de estas perspectivas abundan en los prolegómenos teóricos y prácticos de la revolución de octubre y en su devenir. El humanocentrismo socialista constituyó un desarrollo opresor que impedía la relación armónica e integrada de los seres humanos con el resto de la naturaleza, solo posible por la hegemonía de la fe en la ciencia, vista ésta como una entidad éticamente auto referenciada en su utilidad y para el bienestar de los hombres y mujeres. Una vertiente de la modernidad construyó un imaginario de la naturaleza según la cual ella era un recurso, inagotable o sustituible, cuyo destino estaba supeditado al bienestar de la “externalidad” humana. Ello conspiraba incluso contra otras aproximaciones racionales al tema, derivadas de la propia episteme moderna, liberando de frenos sociales al uso de la ciencia y las tecnologías de gran escala, lo cual desde la experiencia del socialismo real acarreó perversos impactos en el conjunto de la vida en el planeta, de lo cual Chernóbil (1986) o la presa de las tres gargantas (1995-2010) fueron solo expresiones. La fragmentación de los hombres y mujeres como entidades abstraídas de la naturaleza tendría serias repercusiones en el campo de las ideas socialistas, con ecos aún en el siglo XXI.

Los cuestionamientos al uso incontrolado de la ciencia y las innovaciones tecnológicas, también estuvieron mediados por algunos paradigmas e ideologías de carácter pre moderno, que no siempre estaban liberados de su carga opresora. Una vez que se asoman los primeros cuestionamientos al impacto del positivismo científico en la naturaleza, la mirada religiosa se apresuró a construir una narrativa “actualizada” que cuestionaba el método científico y buscaba legitimar toda “verdad” subjetivacomo otra ciencia posible, pero que sin embargo no rompía con su tradición de legitimar las rentables lógicas del mercado, incluida la explotación indiscriminada de la naturaleza, siempre y cuando sus promotores contribuyeran al esquema de financiamiento del poder clerical. Además, en el plano educativo el debate sobre el positivismo y el método científico, que no fue planteado como una agenda para su eliminación sino para su revisión crítica, le sirvieron de punto de partida a miradas neo metafísicas para generar argumentos sobre una “ciencia” de las especifidades, de cada uno, que colocaba la transformación social nuevamente en el plano del “cambio personal”, admitiendo todo como “conocimiento válido” y planteando la relatividad de replicar conocimientos[v]. Para este enfoque, eran igualmente válidos y tenían el mismo estatus epistemológico, si alguien se sanaba después de una operación efectuada mediante un protocolo replicable, de otra persona que lo hacía mediante la intervención espiritual “milagrosa” de un santo o mediante la “imposición de manos” y, ambos casos, eran considerados desde esta posición, como hechos irrefutables, colocando al campo de la ciencia en un nuevo terreno teológico.

Otros, cuestionaron el método científico, abriéndose a otros protocolos para llegar a generar conocimiento verificable y repetible, admitiendo la singularidad y expresión contextual de los resultados. Esto último posibilitó el desarrollo de otras metódicas para avanzar por caminos distintos en los campos de la química, la física o la biología. La evolución de la física cuántica, por ejemplo, es un resultado de esta otra lógica científica. En el campo de las ciencias sociales se tuvieron que romper los paradigmas del evolucionismo histórico, el historicismo lineal, el determinismo funcionalista, los condicionantes predeterminados del comportamiento social, los restos de las consideraciones referidas a la supremacía de la teoría sobre la práxis social y la separación del hombre respecto al resto de las formas de vida, para poder avanzar en su redimensionamiento. De este giro provendrían los métodos de investigación acción participativa, los estudios comparados de carácter dialéctico, entre otros muchos.

Como veremos más adelante, el propio campo del materialismo histórico debió reconfigurarse para empalmar con los nuevos desarrollos de las otras miradas emancipatorias en las ciencias. En el caso de la educación, los avances para su tiempo histórico realizados por Jean Piaget[vi](1896-1980), Lev Vytgoski (1896-1936), la neurociencia especialmente los procesos de construcción de consciencia, la plasticidad del cerebro y la cognición con sus procesos de toma de decisiones, así como los trabajos de Howard Gardner (1943-  ) con los estilos de aprendizaje, plantearían desafíos interesantes para el marxismo. El desarrollo de la física cuántica incita a nuevos retos para la fenomenología dialéctica, tarea aún pendiente para las ideas socialistas-

La rápida burocratización de la experiencia bolchevique posibilitó el emerger de lecturas problematizadoras en el campo socialista que están en los orígenes de la pedagogías críticas, especialmente los trabajos de Marcuse (1928-1929), respecto precisamente a la importancia de lo fenomenológico, la superación del mecanicismo histórico, el problema de los imperativos morales kantianos en la visión marxista del hombre nuevo, la filosofía concreta y la necesidad de considerar al pensamiento socialista como un campo abierto, en permanente construcción y actualización; así como los desarrollos de la Escuela de Frankfurt en distintos campos pero en especial sobre las subjetividades, la importancia de las singularidades en los recorridos colectivos y la noción de justicia social.

De especial importancia para la educación y los orígenes de las pedagogías críticas resultó el desarrollo marcusiano de la fenomenología dialéctica, que dicho sea de paso nada tiene que ver con mucho de lo que hoy conocemos como fenomenología educativa, que esconde su despolitización, en una lectura de Edmund Husserl (1859-1938) sin vínculo con su tiempo histórico y descontextualizada con el presente, así como en un seudo debate de lo cualitativo como superación de lo cuantitativo, cuando en realidad estas dos dimensiones están dialécticamente integradas. Sobre ello volveremos más adelante.

Con el capitalismo avanzado, la mujer se incorpora de manera más decisiva al mundo del trabajo asalariado, eso sí en condiciones laborales discriminatorias, sin que ello implique el abandono de sus oficios y responsabilidades en el hogar, expresándose redobladas formas de explotación. El patriarcado es inmanente a la lógica del capital y aunque en la sociedad capitalista ambos padres trabajen, las mayores cargas de tareas en el hogar continúan recayendo sobre las mujeres trabajadoras. En la medida que se profundiza la sobre explotación laboral, los padres de familia deben extender las horas extras o redoblar los turnos en las fábricas y lugares de empleo para alcanzar salarios de sobrevivencia; hecho que cada vez más les aleja del hogar. En ese contexto el debate sobre las tareas de los estudiantes en casa, las cuales implicaban un acompañamiento por parte de los padres, ha resultado a través del tiempo un tema sustantivo, de interés generalizado. Desde las pedagogías críticas hemos subrayado que la familia trabajadora es parte del proyecto emancipatorio, razón por la cual cualquier estrategia educativa tiene que contar con la vinculación y participación de los padres, para lo cual es fundamental incorporar esta aspiración a las luchas reivindicativas que se presentan en la disputa entre capital y trabajo.

La escuela moderna, desde distintos lugares de enunciación ideológica y paradigmática es homologada con el performance de la fábrica. Ello llevaba implícita una concepción del docente como “obrero” intelectual, quien debería cumplir labores específicas (insumos) y estructuradas (procesos) en la “fábrica escuela” para obtener el producto esperado, que para la ideología liberal burguesa estaba asociado a habilidades para la vinculación con el mundo de las mercancías, el consumo y la ciudadanía mientras que, para las ideas socialista se asocia a teoría crítica, transformación de la realidad y desborde de la ciudadanía. El perfil del egresado se convierte en el lente ajustable de la actividad educativa, que tanto a liberales como a izquierdistas les permite afinar la mirada cuando se trata de dibujar la agenda educativa en cada coyuntura histórica.

A pesar de los determinismos en cada uno de los campos socialmente enfrentados, rápidamente en la escuela moderna y las corrientes pedagógicas de este periodo, tanto liberales como socialistas, se comienza a dudar de la eficacia de la enseñanza exclusivamente repetitiva y memorística inherente a la epistemología dogmática. Esto se debe a la evidencia empírica respecto a las limitaciones o precaria utilidad para el modo de producción capitalista pero también para la revolución, de una escuela sin capacidad de pensar y actuar en lo nuevo.

El debate sobre las ciencias llega de manera tardía al campo educativo, impactado en el momento de estructuración de los sistemas escolares en América Latina y el Caribe, por las ideas de Henri de Saint-Simon (1760-1825), Auguste Comte (1798-1857) y John Stuart Mill (1806-1873) como lo podríamos observar en las apuestas educativas de Lancaster. Para el positivismo educativo la experimentación era el camino para alcanzar un conocimiento replicable, objetivo, que pudiera en un momento dado colocarse en los circuitos de producción y circulación de mercancías en cualquier espacio y tiempo, pero también para trabajar la transformación a partir de un programa mínimo que contuviera en su interior las claves replicables de la ideología socialista.

El positivismo educativo se centró en hechos y leyes que permitieran la reproducción de todos los resultados y conocimientos considerados de rango y valor científico. De allí, que necesariamente surgiera un punto de bifurcación epistémica con esta premisa desde las pedagogías socialistas, las cuales se centran en conocer las causasque originan el hecho y los principios replicables para generar la contradicción que posibilite romper con esas causas y abrirle paso al nuevo incluido revolucionario. Esta ampliación del horizonte epistémico no significa necesariamente una ruptura con el positivismo sino una derivación.

Bajo el paradigma positivista en educación, el tema de la enseñanza-aprendizaje en los sistemas escolares tiende a adquirir una lógica pedagógica que lo estructura en los distintos campos disciplinares de enseñanza de la siguiente manera: conceptos, subconceptos, procedimientos, comparaciones y pensamiento relacional, aplicabilidad del conocimiento, experimentabilidad y verificación de la repetitividad del aprendizaje. Desde el liberalismo educativo la secuencia y el producto son parte de la reingeniería social que promueve el capitalismo para asegurar la optimización del funcionamiento del sistema. Desde el pensamiento socialista esta epistemología se amplía llevándola a las formas y expresiones que garanticen utilidad para la transformación social y construcción compartida del conocimiento, construyendo mentalidad colectiva.

Inicialmente las pedagogías enmarcadas en la mirada del mercado se concentran en la competitividad y el individualismo dentro de las dinámicas de aprendizaje, mientras que, en las pedagogías socialistas en la cooperación, la solidaridad y el trabajo en equipo. Individualismo versus colectivismo son los dos grandes campos paradigmáticos que enfrentan a las pedagogías liberales y socialistas, en el marco del desarrollo de la primera y segunda revolución industrial en el siglo XIX. Ambas comparten el paraguas del paradigma positivista.

Para garantizar el logro de esta secuencia, sincronización y complementariedad de procesos educativos se estructura una mecánica de lo pedagógico, que se fundamenta en desarrollos que habían sido logrados en distintos momentos históricos, asociados ahora a los procesos de enseñanza-aprendizaje. La visión de engranaje de piezas y de funcionamiento sistémico resultan fundamentales en las expresiones de lo educativo de ese momento, cuya teleología pasa a ser determinada por el Estado como garante de la orientación estratégica de la escuela y del oficio del educador.

(Continuará……)

Fuente: https://luisbonillamolina.wordpress.com/2019/02/06/educacion-y-socialismoi-i/

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¿Hacia donde se mueve la clase obrera?

Por: Luis Bonilla-Molina.

Ensayos sobre las izquierdas desde América Latina y el Caribe

  1. El portentoso trabajo de Marx

Cuando vemos con más de 150 años de distancia la obra de Carlos Marx (1818-1883) reconocemos el trabajo de un portento de las ciencias sociales, quien realizó uno de los más importantes esfuerzos por conocer y comunicar la dominación, la explotación del hombre por el hombre, la constitución del capitalismo y la conformación de las clases sociales en el nuevo periodo histórico en el que le correspondió vivir. Marx es un gigante de su tiempo cuya producción intelectual continúa contribuyendo al estudio de la lucha de clases.

Marx insistió siempre en la necesidad de vincular todo pensamiento a las relaciones de producción existentes en una sociedad, en un tiempo histórico. La mayor potencia de su trabajo está en la construcción de un método, un camino para comprender la dialéctica relación entre opresores y oprimidos. Acercarnos a la producción teórica de Marx como textos cerrados e inamovibles sería un insulto a su trabajo. Es urgente una aproximación al pensamiento de Marx como trabajo vivo, en permanente actualización.

Un aspecto central del trabajo de Marx es su definición de clase obrera y el rol protagónico de ésta en la transformación estructural de la sociedad capitalista de la primera y segunda revolución industrial. Marx trabajó y redimensionó el trabajo de Hegel (1770-1831) heredando de este su esperanza en el mañana. Marx valoró la voluntad para el cambio e insistió hasta la saciedad en la necesidad de vincular la voluntad con la conciencia y el pensamiento crítico.

Precisamente desde el pensamiento crítico es necesario y urgente, volver a estudiar no solo la estructura de clases existente en el capitalismo del siglo XXI, sino la fisonomía y características que ha adquirido la clase obrera en la actualidad, en el marco de la tercera revolución industrial y los prolegómenos del cuarto giro tecnológico en el modo de producción capitalista. Este no puede ser un esfuerzo ocioso, ni meramente académico, sino profundamente asociado al proyecto histórico de construcción de otro mundo posible.

  1. El concepto de clase. Clase en sí, Clase para sí

El primer dilema es ¿a cuál clase obrera se refería Marx?, si a la fabril e industrial o a todos los trabajadores que convierten su fuerza de trabajo en mercancía. Desde de mi punto de vista, Marx se refería a la clase obrera fabril, industrial, cuando hablaba del sujeto histórico de la revolución proletaria. La condición de asalariado o de trabajador (tipo individual, de servicios, empleados públicos, ocasionales) en el mejor de los casos logra hacer posible, desde el enfoque marxista, una toma de conciencia sobre su condición en sí, pero difícilmente lograrían tomar conciencia de “clase” para sí. El proceso de toma de conciencia para sí, no es un acto que se pueda simplificar con el estar juntos, sino todo un proceso de aprendizaje reflexivo que se genera alrededor de la organización en el mundo del trabajo en la fábrica, la industria. Los empleados de Microsoft, en las oficinas del Banco Mundial, la cadena de comida rápida o los supermercados, un Ministerio e incluso de la universidad, que realizan juntos su labor y se encuentran en el sitio de trabajo, no por ello adquieren una conciencia en sí de clase obrera que vende como mercancía su fuerza de trabajo. Marx elaboró su concepto de trabajo asalariado no solo en la producción, sino también en la distribución y venta de mercancías, pero considero que su noción de clase obrera como sujeto revolucionario central, era mucho más restringida al proceso productivo. El agruparse como masa, no es sinónimo de toma de conciencia. Respecto a la clase obrera Marx señalaba: “esta masa es ya una clase respecto al capital, pero aún no es una clase para sí”[i] debido a que “los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase”[ii], “en la lucha […] esta masa se une, se constituye como clase para sí”[iii]. (p.34, )

Los procesos de conformación y constitución de las clases sociales son aplicables no solo a la clase obrera. Las incomprensiones al respecto llevaron por ejemplo en Venezuela, a generar reiterados y fallidos intentos por conformar a gran escala el campesinado como clase social, disminuida como había ocurrió en el último siglo producto del rentismo petrolero. Para ello se pensó que, con incentivos crediticios, dotación de tierras y conformación de asociaciones cooperativas sería suficiente para construir desde afuera a una renovada clase campesina. Ello se hizo obviando factores culturales de carácter histórico inherentes a un Estado que había anidado a la burguesía alrededor de la importancia de mercancías producidas ya y listas para el consumo. En esta realidad la mayoría de los ciudadanos a quienes se le pretendía inducir a convertirse en campesinos, valoraban mucho más las facilidades que giraban alrededor del consumo de lo importado que de lo sembrado. La relación de los hombres y mujeres que trabajan la tierra y se constituyen en campesinado demanda unas condiciones de trabajo material sustantivamente distintas a las citadinas. El campesinado que persiste y garantiza su aporte en volúmenes de comida al resto de la población, tiene un conjunto de comportamientos y prácticas asociadas a su relación productiva con la tierra, propios de una clase que no se adquirieron de la noche a la mañana. Estos campesinos cuando han ido tomando conciencia de clase, se han movilizado contra los agro tóxicos o contra la industrialización del agro que los haría desaparecer.

Algo parecido ocurrió con intentos por conformar una clase obrera para sí, de manera simplificada o fast track. Las empresas autogestionadas que fueron puestas en marcha y funcionaron fueron aquellas que venían de relación pre existente entre capital y trabajo que les había permitido a sus integrantes ser una clase en sí. Fue a partir de la toma de conciencia de su condición de clase para sí, en intentos por romper con la dominación contra la especulación y explotación del capital cuando se plantearon tomar el control de la producción. Es cuando inician enlazamientos con cadenas productivas y de circulación de mercancías que le permitieran apropiarse de todo el circuito de producción. Y entonces entendieron la necesidad de redistribuir socialmente el plusvalor de estas mercancías. No bastaba con dar la fábrica para que fuera conducida por hombres y mujeres trabajadoras que no se habían constituido aún como clase en sí. Esto viene a ser significativo para comprender dialécticamente los avances y retrocesos en la conformación de la cultura proletaria. La propia organización autogestionaria de los trabajadores en el marco de una sociedad capitalista les permitió entender a los trabajadores la relación entre Estado y supremacía de la ideología burguesa y saber que la contradicción también escala y hay que prepararse para ello.

Marx insistía que una clase social no está determinada mecánicamente por su lugar en la estructura social. Una clase social no es el resultado de una reingeniería social realizada desde un centro de poder por simple deseo, al mejor estilo de las ciencias sociales positivistas, sino la consecuencia de cómo se estructura el modo de producción dominante y las tensiones entre capital y trabajo. Las clases sociales desarrollan una cultura, un performance, unos rituales e imaginarios que demandan una temporalidad, es decir, no se hacen de la noche a la mañana. Esa incomprensión ontológica sobre el ser colectivo obrero, llevó incluso a organizaciones revolucionarias a considerar que si un profesional militante hacía unas “pasantías” en la fábrica se proletarizaba y se convertía en militante obrero mientras estuviera laborando junto a la clase. Esto generaría serias limitaciones epistemológicas para entender luego las transformaciones del sujeto revolucionario en el marco de la tercera revolución industrial.

En el tiempo de Marx era precario el desarrollo tecnológico, en comparación con la aceleración que ha adquirido la innovación en este campo en los últimos setenta años. La escala de innovaciones tecnológicas de la primera y segunda revolución industrial construyeron un imaginario de futuro en el cual era previsible la multiplicación de fábricas por doquier para poder cubrir las necesidades fundamentales y el consumo alienado que generaba el capitalismo. Este crecimiento exponencial de las fábricas e industrias situaría a la clase obrera en todos los lugares y territorios haciendo posible la revolución proletaria y la sociedad comunista. Pero ello no ocurrió así.

  1. La clase obrera

Al lograr constituirse el capitalismo avanzado a escala planetaria, el mundo se estructuró en a) lugares orientados a la extracción de materias primas; b) centros de transformación de las materias primas en insumos; c) sitios y cordones fabriles donde se producían las mercancías; d) un universo en expansión de servicios alrededor de la producción y el consumo. La clase obrera se convirtió en la fuerza de trabajo que producía las mercancías, generándose plusvalía y la espiral de expansión capitalista.

Como lo pensó Marx la clase obrera por un largo periodo, construiría una cultura propia que posibilitaba su toma de conciencia para auto convertirse en sujeto revolucionario. El partido revolucionario como lo haría la I y II Internacional y un periodo significativo de la III antes de su burocratización y liquidación cumpliría el papel de síntesis histórica para garantizar la transición revolucionaria entre períodos de repliegue de la lucha proletaria a situaciones revolucionarias. En muchos casos la “vanguardia” sería incapaz de acompañar el emerger de la propia revolución, pero ello no desmerita la importancia de su rol transicional. La cuarta internacional fundada por León Trotsky (1879-1940), solo dos años antes de su asesinato, aunque representa hoy el acumulado histórico de las luchas proletarias del siglo XX, no ha podido cumplir su rol de Internacional con influencia de masas.

La organización de las rutinas de la fábrica y la industria iban generó el agenciamiento del nuevo estrato, desterritorializando a los hombres y mujeres de la fábrica respecto a sus orígenes y creando un nuevo territorio donde se ejercía el trabajo. El trabajo material concreto requería la conformación de una máquina ideológica abstracta. Pero ese proceso construía como lo señaló Marx, una dinámica rizomática en el cual se constituía la clase obrera en sí. Cada cierto tiempo se quebraban los dispositivos de control cuando la clase adquiría conciencia para sí y, se daba inicio a formas diversas de acción revolucionaria.

¿Cuales eran estas rutinas que cohesionaban a la clase hasta hacerla tomar conciencia de sí? Cronos, el tiempo como organizador del espacio, del lugar. Para que el sistema funcionara había un tiempo para todo, para llegar a la fábrica, para saludarse y reconocerse desde la última presencia. Quien escapaba al rigor del tiempo ponía en peligro la eficacia, el cumplimiento de la tarea, la seguridad y hasta el salario del otro, de los otros. La precisión en la rutina, el adecuado manejo del fragmento que a cada uno le correspondía fusionaba al individuo con lo colectivo. El uso racional de los grados de libertad que cada uno conservaba como espejismo de libertad, los cuales se asumían sin que ello afectara a los demás. La anticipación del error posible, del fallo catastrófico que afectara el universo de cada uno. La normalización de los intervalos de trabajo, descanso, alimentación, higiene, diálogo, para disipar los privilegios entre iguales. La capacidad de actuar en dinámicas estandarizadas como un mecanismo sincronizado, que a su vez convertía a toda la clase en una maquinaria abstracta que trabajaba lo concreto. En ese sentido, el barrio obrero se convertía en una extensión de la fábrica con tiempos y rutinas cada vez más homologadas. Los problemas comunes abrían el espacio para compartir las soluciones. Los lazos de familia extendida se concretaban entre compañeros de trabajo. La vuelta a la fábrica cada día se convertía más en un nosotros que en un yo. Lo nuevo en la fábrica, en la industria demandaba la inteligencia colectiva, el aprender juntos para evitar que alguien quedara fuera del nuevo territorio. La hora de la comida, el encuentro en los baños, las conversas breves entre intervalos, se convertían en espacios para compartir angustias, para hablar de los problemas individuales que de alguna manera se asumían comunes. La opresión del trabajo alienante comienza a ser concienciado y expresado; la plusvalía se convierte en un detonador de aspiraciones para mejorar las precarias condiciones de vida. Resulta evidente que mientras los unos (ellos y ellas) trabajan, los otros viven del excedente de venta de las mercancías. Esto último posibilitó, la toma de conciencia sobre el poder de la acción colectiva. El sindicato surge como expresión organizativa, en el campo defensivo, pero también ofensivo. El estallido rizomático de la rebeldía, la huelga, el conflicto por mejores condiciones de vida a partir del trabajo que se realiza, permite lograr victorias que habrían resultado esquivas por otra vía; es el momento del inicio del movimiento de los engranajes de la conciencia en si en la conciencia para sí. El conflicto permite descubrir, producto de la solidaridad que generó, que hay quienes están inconformes con la situación en la que se trabaja y vive: otros trabajadores, estudiantes, profesoras, mujeres, sexo diversos, indígenas, afrodescendientes. El partido, los partidos revolucionarios se visibilizan y se tornan de carne y hueso cuando se encuentra que uno de los suyos es parte de esa organización. El acumulado, la experiencia históricaconfigura una cultura proletaria de importancia histórica singular. El proceso se repite una y otra vez, pero no termina de producirse la situación subjetiva revolucionaria que empalme con las condiciones objetivas para el cambio estructural; pero el pensamiento marxista seguía apostando y trabajando para ese momento de la revuelta proletaria. Para el marxismo la constitución de la clase como el sujeto revolucionario no deriva de un deseo, de ser un pueblo elegido, sino de las condiciones histórico materiales que crean las condiciones de posibilidad para que ello ocurra.

Una dosis de evolucionismo histórico se apoderó de una parte importante del pensamiento marxista. Esta dinámica se vigorizó con el triunfo de la revolución bolchevique y el ciclo de revoluciones en los países atrasados. Marx no previó, ni tenía por qué hacerlo, el surgimiento del estalinismo y con ello el inicio de procesos de restauración capitalista que durarían décadas en eclosionar, aunque aún sus variantes China, Coreana y Vietnamita mutan sin diluirse. El estalinismo quebró la noción lineal y la visión de la historia como un proceso de evolución irreversible; mostró que había “retrocesos” y evidenció a infalibilidad de lo cualitativo como superación de lo cuantitativo. Muchos marxistas consideran que la precaria comprensión de la relación entre medios de producción y tecnología aceleró la caída del socialismo real.

Katz, C (1997) a partir de los estudios de Aronowitz (1988) considera que las interpretaciones de Bernstein (1850-1932), Kaustky (1854-1938), Hilferding (1877-1941), Plejanov (1856-1918), Bauer (s/f) son mecanicistas respecto a papel dinamizador de lo tecnológico en el avance ininterrumpido del progreso. Considero que el marxismo de esa época era en gran medida determinista e histórico evolucionista por lo que era natural las derivaciones mecanicistas de algunas formulaciones. Sin embargo, ello no nos puede llevar a desestimar el trabajo de conjunto de estos revolucionarios. En el caso de Plejanov, es necesario retomar sus elaboraciones respecto a la concepción marxista de las fuerzas productivas como tecnología, porque las nuevas generaciones de marxistas lo han desestimado y ello resulta fundamental para entender la situación de la clase obrera en el siglo XXI.

La visión economicista que se hace respecto al trabajo de Marx desestima la importancia que este le otorgó en su pensamiento a la cultura, mucho más allá del campo de lo ideológico. Pero Marx fue un hombre de su tiempo histórico por lo tanto hay desarrollos tecno culturales que no conoció y por ende no incorporó en sus reflexiones. Marx fue un hombre del mundo de la prensa. El periódico y el libro impreso constituían el imaginario de última generación tecnológica en el campo de la reproducción cultural. Sus trabajos sobre la prensa obrera subrayaban la importancia de este medio para la difusión de las ideas y las experiencias proletarias. Marx no presenció el impacto en la cognición humana y de la clase obrera de la comunicación de masas centrada en lo visual-auditivo, la radio. Marx no conoció ni presenció el impacto ideológico de una innovación como la televisión que reproducía la ideología dominante las veinticuatro horas del día, mucho menos la revolución digital, la web y la virtualidad. Pero fundamentalmente como científico social no tenía posibilidades concretas de prever el impacto de estas innovaciones en el mundo del trabajo, en los medios de producción y la organización social. Lamentablemente buena parte de las nuevas generaciones de marxistas posteriores a su muerte, tuvieron una aproximación dogmática y cuasi teológica a su pensamiento, concentrada en la comprobación de sus hipótesisde trabajo más que en su actualización permanente.

  1. La noción de proletariado

Los orígenes italianos y reproducidos en el Derecho Romano del concepto de proletariado, para referirse a aquellos individuos que no poseen más propiedad que su fuerza de trabajo, es un término que ha generado discusiones e interpretaciones diversas en el campo del marxismo. Pareciera que en Marx la noción de proletariado es más totalizante y referida a todos los explotados por el capital en el mundo laboral quienes toman conciencia de su situación y deciden movilizarse en colectivo para cambiar la situación de injusticia y explotación.

La clase obrera industrial y fabril estaría en el corazón del proletariado y sería su motor para abrirle paso a la revolución socialista, al comunismo. De allí la frase del Manifiesto Comunista (1848) ¡¡Proletarios de todos los países uníos!! En este sentido, la condición proletaria se convierte en un referente estratégico en la labor del partido revolucionario, de la vanguardia, de los comunistas.

  1. El concepto abarcante de trabajador

El desarrollo científico y tecnológico comienza a vivir una aceleración históricamente inusual en el siglo XX, con redobladas expresiones en el periodo post guerras mundiales. Aunque es justo decirlo, la aceleración no disminuyó en los periodos de confrontación bélica, sino que su uso en la producción y el surgimiento de la cultura de masas fue limitado. La aceleración de la innovación científico tecnológica fue impactando de manera precisa al modo de producción y a la estructuración del trabajo fabril e industrial. La incorporación de las innovaciones científicos tecnológicas en la producción fabril e industrial aumentó la capacidad productiva de las mismas, eso sí, requiriendo menos mano de obra y quebrando la idea inicial de fábricas por doquier.

La nueva realidad del mundo productivo comienza la tendencia a acoplar al y la trabajadora mucho más a las tecnologías que al trabajo del otro y la otra. Este es un proceso gradual y casi imperceptible que genera nuevas resistencias fundamentadas en la memoria histórico-cultural acumulada por la clase obrera. Pero la rueda comienza a girar en la estructura del modo de producción y ello comienza a expresarse en el conjunto de la sociedad.

La organización del creciente número y formas de mercancías hace necesaria la creación del ciudadano consumidor para poder concretar el ciclo de apropiación del plusvalor. Mientras la clase obrera ve estancado y muchas veces disminuido su tamaño porcentual en la población, se multiplica la creación de nuevos empleos y puestos de trabajo en áreas de los servicios, la administración y el desarrollo de mercancías inmateriales.

El empleo y el trabajo que se expande contiene unas condiciones histórico materiales que promueven mucho más la competencia que la solidaridad, a pesar de ser parte estos trabajadores de quienes no tienen otra propiedad para vender que su fuerza de trabajo. La expansión de la cobertura educativa por parte de los sistemas escolares conforma un nuevo trabajador titulado que solo puede vender lo que sabe hacer para obtener capacidad de compra de alimentos, vivienda, transporte y ser el soporte económico de los más chicos.

El estancamiento y disminución numérica de la clase obrera respecto al universo del mundo del trabajo es nuevamente problematizado por el campo marxista. Pero además la clase obrera inicia un periodo de baja presencia política, en contraste con un creciente protagonismo de los estudiantes trabajadores, los maestros, enfermeras, médicos, pilotos, etc.

Esto se resuelve teóricamente de diversas maneras en el campo marxista. Mientras la mayoría de marxistas continúan desestimando el impacto de la innovación científico-tecnológica en la conformación de la clase obrera como clase en si y para sí, Daniel Bensaid (1946-2010), lo resuelve asumiendo el concepto de trabajador como abarcante a todas las formas de explotación y venta de la fuerza de trabajo como mercancía a los capitalistas y, Guy Standing (1948-   ) intenta explorar y actualizar el horizonte del marxismo hablando de precariado. Más recientemente ese debate se ha planteado en términos de posibilidad de disolución de la clase obrera o negación de este enunciado ante el avance de la robótica en el modo de producción capitalista, para lo cual marxistas como Harvey (1935-   ) han expresado su oposición a esta posibilidad.

En la década de los sesenta del siglo XX se inicia la tercera revolución industrial, con ciclos internos que se identifican a nivel de público con determinados productos, pero que tienen múltiples expresiones en el modo de producción. Hasta ahora las generaciones de la tercera revolución industrial se conocen a nivel del público como a) era de la super computadora; b) computadora en casa; c) computadora portátil; d) video juegos, internet, la web y el mundo digital en casa; e) redes sociales y capitalismo cognitivo y; e) realidad virtual, inteligencia artificial, nanotecnología y conexión 4G. Estas innovaciones están reconfigurando el mundo del trabajo como lo analizaremos en otro artículo con datos cruzados.

Lo cierto es que la mutación y multiplicación de las formas y expresiones de venta de la fuerza de trabajo como mercancía al capital, ha generado una expansión sin precedentes de la mentalidad, de la cultura de la clase media. El problema es que el marxismo ha construido una narrativa pequeño burguesa de la clase media que limita la comprensión de su desarrollo en el siglo XXI. Sobre ello volveremos de manera exclusiva en otro artículo.

Buena parte de la evidencia empírica muestra una intención de hegemonía de la lógica del consumo y bienestar de la clase media entre los trabajadores, no de condición proletaria. Los trabajadores comienzan a ver el estilo de vida de la clase media, el performance cultural de ésta como su ideal, muy alejado de las previsiones de un mundo altamente planificado y en asamblea permanente de reorganización social. El ocio creativo y la diversión ideológicamente pragmática se han instalado en los imaginarios de buena parte de la clase trabajadora (…. Continuará)

En los próximos artículos de esta serie trabajaremos: problemas y situaciones novedosas presentes en la fábrica de la tercera revolución industrial. La pérdida de protagonismo social de la clase obrera. Mutaciones en las narrativas de las izquierdas. La odiada clase media y el capitalismo cognitivo del siglo XXI. Los chalecos amarillos ¿un nuevo despertar de la clase para sí? ¿Qué es esa vaina de la Cuarta revolución industrial en el mundo del trabajo? Y que pasa si se cumplen los pronósticos sobre la curta revolución industrial. ¿Desaparece la idea socialista? Volver al método de Marx. ¿Es suficiente con rescatar el idealismo Hegeliano?

Lista de referencias

Barronco, Oriol (2006). ¿Todavía la clase obrera y la condición proletaria? En Revista Viento Sur, Nª 86, pag. 42-49

Claudio Katz: Discusiones Marxistas sobre tecnología, Teoría, en Razón y Revolución nro. 3, invierno de 1997, reedición electrónica. Disponible en http://www.razonyrevolucion.org/textos/revryr/prodetrab/ryr3Katztecnolo.pdf

Deleuze, Gilles y Guattari, Felix (1997). Mil Mesetas: capitalismo y Esquizofrenia. Ediciones Pre-Textos. Valencia. España.

Marx, Karl Miseria de la Filosofía, Buenos Aires, Siglo XXI, 1975, p. 158.

Marx, Karl El Capital, Libro 1, Cap. IV.

Fuente del artículo: https://luisbonillamolina.wordpress.com/2019/02/03/hacia-donde-se-mueve-la-clase-obrera/

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Evaluar para que nada quede

Para el neoliberalismo educativo la escuela que conocemos pareciera tener sus días contados. Si bien la escuela y los centros de formación docente en los que estudiamos y nos hemos desarrollado como maestras y maestros, son una construcción social y epistemológica de las hegemonías y resistencias de la era capitalista, la nueva etapa que se inicia en los setenta del siglo XX y se profundiza en el presente, plantea su profunda reconfiguración. En ese marco la llamada evaluación del desempeño docente se convierte en la tecla «suprimir», dentro de un teclado de múltiples operaciones políticas conservadoras guiadas por la lógica del mercado.

En el proceso de paso de la sociedad feudal al capitalismo, Comenio (1592-1670) desarrolla una propuesta resumida en su «Didáctica Magna» que integra las perspectivas de enseñanza realizadas en tiempos anteriores y les da una estructura que sería fundamental para la construcción de lo que hoy entendemos como campo pedagógico. La estructura de enseñanza-aprendizaje de Comenio empalma con la mentalidad científica racional de la modernidad, constituyéndose en un soporte para la estructuración de la escuela que requería el capitalismo.

Se expande así, la noción de escuela con horarios estructurados, salones de clase, planes de estudio como antecedente de la noción actual de diseños curriculares, modelos didácticos, evaluación, prosecución, planeación educativa. La organización del mundo escolar recibe un nuevo impulso con la llegada del capitalismo. Por ello, quienes hablan de una escuela «neutra» por lo menos están pecando de ingenuos.

En los orígenes del capitalismo surge el socialismo científico como ideología y propuesta política de la clase obrera y los explotados. En este periodo, por distintas razones, la ideología del mercado y el socialismo coinciden en la necesidad de expandir la escuela; el texto «La Escuela Moderna» del español Francisco Ferrer i Guardia (1859-1909) se constituye en una evidencia de ello.

Mientras para el capitalismo la escuela se convierte en una herramienta para expandir las ideas propias de la ciencia, rompiendo con el oscurantismo de la enseñanza basada en la fe de la etapa feudal -lo cual era indispensable para la construcción de hegemonía que vinculara la innovación científico tecnológica con el modo de producción- para los socialistas la escuela construye mentalidad científica y posibilita democratizar entre los más pobres y explotados el conocimiento. Para los capitalistas la escuela no solo homogeniza gustos, necesidades y patrones sociales, sino que es inmanente a una nueva forma de gobernabilidad en la cual la oposición ciudad-campo emerge como paradigma de dominación. Para los socialistas la escuela posibilitaba el vínculo entre conocimiento y liberación construyendo contrahegemonía cultural y política.

En las primeras décadas y siglos del capitalismo la escuela fue de cobertura limitada y la educación popular amplió su influencia entre la clase trabajadora. Sin embargo, los socialistas no dejaron a un lado sus aspiraciones de una escuela a la que pudieran acceder todos y todas.

Las dos guerras mundiales, de carácter capitalista, impulsadas por la necesidad de ordenamiento en la distribución de mercancías y el control de mercados, hicieron que los términos de su desenlace resultaran fundamentales para las políticas públicas de expansión de la escuela. Mientras el Tratado de Bretton Woods (1944) definió el patrón de intercambio, así como las normas y territorios de comercio internacional, la creación de la Organización de las Naciones Unidas (1945) posibilitó que solo un mes después de su fundación se constituyera la UNESCO (1945), órgano del sistema de naciones unidas especializado en educación, ciencia, cultura y comunicación.

La devastación generada por las conflagraciones internacionales había redoblado la esperanza en la mayoría de la población mundial, respecto al papel de la educación como herramienta y camino para evitar que esta tragedia volviera a ocurrir. La URSS que había sido fundamental en la derrota del fascismo, mostraba con hechos que la expansión de los sistemas escolares garantizaba una adecuada reingeniería social y el llamado progreso de las naciones. Para el capitalismo, la escuela, ahora de masas, tenía la utilidad de posibilitar la construcción de la base social necesaria para la expansión de la producción, la definitiva normalización de los patrones de consumo y la construcción de la democracia burguesa como sistema político de gobierno. Por ello, desde distintos lugares epistémicos e ideológicos se impulsan los sistemas escolares de masas.

La escuela jugó un papel muy importante en el marco de la reactivación de la maquinaria industrial capitalista post guerras mundiales (1945-1970), la construcción de la mentalidad consumista, la introducción de necesidades estandarizadas y en algunos casos la puesta en marcha de experimentos de democracia burguesa estable.

El nuevo incluido que no esperaba la élite capitalista global era el surgimiento de resistencia en las escuelas, liceos y universidades, lo cual se constituía en un elemento de turbulencia e inestabilidad para sus fines. En todos los lugares del orbe los estudiantes abrazaban ideas radicales de transformación social, especialmente las ideas socialistas revolucionarias. Contrario al determinismo de los estructuralistas la escuela no era ni es solo un aparato ideológico del Estado, sino un espacio de crecientes resistencias y de miradas contra hegemónicas.

Entre 1945 y la década de los setenta del siglo XX vimos en todo el mundo la más importante expansión conocida hasta ahora de la escuela pública, los sistemas escolares y la cobertura educativa, no obstante, un significativo número de seres humanos seguían excluidos de la educación.

El neoliberalismo educativo que comienza a tomar fuerza en los setenta del siglo XX, se replantea como política central para los sistemas escolares nacionales la estandarización y normalización de los procesos educativos. La noción de evaluación de la gestión escolar adquiere un papel central dentro de esta estrategia lo cual se expresa claramente en la moda de la época conocida como gerencialismo educativo.

Eran tiempos de desembarco de la tercera revolución industrial y los neoliberales postulaban el desmantelamiento de los Estados Nacionales argumentando su inutilidad por problemas de eficacia y legitimidad. En realidad el capitalismo estaba iniciando una mutación política sin precedentes que ha sido poco estudiada, desde la lógica del capital asociada a revoluciones industriales.

La crisis de eficacia la asociaban los neoliberales al hecho que las instituciones de los Estados Nacionales no servían o no cumplían la función para la cual habían sido creadas, mientras que la legitimidad la relacionaban a la afirmación según la cual las instituciones no representan los intereses ciudadanos.

Para justificar sus propuestas de desinversión en los sistemas escolares públicos y el emerger de la neo privatización de lo educativo, construyen una narrativa fundamentada en la «traducción» de la crisis de eficacia como crisis de calidad educativa y, la crisis de legitimidad como problemas de pertinencia escolar y pedagógica. Es decir, para los diseñadores y gestores de políticas educativas neoliberales, los problemas de calidad educativa son el equivalente y expresión de la crisis eficacia de los sistemas políticos, mientras que las limitaciones de pertinencia en la enseñanza reflejaban la crisis de legitimidad de las políticas públicas del sector.

Evaluación mediante estrategias inherentes al gerencialismo educativo para resolver la crisis de calidad y pertinencia educativa, se constituyen en el discurso central de los organismos económicos, las agencias de cooperación educativa internacional y los apologistas del neoliberalismo, ideas e ideología que rápidamente permea al sistema de naciones unidas y a la UNESCO en especial.

En los documentos de UNESCO comienza a hablarse de las preocupaciones sobre la calidad y la pertinencia educativa y la necesidad de construir una cultura evaluativa en los sistemas escolares. La izquierda pedagógica en muchos casos reacciona con una dosis de infantilismo político al respecto, despachando el debate de la calidad educativa como un tema burguésasociado a la noción empresarial de las ISO y los estándares productivos, atrincherándose en la defensa de la pertinencia, como si ello, fuera antípodas de lo primero y no dos operaciones conceptuales de una misma matriz ideológica. Ante la debilidad de propuestas contra hegemónicas sobre calidad educativa, está se convierte en el eje de las políticas neoliberales que ahora, subordinan la pertinencia a la calidad.

La UNESCO se concentra en la creación de cultura evaluativa escolar para «garantizar una educación de calidad» y contribuir desde su especificidad a la reestructuración neoliberal de conjunto. A la par que desde UNESCO se siguen elaborando ideas y documentos que abren camino al «nuevo paradigma» educativo, esta instancia multilateral va asesorando a los ministerios de educación nacionales y los gobiernos en la conformación de instituciones y sistemas nacionales de monitoreo evaluativo de la calidad de la educación para concretar la reforma radical del sistema de políticas públicas en el marco del sistema capitalista.

En esta ruta, la UNESCO logra que el 10 de noviembre de 1994, quince países de la región conformen el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad Educativa, conocido por sus siglas LLECE. Así, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela, bajo la coordinación de la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe (OREALC/UNESCO Santiago) construyen lo que faltaba en la creación de la cultura evaluativa en educación: una instancia regional que fuera paradigma mundial, de la evaluación educativa.

Soy un defensor de la UNESCO como centro global de definición de estrategias políticas en el área educativa y como referente ético de las políticas públicas en educación. Pero, me opongo a la mirada despolitizada de su actuación que ha venido tomando cuerpo en las últimas décadas, porque ello ha facilitado el camino para el asalto neoliberal a sus definiciones y paradigmas. Tenemos que abrir un amplio debate con sindicatos, gremios docentes, académicos e intelectuales para plantearnos la refundación humanista y comprometida de la UNESCO con los ideales que hicieron posible su creación. Es tiempo de soñar con otra UNESCO posible, que vuelva a ser la de los maestros y maestras, la de los y las estudiantes, la que trabaja por los más hermosos ideales; una UNESCO que no se subordine a los paradigmas de los organismos económicos globales.

De hecho el LLECE no solo es anterior a los procesos de PISA, sino que esta última dinámica abreva de la hegemonía edificada por el primero. Este es el colofón de una descomunal operación mediática en educación. Todos los medios de comunicación alineados con la perspectiva del mercado e incluso algunos alternativos con una mirada parcial y despolitizada de estos procesos contribuyen a construir hegemonía social para las reformas educativas de nueva generación agrupadas en la narrativa de la calidad educativa.

Al generarse hegemonía social respecto a la necesidad de realizar evaluación educativa, los organismos económicos se sienten en la libertad de comenzar a opinar respecto a lo que había que evaluar. El debate en los noventa del siglo XX se concentra, ya no en si había que evaluar o no, sino en el ¿que evaluar?

El LLECE diseña y pone en marcha, las primeras pruebas y estudios orientados por el paradigma de la calidad con pertinencia, que había sido planteado por el neoliberalismo educativo en la década de los setenta, con énfasis en los aprendizajes, es decir en la calidad de los aprendizajes.

El LLECE inicia el Primer Estudio Regional Comparativo en Educación (PERCE) al cual le seguirían el SERCE, TERCE y ahora el ERCE en fase de diseño e implementación. Mientras los estudios del LLECE se centran en los aprendizajes como indicadores de calidad, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización para el Desarrollo Económico (OCDE), entre otras de las llamadas bancas de desarrollo, comienzan a señalar la necesidad de evaluar a los docentes, la formación inicial de los docentes y la gestión escolar. Se habla de calidad de los aprendizajes, calidad de los docentes, calidad de los centros de enseñanza como una forma de ampliar las operaciones de desmantelamiento de la escuela pública.

Lo cualitativamente distinto es que ahora, en el marco de la quinta ola de la tercera revolución industrial y el emerger de la cuarta revolución industrial, el neoliberalismo comienza a transitar la idea de usar los resultados de la evaluación del desempeño docente y de los aprendizajes, como una hoja de ruta para sustituir la escuela que conocimos.

Para el neoliberalismo educativo del siglo XXI la educación no tiene que estar atada a escuelas, sistemas escolares y docentes, sino que es posible asociarla a variadas formas flexibilizadas de los aprendizajes «necesarios», proceso que tiene un capítulo estelar en la llamada virtualización educativa.

Ya casi nadie coloca en duda la necesidad de evaluar la calidad educativa y quienes lo hacen desde la izquierda pedagógica muchas veces lo formulan con una retórica muy ideológica, sin discurso pedagógico alternativo, lo cual no logra generar simpatías ni consensos, entre la población ni en los docentes. No estamos diciendo que no hay que evaluar, sino que tenemos que tener claro que hay detrás de cada propuesta de evaluación. La evaluación es un instrumento, una técnica, un componente de la pedagogía que puede expresar distintos enfoques pedagógicos, epistemológicos y políticos.

De allí la importancia de abrir un debate contra hegemónico, que entre a la disputa del término de calidad educativa –sobre o cual hablaremos en un próximo artículo- y de las políticas alternativas respecto a otra calidad educativa posible. Por ahora nos corresponde trabajar en aclarar el marco de implementación neoliberal y de las resistencias.

Fuente: https://www.aporrea.org/ideologia/a273034.html

Imagen tomada de: https://compartirpalabramaestra.org/sites/default/files/styles/articulos/public/field/image/pisa-y-los-modelos-de-evaluacion-docente.jpg?itok=HUFEvpsy

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La idea socialista ante la cuarta revolución industrial

Por: Luis Bonilla-Molina.

El capitalismo está obligado a revisar de manera permanente sus dinámicas para mantener su hegemonía y para ello no tienen prejuicios ni reparos en romper sus premisas y explorar nuevos caminos. Cada vez que desde el campo popular y revolucionario se le asesta un golpe a la lógica del capital, éste muta y explora nuevas formas, rutas y dinámicas.

Marx era consciente de ello y por ello trabajó la contradicción como un mecanismo dialéctico de aprendizaje continuo y permanente en la izquierda revolucionaria. Sin embargo, una visión mecánica respecto a la aproximación y mediación con la realidad, expresada en una mirada repetitiva de los ciclos históricos ha anidado en una parte importante de las izquierdas, conspirando en contra de su capacidad real para convertirse en dinamizadoras de la transformación en el siglo XXI. Ciertamente las izquierdas vivimos en el presente, una crisis de interpretación epocal.

La mayoría de los “clásicos” del marxismo fueron escritos en el contexto de la primera y segunda revolución industrial. La tercera revolución industrial y su impacto en el mundo capitalista por lo general ha sido trabajada de manera fragmentada, parcial y muchas veces inconexa con la dicotomía capital-trabajo y respecto a la ideología por parte de importantes sectores de las izquierdas. En muchos casos ello se debe a la preocupación que genera dejar a un lado interpretaciones y formulaciones teóricas que fueron efectivas en el pasado, pero que en el presente se constituyen en narrativas históricas importantes, pero de eficacia política limitada.

La teoría precedente construida al fragor de las dos primeras revoluciones industriales, resulta útil y potente solo si entre líneas somos capaces de develar el método interpretativo que llevó a su formulación en un momento dado, pero es limitada si queremos usarla como patrón para una acción en un nuevo tiempo histórico que no acepta calco ni copia.  Esto resulta especialmente dramático, cuando se trata de definir táctica política en medio de la revolución científica tecnológica que precede a la puesta en marcha de la cuarta revolución industrial.

Tercera Revolución industrial

Imagen relacionadaLa tercera revolución industrial se inicia en la década de los sesenta y tiene varios ciclos. El primero de ellos se nos presentó con la llegada de las computadoras que tenían más tamaño que capacidad de procesamiento, pero que implicaron todo un mundo de posibilidades para la producción industrial, la educación, el consumo, la gobernabilidad, la resemantización de la ideología ylas transformaciones de las relaciones sociales.

Luego vendrían los ciclos de los computadores de escritorio (´70s), las computadoras portátiles (´80s), internet con la World Wide Web (WWW) en los 90s, las redes sociales (primera década del siglo XXI) y la realidad virtual (segunda década del siglo XXI).  Todos ellos ciclos de la tercera revolución industrial.

Paralelamente a ello, el desarrollo de la informática profunda (macrodatos), la micro robótica, el conocimiento de la estructura genética humana, conectividad con lógica fractal y la digitalización de formas de inteligencia no biológica, abrían paso a una nueva revolución industrial.

Esto ocurría en un tiempo histórico tan breve, que buena parte de las izquierdasapenas estaban comenzando a problematizar las implicaciones de la tercera revolución industrial en el devenir de las políticas alternativas, cuando se nos anuncia un nuevo periodo de vínculo del conocimiento científico y la innovación tecnológica con el modo de producción capitalista.

La nueva política 2.0

Resultado de imagen para politica 2.0 En la reciente campaña electoral brasileña vimos que mientras la izquierda en el poder, se concentraba más en denunciar los fake news y el uso masivo de las redes sociales por parte de la extrema derecha y sus equipos, Bolsonaro pasaba personalmente un número importante de horas usándolas como un mecanismo para que sus mensajes llegaran a segmentos importantes de la población.

En medio de la campaña electoral 2018 la extrema derecha brasileña no teorizó sobre el impacto de la quinta generación de la tercera revolución industrial en la política, sino que trabajó en las nuevas dinámicas que ello implicaba.

Recuerdo que estando en Sao Paulo a una semana de las elecciones, pude constatar que eran múltiples las declaraciones reactivas de voceros del PT en todos los medios contra las perversiones de la política digital, en contraste con lo que hacía Jair Bolsonaro quien pasaba por lo menos una hora diaria en YouTube propagando sus mensajes acompañado de sonrientes jóvenes, además de contar con una estudiada y elaborada estrategia de intervención en twitter, Facebook, WhatsApp, Instagram, telegram, entre otras redes sociales.

Esto tiene mucho que ver con la precaria comprensión en las izquierdas sobre el impacto de las innovaciones científico tecnológicas que hemos conocido en el siglo XXI, en la cotidianidad de la acción política contestataria.

En contraposición, está lo ocurrido con la campaña de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), exitosa en el uso del mundo digital y virtual en la ruta a su triunfo. Este hecho, desde mi punto de vista, es más atribuible a la estrategia de un selecto grupo de asesores que a una definición teórico práctica de las izquierdas.

Muchas veces desde los pensamientos contestatarios se alude a limitaciones financieras para poder trabajar en este plano. Lo cierto es que no se trata de un tema de restricciones económicas, sino de la comprensión del fenómeno. De hecho, en la carrera por la silla presidencial mexicana en 2018, Anaya invirtió el 24% de su presupuesto de campaña en los medios digitales en contraposición a un 32% de lo usado por Meade y solo un 4% de AMLO.

La diferencia fue que mientras los dos primeros lo vieron como la extensión de la publicidad en el mundo digital, el tercero entendió que se trataba de nuevos espacios de diálogo e interacción política con los ciudadanos.

Sin embargo, si colocamos el debate en términos de campañas electorales exitosas o fracasadas, estaríamos desestimando el impacto del nuevo ciclo de la revolución industrial en la epistemología y accionar de lo político y, en la precaria reflexión de las izquierdas al respecto.

El problema es más estructural y tiene que ver con una especie de parálisis cognitiva que genera el requerimiento de construir nuevos referentes y producciones teóricas socialistas para actuar en la realidad, con narrativas y construcciones organizativas de nuevo cuño.

Podemos desestimar los procesos que construyen la ruta a la cuarta revolución industrial, pero ello solo puede tener expresiones alternativas y de justicia social si construimos teoría revolucionaria para actuar en esas realidades.

Cuarta Revolución Industrial

En 2011 en Hanover, Alemania se anuncian los preparativos para el desembarco de una nueva revolución industrial. La cuarta revolución industrial es el proceso de diseño y puesta en marcha de una reestructuración sin precedentes del modo de producción capitalista, usandonanotecnología, conectividad 5G, informática biológica basada en el conocimiento del genoma humano, capacidad de uso de la Big Data para el análisis masivo de datos de comportamiento del consumo de millones de usuarios.

Las posibilidades de extraer valor cuali-cuantitativo de la información contenida en estos macrodatos es inmensa y sin precedentes. Imaginemos la potencialidad, no solo empresarial sino en los distintos campos de la lucha social,de desagregar la data contenida en este nuevo desarrollo de la informática,donde se cruzan movimientos del mercado, con tendencias de consumo de masas y migraciones de capitales.

Esto puede ser usado por los gestores del capitalismo del siglo XXI no solo para hacer predicciones teóricas y de producción de mercancías, sino también entre otras muchas posibilidades, para la toma de decisiones en tiempo real sin intervención humana, sobre la producción y para construir un modo de gobernabilidad virtual. Nos estamos refiriendo al uso de inteligencia artificial basada en la valoración de los comportamientos humanos como patrones y singularidades, como continuos y rupturas.  Pero ¿y como pueden usar las izquierdas estas innovaciones para abrirle paso expedito a nuevas conquistas sociales?  Ese es el punto que me preocupa.

Las fábricas 4.0 emergen como el paradigma de este modelo capitalista en construcción que para Klaus Schwab, uno de los principales fundadores del Foro de Davos, implicaría que solo su desembarco dejaría a siete millones de trabajadores y obreros fabriles en condición de desempleados, en los quince países más industrializados del planeta. Ello ya de por sí debería estar generando no solo debates políticos en las izquierdas y la necesaria articulación de resistencias al respecto, sino también nuevas formulaciones teórico prácticas para continuar construyendo el socialismo en los nuevos contextResultado de imagen para fabricas 4.0os.  Pero esto está ocurriendo de forma marginal en las izquierdas.

No contamos con datos que nos permitan transpolar las predicciones que se hacen al respecto, parael mundo del trabajo de América Latina y el Caribe. Si bien no tenemos elementos para saber qué pasará con el empleo en nuestramérica, lo que sí es un hecho es qué en el camino que allana la llegada de la cuarta revolución industrial en la región, se ha generado una reestructuración del flujo de capitales y en la mirada empresarial global que está convirtiendo a este territorio, en el “áfrica del siglo XXI”.

Así como el siglo XX fue testigo de inversiones capitalistas importantes en ALC para el montaje de fábricas de ensamblaje de piezas y algunas industrias de procesamientos de materias primas, mientras África era visto como la meca de las materias primas baratas y sin muchas trabas legales para su exportación, en el siglo XXI los papeles pareciera que se están invirtiendo en esa relación.

El énfasis de la inversión capitalista para América Latina y el Caribe es ahora en materia de extractivismoy ha sido tan brutal en estas dos décadas,que su impacto es solo comparable y contrastable con el debilitamiento de la capacidad industrial instalada en este territorio. Si en el tiempo se continúa con esta tendencia, no es atrevido señalar que lo que estaría ocurriendo es que el capital está valorando a la región como lo hiciera en el siglo precedente con el continente de Mandela.

Cuarta revolución industrial e izquierdasResultado de imagen para cuarta revolución industrial y la izquierda

 La cuarta revolución industrial, implicaría una restructuración del modo de producción capitalista que colocaría a la clase obrera fabril en un segundo plano, pulverizando buena parte de la narrativa que hemos sostenido en los últimos siglos. El impacto de las innovaciones científico tecnológicas en el modo de producción capitalista, se nos presenta amenazante, con intenciones de diluir o por lo menos disminuir el papel del considerado sujeto histórico de las revoluciones.

Este proceso se podrá observar con mayor nitidez precisamente en los países industrializados.  Esto no significa el apocalipsis del pensamiento socialista, sino que este proceso nos obligará a repensar las expresiones y manifestaciones de la lucha de clases en el siglo XXI, tal y como en su momento las abordó Marx, a quien le correspondió analizar el impacto del desembarco de la primera y segunda revolución industrial en el capitalismo de ese momento.

Una reflexión sobre cuarta revolución industrial y socialismo no tendría sentido incluirla en el marco de un conjunto de ensayos sobre la izquierda en América Latina y el Caribe en el siglo XXI, a no ser por el precario estado de los debates que al respecto vienen dando las izquierdas en la región.

El cambio estructural en curso en nuestras sociedades capitalistas a finales de la década de los veinte del siglo XXI, demanda una nueva generación de teoría revolucionaria como en su momento la formularon Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Plejanov, James Cannon, Ludovico Silva, Ernest Mandel o Daniel Bensaid, para solo citar un pequeño puñado de socialistas revolucionarios. Insisto en el hecho que o bien la generación de rebeldes del presente asume la tarea o estaremos condenados a la marginalidad que le es propia a los grupos de propaganda o a la soledad que es inmanente a los arqueólogos de la idea socialista.

Fuente del  artículo: http://questiondigital.com/la-idea-socialista-ante-la-cuarta-revolucion-industrial/

 

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Los marxistas en su laberinto del siglo XXI

Por: Luis Bonilla-Molina 

Ensayos sobre las izquierdas en América Latina y el Caribe

Diría Francisco, no el Papa de Roma, sino mi recién fallecido padre ¡que terquedad la tuya, intentar debatir lo que nadie parecer querer cambiar!Y es que es el pragmatismo se viene imponiendo como razón política en las propias izquierdas. Solo los más osados se atreven a plantear uno u otro tema teórico que muestre algún nivel de atasco en su implementación en la praxis. Lo hacen a sabiendas que desde múltiples lugares se le acusará de revisionistas, renegados, intelectuales pequeñoburgueses o, hasta de ser parte de la nómina de algún servicio secreto internacional, hecho del cual los acusados no se habían enterado hasta la fecha. A pesar de ello, tomo aire para buscar aliento y me decido a hacer las veces de secretario de multitudes diversas y, en consecuencia, procedo a tomar nota de los planteamientos y dudas que en tono de murmullos se escuchan cada vez con mayor insistencia en distintos lugares de lucha de nuestraamérica. La única intención de este escriba –aunque sospecho que dirán que tengo ocultas e innobles intenciones- es la de intentar contribuir a la construcción de una agenda compartida sobre los desafíos epistémicos, conceptuales y de acción de los socialistas libertarios a finales de la segunda década del siglo XXI.

Por supuesto me refiero al socialismo científico sistematizado por Karl, el nacido en Tréveris. Fíjense que digo que él “sistematizó” y en ningún momento que creó, porque Marx fue un científico social y no un religioso, ni un infalible gurú. Y allí dos problemas iniciales, sobre los cuales volveré más ampliamente en otros artículos.

El primero de ellos reside en el hecho que a través del tiempo ha surgido una especie de ortodoxia marxista que se siente facultada para establecer los cánones del marxismo, la legalidad y legitimidad del pensar la transformación, que ha convertido el pensamiento crítico en estático alejado del dinamismo dialéctico, para el cual categorías como imperialismo, obrero fabril, partido revolucionario, trabajadores, ideología, alienación, entre otras, no han sufrido cambios en el terreno concreto de la lucha de clases a más de un siglo de haberlas definido inicialmente. Marx siempre estuvo atento a la influencia de las realidades históricas concretas en la teoría, entendiendo que la dialéctica no era una externalidad analítica, sino que tocaba al propio pensamiento socialista.

El segundo de ellos, es la creciente invisibilización del hecho que Carlos Marx se reclamó socialista científico, algo que ahora pasan por alto muchos apologistas neo metafísicos que atacan sin cesar cualquier apelación a la mentalidad científica. La transformación estructural de las sociedades capitalistas para abrir paso al socialismo no es un acto solo de voluntad –que la requiere- sino también de pensamiento estructurado, de conocimiento en profundidad de las ciencias puestas al servicio de la liberación del hombre por el hombre. En consecuencia, el marxismo es el pensamiento científico transdisciplinario que reflexiona, estudia y propone ideas para el cambio estructural de las sociedades a partir del estudio de cada coyuntura histórica, nunca en abstracto, ni desde el inmovilismo cognitivo.

Marx fue un hombre de su tiempo histórico. Como pocos comprendió el impacto del desarrollo científico y tecnológico en el modo de producción capitalista. Carlos Marx fue un enamorado de las posibilidades que encerraban la primera y segunda revolución industrial para romper las profundas y estructurales desigualdades acumuladas por siglos. Por ello interpretó de manera acertada el impacto de la relación del trabajo colectivo de los obreros industriales y fabriles alrededor de las máquinas y las innovaciones, en los procesos de producción de mercancías. Construyó una interpretación única y singular respecto a la conciencia de esa clase social, constituida en el corazón del modo de producción, a la cuál caracterizó como el motor de la nueva historia de la lucha de clases y de las posibilidades de construcción de la vida colectiva del común, el socialismo.

Marx construyó una teoría que hemos denominado marxismo, no como un nuevo relato teológico, sino como un método para actualizar de manera permanente el presente y el devenir de las luchas. Karl, el gigante revolucionario no podía prever –ni era su tarea histórica- que precisamente el desarrollo tecnológico que ocurriría 150 años después de la elaboración del Manifiesto Comunista (1848) conocería una tercera y cuarta revolución industrial (1960-2019/ 2020- ) que ahora no tan solo deja de agrupar a los trabajadores en fábricas para la producción de mercancías, sino que comienza a expulsarlos de ellas, impactando la idea de lo colectivo en la producción, reconfigurando también el papel de otras clases sociales consideradas en algún momento subalternas al proyecto socialista.

El problema es que la reflexión sobre estas dinámicas es muy precaria aún en América Latina y el Caribe y ahora, para colmo, se nos anuncian las consecuencias inmediatas de la primera ola del desembarco (década de los ´20 del siglo XXI) de una cuarta revolución industrial (fábricas 4.0, expulsión en masa de amplios sectores de la clase obrera de las fábricas, crisis humanitaria laboral en los países altamente industrializados, ALC como simple campo de extractivismo de materias primas de viejo y nuevo cuño), así como de la llamada era de la singularidad (fusión de tecnología con vida humana), en medio de una crisis ecológica planetaria sin precedentes.

¿Cuál es el impacto de estas nuevas realidades en el plano teórico general del socialismo, en las organizaciones revolucionarias y en el propio programa de acción de las luchas socialistas? Sobre esto seguiremos escribiendo, como simples secretarios de múltiples voces que reclaman un espacio y una agenda emergente para mantener viva y con posibilidades de disputa del poder la idea socialista por parte de quienes vivimos del trabajo en el siglo XXI.

*Fuente: https://luisbonillamolina.wordpress.com/2018/12/04/los-marxistas-en-su-laberinto-del-siglo-xxi/

*Fuente de la imagen: https://www.merca2.es/lecciones-cuarta-revolucion-industrial/

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Comunicado: Una hora estelar para las Ciencias Sociales del Caribe.

Por: Luis Bonilla Molina

A continuación reproducimos el comunicado que emitiera el 26 de octubre de 2018 el Dr. Luis Bonilla-Molina, candidato a la Secretaría Ejecutiva del Consejo Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales (CLACSO) al portal “Otras Voces en Educación” (http://www.otrasvoceseneducacion.org ) con motivo de la situación de las Ciencias Sociales en el Caribe en el marco de su candidatura a la Secretaría Ejecutiva del Consejo Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales (CLACSO)

El Caribe es un espacio humano, cultural y geográfico de una enorme tradición en materia de resistencias a todas las formas de opresión, dominación, discriminación colonial y neocolonial. El Caribe ha sido un territorio donde las tareas descoloniales adquieren especial relevancia y dentro de esta labor, las ciencias sociales y el pensamiento crítico agrupado en CLACSO juegan un papel de primer orden. Por ello, ante la pregunta de cómo construir una agenda de trabajo desde la Secretaría Ejecutiva en el Caribe a partir del inicio de mi mandato, he señalado que:

Es importante fortalecer las iniciativas de desarrollo de las ciencias sociales en la región. Por ello nos hemos comprometido a poner en marcha una oficina de trabajo en el Caribe que permita construir con los y las investigadores e investigadoras de la región una agenda de trabajo para el periodo 2019-2021. Esta oficina se pondrá en marcha con un porcentaje de los ingresos propios que se generan en CLACSO;

Abriremos desde el primer día de nuestra gestión una consulta con las y los investigadoras e investigadores de la región y quienes laboran en los GT alrededor del tema del Caribe, para determinar los temas prioritarios a incluirse en los seminarios virtuales que realiza el CLACSO. La idea es que la formación que en este campo se desarrolle contribuya de una manera más potente a la agenda de las ciencias sociales del Caribe. La formación virtual que realiza CLACSO tendrá desde el año 2019 un segmento definido y específico sobre el Caribe.

El informe de la UNESCO sobre Ciencia 2015-2030 evidencia la brecha existente en América Latina, pero muy especialmente en el Caribe en materia de conectividad, acceso a la tecnología y posibilidades de desarrollo de las ciencias sociales en el marco del desembarco de la cuarta revolución industrial. Por ello consideramos fundamental desarrollar un conjunto de iniciativas desde CLACSO que permitan no solo visibilizar esta situación, sino allanar el camino para otras formas que permitan revertir en el corto y mediano plazo esta situación en el campo de las ciencias sociales;

Es hora que los encuentros de reflexión y pensamiento crítico sobre el Caribe se diseñen, coordinen y realicen en el Caribe con el decidido apoyo de la Secretaría Ejecutiva de CLACSO. Nos proponemos construir con las y los directoras(es) de centros miembros, los y las investigadores asociados en los GT que abordan las temáticas asociadas y, las(os) referentes investigativos(as) del Caribe una ruta de eventos que permitan colocar en la agenda pública los resultados de las investigaciones que se realizan;

La Escuela Internacional de jóvenes investigadores e investigadoras en Ciencias Sociales que pondremos en marcha en nuestra gestión, contará con una matrícula del 25% de participantes del Caribe (tanto profesores como estudiantes) como un mecanismo que permita incidir positivamente en la formación de la nueva generación estudiosa de las ciencias sociales de esta importante región;

Junto con la oficina CLACSO del Caribe diseñaremos un plan de Becas para jóvenes investigadoras(es) caribeños teniendo como países prioritarios a Cuba, Haití, República Dominicana, Puerto Rico, Santa Lucía, Trinidad y Tobago.

Garantizamos que sostendremos el apoyo de CLACSO a Cuba, Haití y Puerto Rico en materia de exoneración de pago de cuota de membresía, apoyo logístico para viaje a Asamblea de CLACSO, exoneraciones de pago de cursos virtuales y toda y cada una de las iniciativas que en esta materia se han adelantado como expresión de la solidaridad y el acompañamiento a esta sub región para el desarrollo de la Ciencias Sociales y el pensamiento crítico. Esto de manera alguna limita el desarrollo de nuevas iniciativas de acompañamiento y apoyo para profundizar el trabajo que allí se viene realizando;

En esta etapa, profundizaremos la relación México, Caribe y Secretaria Ejecutiva para el impulso de las ciencias sociales en esta región, hemos propuesto propiciar un cercamiento con la cooperación asiática, especialmente con fondos de la Asociación Estratégica China regional para apoyar investigaciones del Gran Caribe y contribuir a la formación de una nueva generación de jóvenes investigadores en ciencias sociales;
Consideramos importante retomar nuestra relación con los organismos multilaterales para acceder a fondos de investigación y/o formación que puedan desarrollarse en toda América Latina, pero muy especialmente en el Caribe.

Finalmente subrayo, que la consulta sigue abierta para construir juntos y juntas una agenda de transformaciones para el CLACSO DEL SIGLO XXI

México, 26 de Octubre de 2018.

Luis Bonilla-Molina, Candidato a la Secretaria Ejecutiva del CLACSO

Fuente: https://luisbonillacandidaturaclacso.wordpress.com/sobre-luis-bonilla/

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Colombia Resiste al modelo neoliberal de neo privatización en el siglo XXI

Por: Luis Bonilla-Molina

A continuación reproducimos el comunicado que emitiera el 23 de octubre de 2018 el Dr. Luis Bonilla-Molina, candidato a la Secretaría Ejecutiva del Consejo Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales (CLACSO) con motivo del paro de las universidades públicas, el paro de los docentes de primaria y bachillerato convocado por FECODE y la huelga de hambre que sostienen importantes figuras de la educación colombiana.

Colombia vive con especial intensidad la aplicación de la agenda neoliberal privatizadora de nuevo signo que recorre el continente y el mundo.  La mutación del modo de producción capitalista como resultado de las aceleradas innovaciones tecnológicas que anuncian el desembarco de la cuarta revolución industrial ha hecho que el mundo del capital construya una perspectiva deshumanizada de los procesos sociales y una nueva manera de entender tanto la educación como la formación profesional.  La despedagogización del hecho educativo es solo la punta del iceberg de los intentos del gran capital y los gobiernos neoliberales por destruir la escuela pública que conocimos en los últimos dos siglos.

La actual lucha que libran las comunidades académicas colombianas, conformadas por docentes, estudiantes, investigadoras(es), personal administrativo de las universidades públicas, en esta oportunidad acompañados de amplias franjas de la población, la están dando por la defensa de la educación pública en general y de la universitaria en particular. Los universitarios y universitarias colombianas parten de la denuncia respecto a las nefastas consecuencias que acarrean las reducciones de presupuesto impuestas por los anteriores gobiernos, lo cual continúa con la actual administración.  Las universidades colombianas están desfinanciadas en aproximadamente tres billones y medio de pesos en materia de nómina y gastos de funcionamiento, y aproximadamente en 17 millones de pesos en infraestructura. Es decir, las universidades públicas de Colombia carecen de infraestructuras adecuadas para que se pueda desarrollar con las mínimas condiciones el ejercicio pedagógico y educativo en general. El caso de la Universidad Nacional es dramático con infraestructuras de los años treinta del siglo XX, que no tienen las condiciones mínimas ni siquiera anti sísmicas, entre otras importantes carencias que hoy se le exigen a cualquier construcción educativa moderna.

Esta lucha presupuestal del profesorado universitario colombiano, el magisterio y los estudiantes de ese país, tiene unas dimensiones muy importantes de crítica a la estructura y organización del presupuesto público en Colombia.  Mientras se desfinancia la educación pública en ese país, a pesar que las aspiraciones sociales de cobertura están aumentando y que cada vez las universidades públicas reciben más solicitudes de estudiantes para ingresar, el presupuesto público se reorienta a otras agendas como la bélica.

Sólo la Universidad Nacional, recibe dos veces al año solicitudes de más de 70000 bachilleres pero solo puede admitir el 10%, es decir, 7000, lo cual implica una exclusión del 90% de la población juvenil en edad para la prosecución universitaria, ello gracias a la desfinanciación en materia educativa. Esto adquiere niveles dramáticos de crisis educativa si tomamos en cuenta que el 70% de los jóvenes de Colombia van a la universidad pública, es decir, es mayor el número de estudiantes de la pública respecto a la privada.  Mientras esto ocurre los gobiernos neoliberales destinan la mayor porción del presupuesto a la industria de la guerra, el pago de la deuda externa -cuyo origen y uso, es decir su legitimidad es cuestionada por amplios sectores- , y para definiciones de extractivismo, es decir minería e hidrocarburos, mientras la universidad pública es arrinconada reduciéndosele de manera significativa su presupuesto.

En los últimos tiempos una parte importante de la política de financiamiento universitario se destina al llamado “subsidio a la demanda”, donde pagan becas a jóvenes pobres pero no incrementan el presupuesto universitario para infraestructura, funcionamiento ni nómina. Hoy la flexibilización laboral del personal docente universitario está a la hora del día, donde muchos solo acceden a “contratos temporales” de dos a cuatro meses, rompiendo la carrera profesional.  Pareciera que crean las condiciones para financiar formas alternativas de formación a las hasta ahora conocidas del sector universitario.  Es una política de complementar mercados, definidos en los estándares de formación de la óptica neoliberal.

Esto se extiende a las iniciativas para interferir en la formación mediante la disputa por el tipo de currículos, con la intención de apropiación y determinación respecto del conocimiento que está circulando en las universidades y es un hecho que el neoliberalismo ha venido tomando la orientación curricular.  La formación que se está implementando desde el Bachillerato es fundamentalmente en el plano de las competencias en el mundo del trabajo y no en formación integral de la personalidad, mucho menos en materia de construcción de ciudadanía crítica. A ello se le adiciona que los colegios de bachillerato se están articulando con los SENA que son los Instituto Tecnológicos que forman para que salgan rápidamente al mundo del trabajo que requiere el modo de producción en manos del gran capital, que tienen como rasgo distinto que el trabajo es pagado con salarios precarios, mientras se profundiza la desfinanciación de las universidades públicas.

Adicionalmente al hecho que no se le dan recursos a las universidades públicas, se están modificando las legislaciones y creando las condiciones institucionales para permitir abrirlas a la inversión directa del capital privado por la vía de asociaciones públicas, donde el diseño que se presenta es que a futuro, en la medida que los inversionistas privados empiezan a actuar en las universidades públicas, es decir a hacer inversiones, también entren a los consejos de dirección de las casas de estudios superiores, ya no solo para definir la administración de las inversiones sino para opinar y decidir sobre temas del currículo, los procesos pedagógicos y el pensamiento.  Es decir, se está construyendo una transición a una especie de universo pedagógico corporativo.  Por ello, esta lucha de las universidades públicas colombianas que se inicia por temas de agenda presupuestaria, es cada día más una crítica al modelo neoliberal para el sector universitario, a la neo privatización y la apropiación de los contenidos por parte del capital privado.

Tales circunstancias han llevado a que académicos de una solvencia moral como Adolfo Atehortúa Cruz,  Ex Rector de la Universidad Pedagógica Nacional, hayan cumplido hasta el día de hoy una huelga de hambre en apoyo a esta justa lucha.  Atehortúa es un académico de 61 años y su condición se deterioró aceleradamente.  Otros docentes se mantienen en huelga de hambre y se anuncian incorporaciones a esta lucha si no se abre un amplio debate nacional al respecto.

Lo que ocurre en Colombia es la muestra evidente y contundente de las consecuencias de la agenda neoliberal para la educación pública, gratuita, popular y de calidad en América Latina y el Caribe.  Resistir en Colombia es resistir en toda nuestra región.  Además en este caso, a pesar de firmarse recientemente el llamado acuerdo de paz y de entrar la sociedad colombiana a la etapa de “post conflicto” el gobierno de este país le otorga más recursos presupuestarios a la guerra (Ministerio de Defensa) que a la educación pública.

Finalmente hoy, martes 23 de octubre la Federación Colombiana de Educadores (FECODE) inicia un paro docente y movilizaciones por 24 horas que cierran el círculo de resistencias antineoliberales respecto a lo que implican sus políticas para la educación pública.

Como Candidato a la Secretaría Ejecutiva del CLACSO expreso mi solidaridad activa con la lucha de mis hermanas y hermanos docentes colombianos y colombianas, con los cuales desde los ochenta del siglo pasado, aprendí que una y un docente que lucha, es un y una maestra(o) que enseña a vivir en justicia, libertad y con dignidad.

Bogotá, 23 de Octubre de 2018.

Luis Bonilla-Molina, Candidato a la Secretaria Ejecutiva del CLACSO

 Si deseas hacer llegar inquietudes, preguntas u comentarios sobre este post o con temas que consideras relevantes de ser abordados en nuestro Plan de Trabajo, no dejes de escribirnos en el formulario de contacto que hemos habilitado en el enlace Contacto de la página https://luisbonillacandidaturaclacso.wordpress. 

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