Asia/Yemén/27 Junio 2019/Fuente: Mujer hoy
Meritxell Relaño, representante de UNICEF en Yemen, nos cuenta su experiencia en la mayor crisis humanitaria del mundo.
Han pasado cuatro años desde que comenzó la guerra de Yemen; cuatro años de bombardeos y ataques sobre la población civil que apenas aparecen en los medios de comunicación y han provocado la mayor crisis humanitaria del mundo. Las cifras son demoledoras: más de 70.200 víctimas directas han muerto por un conflicto interno que se ha internacionalizado con la coalición liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes, que cuenta con apoyo indirecto de otras potencias internacionales. Además, según datos del «contador de la vergüenza» que han puesto en marcha ONG como Save the Children, Amnistía Internacional y Oxfam, se han realizado más de 19.000 ataques aéreos (uno cada dos horas de media) y 24 millones de personas necesitan ayuda para sobrevivir (un 80% de la población). Además, 85.000 menores de cinco años podrían haber muerto por hambre u otras enfermedades.
En octubre de 2015, Meritxell Relaño (Durango, Vizcaya, 1972), doctora en Ciencias Políticas y Sociología, llegó a Yemen como representante de Unicef. Había trabajado en países como Timor Oriental, Colombia, Mozambique o Gambia, pero era su primer destino en un país en guerra. «Nada te prepara para esta experiencia -explica-. Es imposible transmitir lo que es una guerra. Tal vez solo los ancianos que vivieron la Guerra Civil puedan entenderlo».
Esperando una paz que parece encallada tras las conversaciones de Estocolmo -de las que ha salido una frágil tregua-, Relaño ha pasado a ser directora de la Oficina de Programas de Emergencia en Ginebra, pero tiene muy presente el conflicto yemení. Cuando llevaba tres meses en el país, se quedó impresionada al ver a los niños y niñas por primera vez en la calle. Fue en Saná, la capital. «Un día de sol, salimos a la calle para ver cómo se repartía el agua. Parecía una jornada tranquila, sin ruido de aviones. Me llamó la atención la palidez de los niños que salieron por fin de sus casas a intentar recoger agua con unos cubos». Esos pequeños, «de tez blanquecina, con ojeras, muy delgados», vivían encerrados en sus pequeñas casas. Verlos en la calle le produjo una mezcla de emociones: «Era una escena bonita porque estaban jugando con el agua; y, a la vez, resultaba impactante por la expresión de sus rostros. Esos niños rompían su encierro durante unos minutos, los que permanecía abierto el grifo en aquel barrio». Desde aquel día, en todas sus comparecencias públicas, entrevistas en medios o reuniones de altas instancias, Meritxell repite una frase: «Que paren ya la guerra«.
En los cinco meses posteriores a los acuerdos de Estocolmo al menos 80 menores han muerto o resultado heridos. Relaño ha colaborado con distintas ONG desde que era muy joven, pero, afirma, la misión de Unicef es única. «Me motiva el mandato de la organización. Que todas las niñas y niños vean sus derechos cumplidos. El derecho a la vida, a la educación, a la protección…», reconoce.
¿Sin esperanza?
«La situación empeora por momentos. Cuando llegué aún había esperanza. Luego se perdió por muchos meses. Ahora, con la tregua, vuelve a haber una pequeña luz en el horizonte». Las cifras, aun así, son aterradoras: «Mientras estuve allí murieron más de 2.500 niños por las bombas o las minas antipersona y más de 3.000 fueron heridos o mutilados. Yemen es ya la mayor catástrofe humanitaria del siglo, con 24 millones de personas que necesitan ayuda humanitaria». El verano de 2018 fue particularmente sangriento: más de 100 niñas y niños murieron como consecuencia directa del conflicto. Además, muchos menores fallecen por enfermedades como diarreas, neumonías, malnutrición… «Estos niños no saben si podrán ir a la escuela este mes, o si les van a reclutar y a llevar al frente. Todo está peor, a pesar de los esfuerzos de la ayuda humanitaria, que impide que mueran muchos más. Imagina la situación de millones de familias, que llevan ya casi cuatro años sin ingresos, sin trabajo, que han vendido ya todo lo que tenían para alimentar a sus hijos, que se han endeudado para pagar los gastos mas básicos».
En el país, 11 millones de menores necesitan ayuda humanitaria para sobrevivir. Unos dos millones de niños en edad escolar no asisten a la escuela. Otros tantos sufren malnutrición y hay 400.000 con desnutrición aguda severa, lo que les sitúa al borde de la muerte. Al menos 56.000 menores de cinco años fallecen cada año por causas totalmente prevenibles. Hoy, además de pálidos, sus rostros están demacrados. Se les ven los huesos, apenas recubiertos de piel. Si se les da un juguete, lo miran sin saber qué hacer porque nunca habían visto uno.
Mujerhoy Usted que ha sido representante de Unicef, ¿qué les diría a los gobiernos?
Meritxell Relaño Que paren la guerra. Y si no pueden, que las partes en conflicto respeten el Derecho Internacional Humanitario y las reglas de la guerra. Que no mueran más civiles, que no ataquen escuelas ni hospitales, que no usen a los niños como soldados.
M.H. ¿Cómo ha podido resistirlo?
M.R. Precisas de paciencia infinita, cabeza fría y resiliencia, saber cómo decir las cosas para que no se ofenda nadie y la fortaleza mental. Aprendes a negociar con Dios y con el diablo.
M.H. ¿Cómo es el trabajo de Unicef allí?
M.R. No hay un Estado que invierta en salud, alimentación o educación, así que tenemos cinco programas. A través del de salud, el más importante, tratamos a más de 400.000 niños con malnutrición severa aguda. También traemos medicinas para los menores de cinco años y pagamos todos los gastos de los hospitales, desde el combustible hasta los salarios. Igual rehabilitamos un colegio destruido por las bombas que entregamos material escolar o imprimimos libros. Distribuimos agua potable y combustible para que se pueda bombear agua a las ciudades. Trabajamos en la prevención de matrimonios prematuros, la denuncia de los casos de niños reclutados para el frente… El país está al borde del colapso.
M.H. ¿Cómo lo viven los yemeníes?
M.R. Con resignación, esperando que acabe todo. Yemen era uno de los países más pobres de la región pero este conflicto ha hecho retroceder sus indicadores más de 10 años, sobre todo en mortalidad infantil.
M.H. ¿Hasta qué punto es dura la situación?
M.R. Hay historias terribles. Alí, de ocho años, llegó, en los huesos y con cólera, al hospital en Aden. Estuvo a punto de morir porque su madre no lograba reunir los 10 euros que necesitaba para llegar al hospital. Ahmed tiene terror al ruido de los aviones y las bombas. Solo puede dormir abrazado a su padre. A Fatouma la casaron con 13 años; su familia necesitaba la dote para alimentar a sus hermanos. Y he oído historias de padres que se han suicidado por no poder alimentar a sus hijos, de familias que comen hierbas porque no hay nada más, de embarazadas tan desnutridas que pierden a sus hijos, de niños de 13 y 14 años que se alistan para traer dinero a casa y mueren en el frente o vuelven heridos en cuerpo y alma… Demasiadas historias, demasiado horror.
M.H. ¿Hay también historias de esperanza?
M.R. Trabajando con niños siempre las hay. En Saná organizamos una sesión TEDx con jóvenes de todo el país. Fue emocionante oír sus historias de superación. Niñas y niños que, a pesar de todo, acababan sus estudios, tocaban música, publicaban blogs y se reían de la vida como solo los jóvenes pueden hacer. El que más me impresionó fue Abdulrahman, que con medio cuerpo casi paralizado corre maratones.
M.H. ¿Cuál es la situación de las mujeres y niñas?
M.R. De mayor vulnerabilidad, si cabe. La mayoría de las mujeres no tiene ingresos propios; se dedican al cuidado de los hijos, unos seis por cada una. Está aumentado la violencia contra las mujeres y las niñas y a muchas pequeñas las casan cuanto antes para tener una boca menos que alimentar y ganar la dote.
M.H. ¿Cómo salen adelante los yemeníes?
M.R. Más de ocho millones de personas dependen de la ayuda alimentaria. Su pensamiento principal es sobrevivir un día más. Luego están los que no cobran un sueldo desde hace meses: maestros, enfermeros… Y los que han perdido su trabajo: los comercios han cerrado, no se cultiva por falta de agua, no hay pesca porque se han militarizado los puertos… Las mujeres que trabajan en nuestras oficinas, médicas o ingenieras, mantienen con su sueldo, a veces, a más de 40 personas.
M.H. ¿Cómo es vivir en estado de guerra?
M.R. En Yemen hay bombardeos continuos en muchas partes del país, sobre todo en la zona de Hodeida y en Saada, al norte. En Saná me tocó dormir muchas veces en el pasillo, lejos de las ventanas. En diciembre, cuando mataron al presidente Ali Abdullah Saleh, hubo un conflicto muy cerca de donde vivía y estuve 10 días sin poder salir del apartamento. No te puedes imaginar cómo es el sonido que hacen las bombas, tremendo. Oyes el avión y luego llega el misil. Nunca sabes cuándo va a ser, no hay avisos… Si escuchas un avión, ya entras en tensión.
M.H. ¿Qué hace la población civil cuando hay bombardeos?
M.R. Las instrucciones son bajar al primer piso y si tienen sótano, mejor. No hay refugios en las ciudades. Imagina el estrés. Para los niños es aún peor, porque no entienden qué pasa. Algunos iban andando por la calle con un amiguito y lo han visto morir en una explosión. Hay muchísimos niños con traumas. Por eso también tenemos un programa de apoyo psicosocial.
M.H. ¿Qué ha aprendido allí?
M.R. Muchas cosas, pero solo hablaré de las buenas: la solidaridad entre la gente que tiene poco y la sonrisa de las niñas y niños cuando van a la escuela, que es su tabla de salvación. Sin educación no hay futuro y ellos lo saben.
M.H. ¿Y qué es lo que más le ha marcado?
M.R. Los niños que llegan al hospital a punto de morir por malnutrición.
M.H. ¿Cómo lograba mantener el optimismo en esta situación?
M.R. Era muy difícil y había días muy complicados, pero hay un día siguiente y hay que salir adelante. Si no hubiera podido liderar a mi equipo con optimismo, imagínate. Debes liderar con el ejemplo, no se te puede ver decaída o con moral baja, es mucha responsabilidad. Eso me lo guardaba para mí para por la noche. También hablaba con mi familia a diario. Y cada seis semanas pasaba en España una semana. Es algo obligatorio, además de necesario por tu propia salud mental.
M.H. ¿Qué ha sentido al tener que dejar Yemen, qué vínculo le queda con la gente con la que ha trabajado allí
M.R. Fue doloroso dejar el país porque la experiencia ha sido intensa. Yemen y su gente estarán siempre conmigo, no solo porque sigo trabajando en emergencias y Yemen es una de las mas grandes y complejas del mundo, sino también porque una vivencia tan enriquecedora no se olvida fácilmente y sigo en contacto con mucha gente que sigue allí.
Fuente: https://www.mujerhoy.com/vivir/protagonistas/201906/25/guerra-yemen-muertes-meritxell-relano-rev-20190624095007.html