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Estados Unidos: AltSchool, la «escuela laboratorio» con clases hiperpersonalizadas por computadora y cámaras que vigilan las 24 horas

Estados Unidos/13 julio 2017/Fuente: BBC

En esta escuela de San Francisco, EE.UU., las clases las imparte la computadora y no el maestro.

Cada alumno tiene una «lista personalizada» con las materias que debe estudiar y que se elaboran gracias a un algoritmo en desarrollo.

Cámaras vigilan el comportamiento de los niños y educadores e ingenieros trabajan en ese algoritmo que sirve para personalizar los contenidos a la medida del niño.

«Si alguien es mejor que yo en lectura, estudiará cosas de un nivel más avanzado», explica Miles, un niño de 10 años, alumno de AltSchool.

Para Miles, el sistema es «divertido» porque le permite tener un aprendizaje «mucho más personalizado», asegura.

Su creador, Max Ventilla -un empresario de Silicon Valley que trabajó en Google- quiere vender su idea a escuelas públicas para hacerlo accesible a todo el mundo y que «los niños tengan la mejor educación en el futuro», le dice a la BBC.

Sin embargo, de momento no es algo al alcance de todas las familias. La matrícula cuesta US$30.000 al año y sólo hay ocho en Estados Unidos.

El método es controvertido. A quienes lo critican les preocupa que reduzca la fuerza e influencia de los maestros en el desarrollo de los niños.

Pero Ventilla lo defiende: «En la tecnología hay un efecto en cadena y cada vez más estudiantes y escuelas usarán este sistema», advierte.

Fuente: http://www.bbc.com/mundo/media-40587171

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Hawaii one of 18 states suing DeVos over for-profit colleges

Hawaii / 12 de julio de 2017 / Fuente: https://www.bizjournals.com/

Hawaii Attorney General Doug Chin has joined a coalition of Democratic attorneys general from 17 states and the District of Columbia in a lawsuit against U.S. Education Secretary Betsy DeVos over the suspension of federal rules meant to protect students from misconduct by for-profit colleges.

“More than 2,400 students in Hawaii were hurt by the actions of Heald College, the local brand name of Corinthian Colleges,» Chin said in a statement. «Office of Consumer Protection Executive Director Steve Levins and I joined 18 states last month asking the federal government to act quickly to protect them. Secretary DeVos refused and is instead bending over backwards to help for-profit colleges.”

The lawsuit, filed Massachusetts Attorney General Maura Healey, claims DeVos violated rule-making laws by announcing a June 14 decision to delay its borrower defense to repayment rules finalized under former President Barack Obama’s administration and scheduled to take effect July 1.

The rules would have prohibited colleges from forcing students to sign legal contracts that waive their right to sue. Defrauded students would have a quicker path to erase their loans, and schools, not taxpayers, could have been held responsible for the costs.

“Since day one of the Trump administration, Secretary of Education Betsy DeVos and the administration have sided with for-profit schools over students,” Healey said in a statement. “For me and my colleagues, it’s simple: When students and families are cheated out of an education and taxpayers foot the bill, everybody loses.”

DeVos said in a statement the rules would be delayed and changed because they created “a muddled process that’s unfair to students and schools.» The U.S. Education Department didn’t immediately comment on the suit.

In addition to Hawaii and Massachusetts, the coalition behind the lawsuit includes the attorneys general of California, Connecticut, Iowa, Illinois, Maryland, Minnesota, New Mexico, New York, North Carolina, Oregon, Pennsylvania, Rhode Island, Washington, Vermont, Virginia, and the District of Columbia.

Fuente noticia: https://www.bizjournals.com/pacific/news/2017/07/06/hawaii-one-of-18-states-suing-devos-over-for.html

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Las inversiones en favor de los niños pobres salvan más vidas por dólar empleado, dice un nuevo estudio de UNICEF

www.unicef.org

A menos que el mundo avance más rápidamente en la reducción de la mortalidad infantil, para 2030 casi 70 millones de niños morirán antes de cumplir cinco años

Invertir en la salud y la supervivencia de los niños y las comunidades más desfavorecidos ofrece una mejor relación entre la calidad y el costo, ya que salva casi el doble de vidas por cada millón de dólares gastado que las inversiones equivalentes realizadas en grupos menos necesitados, según un nuevo análisis de UNICEF.

El informe Reducir las diferencias: El poder de invertir en los niños más pobrespresenta nuevas pruebas convincentes que respaldan una predicción poco convencional que UNICEF realizó en 2010: el mayor costo que supone llegar a los niños más pobres con intervenciones de salud de gran eficacia se compensa por los mejores resultados que generan estas inversiones.

“Las pruebas son convincentes: invertir en los niños más pobres no sólo es correcto en principio, también es correcto en la práctica, ya que salva más vidas por cada dólar gastado”, dijo el Director Ejecutivo de UNICEF, Anthony Lake. “Esta es una noticia fundamental para los gobiernos que trabajan en la tarea de poner fin a todas las muertes infantiles prevenibles en un momento en que cada dólar cuenta. Invertir equitativamente en la salud de los niños también permite asegurarles un mejor futuro e interrumpir los ciclos intergeneracionales de la pobreza. Un niño sano tiene mayores oportunidades de aprender más en la escuela y de ganar más cuando se hace adulto”.

A menos que se acelere el progreso en la reducción de la mortalidad infantil, para el año 2030 casi 70 millones de niños morirán antes de cumplir cinco años.

Sobre la base de los datos procedentes de los 51 países donde se registran alrededor del 80% de todas las muertes de recién nacidos y menores de cinco años, el estudio muestra que una mayor cobertura de las intervenciones que salvan vidas dirigidas a los grupos pobres ayudaron a reducir la mortalidad infantil en estos países casi tres veces más rápidamente que las que estaban dirigidas los grupos de personas que no son pobres.

Esencialmente, el estudio utilizó nuevos datos y herramientas de modelado para demostrar que las intervenciones que llegan a los niños de los grupos pobres resultaron 1,8 veces más rentables en términos de vidas salvadas.

El estudio seleccionó seis intervenciones clave de salud como indicadores para evaluar el acceso a las intervenciones de salud materna, neonatal e infantil de gran eficacia: el uso de mosquiteros tratados con insecticida, la iniciación temprana a la lactancia materna, la atención prenatal, la vacunación completa, la presencia de personal obstétrico cualificado durante el parto y la búsqueda de atención para los niños con diarrea, fiebre o neumonía.

Específicamente, el estudio encontró que:

  • El acceso a intervenciones de salud y nutrición de gran eficacia ha mejorado más rápidamente entre los grupos pobres en los últimos años, lo que ha llevado a mejoras sustanciales en la equidad.
  • Durante el período estudiado, las reducciones absolutas en las  tasas de mortalidad de menores de cinco años asociadas con estos cambios en la cobertura fueron casi tres veces más rápidas entre los grupos de personas pobres que entre los grupos de personas que no eran pobres.
  • Dado que las tasas de natalidad eran más altas entre los pobres que entre los no pobres, la reducción de la tasa de mortalidad de los niños menores de cinco años en las comunidades pobres facilitó que se salvaran 4,2 veces más vidas por cada millón de personas.
  • De los 1,1 millones de vidas salvadas en los 51 países durante el último año estudiado para cada país, casi el 85% correspondían a los sectores pobres.
  • Si bien la inversión per cápita necesaria para mejorar la cobertura entre los pobres es mayor que la requerida para llegar a los grupos no pobres, estas inversiones salvan casi el doble de vidas por cada millón de dólares invertido que las inversiones equivalentes en las personas que no son pobres.

En el estudio se enumeran Afganistán, Bangladesh y Malawi como algunos de los países con las tasas más altas de mortalidad de menores de cinco años donde las actividades centradas en los más necesitados han marcado una diferencia en favor de los niños. Entre 1990 y 2015, la mortalidad de menores de cinco años disminuyó a la mitad en Afganistán y en un 74% en Bangladesh y Malawi.

Las conclusiones llegan en un momento muy importante, ya que los gobiernos continúan su labor para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que establecen la meta de poner fin, de aquí a 2030, a las muertes evitables de recién nacidos y de niños menores de 5 años. Invertir en la salud y la supervivencia de los niños también puede servir de apoyo para el logro de otros objetivos de desarrollo mundiales, como la eliminación de la pobreza (ODS 1).

Reducir las diferencias hace un llamamiento a los países a fin de que tomen medidas prácticas para reducir las desigualdades, entre ellas: desagregar los datos para identificar a los niños que se encuentran rezagados; invertir más en intervenciones de eficacia demostrada para prevenir y tratar las mayores causas de mortalidad infantil; fortalecer los sistemas de salud para ampliar la atención de calidad; innovar para encontrar nuevas formas de llegar a quienes se encuentran más aislados; y monitorear las diferencias en la equidad utilizando encuestas de hogares y sistemas nacionales de información.

Fuente noticia: https://www.unicef.org/spanish/media/media_96551.html

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EE UU: La ansiedad cultural de la clase media blanca

Por: Jordan Kraemer

En un vuelo en avión el pasado mes de noviembre me senté junto a una mujer blanca, de unos cincuenta años, una profesional católica del Midwest que me confesó a regañadientes haber votado al cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Decía repudiar el racismo a pesar de estar en contra de las “cuotas” en educación y contratación. Estas visiones sintetizan un debate actual sobre si el apoyo a Trump se debe más a la desposesión económica – gran parte de las clases trabajadoras y medias sienten ansiedad y abandono en la economía global – o al racismo, una reacción violenta blanca contra los esfuerzos por acabar con la discriminación y la injusticia.

Este debate sin embargo pasa por encima una confusión crucial: qué significa ser blanco y de clase media depende de concepciones de la raza y la clase que están históricamente entretejidas. Aunque la élite y los profesionales blancos urbanos han mantenido su estatus cultural y social en una economía globalizada, los empleos estables han desaparecido para mucha gente – no sólo industriales, también posiciones directivas. Y mientras los empleos técnicos de alta cualificación y bien remunerados  (una forma de trabajo “intelectual”) se concentran en enclaves urbanos, el trabajo de clase media gira en torno a trabajo de servicios con bajos salarios en la precaria Gig Economy, esto es, trabajo temporal sin prestaciones ni seguridad.

Aunque esta transformación económica ha atraído mucha atención, especialmente tras las elecciones de 2016, pocos han discutido el vínculo entre el incremento de los profesionales urbanos creativos por un lado, y la desposesión cultural de los blancos que no pertenecen a las élites, por el otro. La conflictividad política estadounidense corresponde a una clasificación geográfica que ha acompañado la destrucción de la clase media, ilustrada, por ejemplo, por la reurbanización blanca y la gentrificación. La ‘blancura’ tiene un largo historial como pilar del estatus de clase, asegurando respetabilidad y legitimidad para aquellos que se imaginan a sí mismos como protagonistas de la historia (blanca) americana. Para muchos blancos, perder estatus económico implica una profunda pérdida de identidad y pertenencia cultural – no sólo ansiedad económica, sino también ansiedad cultural.

Puede parecer contra intuitivo para los cristianos blancos de clase media, por ejemplo, sentirse perseguidos cuando ellos siguen siendo una mayoría nacional y controlan puestos en el gobierno y la dirección de empresas. Pero la victoria de Trump (ajustada e impopular) amplifica las quejas de los blancos desposeídos culturalmente, en un sentido antropológico amplio.

El auge de los Hip Creatives

Dada la historia entretejida de la raza y la clase en los EEUU, no es sorprendente que la clase medias blanca experimente una pérdida de identidad en términos de raza, culpando a los inmigrantes, musulmanes y gente de color cuando ve que su subsistencia está amenazada. Los desplazamientos económicos asociados con la globalización neoliberal exacerban las divisiones entre los blancos urbanos y profesionales y las crecientes capas plebeyas precarizadas, en formas que se desarrollan tanto a través del gusto y el consumo cultural como de ansiedad económica.

Las élites blancas han hecho uso desde hace mucho tiempo de las distinciones raciales para dividir y triunfar, por supuesto. Estas distinciones no están biológicamente dadas ni son consecuencia inevitable del “tribalismo”; en vez de ello, las categorías raciales modernas se formaron durante el encuentro colonial desde el siglo XVI llegando hasta la actualidad – todavía marcan el orden económico y social dominante. Cuando los colonos ingleses llegaron por primera vez a Norte América, por ejemplo, distinguieron entre los cristianos y los paganos en sus primeros estatutos legales. No obstante, en el proceso de esclavizar a la población indígena y africana, los colonialistas diseñaron una nueva terminología legal para los hijos de los esclavos y la gente libre (el término ‘Negro’ fue el primero en aparecer, el término ‘Blanco’ apareció después). De acuerdo a las concepciones emergentes de la raza, tal estatuto determinaba quién podía heredar la propiedad frente a quién se convertía en propiedad – esto es, los derechos políticos y legales que constituyen una persona en cuanto tal.

Hoy día la blancura sigue estando vinculada al estatus de clase (y la posición cultural), donde ‘blanco’ a menudo es una marca de ‘clase media’. Los blancos pobres, por el contrario, están racialmente marcados, denigrados por ejemplo como ‘basura blanca’ (la gente pobre de color directamente no requiere una designación específica). Tomemos los Millenials – este apodo generacional refiere típicamente no a toda la gente joven nacida en los ochenta y los noventa, sino a los jóvenes de clase media blanca obsesionados con las nuevas tecnologías.

Pero los desplazamientos económicos de los últimos quince o veinte años han combado a la clase media y a la naturaleza del trabajo de formas novedosas. No es casualidad que al moverse la producción actual al extranjero, la creatividad se convirtiera en el nuevo sello distintivo del trabajo profesional. La creatividad vino a caracterizar una clase media urbana y profesional emergente (lo que Barbara y John Ehrenreich una vez llamaron los “PMC” o Professional-Managerial Class) en los últimos años de la década de los noventa (aunque la originalidad, novedad, juventud y demás han estado desde hace tiempo asociadas con el consumo de clase media y la productividad, desde al menos los años 60 de la contracultura, si no incluso desde la bohemia del s.XIX).  Thomas Frank rastreó este movimiento en la era de los ‘Mad Men’ en los 60, mostrado en su obra de 1996 The Conquest of Cool, donde defiende que las industrias de medios ‘científicos’ vinieron a patrocinar la creatividad y la individualidad como parte de los mismos desplazamientos culturales liderados por la contracultura juvenil, en lugar de cooptarla.

Richard Florida describió en 2002 la clase media de trabajadores ‘intelectuales’ (aquellos que no crean bienes sino ideas, traficando en los flujos de información de la sociedad-red de Manuel Castells) como una nueva “clase creativa”, argumentando que la creatividad impulsa la productividad en la era postindustrial. Pero a diferencia de una generación anterior de jóvenes profesionales, los trabajadores de los mass media, en sectores tecnológicos y otros trabajadores creativos de Florida prefieren centros urbanos diversos y multiculturales con mucha vida nocturna, arte, música y, el indicador de la gentrificación, cafés hip. David Brooks ha parodiado a estos bebedores de cappuccino con pajita, los “Bobos” (“bourgeois bohemians”) por su mezcolanza de inconformidad y ambición empresarial, “los miembros de la élite de la nueva era de la información”  que comercian en “capital intelectual” para subir escalafones en la empresa. Florida reelaboró las clases medias-altas como los nuevos impulsores de la economía y de lo hip, las ciudades creativas.

Gran parte de la tesis de Florida no se han cumplido prescriptivamente – ciudades como Detroit y Cleveland que invirtieron en los estilos de vida como principal atractivo se han decepcionado con los resultados económicos, ni tampoco son las ciudades costeras más cool necesariamente los centros del poder financiero. Lo que Florida diagnosticó certeramente, sin embargo, fue la re-urbanización de la clase media, cómo los profesionales blancos y jóvenes se mudaron a áreas urbanas menospreciadas, revirtiendo décadas de huida de gente blanca, y cómo, a diferencia de sus predecesores, se asentaron y permanecieron ahí.

Cosas que le gustan a la gente de clase media

El aumento de la polarización política en EEUU desde los noventa – cuyo pico se alcanzó con las llamadas “guerras culturales” – probablemente refleje la clasificación geográfica de la economía del conocimiento. Las áreas urbanas, de acuerdo a los politólogos, han devenido uniformemente en zonas de tendencia izquierdista mientras que las áreas rurales son más conservadoras. Politólogos como Wendy K. Tam Cho, por ejemplo, encontraron que en las elecciones presidenciales de 2008  los distritos azules eran más azules y los distritos rojos más rojos que en elecciones previas: “la expresión geográfica de las preferencias partidistas rivales parece haber alcanzado su máximo respecto a elecciones previas”. A pesar de la preocupación porque la conformidad ideológica conduzca al extremismo, Cho señala que la mayoría de gente se mueve por razones económicas.

Mientras los hip creatives acudieron en manada a los cafés culturetas en los núcleos urbanos revitalizados, las clases medias en el resto de lugares estaban sufriendo cambios perjudiciales. Después de la crisis económica de 2008 los empleos de alta tecnología y alta cualificación se recuperaron, así como lo hicieron los empleos del sector servicios temporales y de baja cualificación; fue propiamente el estrato medio el que se evaporó, dando lugar a “la transformación de América de una economía industrial a una de servicios que ha privilegiado la élite educada y limitado las posibilidades de movilidad social para aquellos sin educación superior”, como subrayó la antropóloga Kaushik Sunder Rajan. Describiendo a los blancos que perdían derechos, especialmente hombres, continúa diciendo: “lo que queda es un sector demográfico que una vez fue un privilegiado social pero ahora ha sido privado económicamente de sus derechos y que no ve oportunidades, sólo amenazas – tanto a su subsistencia como a sus derechos – que a menudo vienen de otros que no se parecen a ellos”.

El antropólogo David Graeber vincula especialmente el vaciamiento de la clase media – trabajo del conocimiento muy bien remunerados en un extremo, ‘curros’ poco fiables en el sector servicios en el otro – a la financiarización de la economía en la cual el beneficio del negocio no viene de bienes manufacturados, sino de instrumentos financieros (a menudo opacos). Al mismo tiempo, las clases directivas (los “PMC” de los Ehrenreich) recientemente alineadas con las élites financieras reemplazan al electorado de clase trabajadora en la política de izquierdas (como los “Nuevos Demócratas” de Bill Clinton). Los PMC se convierten así en el rostro del capitalismo para las clases trabajadoras crecientemente desposeídas, excluidas tanto de la creación de riqueza como de las instituciones de reparto de credenciales (como las universidades) necesarias para unirse a los escalones medio-altos.

La transformación de la clase media tiene ecos en los gustos de consumo y las preferencias. A finales de los 2000, por ejemplo, el estilo hipster era difícilmente separable de las “cosas que le gustan a la gente blanca” como apodó el blog epónimo. El blog, Cosas que le gustan a la gente blanca, cambió el humor interno de los profesionales urbanos hip. Pero la “gente blanca” aquí quería decir los profesionales creativos de tendencias izquierdistas, combinando la raza (y la política) con la clase, como observó Danny Rosenblatt (2013).

De muchas maneras los hipsters de finales de los 2000 representan la última versión de los Bobosbebedores de cappuccino con pajita de Brooks o los creativos urbanos de Florida. Gustos estéticos que una vez señalaban inconformismo – piercings, tatuajes, pelo teñido – se convirtieron en marcadores de ser un urbanita cool. El desplazamiento del significado del gusto contracultural, de los márgenes a la élite, no es nuevo, por descontado. Pero, como ilustra Cosas que le gustan a la gente blanca, estos gustos vinieron a definir una clase profesional blanca, urbana y liberal cada vez más uniforme que se beneficia de la “nueva” economía que deja tras de sí, o como lo nombró el creador del blog Christian Lander, del “tipo equivocado” de gente blanca.

El fin del Hombre Blanco

El deterioro de la estabilidad de la clase media blanca contribuyó al momento de renovación de derechas del Tea Party a finales de los 2000. El resentimiento era cada vez mayor contra los republicanos mainstream durante la crisis financiera de 2008, y se combinó con la ansiedad que la campaña de Obama supo capitalizar en las tecnologías digitales con mayor eficacia. Los blogueros de derechas defendieron una política más descentralizada y basada en las redes sociales que se fusionase en varios Tea Party, como contó el antropólogo Charles Pearson en su tesis doctoral sobre las redes sociales de derechas. Estos grupos descentralizados capitalizaron en redes páginas para movilizar votantes en las elecciones de mitad de mandato de 2010, derrocando con éxito a muchos republicanos moderados. La revolución del Tea Party puso el escenario para reemplazar la era de las guerras culturales del conservadurismo de “valores familiares” con una agenda anti-establishment, nativista y libertarian.

Como record Adam Haslett en The Nation, la cadena Fox News ha estado avivando el extremismo de derechas desde los años de Clinton. Los novatos en redes ganaron ascendencia durante el escándalo de Monica Lewinsky, mezclando una guerra cultural moralizante con la agitación de prensa amarilla. Pero finalmente, sostiene Haslett, la emoción que cosechó la campaña de Trump no fue la ira, ni siquiera la protesta, sino la vergüenza.  Y es precisamente vergüenza lo que muchos sintieron cuando perdieron su capacidad de subsistencia, especialmente aquellos hombres que vivieron el desempleo como una pérdida de su masculinidad. En su libro de 2012 El fin del hombre, Hannah Rosin detalló las dificultades que tenían los hombres blancos de clase media, particularmente en las ciudades empresariales, cuando los empleos respetables se dieron a la fuga. Ella describe esposas que asumieron el tradicional rol de ganador-del-pan porque estaban dispuestas a aceptar posiciones menos prestigiosas – y peor pagadas – que sus maridos. Aunque la dominación masculina no ha desaparecido, la explicación de Rosin captura la política de género de una economía de servicios postindustrial que trastoca radicalmente los roles de género tradicionales y mina la autoestima de muchos hombres. 

No debería sorprendernos, entonces, que la extrema derecha nacionalista florezca en el misógino mundo del troleo online, como ilustró la reacción violenta del “Gamergate” a las críticas feministas y antirracistas de los videojuegos. Muchos en la izquierda se pelean por entender cómo conservadores devotos votaron por un impresionante magnate inmobiliario de Nueva York convertido en estrella televisiva. Pero las elecciones de Trump ponen al desnudo las amenazas que mucha gente blanca percibe no sólo a su posición económica, sino a su sentido básico de identidad y pertenencia.

La insufrible blancura de la clase media evanescente

En el malestar general postelectoral del pasado noviembre, yo traté desesperadamente de entender a los votantes de Trump, especialmente a los más reacios. Mi compañera de asiento en el vuelo del avión estaba igualmente frustrada con el estado del debate político en EEUU, y (a pesar de haber votado una vez como demócrata) se sintió calumniada por los liberales de la costa este.

Como alta directiva en una institución financiera, había crecido en el rural Iowa y estaba viviendo en la suburbana Miinneapolis. Aunque había tenido éxito profesionalmente sin un título universitario, eventualmente obtuvo uno auxiliar requerido para la promoción. No le gustaba Trump y se atormentaba con el voto. Pero odiaba más a Hillary, percibiendo a esta candidata como irremediablemente corrupta, a pesar de su deseo porque hubiese una mujer presidente – “solo que no ésta”. La mañana de las elecciones, me contaba, se levantó desgarrada, pero finalmente sus visiones pro-vida triunfaron sobre otras consideraciones – principalmente la perspectiva de una Corte Suprema de justicia que fuese conservadora.

De muchas maneras, ella encajaba con el perfil del votante reacio a Trump – blanca, estable financieramente, sin titulación universitaria, y ansiosa sobre el futuro económico de sus hijos. Se preocupó porque sus hijos hubieran perdido recursos en la escuela así que en vez de ello fueron a clases particulares. Estaba resentida con las familias migrantes que conocía, convencida de que estaban teniendo “bebés para echar el ancla” en vez de vivir según las reglas. Y se sintió censurada en sus puntos de vista por una familia y unos colegas liberales, moviendo el dedo e imitando a una sobrina que despreciaba sus puntos de vista sobre el feminismo y los derechos de los homosexuales.

Este sentido de persecución refleja el sentimiento de exclusión respecto de la clase credencializada y la esfera cultural de las élites costeras. Los defensores de un mundo igualitario tienen razón al denunciar la primacía de los sentimientos blancos sobre las privaciones de los marginalizados, especialmente porque la marginalización asegura un orden social devastadoramente desigual. Pero es también necesario fundamentar la pérdida de estatutos y reconocimiento cultural percibidos – de sentir que la experiencia de clase media blanca y cristiana se ha descentrado – en la reorganización de la clase media y los perversos incentivos del capital global. Contrarrestar el apoyo que recibe elnativismo y el autoritarismo en los EEUU y otros lugares significa enfrentar estos desplazamientos económicos y culturales más amplios.

 

es investigadora social especializada en antropología de los medios (especialmente nuevas tecnologías) y su papel en las clases medias emergentes. Es Visiting Assistant Professor de Antropología en la Universidad Wesleyana (Connecticut), es Visiting Fellow en el Centro por las Humanidades (Nueva York), y Associate Faculty en el Instituto de Investigación Social de Brooklyn. Actualmente está completando un libro sobre redes sociales en Berlín que aparecerá próximamente en la editorial Penn Press.

Fuente:

Traducción:Julio Martínez-Cava

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Reseña de película: Ciberbullying.

América del Norte/Estados Unidos.
Cyberbully es una película dramática estadounidense hecha para televisión estrenada el 17 de julio de 2011 por ABC Family. ABC Family trabajó con la revista Seventeen para hacer la película, y crear un proyecto llamado «Delete Digital Drama».

La película sigue a Taylor Hillridge, una adolescente que recibe una computadora para su cumpleaños de parte de su madre. Taylor está muy entusiasmada por la independencia de estar en línea sin su madre que siempre le observaba. Sin embargo, Taylor pronto se convierte en una víctima de acoso cibernético durante su visita a un sitio web social. Ella tiene miedo de contárselo a sus amigos, incluso a su mejor amiga Samantha y así llega a un punto de ruptura. Taylor de alguna manera casi se suicida con una sobre dosis de pastillas, pero no puede conseguir la cápsula correcta, así pues toma otra que solo la envía a un hospital. La mamá de Taylor se entera del incidente y busca la manera de poder ayudar a su hija, recure al sistema escolar y a la legislación estatal para evitar que otros pasen por el mismo problema que su hija.

¿Cómo se manifiesta el ciberbullying?

Las formas que adopta son muy variadas y sólo se encuentran limitadas por la pericia tecnológica y la imaginación de los menores acosadores, lo cual es poco esperanzador. Algunos ejemplos concretos podrían ser los siguientes

  • Colgar en Internet una imagen comprometida (real o efectuada mediante fotomontajes) datos delicados, cosas que pueden perjudicar o avergonzar a la víctima y darlo a conocer en su entorno de relaciones.
  •  Dar de alta, con foto incluida, a la víctima en un web donde se trata de votar a la persona más fea, a la menos inteligente… y cargarle de puntos o votos para que aparezca en los primeros lugares.
  • Crear un perfil o espacio falso en nombre de la víctima, en redes sociales o foros, donde se escriban a modo de confesiones en primera persona determinados acontecimientos personales, demandas explícitas de contactos sexuales…
  • Dejar comentarios ofensivos en foros o participar agresivamente en chats haciéndose pasar por la víctima de manera que las reacciones vayan posteriormente dirigidas a quien ha sufrido la usurpación de personalidad.
  • Dando de alta la dirección de correo electrónico en determinados sitios para que luego sea víctima de spam, de contactos con desconocidos…
  • Usurpar su clave de correo electrónico para, además de cambiarla de forma que su legítimo propietario no lo pueda consultar, leer los mensajes que a su buzón le llegan violando su intimidad.
  •  Provocar a la víctima en servicios web que cuentan con una persona responsable de vigilar o moderar lo que allí pasa (chats, juegos online, comunidades virtuales…) para conseguir una reacción violenta que, una vez denunciada o evidenciada, le suponga la exclusión de quien realmente venía siendo la víctima.
  • Hacer circular rumores en los cuales a la víctima se le suponga un comportamiento reprochable, ofensivo o desleal, de forma que sean otros quienes, sin poner en duda lo que leen, ejerzan sus propias formas de represalia o acoso.
  • Enviar menajes amenazantes por e-mail o SMS, perseguir y acechar a la víctima en los lugares de Internet en los se relaciona de manera habitual provocándole una sensación de completo agobio.

Recomendaciones a personas para evitar el ciberbullying.   

  1. Cuidado de los datos ajenos. Los datos personales de las demás personas no te pertenecen. Evita usarlos o publicar fotografías sin permiso.
  2. Discreción. No reveles asuntos particulares de otras personas aunque pienses que no les va a importar.
  3. Respeto y prudencia.Dirígete a las demás personas con mucho cuidado y respeto. Puede que no te entiendan bien o que tengan un mal día.
  4. Visión global y creativa. Cuida mucho las bromas en público. Aunque la persona implicada sepa que no es en serio otras lo pueden interpretar mal.
  5. Observación y empatía. Cuando entres en un lugar nuevo observa durante algunos días antes de actuar. Quizás no sea el sitio o la gente que pensabas.
  6. Gestión positiva de emociones. Si alguien te enfada, desconecta un rato. Puede tratarse de un malentendido o algo no intencionado.
  7. Compromiso y sensibilidad. Cuando veas que alguien comete una imprudencia, házselo saber de manera discreta
  8. Implicación activa y constructiva. Si perteneces a una comunidad o red, participa y contribuye de forma positiva
  9. Tolerancia y participación. Muestra respeto por las opiniones de las demás personas y manifiesta la tuya.
  10. Solidaridad. Si ves que alguien sufre trato injusto y abuso intenta ayudar evitando presuposiciones y conflictos.

Consejos básicos contra el ciberbullyin

  1. No contestes a las provocaciones, ignóralas. Cuenta hasta cien y piensa en otra cosa.
  2. Compórtate con educación en la Red. Usa la Netiqueta (etiqueta a tus amigos).
  3. Si te molestan, abandona la conexión y pide ayuda.
  4. No facilites datos personales. Te sentirás más protegido/a.
  5. No hagas en la Red lo que no harías a la cara.
  6. Si te acosan, guarda las pruebas.
  7. Cuando te molesten al usar un servicio online, pide ayuda a su gestor/a.
  8. No pienses que estás del todo seguro/a al otro lado de la pantalla.
  9. Advierte a quien abusa de que está cometiendo un delito.
  10. Si hay amenazas graves pide ayuda con urgencia.

Fuente: https://youtu.be/kmZZZbSx-Xw

Imagen: http://1.bp.blogspot.com/-Vcnuf3n43rk/VY4TZASe-vI/AAAAAAAAC5M/cSybWG7lW20/s400/CYBERBULLY.jpg

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On Teaching

By William Charles Ayers (Bill Ayers)

Boston Convention and Exhibition Center, Boston, Massachusetts.

Thank you all for welcoming me here today. I deeply respect you and the work of this organization. This room is full of people who have committed their lives to education — whether as teachers, ESPs, administrators, or other leadership roles — and it’s an honor to be able to talk with you.

In his book “Teaching Toward Freedom,” William Ayers wrote, “To be human is to live alone on the nerve islands of our bodies. To connect with another is to imagine with sympathy. The bridge of humanity is constructed of imagination, a certain kind of imagination, mediated by words.” I read that book very early in my career, and that idea — human connection as a feat of empathetic imagination — has stuck with me. We may not be able to step inside of each other’s heads, as humans, but I think sometimes that our work as teachers is to try.

I remember when President Obama was elected for the first time. The next morning, I went into my classroom, ready to talk with my students about his historic election and hear their reactions to it — after they did the Do Now, of course. I stood at the front of my room with my clipboard, taking attendance the same way I did every day, but I only had one student in the room. There he sat, in his assigned seat right in the middle of the room, facing me, as I checked off a little box next to his name. We looked at each other, looked at the clock, looked at each other. After a few minutes, he asked, “Where is everybody?”

“I don’t know,” I said, “but they’re late.”

We heard a commotion outside and saw some of his classmates running past the window. Then my principal at the time burst through the door. “What are you doing?” he asked. “Come outside!”

We followed him to the busy intersection outside and saw the rest of the school — students and staff — standing there on the corner. Some people held up that day’s paper with a huge picture of President Obama on the front. Others had grabbed mini-whiteboards from classrooms and written, “Honk for Obama” on them. The scene was messy, loud, and joyous.

Standing there still holding my clipboard, a symbol of the rules and routines that made school feel orderly and productive to me, I realized that my stubborn insistence on sticking to the plan and following the rules had been silly. My neat little plan wasn’t what such a historic situation demanded. It wouldn’t have given my students nearly enough time or space to express their joy. I had needed a reminder to, as William Ayers wrote, imagine with sympathy. I needed to remember that my students and I were connected by our shared humanity.

When I decided to become a teacher, I imagined it would be a job that would nourish my deep need to be in control. I had done my reading, of course. I knew that I needed to work against the “banking” model, trying to fill my students’ heads up with all of my knowledge and ideas. But I still envisioned my role as one where I would activate what happened in the classroom. I didn’t imagine myself as an authoritarian, but I thought, I’ll write lessons, so I’ll know exactly what is going to happen. I’ll be in charge.

Of course, we all know what a naïve expectation this was. Teaching, like parenting, can show us just how powerless we really are. The most carefully-crafted plan can be thrown off by a snow day or fire drill, a fight in the hallway, a curious student’s questions that lead us off on an interesting, but tenuously relevant, tangent. Sometimes we realize students know more or less than we anticipated when planning, or a protocol that looked so good on paper falls to pieces when we try to put it on its feet. Or there are the days, like that November day when Obama was elected, when what’s happening outside of the school bangs on the door and demands to come in.

When I got hired to teach ninth grade humanities at the school where I’ve worked for the past decade, I inherited a beautiful course called “Justice and Injustice.” I’ve made it my own over the years, but the bones were there: a course interweaving history content with literacy skills, focused on case studies of moments when people faced injustice and fought for justice. At that time, the final case study of the year focused on South African Apartheid.

I’m a history teacher, so I’m going to take a detour here to tell you a story about Apartheid, but I promise it’ll come back around in the end.

Apartheid officially started in 1948 when the National Party was elected to power in South Africa. By 1948, White South Africans, who were descendants of Dutch and the British colonists, had stripped Black South Africans of the right to vote, forced them to find jobs in dangerous gold mines just to afford the taxes levied on them, and dehumanized them by making them carry passbooks wherever they went to prove that they were allowed to be in areas designated “Whites-only.”

Apartheid-era South Africa was brutal. The government used subjective, racist tests to categorize South Africans by race. Those arbitrary racial categories determined where South Africans could live, who they could marry, and which schools their children could attend. South Africans who resisted these laws risked jail time, fines, or state-sanctioned violence at the hands of the police and military. Around the world, other countries’ governments — including the United States’ — hesitated to sanction South Africa because they benefited from its natural resources.

In the 1960s, the two major anti-apartheid organizations had been banned by the government, and many prominent leaders, including Nelson Mandela, had been sent to prison with life sentences. Many South Africans of color who had grown up under this racist system felt trapped, and some were losing hope.

In 1976, the South African government passed a new law called the Afrikaans Medium Decree, requiring that students be taught in Afrikaans, which was the language spoken by White South Africans descended from the Dutch. Many Black South Africans referred to Afrikaans as “the language of the oppressor.”

Not surprisingly, students were outraged at this new law. Black students already attended segregated schools with overcrowded classrooms, insufficient materials, and a racist curriculum. Now they were expected to learn in a language neither they nor their teachers spoke. They drew inspiration from Steve Biko, a Black Consciousness leader who wrote, “The most potent weapon in the hands of the oppressor is the mind of the oppressed,” and decided to take action. Students in the township of Soweto, outside of Johannesburg, circulated a petition to protest the new law and planned a march and rally at a local stadium.

At 8:15 a.m. on June 16, 1976, thousands of students walked out of five schools in Soweto after singing “Nkosi s’ikele Afrika” — “God Bless Africa.” Students of all ages — including elementary school children — marched peacefully through the streets toward the stadium holding hands and carrying signs reading, “Down with Afrikaans.”

At an intersection, the students encountered the police and the Defense Force, who ordered them to turn back. When the students refused, the police officers set dogs on them. Then they opened fire.

Within 36 hours of the march beginning, 29 people had died, and 250 were injured. The government lost control in Soweto as protests and riots spread. News outlets around the world covered the story, publishing a now-iconic photo of the first person killed by police: 13-year-old Hector Pieterson.

Although Apartheid did not officially end until 1994, the students’ protest had a dramatic impact on the way the world viewed the South African government’s policies. As news of the Soweto Uprising spread throughout the world, it became nearly impossible to ignore the brutality of the Apartheid regime. In the months and years that followed, more and more countries exerted political and economic pressure on South Africa to end Apartheid.

Each year, my students and I study the Soweto Uprising, exploring the ways in which South African students exercised their agency within an oppressive system that sought to silence them and deny their humanity.

Invariably, when we dig into this history, students draw comparisons between the South African students’ activism and their own power and promise as young people. They begin to wonder about what could push them to stand up in the face of injustice and what forms of political power they have. They debate about whether they would be willing to risk their lives so that future generations could live in a more just world. They ask themselves whether adults will ever listen to their voices.

A few years ago, in the wake of Michael Brown’s death in Ferguson, Missouri, my principal received an anonymous email from one of our seniors. It informed him, respectfully but firmly, that students at our school would participate in a walk-out the following day in support of the Black Lives Matter movement.

At this point, staff at the school had a decision to make: would we try to stop the students’ protest? Would we use our authority and power to try to control them? Or would we support them as they put into practice the principles of activism and social justice that we had taught them about since their 9th grade year?

The principal sent a response to the entire school. He explained that, as a community, we supported our students’ rights to protest. He also explained that students who participated would be subject to disciplinary action (like having their parents contacted), since historically, those who chose to protest did so in spite of the consequences. He encouraged students to stay together, to be safe, and to do what felt right to them.

On the day of the walkout, most of the student body left school en masse and gathered on the lawn as one of the seniors went over expectations before they left to travel downtown for a rally. Staff members gathered on the lawn with them, reminded them to be safe, and went back inside with those who chose to stay. That afternoon, the kids at school debated the merits of protest, talked about their connections to Black Lives Matter, and… did class. But no matter where they had chosen to spend their afternoon, our students — and students all over Boston — learned valuable lessons that day.

They learned that adults in their lives would support them in raising their voices at the same time that we worried for their safety. They learned that we would be consistent in our expectations… while also flexible enough to understand when expectations needed to shift. They learned that they didn’t need adults to tell them how, when, or where to organize. They learned that they were members of a community of young people with a shared vision of a more equitable society, and they learned that they had power within that society. They learned that events like the Soweto Uprising aren’t ancient history… and they don’t have to end in tragedy.

A lot of people have asked me what I mean when I say that education can be a tool for social justice, and this is usually the story I tell to show them. As educators, it is our job to prove to our students that adults will listen to their voices. It is up to us to inspire confidence in them that they do have the power to effect change. It is our responsibility to ensure that they are equipped with the tools to insist on a more just and equitable world.

But living up to this vision of our role as educators is not always easy. Sometimes, our kids will point out ways in which systems that we have set up or in which we are complicit contribute to inequity. They will push us to engage in uncomfortable conversations. Their curiosity will force us to question our own assumptions and beliefs. During the Soweto Uprising, the protesting students’ families were rightfully frightened. They had grown up under Apartheid. They knew the danger in protesting. They had seen friends, family members, and political leaders imprisoned or killed for speaking out. They wanted their children to lay low and stay safe. As an adult, one of the protestors recalled, “’76 really represented, in many ways, divorce between black children and their parents.”

We all do this work because of a sincere and collective belief in a better future for our students, and we know that they will be the ones to build it. We have to listen to them and support them in developing their voices and finding their power. And each time we witness our students coming into their own as change-makers, we will be reminded of the value of education: as a site of hope and a community where dreams can become reality.

Looking back at myself as that new teacher clutching her clipboard and wondering what to do when The Plan didn’t go as planned, I can see how much I have grown. I owe a huge debt to the people who have helped me grow along the way: my principal, who encouraged me to “Come outside!” The students of Soweto, whose memories showed me that working for social justice is a long-term project that requires patience, courage, and stubbornness. My own students, who helped me see that, unless I deliberately and explicitly connect lessons from history to our own lives and context, I do them a disservice. And all of you, with whom I share the privilege and the great responsibility of this awe-inspiring profession: to help construct, side-by-side with one another and with our students, “the bridge of humanity,” to imagine with sympathy — or, I’d rather say, with empathy — and strive for justice.

So I have a proposal. As educators, let’s replace our clipboards with time machines. Let’s create school communities in which our students can move from the past to the present to the future all in one day. Let’s work to ensure that education represents liberation. Let’s keep our ears and hearts open to our students’ brilliance, even when it makes us uncomfortable. Let’s envision education as a time machine that helps our students travel to worlds we have only imagined — ones that are built on ideals of justice and equity and collaboration.

Source:

On Teaching

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Internet libre para la educación

El Economista

Estos dos elementos se consideran fundamentales para el desarrollo y la generación de nuevos conocimiento.

Esther Wojcicki, miembro del consejo de Creative Commons, quiere ayudar a transformar la educación en todo el mundo y que todos los estudiantes tengan acceso a herramientas de conocimiento a través del Internet libre.

La organización sin fines de lucro creada por el abogado de Harvard, Lawrence Lessig, en el 2000 fue uno de los impulsores del intercambio abierto de conocimiento y del uso de licencias libres para promover la educación y el arte.

El proyecto de Creative 
Commons “es tener acceso a todas estas cosas que le pertenecen a la humanidad y deberíamos de poder compartirlas”, dijo en Wojcicki en entrevista con El Economista.

La académica estadounidense se ha vuelto una promotora de la educación digital y aboga porque todos los jóvenes reciban esta formación y, por más de 34 años, ha estado ayudando a empoderar a sus estudiantes con las herramientas del conocimiento.

“hoy en día no tenemos esa educación en las escuelas, en la mayoría de los distritos escolares (en Estados Unidos) los teléfonos móviles están prohibidos y los dispositivos electrónicos son controlados por los maestros. Los estudiantes deben de aprender a utilizar estos dispositivos y controlarlos y es algo que podemos lograr, sólo es cuestión de permitirlo”.

Wojcicki cree que si todo el mundo pudiera tener acceso a esta educación digital podríamos ayudar a combatir la violencia que hay en Internet. Esta tarea de desarrollo quiere, además de promover los valores cívicos de cómo comportarse en Internet, que los jóvenes sean capaces no sólo de consumir sino también capaces de crear.

“Nos dirigimos hacia un mundo más rico con mayor intercambio, hay tantas ideas allá afuera y tantos jóvenes con grandes ideas. El mundo tiene todas estas semillas, pero hay algunas partes de la tierra que obtienen más agua, necesitamos que todas las semillas florezcan y el Internet es la manera en la que todas estas semillas podrán florecer”, dice la académica.

Uno de los retos que deben combatirse son los ataques contra la neutralidad en la red y el acceso libre. Ella considera que debe de haber un retroceso con las compañías que quieren restringir el acceso a Internet.

“La red es para todos. Los que la inventaron eran físicos del CERN en Génova y ellos pudieron haberlo monetizado, pero tuvieron una visión más amplia para que todo el mundo pudiera usar lo que llamamos la World Wide Web y así debería de seguir”.

Uno de los temas que esta organización ha puesto a debate es la manera en cómo podemos usar los recursos que hay en Internet.
“Respeto los derechos de autor, yo también soy autora y creo que hay mucho en el espacio abierto. Si la gente sabe que hay un pozo libre y un pozo de los derechos de autor, van a respetarlos, pero necesitamos tener una mayor educación al respecto y mayores oportunidades para que la gente pueda licenciar su trabajo”.

“Cada minuto se suben 400 horas a YouTube, ¿te imaginas qué haríamos si no tuviéramos acceso a eso? Si eso no fuera una fuente abierta, sería un mundo de locos”.

Iniciativas como Creative Commons han sido fundamentales para hablar sobre el Internet libre y el potencial que estos medios nos pueden ofrecer. “Desde que iniciamos en el 2000 hemos cambiado mucho. Ahora tenemos miles de millones de objetos con licencias, tenemos recursos educativos abiertos al público, que son auspiciados por la Unesco.

Cualquier persona en cualquier parte del mundo puede obtener un libro de matemáticas o ciencias de manera gratuita. Creo que sin Creative Commons no habría habido el mismo impulso que hay por esta apertura digital”.

Wojcicki cree que los artistas han sido una pieza fundamental para iniciar la conversación y nuestra apertura sobre el potencial que ofrece este modelo abierto.

En marzo del 2008, la banda estadounidense Nine Inch Nails puso a disposición del público su álbum Ghosts I-IV sin ninguna restricción de derechos de autor para que los usuarios pudieran usar libremente ese material en sus propias creaciones.

“Lo que pasó con Nine Inch Nails fue que su música se hizo viral y la razón fue porque no tenía copyright. Si un artista quiere dar a conocer su obra, sólo ponla ahí afuera con una licencia de Creative Commons y pide una donación. Él (Trent Reznor) hizo mucho más dinero de lo que jamas podría haber vendido de otra manera. La gente tiene que ver eso. El humano promedio es muy generoso y ellos lo compartirán si saben que hay una oportunidad”.

La académica estadounidense considera que debe de haber más iniciativas como Campus Party, que es un semillero de intercambio del conocimiento. “Esto es lo que debería de estar pasando en las escuelas y hay estudios que han demostrado que 80% del aprendizaje ocurre fuera del salón de clases”.

Además, co nsidera que estas herramientas deben de estar disponibles para todos los estudiantes alrededor del mundo.

antonio.becerril@eleconomista.mx

 

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