Las cifras oficiales muestran que la deserción fue menor a la esperada por cuenta del coronavirus, pero las historias, detrás de las estadísticas, muestran otra realidad.
Mathyius Joel García es un estudiante de 20 años que cursaba cuarto semestre del técnico de producción y televisión en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid de Medellín, y por los cambios de la virtualidad que llegaron con el coronavirus, decidió abandonar. “Cuando llegó la pandemia hubo muchas falencias mientras los profesores se adaptaban al sistema digital. La educación, diría, empeoró. Sentí que estaba perdiendo el tiempo”.
La decepción de García con el sistema es anterior a la pandemia, y aunque tenía la idea de retomar en el segundo semestre de 2020, se retiró definitivamente. “La práctica es lo más importante y desde la casa todo es teórico, porque no está el docente que te acompaña y te explica cuando estás haciendo algo mal”.
La generación en suspenso
El coronavirus es uno de los más grandes retos para los jóvenes de Colombia. La pandemia, que el Gobierno tuvo que enfrentar con estrictas medidas de aislamiento, hizo que algunos abandonaran sus estudios o los aplazaran. Las previsiones del Ministerio de Educación, con base en una encuesta realizada a 233 instituciones de educación superior (IES), fueron más optimistas de lo esperado, pues el 70% de las entidades públicas no perciben una disminución en sus matrículas de pregrado. Sin embargo, una cosa muestran las encuestas y otra muy distinta, la vida de los estudiantes.
A diferencia de Mathyius, Miriam Granda, de 24 años, se vio en la obligación de dejar los estudios en la Escuela de Gastronomía de Medellín porque ya no tenía cómo sostenerse. Cuando en marzo empezó el aislamiento obligatorio, se quedó sin trabajo, pero por algunas semanas continuó con las clases virtuales. En su casa no tiene internet, pero su hermana o una vecina le ayudaban a conectarse.
¿Qué opinan los estudiantes de la educación en pandemia?
“Uno pone todo de sí, pero después las metas se derrumban de un momento a otro. Es complicado”, dice Miriam con la voz entrecortada porque dejó en espera su sueño de ser panadera, repostera y pastelera. Tuvo que encontrar otra fuente de ingresos para pagar las cuentas y la comida de su hija de dos años, con quien vive sola en el municipio de Girardota, a tan solo media hora de Medellín. “La mayoría de mis compañeros se salieron porque nos aumentaron el costo de la matrícula, y a varios no nos daba el presupuesto”.
Como Miriam hay más estudiantes y así lo reflejan los datos del Ministerio de Educación, según el cual, las IES privadas vieron una disminución en sus matrículas en el segundo semestre de este año. El 13% de las que respondieron la encuesta, vieron una reducción por encima del 30%, mientras que el 30% restante contestaron que fue inferior al 10%.
Francisco Javier Vargas, de 22 años, estudiante de administración de empresas de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, es parte de las estadísticas. Aplazó el séptimo semestre de su carrera por falta de motivación y por el altísimo precio de la matrícula. “Yo hago parte de muchos grupos culturales de la universidad, trato de sacarle el mayor provecho, al enterarme del poco porcentaje que redujeron la matrícula de todas las carreras hablé con mi familia y tomamos la decisión de retirarme”.
Después de un semestre trabajando desde su casa y fuera de los estudios, espera reintegrarse a la universidad en el primer semestre de 2021, con la esperanza de que podrá asistir, por lo menos una vez a la semana, a las instalaciones. “Día tras día, conectarse al mismo computador durante horas, es desgastante. Hace falta cambiar de salón, de ambiente, tener a alguien que te explique cuando no entiendes. Te desmotiva mucho esta situación. Siento que yo ya estudiaba más por cumplir que por aprender”, dice Vargas, refiriéndose al primer semestre de este año, cuando todas las universidades tuvieron que idear alternativas de enseñanza.
Pero en algunas partes del país, no se trata solamente de las difíciles condiciones de la virtualidad y su frío relacionamiento con los estudiantes, se trata de que no hay plata con qué pagar. Carlos Jhair Murillo, de 26 años, estudia ingeniería de sistemas en la Fundación Universitaria Claretiana (FUCLA) en Quibdó, Chocó. No es la primera vez que tiene que aplazar un semestre porque el dinero no alcanza para llegar a fin de mes. “Tenía la esperanza de continuar, pero nuevamente volvió lo mismo, la parte económica. La pandemia tuvo mucha influencia”.
Carlos vive con su pareja, con quien se casó en 2019, y aún le quedan siete semestres por cursar. Su meta es regresar el próximo año, aunque todavía no tiene claro cómo financiará la matrícula. Intentó solicitar un crédito del Icetex, pero “es muy complicado, entonces no ha pasado nada con eso”. Su voz cambia inmediatamente ante la idea de volver a clases, se ilusiona. “Me siento contento porque es algo que quiero y estoy muy motivado. Quisiera que el tiempo pasara rápido, estudiar de una vez”.
Por el contrario, María Alejandra Chalapud Romo, joven pastusa de 25 años y madre de un niño de tres años y medio, no tiene claro cuándo regresará a las clases en el Instituto Comfamiliar de Nariño, donde hacía un técnico de peluquería. No puede estudiar virtualmente porque no tiene computador y, desempleada, se mudó a una zona rural para disminuir sus gastos, no tiene internet. “Al ser un curso práctico, además, me parecía que no tenía sentido estudiarlo por en el modelo virtual. No veía cómo iba a aprender”.
Dos universidades colombianas en el top 10 de Latinoamérica
Hoy, Chalapud Romo está en Pasto, viviendo con su mamá y su hermana. Le urge volver a clase, pues reconoce la estabilidad que el título podría darle. “Esos son los momentos en que pienso ‘¿por qué no he hecho nada con mi vida?’. Lo digo porque si hubiera estudiado, tendría un trabajo, ya sea virtual, presencial, medio tiempo, pero nada”.
La historia se repite por todo el país, jóvenes que por cuenta de la pandemia no pudieron o no quisieron continuar estudiando. El éxodo de los estudiantes preocupa, ¿qué pasará con esta generación en pausa?
La pandemia covid-19 ha forzado a millones de hogares a escoger quién debe dejar el trabajo remunerado para cuidar de los más pequeños en el hogar, afectando la participación de la mujer en la fuerza laboral.
En los hogares de todo el mundo son predominantemente las mujeres, a menudo con menos sueldo y menos seguridad laboral que los hombres, las que están sacrificando sus empleos y carreras ante la covid-19, expuso este lunes 30 un reporte de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
La pandemia golpea con más fuerza las oportunidades de trabajo de la mujer, una vez que las familias toman decisiones difíciles sobre quién mantiene su trabajo remunerado y quién lo deja, para proporcionar el cuidado sin remuneración que se necesita en el hogar.
Según datos de 55 países de ingresos altos y medios, 29,4 millones de mujeres mayores de 25 años perdieron sus empleos entre el cuarto trimestre de 2019 y el segundo trimestre de 2020.
Un número ligeramente menor de hombres (29,2 millones) perdió el suyo, pero como había muchas menos mujeres en la fuerza de trabajo, la pérdida proporcional de las mujeres es mayor, y a finales del segundo trimestre de 2020 había 1,7 veces más mujeres que hombres fuera de la fuerza laboral en esos 55 países.
La misma proporción era de 2,1 veces en América Latina, una región muy afectada por las consecuencias económicas de la covid, y donde el número de mujeres fuera de la fuerza de trabajo aumentó a 83 millones, frente a 66 millones antes de la pandemia.
En comparación, el número de hombres fuera de la fuerza de trabajo llegó a 40 millones, frente a 26 millones antes de la pandemia.
Un estudio previo de la OIT mostró que la participación global de las mujeres entre 25 y 54 años en la fuerza laboral era de 51,6 por ciento versus 94,6 por ciento de hombres, con marcadas diferencias entre regiones y con porcentajes femeninos más bajos a medida que los hogares son más numerosos y con hijos menores de seis años.
En Europa, América del Norte y África al sur del Sahara trabajan más de 77 por ciento de las mujeres en ese rango de edad, mientras solo 29 por ciento de Asia occidental y Norte de África, 72 por ciento en Asia sudoriental y 64,5 por ciento en América Latina y el Caribe.
Asimismo, 80 por ciento de mujeres y 90 por ciento de hombres trabajan cuando el hogar es de una sola persona, pero la brecha se ensancha a medida que aumenta el número de integrantes en el hogar y hay niños menores de seis años, hasta una cifra global promedio de 93,3 por ciento de hombres y 41,1 por ciento de mujeres.
Las mujeres también constituyen el grueso de los trabajadores del sector de los cuidados esenciales, incluido el 70 por ciento de los trabajadores de la salud.
En el pico de cierres relacionados con la actual pandemia, 1700 millones de estudiantes se vieron afectados por el cierre de escuelas –todavía afectan a 224 millones-, y muchos han regresado a las aulas pero a través de modelos remotos o híbridos que les ocupan en el hogar, donde requieren de supervisión.
Esa situación incrementó las cargas domésticas de las mujeres en detrimento de su condición laboral, y por ejemplo en Estados Unidos una de cada cuatro mujeres que perdieron su trabajo durante la pandemia dijo que fue por necesidad de cuidado de los niños, el doble que entre los hombres.
En Brasil, Chile, Costa Rica y México, las mujeres con hijos que viven en pareja han experimentado descensos más pronunciados que los hombres en la participación en la fuerza de trabajo, relacionados con la pandemia, y más aún en el caso de las mujeres que viven con niños menores de 6 años.
En Colombia, las mujeres con empleo pasaron de 9,2 a 6,7 millones, una caída de 28 por ciento, dijo por su parte María Eugenia Pérez, presidenta de la Asociación Colombiana de Cooperativas.
La OIT reconoce que muchos gobiernos han tratado de reducir las cargas adicionales del trabajo de cuidado no remunerado con subsidios especiales, y que muchos empleadores ofrecen modalidades de trabajo flexibles, que pueden favorecer el equilibrio entre el trabajo y la vida privada.
Entre sus recomendaciones, la OIT insistió en más inversiones en la economía del cuidado, para crear empleos y fortalecer los tan necesitados sistemas de salud, con mejores condiciones para los trabajadores del sector y otros esenciales.
Pidió más acceso a servicios de atención asequibles para los niños, las personas de edad y las que están enfermas o con discapacidades, y disposiciones más inclusivas sobre la licencia por enfermedad remunerada.
También abogó por la disponibilidad de acuerdos de trabajo favorables a la familia, incluido el teletrabajo, horarios flexibles de inicio y finalización, bancos de tiempo y la posibilidad de trabajar semanas condensadas.
Agregó la promoción de la participación de la mujer en puestos de dirección y liderazgo, y la construcción de ambientes de trabajo libres de violencia y acoso.
Aunque los países inician con gradualidad el regreso a clases, los consultados sostienen que en el mundo se deben seguir explorando caminos en la virtualidad.
Superar la inequidad, mejorar la conectividad y garantizar la protección del estudiante en los espacios educativos son algunas de las conclusiones que resultan de la Encuesta Global de Aprendices realizada por Pearson, compañía dedicada a la educación a nivel mundial, con presencia en 70 países.
Este proceso se realizó en agosto pasado y consultó a 23 mil ciudadanos en el mundo, sin muestra en Colombia, aunque de acuerdo con los consultados, los desafíos planteados son globales en este sector de la sociedad.
Sobre las conclusiones, Sebastián Rodríguez, director para Hispanoamérica de Pearson, dijo que la encuesta plantea que la educación, sobre todo en los niveles primarios deberán “tener muchos más apoyos tecnológicos que los que tenían en la prepandemia”.
Con esto coincide Wilson Bolívar, decano de la facultad de Educación de la Universidad de Antioquia, quien asegura que entre los retos que tiene la educación para el próximo año y para el futuro en general, se debe mejorar el acceso a recursos y tecnologías digitales.
“Mejorar las condiciones de las familias para la adquisición de dispositivos tecnológicos y el acceso a Internet como un derecho básico” es fundamental para Bolívar, pues si bien es clave la presencialidad en las instituciones como espacios para la socialización y las interacciones, “también es un llamado a dotar de las condiciones necesarias para que los estudiantes tengas acceso a las condiciones que les permitan complementar sus procesos formativos”, sostiene el docente.
Para José Escamilla, director de Innovación Educativa del TEC de Monterrey, México, lo claro es que el próximo año se mantendrán algunos cierres parciales e intermitencias o, como lo llaman en Colombia, alternancias entre lo virtual y presencial.
“Más que un regreso a la normalidad, en materia educativa deberemos reinventar muchas de las cosas que hacíamos, porque las organizaciones de salud avizoran que llegarán más emergencias, como desastres naturales, pandemias… y la educación debe ser más resiliente”, plantea el analista.
¿Equidad?
Según Rodríguez, la encuesta reflejó que el uso de la tecnología no es equitativo y depende de la ubicación espacial o social de las familias.
“No todos tienen acceso a tecnología o a poder pagar una conectividad. Entonces la tecnología es un arma de doble filo, porque puede generar más desigualdad si no se aplica de modo equitativo”, en el entendido de que en países de ingresos medios o bajos aún hay regiones que no tienen ni siquiera una conexión mínima a internet.
Frente a esto, Bolívar sostiene que hay otra mirada social, que en ocasiones pareciera que no se tiene en cuenta: “Debemos fortalecer una educación inclusiva plural y diversa que atienda las particulares de nuestras poblaciones con sus diferencias”.
Los alumnos a partir de 16 años con circunstancias especiales como enfermedades, embarazos, acoso escolar e inmigrantes recién llegados, entre otros, podrán acceder a los centros de Educación para Adultos, según la reforma educativa del Gobierno, la Lomloe o ley Celaá.
En la actualidad, solo pueden estudiar en estas enseñanzas donde lograr, por ejemplo, el título de Secundaria (ESO), los mayores de 18 años y, en el caso de menores (16 y 17 años), si tienen un contrato de trabajo o son deportistas de alto nivel. Ahora se da un paso más dando respuesta a una demanda que llevan tiempo solicitando algunos profesores, destaca a Efe el cofundador de la Comunidad de Docentes de Educación de Personas Adultas y vocal de la Asociación de Directores de Enseñanza de Adultos de la Comunidad Autónoma de Madrid (Adeacam), Diego Redondo.
En el proyecto de la Lomloe se ha incluido el siguiente redactado: “Las administraciones educativas podrán autorizar excepcionalmente el acceso a estas enseñanzas a los y las mayores de dieciséis años, en los que concurran circunstancias que les impidan acudir a centros educativos ordinarios y que estén debidamente acreditadas y reguladas, y a quienes no hubieran estado escolarizados en el sistema educativo español”. “Esto es muy positivo”, afirma Redondo, pues además de las circunstancias especiales antes citadas “también se cubre otro de los grandes vacíos” del sistema educativo al permitir acceder a quienes no han estado escolarizados en España, como los inmigrantes recién llegados y que con 17 años tienen que esperar en mucho casos un año para poder estudiar. Para todo ello pide que se dote de más profesorado especializado a los centros para “atender correctamente a este alumnado”.
En la tramitación de la Lomloe, Redondo señala que “a título personal” algunos docentes consiguieron hablar con grupos parlamentarios para hacerles llegar sus propuestas al igual que desde Adeacam. “Esperamos que, en el futuro, para la elaboración del nuevo currículum se nos tenga en consideración y se reúnan con nuestro colectivo”, confía.
Sobre que en los artículos relativos a la Educación de Adultos la nueva ley quiera potenciar el desempeño de iniciativas empresariales entre su alumnado, Redondo no lo ve “imprescindible”. “Lo que sí es necesario es un nuevo currículum adaptado a la población adulta que tenga en consideración la mochila de conocimientos previos de cada alumno y se centre más en las competencias”, argumenta.
En la tramitación de la Lomloe, Redondo señala que «a título personal» algunos docentes consiguieron hablar con grupos parlamentarios para hacerles llegar sus propuestas al igual que desde Adeacam
En la nueva ley está previsto que se facilite al alumnado adulto el acceso a la Educación a distancia y se elaboren materiales didácticos específicos en soporte electrónico, lo que valora Redondo. Aunque expresa “algunas dudas” si no se acompaña de recursos económicos o va en detrimento de la Educación presencial.
Otro artículo fija que “los poderes públicos impulsarán el desarrollo de formas de enseñanza que resulten de la aplicación preferente de las tecnologías digitales a la Educación”. Redondo recuerda que hay alumnos de 18 años pero también de 60, 70 u 80 años. “El uso de las TIC son una dificultad para los más adultos, aunque en los más jóvenes se detecta una competencia digital muy baja”, alerta este experto, que expresa su preocupación sobre que muchos alumnos no tengan los dispositivos y conectividad necesarios para la enseñanza no presencial o a distancia. Un tema que se agrava al ver que el perfil del alumnado es, principalmente, de nivel socioeconómico bajo y muchos no trabajan o tienen cargas familiares.
Impulsar el uso preferente de las tecnologías digitales debería llevar consigo becas y ayudas al alumnado, que “actualmente no existe para estas enseñanzas”, recalca. Redondo subraya que, como ninguna Administración se ha lanzado a ello, la Comunidad de Docentes de Educación de Personas Adultas ha organizado el primer Congreso Estatal de Educación de Personas Adultas, que se celebrará virtualmente el 23 de enero. Inicialmente ofertaron 100 plazas pero la demanda se ha visto desbordada y ya son cerca de 700 las solicitudes de inscripción (www.congresoepa.es) para un evento gratuito, “organizado por docentes para docentes, visibilizando una de las grandes olvidadas del sistema educativo, la Educación de Personas Adultas”, añade.
Alrededor de 45 trabajadores de una escuela de la enseñanza especial apoyan la huelga y exigen mejoras al grupo Kedleston.
Trabajadores de Leaways School, una escuela especial independiente en Hackney dirigida por el Grupo Kedleston, al este de Londres (Reino Unido), cumplen cinco días en huelga en demanda de mejoras de sus salarios y de las condiciones para formar a los educandos.
De acuerdo con el Sindicato Nacional de Educación (NEU), unos 45 empleados participan en la protesta y exigen que se coloquen más recursos en función del apoyo especializado a los estudiantes en ese centro doncente, que pertenece a la educación especial y al que asisten más de 80 estudiantes de Hackney y distritos vecinos.
La escuela, concebida para atender a niños y jóvenes con diagnóstico de autismo, trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y necesidades de salud social, emocional y mental (SEMH), carece de espacio exterior y ello dificulta el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Los huelguistas exigen asesoramiento para llevar adelante su trabajo y que se conformen clases más pequeñas, todas con un asistente de enseñanza adjunto. Además, demandan tener paridad de salario con el personal de las escuelas públicas y contar con una paga por enfermedad adecuada.
Leaways es parte de un conglomerado de escuelas pertenecientes al grupo privado Kedleston, que administra 13 escuelas y está registrado en Jersey, un paraíso fiscal.
De acuerdo con un representante sindical, Jamie Duff, Kedleston facturó más de 32 millones de libras esterlinas (cerca de 43 millones de dólares) durante 2019, por lo que, a juicio del Sindicato, podrían igualar el salario y mejorar las condiciones laborales.
Asimismo, se estima que, por cada niño matriculado en una escuela como esta, el gobierno local de Hackney y otros condados pagarían al año entre 55.000 y 65.000 libras esterlinas (entre 73.790 y 87.210 dólares), fondo que podría destinarse a insertar a estos estudiantes en otras escuelas y proporcionar condiciones decentes al centro escolar.
Nemonte Nenquimo, una mujer waorani de 35 años, lideró el proceso legal que suspendió la explotación petrolera que amenazaba a su comunidad. Por esa victoria, ha sido reconocida como una de las activistas por los derechos indígenas más importantes del mundo. Su lucha es difícil y su figura divide incluso a activistas y líderes indígenas. Sin embargo, su risa cautiva a todos.
Nenquimo es una de las seis ganadoras del premio Goldman 2020. En septiembre fue reconocida por TIME como una de las 100 personas más influyentes del mundo y el 24 de noviembre, la BBC la incluyó en su lista de las 100 mujeres inspiradoras e influyentes en el mundo.
Si la esperanza pudiera reírse, sonaría como la risa de Nemonte Nenquimo. Ya sea a través de la pantalla de un computador o el parlante de un teléfono celular, el fuerte sonido de su carcajada parece una invitación de amistad imposible de ignorar, así como su lucha por la Amazonía. Nemonte Nenquimo, una mujer indígena waorani de 35 años, ha encabezado la protesta de su gente para que el Estado ecuatoriano respete los territorios y los derechos de las nacionalidades indígenas amazónicas.
En 2016 creó la Alianza Ceibo para atender las necesidades de comunidades a’i kofan, siona, siekopai y waorani. En 2019 encabezó la demanda que suspendió el proyecto de explotación petrolera del bloque 22 en la provincia de Pastaza, un foco de biodiversidad, que a la vez es fuente de petróleo. Esa es la defensa territorial a la que se ha avocado Nemonte Nenquimo, nombre melódico como una sonaja. La victoria legal que obtuvo podría sentar un precedente sobre la explotación petrolera en la Amazonía ecuatoriana y ha conquistado la atención del mundo entero.
Una lideresa de renombre internacional
A Nemonte Nenquimo acaban de darle el premio Goldman: el mayor reconocimiento ambiental que se entrega a nivel mundial. Antes que ella, lo recibieron personajes como: Alberto Curamil, Luis Jorge Rivera, Berta Cáceres, Ruth Buendía y Francia Márquez.
Nemonte Nenquimo, lideresa Waorani de la Amazonía ecuatoriana, con su hija Daime. Foto: Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines.
Curamil lo recibió en 2019 por dirigir a su comunidad mapuche en la detención de la construcción de dos proyectos hidroeléctricos en el sagrado río Cautín de Chile. A Márquez le fue entregado en 2018 por organizar a las mujeres afrocolombianas de La Toma y detener la extracción ilegal de oro en sus tierras ancestrales. En 2016, Rivera lo recibió por liderar una campaña para establecer una reserva natural en el Corredor Ecológico Noreste de Puerto Rico. Cáceres fue galardonada en 2015, un año antes de su asesinato, por emprender una campaña que presionó con éxito al mayor constructor de represas del mundo para que se retirara del proyecto de Agua Zarca. Y en 2014, Buendía lo recibió por unir al pueblo Asháninka en una campaña contra las represas a gran escala en Perú.
A Nemonte Nenquimo, cuyo nombre en wao tereo, su lengua materna, significa estrella, y a quien sus amigos más cercanos llaman Nemo, le entregan el Goldman de 2020 por la defensa de su territorio —específicamente por la victoria legal para evitar la explotación de los pozos petroleros en el bloque 22 de la Amazonía ecuatoriana—. “Ese premio no es para mí, es para todos porque solita no hubiera llegado”, dice Nenquimo, moviendo sus ojos inquietos, pintados con semillas de achiote, con un español fluido y a través de una pantalla —símbolo de estos tiempos pandémicos—.
Su esposo, Mitch Anderson, un estadounidense ambientalista y director de la organización Amazon Frontlines, dice que el Goldman es una oportunidad para mostrarle al planeta la lucha de los pueblos indígenas: es la tercera vez que un activista ecuatoriano lo gana. En 1994 lo recibió Luis Macas por dirigir una lucha pacífica por los derechos indígenas y en 2008 lo recibieron Pablo Fajardo y Luis Yanza por liderar, durante décadas, el caso por daños ambientales causados por la operación petrolera de Chevron-Texaco en la Amazonía Norte del Ecuador.
Nemonte Nenquimo en su comunidad. Foto: Sophie Pinchetti, Amazon Frontlines.
Este reconocimiento ha vuelto a poner a Nemonte Nenquimo en el centro de las páginas de los medios, de los feeds de las redes sociales y de los horarios estelares de los noticieros. Hace unas semanas, el actor Leonardo DiCaprio escribió en la revista Time unos breves párrafos de por qué Nenquimo es una de las 100 personas más influyentes del mundo. En ese entonces, la lideresa indígena dijo que le llamaba la atención que el reconocimiento fuese solo para ella. “Los occidentales son egoístas y siempre reconocen solo a una persona”, dice Nenquimo, mientras deja ver el pequeño espacio entre sus dientes delanteros, por encima de su quijada en punta.
El rostro de una lucha colectiva
Abre sus ojos cafés para decir que la cultura waorani privilegia el colectivismo y ella siente que ni el Goldman, ni la presencia en la prestigiosa lista de Time, se los ha ganado ella sola. “Yo represento a millones de personas indígenas que luchamos por la naturaleza. Si me reconocen a mí, nos están reconociendo a todos”, afirma mientras reconoce lo abrumador que resulta estar en la mirada del planeta entero.
Nemonte Nenquimo asegura que le cansan las cámaras, la atención, los mensajes de WhatsApp y las llamadas. Cuando siente que ya no puede con la presión, se refugia en la naturaleza y se desconecta de todo y de todos. “Me gusta ir a donde hay cascadas. El golpe de la cascada saca el malestar y los malos pensamientos. Me ayuda a aclarar la mente, me fortalece”. Para ella, esa es su terapia: ir a la selva, pensar y respirar.
Nenquimo creció en Nemonpare, una pequeña comunidad waorani donde viven no más de 10 familias grandes, y que está a dos días de caminata de Puyo, la capital de la provincia de Pastaza. Cuando nació, los funcionarios del Registro Civil, arquetipo estatal de la cultura mestiza, no quisieron inscribirla como Nemonte. Su hermano Oswaldo —a quien todos llaman Opi— dice que le pusieron Inés “para complacer a los blancos mestizos. Un nombre de cédula”. Pero en casa siempre fue Nemonte. La tía de su papá le puso ese nombre porque al verla supo que era “como una estrella y quería que llevara su sabiduría y su cultura”, dice Opi. Para él, aunque haya personas que critiquen a su hermana por el nombre de Inés, Nemonte siempre será ‘Nemo’ porque es el espejo de su esencia interior.
Nemonte Nenquimo es presidenta de la Conconawep desde diciembre de 2018. Foto: Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines.
En Nemonpare, entre los onkos —casas triangulares de troncos y palmas entretejidas— y las trochas hacia la selva, Nemonte Nenquimo vivió su infancia y adolescencia. Le gustaba sentarse con los abuelos —pikenani en wao— y cantar. “No podía estar quieta”, recuerda entre risas su hermano Oswaldo. Era la tercera de diez hermanos, y la primera mujer de todos ellos. “Fui como una mamá. Aprendí a cuidar y proteger a mis hermanos, a mis animalitos y a la naturaleza”, dice la lideresa indígena.
A los 15 años se escapó. Sin el permiso de sus padres, se fue hasta la capital del país, Quito, para estudiar en una escuela misionera. “Quería aprender español. A esa edad era muy curiosa de saber el mundo occidental”, dice. Pronto se dio cuenta que ese mundo que algún día le llamó la atención no era lo que imaginaba. “El ambiente era triste. Mi corazón era de volver a mi familia”, recuerda con una voz que se pasea entre la culpa y la nostalgia. Tres años después de vivir en Quito, volvió a su casa.
Ahora que asumió su rol como lideresa waorani, Nemonte Nenquimo viaja por todo el mundo: San Francisco, Ginebra, Río de Janeiro, Nueva York. “Yo escuchaba que Nueva York era muy bonito y que los ecuatorianos se iban allá para hacer una vida mejor”, dice del otro lado de la videollamada. “Pero yo no vi nada mejor, la gente ahí no vive bien, no vive tranquila”, asegura. Por eso, siempre vuelve a casa. “Donde sea que me reconozcan como líder o donde sea que me vaya, nada me va a cambiar. Amo quien soy, una mujer waorani”, afirma. Cuando sale a recorrer el mundo para contar su lucha, es como si llevara consigo su casa.
Una constante lucha por la naturaleza
En 2010 se vinculó a un proyecto de la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (AMWAE) que buscaba detener el comercio de carne silvestre. En ese entonces, los indígenas waorani cazaban guantas, huanganas, pecarís, y chorongos dentro del Parque Nacional Yasuní para venderlos en el mercado de la comuna Pompeya, al pie del río Napo, al norte de la Amazonía. Las especies se estaban extinguiendo y, además, el comercio de carne silvestre podía ser profundamente problemático: tal como se comprobó con la aparición del COVID-19, la enfermedad causada por un nuevo coronavirus que salió de un mercado de venta de carne silvestre en China.
Nemonte Nenquimo después de una larga audiencia en el tribunal provincial en Pastaza, en la Amazonía ecuatoriana, abril 2019. Foto: Sophie Pinchetti, Amazon Frontlines.
Ana Puyol, exdirectora de la Fundación EcoCiencia, estuvo involucrada en la iniciativa que planteaba reemplazar la venta de carne silvestre por prácticas sustentables. Así conoció a Nemonte Nenquimo y cuando la recuerda, piensa en su carcajada. “Era como si tuviera la risa muy cerca de ella siempre”, dice Puyol. También recuerda que, aunque los diálogos sobre la carne silvestre eran difíciles, Nenquimo siempre encontraba una forma de transmitir esperanza y alegría.
Como si le hubiera contado una anécdota graciosa, Puyol se ríe cuando le pregunto cuál es su principal recuerdo de Nemonte Nenquimo. “Su risa es increíble, siempre que la pienso me la imagino con su gran sonrisa. Hasta en el día más duro, siempre nos hacía reír”. “Nemonte es una luz”, agrega.
La ganadora del Goldman 2020 recuerda los tiempos del proyecto junto a la AMWAE. Bajo la guía de la lideresa waorani Manuela Ima, las mujeres no solo lograron detener el comercio de carne silvestre sino que crearon un programa para hacer y vender artesanías y chocolates, y así ser más independientes. Nenquimo aprendió mucho de ellas.
Las Waorani cantan antes de entrar en la sala de audiencia para la lectura de la sentencia waorani en el tribunal provincial en Pastaza, en la Amazonía ecuatoriana (2019). Foto: Mitch Anderson, Amazon Frontlines.
Sin embargo, la lideresa produce afectos divididos: muchos waorani no la consideran una mujer waorani de verdad porque su mamá es sápara —otra de las 11 nacionalidades indígenas de la Amazonía ecuatoriana—.
Pero Nenquimo dice que nunca se ha sentido menos waorani. “Yo considero ser mujer wao como mi papá. No sé nada de la cultura de mi mamá. En lo más profundo soy mujer waorani”, asegura con determinación.
En 2013 empezó a trabajar en la construcción de un sistema de agua lluvia limpia para su comunidad y allí conoció a Mitch Anderson, que llevaba dos años trabajando en la Amazonía de Ecuador. Los dos tenían una lucha en común por la dignidad de los pueblos indígenas y trabajaban juntos en proyectos para apoyar a las familias y a los niños. Así, en algún punto —que ninguno de los dos recuerda con exactitud— se enamoraron y se casaron.
Sin embargo, para algunas personas del mundo indígena su relación es problemática. Manuela Ima dice que, en la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana, Nemonte Nenquimo nunca podrá ser lideresa porque “para serlo tendría que estar casada con un wao y no lo está”. Alicia Cahuiya, otra lideresa waorani, dice que muchos en su comunidad no están de acuerdo con que una lideresa waorani esté con un “gringo”.
“Mi pareja respeta mi cultura y mis decisiones. Es alguien que tiene mucho respeto, mucho valor, y siempre está conmigo trabajando para proteger el territorio waorani”, asegura Nenquimo. Oswaldo, su hermano, se ríe y recuerda que cuando lo conocieron, pensaron:“¿Gringo aprenderá a vivir en la selva?”. Para responder esa pregunta lo llevaron a cazar con un machete y una escopeta. Regresaron 15 horas después con varios animales y Anderson les demostró por qué ‘Nemo’ se había enamorado de él —era diferente—.
Nemonte Nenquimo en casa preparándose para ir a pescar, comunidad de Nemonpare, Pastaza, Amazonía ecuatoriana. Foto: Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines.
En mayo de 2015, nació Daime Omere Anderson Nenquimo, la hija de la pareja. Daime significa arcoiris en wao tereo. Su llegada se convirtió en otra razón para que su madre insistiera en la protección de su territorio y su cultura. Quiere dejarles a sus hijos un ambiente sano, agua limpia, aire puro, y una selva como en la que ella creció: “sin petroleras y sin contaminación”.
Una victoria “histórica”
Mientras construían los sistemas de agua lluvia, en 2013, Nemonte Nenquimo y otros líderes de los pueblos a’i kofan, siona, siekopai y waorani notaron que compartían muchas cosas —resistencias, luchas y visiones—, y que juntos podían hacer más. En 2016 crearon la Alianza Ceibo, una organización que trabaja por la selva, la cultura y el bienestar de las cuatro nacionalidades indígenas. Un proyecto que también les ha traído reconocimientos y alegrías.
En junio de 2020, la alianza ganó el Premio Ecuatorial, un reconocimiento del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que premia iniciativas innovadoras para proteger la biodiversidad y enfrentar el cambio climático. Aunque Nemonte Nenquimo lideró Alianza Ceibo hasta 2018, ese trabajo marcó el inicio de su camino como la reconocida defensora del ambiente y los pueblos indígenas que es hoy.
Nemonte Nenquimo y la comunidad waorani en una marcha. Foto: Mateo Barriga, Amazon Frontlines.
Cuando terminó su periodo dirigiendo la alianza, Nenquimo viajó desde Puyo hasta Nemonpare para visitar a su mamá. Allí, en una asamblea donde todos los candidatos eran hombres, la joven indígena se convirtió en la primera presidenta del Consejo de Coordinación de la Nacionalidad Waorani de Pastaza (Conconawep).
Desde ese puesto comenzó su lucha más importante, la cual había sido iniciada por la comunidad en 2012. En ese año, un grupo de técnicos de la entonces Secretaría de Hidrocarburos del Ecuador hizo una supuesta consulta sobre la explotación del bloque petrolero 22, que ocupa unas 200 mil hectáreas en la Amazonía ecuatoriana —cerca de la mitad de la extensión de Quito—, y es uno de los 13 proyectos de la llamada “Ronda Suroriente” que el gobierno ecuatoriano planeaba licitar a empresas nacionales e internacionales.
Según Gilberto Nenquimo, líder de la Nacionalidad Waorani del Ecuador (NAWE), la consulta de 2012 “fue una trampa”. El líder asegura que gente del gobierno llegó en helicópteros a varias comunidades waorani, les regalaron botellas de Coca-Cola y alimentos enlatados, y les dijeron que firmaran un papel que decía que el gobierno iba a trabajar para proteger la Amazonía. Los waorani firmaron, pero no sabían que el gobierno utilizó las firmas para decir que los indígenas estaban de acuerdo con la explotación petrolera.
Siete años después de la supuesta consulta, en 2019, Nemonte Nenquimo encabezó la acción legal contra el Estado ecuatoriano por ese “engaño”. La demanda decía que el Estado violentó el derecho del pueblo waorani de Pastaza a la consulta previa, libre e informada sobre el plan de explotación del bloque 22. Según la Constitución, antes de siquiera explorar la presencia de recursos no renovables en territorios indígenas, se debe hacer una consulta obligatoria y oportuna. Si la comunidad no da su consentimiento, no se puede explotar ese territorio.
Nemonte Nenquimo con miembros de su comunidad waorani. Foto: Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines.
María Espinosa, una de las abogadas que apoyó el proceso legal, cuenta que preparar la demanda tomó dos años y recuerda un día en la casa de Nemonte Nenquimo en Nemonpare. “Estábamos ahí todos hablando con varias mujeres wao sobre el territorio y el valor que tiene para ellas y entonces Nemonte empezó a cantar”, dice Espinosa en una llamada telefónica. “Nos transmitió algo que sentí como un mensaje poderoso”, dice la abogada. En ese momento Espinosa supo que estaban yendo por buen camino y tenían que seguir adelante.
Andrés Tapia, comunicador de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confeniae), recuerda a Nemonte Nenquimo con su hija siempre al lado. “Iba con ella a las marchas, a las asambleas y a las audiencias”, dice Tapia. Para Nenquimo, tener una hija pequeña nunca ha sido un impedimento para luchar. Al contrario, va con ella a todas partes porque quiere que “aprenda sobre su cultura y su lucha”. Mientras hablo con Mitch Anderson vía Zoom, Daime de cinco años, vestida de princesa, se acerca tímida a la pantalla y me saluda en inglés. Me cuenta que extraña a su mamá y dice: “I want to be like her” (quiero ser como ella).
Julio de 2019 fue el mes de la dicha waorani. La Corte Provincial de Pastaza determinó que la supuesta consulta de 2012 hecha a las comunidades no cumplió con estándares nacionales e internacionales. La decisión no solo protegió a las 200 mil hectáreas del bloque 22 sino también a las más de 4 millones de hectáreas de selva que se querían subastar con el proyecto Ronda Suroriente. Carlos Mazabanda dice que la victoria marcó un precedente para que todos los pueblos y nacionalidades indígenas del país puedan exigir que se respeten sus territorios y sus vidas.
Cuando Nemonte Nenquimo piensa en la decisión de los jueces, simplemente sonríe.
[Foto: Nemonte Nenquimo es la ganadora del Premio Goldman para Sudamérica y América Central. Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines]
Científicos y académicos, entre ellos el Profesor Gesa Weyhenmeyer y el Profesor Will Steffen sostienen que debemos debatir la amenaza de perturbaciones sociales para prepararnos para ellas.
“Es el momento de tener estas difíciles conversaciones, para poder reducir nuestra complicidad en los daños”, dicen los firmantes.
Como científicos y académicos de todo el mundo, hacemos un llamamiento a los políticos para que aborden el riesgo de perturbaciones e incluso de colapso social. Después de cinco años de fracasos en la reducción de emisiones según el Acuerdo por el Clima de Paris, ahora debemos enfrentarnos a las consecuencias. Aunque las medidas audaces y justas para recortar las emisiones y secuestrar carbono de manera natural son esenciales, investigadores en muchas áreas consideran que el colapso social es un escenario probable durante este siglo. Existen distintas opiniones sobre el lugar, el alcance, el momento, la permanencia y la causa de estas perturbaciones, pero la manera en la que las sociedades actuales explotan a las personas y a la naturaleza es una preocupación común. Solo si los políticos comienzan a debatir esta amenaza de colapso social podríamos comenzar a reducir su posibilidad, su velocidad, su gravedad y sus daños a los más vulnerables, y a la naturaleza.
Algunas fuerzas armadas ya ven el colapso como un escenario importante. Los sondeos muestran que ahora hay mucha gente que espera el colapso social. Desgraciadamente, esa es la experiencia de muchas comunidades en el sur global. Sin embargo, no se informa adecuadamente en los medios, y está casi ausente del dialogo en la sociedad civil y en la política. La gente a quienes les preocupan los temas medioambientales y humanitarios no deberían desanimarse al debatir los riesgos de perturbaciones o de colapso social. Las especulaciones mal informadas sobre los impactos en la salud mental y en la motivación no sostendrán un debate serio. Eso tiene el riesgo de traicionar a miles de activistas cuya anticipación al colapso es parte de su motivación para presionar por un cambio en el clima, en la ecología y en la justicia social.
Algunos de nosotros creemos que una transición a una sociedad nueva podría ser posible. Eso implicará actuaciones audaces para reducir los daños al clima, a la naturaleza y a la sociedad, que incluyan preparativos para las perturbaciones en la vida cotidiana. Estamos unidos al creer que los intentos de reprimir el debate sobre el colapso entorpecen la posibilidad de esa transición.
Hemos vivido lo difícil que es emocionalmente reconocer el daño que se está causando, además de la creciente amenaza a nuestra propia forma de vida. También conocemos el gran sentimiento de hermandad que puede surgir. Es el momento de tener estas difíciles conversaciones, para poder reducir nuestra complicidad en los daños, y sacar el mejor provecho de un futuro turbulento.
Profesor Gesa WeyhenmeyerUniversidad de Uppsala
Profesor Will SteffenUniversidad Nacional Australiana
Profesor Kai ChanPlataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas
Profesor Marjolein VisserUniversidad Libre de Bruselas
Profesor Yin ParadiesUniversidad de Deakin
Profesor Saskia SassenUniversidad de Columbia
Profesor Ye TaoUniversidad de Harvard
Profesor Aled JonesUniversidad AngliaRuskin
Doctor Peter KalmusCientífico climático
Doctor Yves CochetAntiguo Ministro de Medioambiente francés
Doctora Marie-Claire PierretUniversidad de Estrasburgo
Reverendo doctor Frances WardIglesia de St Michael
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