2 de agosto de 2016/ Fuente y autor: Silvia Quintero
El 4 de agosto de 2014 en un centro comercial de Bogotá, Sergio Urrego, un joven estudiante de un colegio a las afueras de la ciudad, tomó la decisión de quitarse la vida tras haber soportado diferentes formas de acoso y discriminación en razón de ser homosexual.
Es importante promover un diálogo respecto a quiénes somos y queremos llegar a ser, y cómo vamos a generar un cambio que incida sobre todas las formas de violencia y discriminación que reproducimos por doquier pues, al parecer, los cambios que necesitamos no serán posibles solo con una reforma de un manual de convivencia o con la introducción de ciertos contenidos en una asignatura, pues al final parece que no es tanto con los estudiantes de nuestros colegios con quienes se necesita debatir y construir acuerdos para vivir de una manera auténticamente respetuosa de la diversidad.
El 4 de agosto de 2014 en un centro comercial de Bogotá, Sergio Urrego, un joven estudiante de un colegio a las afueras de la ciudad, tomó la decisión de quitarse la vida tras haber soportado diferentes formas de acoso y discriminación en razón de ser homosexual.
La muerte de Sergio abrió sendos debates públicos en torno al respeto y la tolerancia por la diversidad y terminó obligando al Estado a tomar medidas que procuraran mitigar la situación de violencia y rechazo que se vive en los colegios en torno a la diversidad sexual y de género.
La madre de Sergio interpuso una acción de tutela en contra del colegio Gimnasio Campestre, en donde estudiaba su hijo, debido a que las cartas y mensajes que dejó él antes de morir indicaban que se encontraba sometido a una fuerte presión no solo por parte de sus compañeros sino de docentes e incluso directivos del plantel educativo.
La Corte Constitucional falló en favor de la familia de Sergio y ordenó entre otras cosas la realización de un acto público de desagravio, la otorgación de un grado póstumo y que el Ministerio de Educación tomara medidas para que en un plazo no mayor a seis meses empezara a ejecutar la Ley 1620, que había sido aprobada en 2013 y con la cual se ordenaba la creación del Sistema Nacional de Convivencia Escolar y Formación para el Ejercicio de los Derechos Humanos, la Educación para la Sexualidad y la Prevención y Mitigación de la Violencia Escolar.
Ante la decisión de la Corte las reacciones no se hicieron esperar y sonó con especial fuerza la voz del Procurador Alejandro Ordóñez, quien quiso invalidar esta tutela argumentando que se estaba imponiendo una política de Estado que hacía uso de lo que él denominó ideología de género para “…adoctrinar a nuestros hijos”.
Aun así, la decisión siguió en firme y el Ministerio de Educación tuvo que empezar a implementar medidas dirigidas específicamente a combatir la homofobia y la transfobia en el sistema educativo oficial, entre otras cosas, instando a los colegios a realizar cambios en sus manuales de convivencia.
Hace pocos días, la diputada por el Partido de la U, Ángela Hernández, en un debate alrededor de la Ley 1620, se manifestó en contra de los cambios que los colegios estarían obligados a incorporar en sus manuales de convivencia, pues considera que se está promoviendo “la orientación LGBTI”. También se refirió específicamente a uno de los artículos de dicha Ley, en donde se habla de permitir que los estudiantes puedan aprender del error y respetar la diversidad en materia del ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos, asunto frente al cual la respuesta de la diputada fue: “Si en Colombia hubieran tantos padres de familia interesados en que sus hijos crecieran en estas costumbres y en estas prácticas LGTBI, cree colegios LGTBI a ver cuántos padres de familia van a ir a matricular a sus hijos para que les enseñen y los orienten en esta tendencia”.
Como si fuera poco, la diputada también se expresó en contra de la cátedra de sexualidad, pues según ella infunde más confusión en los estudiantes, ya que se les dice que nacer con pene o vagina no determina que las personas sean o deban ser hombres o mujeres pues se trata de una construcción social susceptible de cambiar de acuerdo con las decisiones propias.
Las declaraciones de Hernández han generado importantes críticas, e incluso han sido rechazadas por miembros de su propio partido político. Sin embargo, es importante valorar con atención el carácter de los planteamientos de la diputada, en tanto que como ella misma ha afirmado, el malestar que expresa no es únicamente el suyo sino el de muchas personas en las comunidades educativas que se oponen a la perspectiva que ha tomado el Ministerio de Educación en materia de equidad de género (que a decir verdad no son una panacea tampoco).
Luego, no deja de ser un asunto preocupante, pues no se trata de una opinión aislada sino de algo que toca las fibras de algunas de las ideas más retrógradas y discriminatorias que perviven por doquier en nuestra sociedad y, por supuesto, en nuestros colegios. En este sentido, debería abrirse una importante discusión sobre la educación sexual en el sistema educativo de todo el país, que no solo involucre a estudiantes, sino a las comunidades educativas en su conjunto.
Uno de los componentes que típicamente existe en la construcción social y cultural de nuestra sexualidad tiene que ver con el hecho de que nuestras preferencias sexuales deben corresponderse con la genitalidad, además de considerar que solo hay dos sexos (cosa que ya supone un primer problemai), lo socialmente aceptado es que nuestras preferencias sexuales estén orientadas hacia las personas del sexo “opuesto”.
Así, la heterosexualidad se ha convertido en el modo de ser hegemónico y aceptado de manera generalizada, y todo lo que rompa con dicho esquema tenderá a ser señalado y estigmatizado, cuando no excluido y violentado.
Usualmente, se asume de manera generalizada que las personas son heterosexuales, quien se considera de esa manera no suele verse obligado a reflexionar sobre su sexualidad ni a pensar cómo relacionarse con su entorno en función de ello. Sin embargo, eso también determina el que muchas personas atraviesen por grandes dilemas debido a esa construcción, y que se sientan obligadas a tomar una decisión en relación con sus preferencias, además de hacerlas públicas, pues está claro que eso nos da un lugar en el mundo y contribuye a definir la manera como las demás personas se relacionan con cada quien.
Saber si se tiene interés por los hombres o las mujeres parece ser un gran problema por resolver y si no es posible definirlo con claridad comienza una sensación de extravío y preocupación, pero ¿en razón de qué? ¿Qué es lo distinto con levantarse y decir “solo me gustan las personas con pene” o “solo me gustan las personas con vagina”? ¿Para quiénes es realmente necesario que las personas asuman una postura única y de por vida con una preferencia sexual? ¿Qué consecuencias supone eso respecto a nuestras ideas sobre el amor?
Para la diputada, ni la muerte de Sergio Urrego, ni la de cientos de personas anónimas que son también perseguidas, acosadas, golpeadas, violadas y asesinadas en razón de la violencia que produce la ideología de género heterosexual son suficiente razón para tomar medidas sólidas que procuren generar grandes cambios en nuestra mentalidad segregadora.
Seguramente, para ella y todas las personas que respaldan sus ideas, es suficiente con defender una de esas nociones tibias de tolerancia (bien extendidas en nuestro sistema educativo y en nuestras familias), según la cual aceptamos que la gente asuma identidades diversas, siempre y cuando no se involucren con nosotros. Sin embargo, en esa tolerancia de mentiras, se mantiene intacta una clarísima imposibilidad de convivir con la diversidad que supuestamente se “tolera”.
Sería ideal vivir en un mundo donde ser heterosexual, bisexual u homosexual no implicara una jerarquización, es más, en donde sea irrelevante tomar una decisión absoluta con respecto al interés sexual, pero mientras le sigamos dando a este asunto un lugar trascendental es importante reconocer y procurar maneras de impedir que en nombre de ello se justifiquen actos violentos.
Seguimos viviendo con un sistema educativo en donde existen colegios exclusivamente femeninos o masculinos, en donde se promueve una enseñanza acorde con el género que corresponda. También contamos con un sistema claro de uniformes que obliga a las mujeres a usar falda y a los hombres pantalón, que impone esquemas estrictos respecto a la presentación personal, al uso de cualquier elemento identitario, desde el maquillaje hasta el corte de pelo.
Los manuales de convivencia imponen esquemas estrictos respecto a la apariencia personal argumentando cosas como que al ocultar las diferencias, se crea una situación de igualdad aparente y se evita de esa manera la discriminación. Una de las cosas que más llama la atención de semejante explicación, es que se puede ver cómo muchas personas aceptan esta necesidad de “ocultar” y viven en el autoengaño de que efectivamente la mejor manera de impedir la discriminación, la estigmatización y la violencia se logra suponiendo que la diversidad no existe, que vivimos en la ficción de la igualdad ¡qué asombrosa mentira!
Afortunadamente, a pesar de todas las formas en que se intenta hacer desaparecer todo lo que nos hace singulares, generalmente ese propósito queda frustrado ante las pocas o muchas maneras en que los niños, niñas y jóvenes logran seguir expresando quiénes son públicamente, a pesar de tener que vivir sometidos a un mundo lleno de adultos como el Procurador, la diputada o los padres de familia que ella cita (y seguramente no son pocos), que se oponen a vivir de un modo en el que se pueda ser como a cada quien se le ocurra sin que eso constituya una razón para rechazar, golpear, acosar y hasta matar.
Aun así, no es suficiente. Es urgente acabar con el ocultamiento de la diversidad, con la pseudo tolerancia que tanto nos han enseñado y que se replica en un sinfín de discursos flojos de unas políticas para la equidad que consideran que es suficiente con que cada quien exprese su identidad en su vida privada, en donde no se perturbe la tranquilidad de todo lo que la mayoría considere “normal”.
Es importante promover un diálogo respecto a quiénes somos y queremos llegar a ser, y cómo vamos a generar un cambio que incida sobre todas las formas de violencia y discriminación que reproducimos por doquier pues, al parecer, los cambios que necesitamos no serán posibles solo con una reforma de un manual de convivencia o con la introducción de ciertos contenidos en una asignatura, pues al final parece que no es tanto con los estudiantes de nuestros colegios con quienes se necesita debatir y construir acuerdos para vivir de una manera auténticamente respetuosa de la diversidad.
Fuente: http://kaosenlared.net/colombia-2/
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