Por: Julián de Zubiría
Parlamentarios, investigadores, padres de familia y educadores han pedido la abolición de los deberes extraescolares. ¿Es razonable su propuesta?
En noviembre del año pasado, en España, los padres de familia se revelaron y marcharon para pedir la eliminación de los deberes escolares de sus hijos. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud ha dicho que ve muy limitado su impacto y pide su abolición; al mismo tiempo, algunos parlamentos, en diversos países del mundo, han terminado por prohibir las tareas en casa. En Colombia, el Instituto Pedagógico (IPN) ha decidido eliminarlas recurriendo a argumentos similares, a los que se suma la presunción de que limitan el tiempo libre de niños y jóvenes para hacer deporte, socializar o simplemente para descansar.
Aun así, me temo que sus detractores cometen un error elemental, pero muy generalizado: confunden los síntomas con la enfermedad. Ven la fiebre, pero no la infección que la está produciendo. Sin duda, si evaluamos el impacto sobre el aprendizaje de resolver múltiples algoritmos en casa, la conclusión será que no lo favorece. Lo mismo encontraremos si hacemos un seguimiento para ver de qué sirve escribir infinidad de planas, copiar la biografía de un prócer, hacer listados de plantas, accidentes geográficos o reglas ortográficas. Y no hallaremos una respuesta diferente si de lo que se trata es de copiar apartes del libro al cuaderno, construir el sistema solar con esferas de icopor o responder preguntas mecánicas y repetitivas, como efectivamente suele preguntársele a los niños y jóvenes colombianos en la mayoría de ejercicios que los docentes dejamos a los alumnos para sus casas. Esas tareas no sirven y no ayudan al aprehendizaje, porque no favorecen la reflexión, la interpretación, la convivencia, el diálogo o a la lectura reflexiva, entre otros. Son impertinentes. De eso no hay duda. Eso es lo que demuestran dichas investigaciones, pero nada más.
En lo que se equivocan los contradictores de las tareas en casa es en no identificar adecuadamente el problema: La enfermedad no está en las sábanas. Las tareas son impertinentes, porque también lo es el modelo pedagógico que las genera. El que está enfermo es el sistema educativo basado en la trasmisión de informaciones. No tiene sentido que, en pleno siglo XXI, la mayoría de las clases sigan consistiendo en transmitir datos fragmentados a los estudiantes. No obstante, ese modelo logra sobrevivir, porque sigue siendo el que domina la representación de las Secretarías y los Ministerios de Educación, las editoriales y los medios masivos de comunicación. También, porque los padres y maestros –casi sin saberlo– lo defienden en sus prácticas, aunque lo rechacen verbalmente.
Lo que hay que acabar es el modelo pedagógico tradicional sustentado en la transmisión de la información y las tareas que genera. Tanto estas clases como estos deberes, deben ser completamente abandonados. No deberíamos ir a la escuela a aprender informaciones. Mucho menos si son impertinentes y descontextualizadas.
Pero si las clases consistieran en ejercitar el pensamiento. Si en ellas se trabajara sobre situaciones hipotéticas; si fortaleciéramos en el aula la clasificación, las competencias investigativas y las deducciones; si fuéramos a los colegios a aprehender a argumentar y a hacerle preguntas a la vida, o si la escuela fuera un espacio democrático y participativo para favorecer la tolerancia y el respeto a la diferencia, la situación sería muy distinta.
En cualquiera de los casos anteriores, las tareas no desaparecerían, sino que tendrían que reinventarse. Podríamos, por ejemplo, pedirles a los alumnos que llevaran ideas o preguntas originales a las clases o que entablaran diálogos con los padres y abuelos sobre cómo era la vida cuando ellos eran niños. Podríamos, mediante tareas, conocer las aspiraciones, los hitos en sus vidas o las angustias de sus compañeros. Podrían consistir en cambiar el final de un cuento o en encontrar diversas estrategias para resolver el mismo problema. Si hiciéramos eso, las nuevas tareas generarían nuevas preguntas, ideas y soluciones creativas a problemas ya resueltos. Si los niños aprehendieran a leer y escribir en la escuela, las tareas serían otras. Si los niños aprehendieran a pensar en los colegios, las nuevas tareas podrían desarrollar sus procesos cognitivos y la reflexión y conciencia sobre ellos, o metacognición.
En consecuencia, comparto plenamente la necesidad de replantear por completo las tareas. Pero lo que pienso es que hay que ir mucho más allá. Hay que volver a pensar el sentido y el fin de la escuela. Hay que garantizar que vayamos a la escuela a cosas muchísimo más importantes de las que hoy lo hacemos. Si hiciéramos esa profunda reforma en los fines, los currículos y los sistemas de formación de los docentes, sin duda, aparecerían nuevas y creativas tareas que ayudarían a consolidar los procesos cognitivos y valorativos de los estudiantes. Serían tareas más breves y creativas para los niños, y más profundas, reflexivas y diversas para los jóvenes. Enfatizaríamos más en la relectura y la reescritura. En la duda y la reflexión, que en la certeza. En la pregunta, que en la respuesta. En el compartir y colaborar, que el competir.
Lo que necesita el país no es acabar las tareas, sino con un modelo pedagógico tradicional enquistado en el sistema educativo colombiano. En un mundo en el que tenemos acceso a casi todas las informaciones con tan solo teclear una tecla del computador o del celular, necesitamos y podemos abandonar por completo la transmisión de la información como la finalidad de la escuela. La información está al alcance de todos en las redes, los satélites, las memorias externas y en los computadores. No tiene sentido seguir transmitiendo informaciones en las clases y solicitándolas luego, en las tareas escolares y en las evaluaciones. Como puede verse, lo que necesitamos en una verdadera revolución que ponga el desarrollo humano en el centro de todo proceso educativo.
Si los padres quieren más tiempo con sus hijos, ojalá apaguen los televisores y salgan a los parques y las ciclovías a compartir con ellos. Si los padres quieren compartir más tiempo, ojalá no conviertan los centros comerciales en las nuevas iglesias del siglo XXI. Tiempo de sobra tendría un niño si perdiéramos menos en una educación trivial, en los centros comerciales o frente a los televisores.
Pero si vamos a construir escuelas que favorezcan el desarrollo, ello no será posible si al mismo tiempo no impulsamos un cambio cultural. Lo que nos muestran los estudios es que los niños ven televisión en exceso y que interactúan hasta la saciedad en las redes. Lo que está en cuestión no es que les falta tiempo; lo que les falta son padres, madres y hermanos para que dialoguen e interactúen con ellos en sus casas. También les faltan vecinos y primos para jugar y compartir en el parque. No están los niños agobiados de tiempo. Lo que los agobia es la falta de posibilidades para hacer deporte en los espacios libres, actividades culturales y artísticas en los barrios, y, sobre todo, diálogo, juego y conversación profunda en sus casas. Por eso es que viven conectados al computador y al televisor.
Cuando enviemos a los anaqueles de la historia esta escuela que hemos construido a imagen de las fábricas y, al hacerlo, repensemos la educación y el modelo pedagógico, también replantearemos las tareas. Porque si en clases enseñamos a pensar, a convivir y a comunicarse, en la casa lo que deberán hacer los niños es seguir pensando, formulando nuevas preguntas, creando nuevos espacios e interactuando con amigos y hermanos. Sin duda, habrán desaparecido estas tareas impertinentes que hoy dominan la educación colombiana. Pero antes de ello, habrá desaparecido una escuela pensada para formar empleados y trabajadores de bajo nivel y que sean fácilmente manipulables por los intereses políticos y económicos que hoy nos gobiernan. Intereses, que siguen ajenos a las necesidades del desarrollo humano.
Fuente: http://www.semana.com/educacion/articulo/las-tareas-sirven/514195