Las ONG han pedido hoy, en el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, el fin de los ataques contra los trabajadores humanitarios en conflictos, catástrofes y crisis.
Médicos del Mundo precisa que, en el primer semestre de este año, 62 miembros del colectivo sanitario han sido asesinados, han desaparecido, han resultado heridos o han sido asaltados en trece países como Siria, Pakistán, Afganistán, El Salvador, Ucrania, México o Nigeria.
«No solo queremos denunciar lo que se incumple, sino también proponer caminos alternativos a través de nuestra experiencia, como el refuerzo de los sistemas preventivos de seguridad», señala el presidente de Médicos del Mundo en España, José Félix Hoyo.
Desde su punto de vista, «el personal sanitario local debe estar amparado por el mismo sistema de protección que los equipos internacionales».
Médicos del Mundo ha puesto en marcha una campaña consistente en distorsionar su logotipo para mostrar que aquello en lo que no quiere convertirse: «Objetivos del Mundo».
«Las instalaciones sanitarias deben ser protegidas y, en ningún caso, atacadas deliberadamente. Hoy en día, el derecho humanitario no se respeta en absoluto: curar no debe ser considerado como un acto de guerra», indica la vocal de Programas Internacionales de Médicos del Mundo, Iria Galván.
Desde Acción contra el Hambre, su director general, Olivier Longué, subraya que los países donde los trabajadores humanitarios están más amenazados por la violencia y los ataques son los que necesitan ayuda humanitaria de manera más urgente.
«En 2016, cinco países afectados por conflictos concentraron la mayor parte de los principales ataques contra actores humanitarios, Afganistán, Somalia, Sudán del Sur, Siria y Yemen, zonas de guerra donde el derecho internacional humanitario ha quedado relegado», resalta Longué.
De Afganistán a Ucrania, de Nigeria a Yemen, de Sudán del Sur a Siria, «a pesar de los riesgos por falta de seguridad en estos países, nuestros equipos se han movilizado para desplegar la respuesta humanitaria necesaria», precisa Longué.
Acción contra el Hambre no solo pide el fin de estos conflictos, sino el respeto del derecho internacional humanitario para que las personas tengan acceso a los servicios básicos mínimos para tener una vida digna.
World Vision se ha unido a la campaña «No son un objetivo» para invitar a los líderes mundiales a garantizar la protección de civiles y trabajadores humanitarios.
Esta entidad pone de relieve el valor de los trabajadores humanitarios y reclama el fin de la violencia contra los niños, así como de la destrucción intencionada de los servicios médicos y educativos.
El Programa Mundial de Alimentos, la mayor agencia humanitaria que lucha contra el hambre en el mundo, expresa su apoyo a las personas que se encuentran atrapadas en conflictos y rinde homenaje a los trabajadores humanitarios que se preocupan por ellas.
Destaca el compromiso de los que trabajan para aliviar el sufrimiento y cubrir las necesidades de los más vulnerables en todos los rincones del mundo, con frecuencia, poniendo en peligro su propia seguridad.
Según la organización, 20 millones de personas son afectadas por esta crisis humanitaria.
La hambruna amenaza a más de 20 millones de personas en Yemen, Somalia, Sudán del Sur y el noreste de Nigeria, advirtió este miércoles el Consejo de Seguridad de la ONU, que vinculó el problema con los conflictos armados en marcha en esos países.
«El Consejo de Seguridad deplora el devastador impacto que genera sobre los civiles los conflictos armados en marcha y la violencia», destaca una declaración del presidente de esta instancia, adoptada por consenso por sus 15 miembros.
El texto enfatiza que la violencia actual dificulta «una respuesta humanitaria efectiva a corto, mediano y largo plazo, y en consecuencia es también una de las causas principales de hambre» en esos países.
Producto de una iniciativa sueca, la declaración requirió una fuerte negociación previa pues con ella las Naciones Unidas establece por primera vez un vínculo formal entre la existencia de conflictos y el hambre.
Medio Oriente/13 de junio de 2017/Autor. Juan Caros Gonzáez/Fuente: http://www.bez.es
Mikel Ayestaran (Beasain, 1975) cuenta las horas para volverse a Jerusalén. Ahí le espera su familia y un buen puñado de historias que contar. Tras más de 10 años de trayectoria internacional, la mente de este periodista donostiarra se aleja de la de un cronista de oficina. “Tenía una de las mejores ciudades de España para vivir que es San Sebastián, un puesto de trabajo en un periódico que sigue funcionando bien, pero no me podía dar lo que yo quería».
Viajes de ida y vuelta por Oriente Medio, por países que se convierten en catorce capítulos. Así fue construyendo lo que hoy es su «crónica de crónicas». Un reto llamado Oriente Medio, Oriente roto. Tras las huellas de una herida abierta (Editorial Península) en el que los protagonistas son los lugares y las personas. “No es un libro sobre Mikel Ayestaran, es un libro sobre Oriente Medio”, cuenta a bez.es
Deja bien claro que no quiere contar batallitas y se confiesa “nada peliculero”, su único objetivo es sorprender al lector “rompiendo las normas de estilo” que usa día a día utilizando la primera persona y el presente.
El foco en las personas que sufren la guerra
Un relato impresionante hecho de forma casera y muy personal. “La foto de portada es de mi Palmira, del primer viaje que hice”. Una antigua ciudad histórica siria, ahora destruida por el Estado Islámico. “Nos fijamos siempre en Alepo, Palmira, las grandes fotografías son siempre esas, pero la auténtica destrucción que se está produciendo en la región es el fraccionamiento total y el final de la convivencia entre confesiones y entre etnias”. Ayestaran quiere que los paisajes se recuerden como se conocieron desde un inicio, pero sobre todo que se ponga el foco en las personas que en ellos habitan.
Donald Trump va a mandar miles de soldados a Afganistán. Pero, ¿acaso les ha preguntado a los afganos lo que necesitan?
Mikel Ayestaran
La herida que protagoniza estos relatos y que indigna al mundo puede acabar, no es ninguna utopía, solo hace falta voluntad. Ayestaran levanta la voz, con rabia y recuerda cuál debe ser la solución más inmediata.
¿Qué pasos podría dar la comunidad internacional para mejorar la situación en la zona?
El primer paso es el más fácil de todos, dejar de exportar armas y soldados a una región donde lo que sobran son armas y soldados. El resultado de las invasiones que se han llevado a cabo desde 2001 es patético. Hay que apostar por un tipo de cooperación y ayuda a largo plazo insistiendo en la base de lo que tiene ser la única arma de construcción masiva que conozco, que es la educación. Donald Trump, por ejemplo, va a mandar miles de soldados a Afganistán. Pero, ¿acaso les ha preguntado a los afganos lo que necesitan?
Grabar lo que pasa o vivir el momento
El periodista de Vocento y la televisión autonómica vasca (EITB) es multimedia pero admite que hay veces que las nuevas tecnologías le agobian. “Trabajar en multiformato muchas veces te martiriza”. Tras años y años escuchando consejos para transformarse ante un futuro irremediablemente digital, Ayestarán reconoce que esto es ya el presente.
Tiene Twitter y graba vídeo, pero hay cosas del día a día de este reportero que no vemos ni leemos. «He vivido momentos en los que digo, joder esto lo quiero para mí y ni foto, ni Facebook Live, ni nada. Apago lo que tengo y disfruto. El que quiera vivir esto que venga». Entre sentimientos recuerda la caída de Mubarak. Estaba en una cafetería junto a la plaza Tahrir de El Cairo y al enterarse lo primero que hizo fue abrazar a su intérprete, un momento que solo está en el recuerdo de Ayestaran.
Extracto de Oriente Medio, Oriente roto. Tras las huellas de una herida abierta.
Mikel Ayestaran
«El doctor Flayeh al Mayali es “mi padre” en Irak. Las palabras “traductor”, “intérprete” o fixer se quedan cortas para definir a uno de los personajes más entrañables que me he encontrado desde que trabajo en zonas de conflicto” […] Durante la época de Sadam Husein ya acompañaba a periodistas y colaboraba con la embajada española, pero tras la guerra se convirtió en los ojos de enviados especiales de diferentes medios, y también colaboró con las tropas españolas hasta que a finales de 2003 fue detenido y acusado de “colaborador necesario”
¿Por qué son tan importantes los intérpretes para un corresponsal de guerra?
En primer lugar, por el lenguaje. No solamente te traducen, también te interpretan la realidad de su país y sobre todo te tienen que dejar muy claro a donde no puedes ir. Siempre que voy a un lugar de estos tengo tres reglas: seguridad, seguridad y seguridad. Después trabajamos.
El mayor reto informativo de Ayestaran es y seguirá siendo Siria, “tanto por la opacidad del país, como por el poco conocimiento que hay de la zona o la exagerada publicidad y propaganda que hay desde uno y otro lado”
De él dice Ramón Lobo, otro gran cronista internacional, que elige sitios «a los que no va casi nadie». Afganistán, Libia, Irak, Egipto, Líbano, Yemen… pero su mayor reto informativo es y seguirá siendo Siria, “tanto por la opacidad del país, como por el poco conocimiento que hay de la zona, por lo difícil que ha sido trabajar durante todo el conflicto y por la exagerada publicidad y propaganda que hay desde uno y otro lado”.
En su mente tiene otro gran reto personal que le hace sonreír entre tanta crudeza. La revista 5W junto a buenos periodistas, pero sobre todo “buenas personas” como Xavier Aldekoa. “Al principio nos decían: estáis pirados, la información internacional no interesa, pero somos ahora nosotros y miles de pirados que han comprado la revista, que están suscritos, que están siguiendo en Twitter…. Y el arco se va ampliando”. Esperanza ante el periodismo que vivimos. “Al final es importante que nos juntemos para este tipo de cosas y no solo para tomar cañas”, dice entre risas.
Tras años de recorrido, este periodista de raza tiene “más preguntas que respuestas”. Quizá esas mismas dudas las resuelva viviendo nuevas experiencias. Que así sea Mikel, por el bien del periodismo, pero, sobre todo, por el bien de la gente de Oriente Medio.
Uno de cada cuatro menores en el mundo «no puede disfrutar de su infancia» por el matrimonio precoz, el trabajo infantil o el desplazamiento forzoso, denuncia Save The Children
«Cuando mi padre decidió casarme, me rompió el corazón. Nadie me preguntó ni se preocupó», relata una menor afgana obligada a contraer matrimonio.
Ahlam, Kamal, Majerah, Tawa, Yassira, Juan y Saida son niños que han dejado «demasiado pronto» de ser niños. El matrimonio forzado, el trabajo infantil, el hambre, los embarazos precoces, el abandono de la escuela o la violencia truncan cada año la infancia de muchos menores en el mundo, según el informe Infancias robadas elaborado por Save The Children.
En el estudio, la organización analiza cómo estos factores han creado «una crisis global para la infancia de enormes proporciones». A pesar de los avances, las cifras aún se cuentan por millones: s e estima que uno de cada cuatro niños en el mundo, al menos 700 millones, «no puede disfrutar» de su niñez por alguna de estas situaciones.
La causa última, casi siempre, es la misma: la pobreza. La investigación, que clasifica a 172 países en función del impacto de estos factores en la infancia, revela la brecha existente entre los países ricos y los países empobrecidos e n un ranking encabezado por Noruega y con Níger en el último puesto.
Ahlam, desplazada en Irak
La historia de Ahlam es la de dos huidas. La primera, cuando el ISIS tomó el control su ciudad, Baiji, al norte de Irak. La segunda, cuando el grupo terrorista llegó dos años después a Hawija, de donde tuvo que volver a escapar junto a su familia. «Caminamos siete horas durante la noche por las montañas. Íbamos por la carretera y se producían explosiones. Había minas que explotaban. Las vimos», recuerda Ahlam, de 12 años, en un testimonio recogido por Save The Children.
Ahora vive en un campo de desplazados en Qayyara, al sur de Mosul. «Allí dejé mis juguetes, mi escuela… Lo tenía todo. Aquí no tengo juguetes. Prefiero volver a casa. Hace mucho que no vemos nuestra casa. También tenía un columpio. Teníamos un televisor en casa. Solía ver dibujos animados», comenta la menor, que ahora cursa quinto curso y quiere ser «ingeniera o médica» de mayor.
Casi 17 millones de niños y niñas como Ahlam se convierten en desplazados en sus países. Otros 11 millones son refugiados y solicitantes de asilo. En total, uno de cada 80 niños ha abandonado su hogar. El informe denuncia que en «demasiados casos» los menores migrantes son detenidos, lo que tiene «unos efectos demoledores en su desarrollo».
Irak es uno de los países donde los niños «sufren más por los conflictos», según la ONG, junto a Siria, Sudán del Sur, Somalia, República Centroafricana, Colombia, Afganistán, Yemen, Sudán y Eritrea.
Kamal, forzado a trabajar en India
Empujado por la pobreza y forzado por sus padres, Kamal, de India, tuvo que dejar la escuela a los 11 años y ponerse a trabajar en un restaurante de carretera. Pasó dos años cocinando, limpiando y sirviendo mesas para ganar los únicos ingresos que entraban en su casa, 73 dólares al mes.
Tras varios obstáculos y la negativa de sus padres, Kamal pudo matricularse de nuevo en el colegio con el apoyo de una ONG local y Save The Children. Ahora tiene 14 años y ha empezado a ganar carreras de atletismo. «Yo trabajaba, nunca pensé que podría volver a estudiar o representar a mi distrito en competiciones deportivas», dice el adolescente.
Cerca de 168 millones de menores en el mundo son forzados a trabajar para mantener a sus familias, según la investigación. La mitad, 85 millones, lo hace con trabajos peligrosos como la pesca en aguas profundas, las fábricas textiles, la recogida de algodón, la minería o la construcción. Las tasas nacionales más altas de trabajo infantil se encuentran en países del África subsahariana como Camerún, (el 47% de los niños), Somalia (49%), Guinea-Bissau (51%), Benín (53%) y Malí (56%).
Majerah, obligada a casarse en Afganistán
El sueño de Majerah de convertirse en médica se «hizo añicos» cuando la obligaron a contraer matrimonio y abandonar sus estudios. Tenía 14 años. «Cuando mi padre decidió casarme, me rompió el corazón. Nadie me preguntó ni se preocupó», lamenta la joven, que vive con su marido, que es 10 años mayor que ella y «la ha golpeado en varias ocasiones».
También vive con su familia política, quienes «la tratan como a una esclava» y la menosprecian «porque no ha sido capaz de tener un hijo», según la ONG. «Ya no me siento viva. No se puede vivir sin esperanzas y sueños», lamenta Majerah, que ahora tiene 17 años.
El matrimonio precoz tiene «consecuencias devastadoras» para la vida de las niñas, según Save The Children, que calcula que 40 millones de menores de entre 15 y 19 años están casadas o viven en pareja. Cada año, cuatro millones de niñas menores de 15 años contraen matrimonio.
«Es un problema mundial que trasciende países, culturas, religiones y etnias», concluye la ONG. África subsahariana y Asia meridional presentan las mayores cifras con países como Sudán del Sur (40% de niñas de entre 15 y 19 años casadas) y Bangladesh (44%), aunque también varía por regiones en función de sus índices de pobreza.
Tawa, madre adolescente en Sierra Leona
Cuando el brote de ébola estaba llegando a su fin en Sierra Leona, Tawa se quedó embarazada de un joven con el que tuvo relaciones una sola vez. Al enterarse, el chico huyó a Liberia y Tawa no ha vuelto a saber nada de él. Durante el embarazo, tuvo que enfrentarse a los comentarios y las burlas de sus vecinos. Ahora tiene 17 años y una hija, Mary, de 10 meses.
«Estoy muy estresada, cuando mi hija se pone enferma, incluso me cuesta trabajo encontrar el dinero para llevarla al hospital. Es difícil hasta obtener alimento que darle», explica la joven.
Se estima que cada dos segundos, una menor da a luz en el mundo. Cada año, 17 millones de menores tienen un hijo. Un millón de ellas no llega a los 15 años. Las complicaciones en el embarazo y el parto son «la segunda causa de muerte» de la adolescentes en el mundo, alerta Save The Children. Siete países concentran la mitad de todos estos embarazos: Bangladesh, Brasil, República Democrática del Congo, Etiopía, India, Nigeria y Estados Unidos.
Juan perdió a su primo en El Salvador
«Era como mi hermano». Así recuerda Juan, un salvadoreño de 13 años, a su primo, asesinado por las bandas el año pasado. «Llegué a casa y me encontré a mi hermano y a otra prima llorando. Sentí algo extraño, la cabeza me daba vueltas. Le pregunté a mi prima qué pasaba y no me respondió, seguía llorando. Me dijo ‘Le han matado’. Sentí que mi corazón se partía por la mitad», relata.
«He soñado con él tres veces. En el sueño me abraza y me dice que siempre estará conmigo. Hace la maleta, se da un baño y me dice que se va a hacer un largo viaje del que no volverá. Me desperté del sueño y quería compartir mi tristeza. Decidí que nunca me autolesionaría como hacen otros cuando tienen problemas, porque pienso que no es bueno» añade el menor, que recibe terapia psicológica de la ONG.
«Sufrir, presenciar o temer la violencia no debería formar parte del crecimiento», sentencia el estudio, que revela que más de 75.000 niños y niñas menores de 20 años fueron asesinados en 2015. El Salvador, forma parte de los cinco países con mayores tasas de homicidio infantil junto a Honduras, Venezuela, Colombia y Brasil.
Saida padece desnutrición en Yemen
Pasar hambre ha marcado para siempre la vida de Saida. Sufrió desnutrición de pequeña y, como consecuencia, tuvo retrasos en su crecimiento: no pudo desarrollar todo su potencial, ni mental y físico. A sus 18 años, Saida parece que tiene ocho. Según la ONG, aunque su alimentación mejoró, tras el estallido de la guerra en Yemen ha vuelto a caer en la desnutrición y está siendo tratada en Saná.
En Yemen, el 47% de los niños sufre retrasos en su crecimiento como consecuencia del hambre. Que un bebé no obtenga nutrientes suficientes durante sus primeros 1.000 días de vida es «en gran medida irreversible», según Save The Children, que denuncia que los niños que sufren estos retrasos –156 millones de menores de cinco años en total– «afrontan una vida de oportunidades perdidas en cuanto a educación y trabajo».
Yassira abandonó la escuela en Níger
Yassira, de 11 años, tuvo que dejar los estudios para ayudar económicamente a sus padres. Atrás dejó su escuela, y a sus amigos. «Ahora van por delante de mí. Me han dejado atrás», apunta la pequeña. Con el apoyo de la ONG, su madre se ha unido a un grupo de agricultoras y Yassira ha vuelto a la escuela en febrero. «Mi asignatura favorita es la lectura, cuando sea mayor quiero ser profesora», dice.
En África subsahariana las escuelas «suelen estar demasiado lejos y las familias son demasiado pobres como para sostener la educación de sus hijos», explica el informe. En el mundo, hay más de 263 millones de niños y niñas fuera del sistema educativo.
Amina perdió a dos hijos en Nigeria
En una aldea del noreste de Nigeria vive Amina, que ha perdido a dos de sus cuatro hijos por enfermedades «tratables» y «evitables», según la ONG. Su primer hijo, de seis meses, murió en 2009.
«No sé por qué murió, pero sufría diarrea severa y estaba muy desnutrido. No tenía ni idea de cómo ayudarle porque en nuestra aldea no hay centro médico, hospital o enfermería. Me sentí muy triste cuando murió. En segundo lugar tuve una niña, que hace cuatro años que murió», dice.
El estudio revela que cada día mueren 16.000 niños antes de cumplir cinco años por causas que se pueden «evitar» y «tratar» como los nacimientos prematuros, la neumonía, las complicaciones en el parto y la diarrea.
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(*) Algunos de los nombres utilizados son ficticios para preservar la identidad de los menores.
Con más de dos millones de niños y niñas fuera de las escuelas en Yemen como resultado del conflicto, ACNUR ayuda a niños refugiados, desplazados y locales a continuar con sus estudios.
Al igual que millones más de personas atrapadas en el brutal conflicto de Yemen, Afrah, refugiada somalí de 12 años, se preocupa principalmente por sobrevivir las bombas, las balas y la persistente pobreza que este conflicto ha provocado.
Pero con su futuro en la mira, ella también se preocupa mucho porque el conflicto evite que ella continúe con su educación, y por ende, no pueda cumplir su sueño de ser doctora.
“Temo mucho por la guerra pero quiero continuar en la escuela”, dijo Afrah, vistiendo una túnica verde que es el uniforme de la Escuela Asma para Niñas, en la capital de Yemen.
Dos años de conflicto en Yemen han paralizado gran parte del país y a sus habitantes, dejando a una increíble cifra de 18,8 millones de personas en necesidad de asistencia humanitaria y provocando que dos millones de niños no puedan asistir a la escuela.
Los servicios y las instituciones básicas, incluyendo el sistema de educación pública, están cediendo bajo la presión de la guerra. A pesar de que la educación pública continúa siendo gratuita en Yemen tanto para los niños locales como para los refugiados, más de 1.600 escuelas están ahora dañadas y ya no son aptas, mientras que otras están ubicadas muy cerca de los frentes de batalla, lo que pone en peligro la seguridad de los estudiantes.
“Debido a la guerra ha sido muy difícil estudiar…tenemos que compartir un libro entre todos”.
Para los jóvenes refugiados y solicitantes de asilo como Afrah, cuya familia cruzó el Golfo de Adén para huir de la guerra en su natal Somalia, el riesgo de que su educación se vea interrumpida ya es significativo. De acuerdo con un reciente informe del ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, llamado Oportunidades Perdidas, los niños refugiados tienen cinco veces más probabilidades de quedar fuera de las escuelas en comparación con los niños locales.
“El conflicto no solo afecta el estado psicosocial y la salud de los estudiantes y los profesores, sino que también tienen que luchar con la pobreza y requieren mucho apoyo”, explicó la directora de la escuela de Afrah, Aisha Al Dhafari.
Su escuela, como muchas otras en Yemen, ahora está sobrepoblada y sobrepasa sus capacidades, como resultado de haber absorbido un número adicional de estudiantes que se han desplazado al área.
“Antes de la guerra, en una clase habían 60 estudiantes y ahora se ha duplicado a 120”, dijo Al Dhafari.
La escuela ahora trabaja con doble turno, y los estudiantes asisten a clases por la mañana o por la tarde, y los materiales y los equipos de aprendizaje son escasos. Las clases no solo están sobrepobladas, sino que también tienen una iluminación pobre, debido a la falta de electricidad en la ciudad destrozada por la guerra, Saná, provocando que la escuela solo esté alimentada por los paneles solares brindados por el ACNUR.
“Debido a la guerra ha sido muy difícil estudiar y ni siquiera tenemos libros de texto. Tenemos que compartir un libro entre todos”, dijo Afrah.
Además del impacto sobre los estudiantes, el brutal conflicto en Yemen también está afectando a los maestros. La mayoría de los salarios del sector público, del cual depende el 30 por ciento de la población de Yemen, se pagan de forma irregular o no se pagan del todo.
“Los maestros no han recibido su salario hasta por cinco meses y aun así continúan presentándose a enseñar sin paga. Ellos lo hacen porque creen que es su deber”, dijo el director de la oficina del Ministerio de Educación en Saná, Mohammed Al Fadhli.
Para abordar las necesidades educativas de los refugiados y los yemeníes, ACNUR ha dado asistencia a las escuelas y brinda material educativo en áreas que albergan a grandes cantidades de niños desplazados a la fuerza.
El apoyo incluye capacitación para los maestros, administrativos y trabajadores sociales en temas de protección de la niñez, desplazamiento y asuntos psicosociales, ofreciendo a los niños programas de desarrollo y clases informales, y dándoles a los estudiantes uniformes y kits educativos, que incluyen bultos escolares y papelería.
“Además de haber tomado sus vidas, el conflicto en Yemen también está robando futuros. Una generación completa está en peligro de salir perdiendo”.
ACNUR también ha reparado escuelas dañadas, ha instalado paneles solares y ha dado materiales de enseñanza esenciales, incluyendo 300.000 libros de textos que dio a 20 escuelas yemeníes, como la de Afrah. Esto cubre el 20 por ciento de los requerimientos de libros escolares en Saná.
“En medio de la destrucción y la guerra, el Ministerio de Educación, su personal, sus maestros y administradores han hecho una labor increíble para asegurar la continuación de los programas educativos en Yemen y el acceso de los niños refugiados y desplazados. Pero necesitan más apoyo”, dijo el Representante del ACNUR en Yemen, Ayman Gharaibeh.
“Además de haber tomado sus vidas, el conflicto en Yemen también está robando futuros. Una generación completa está en peligro de salir perdiendo, y si no continuamos apoyando el acceso a la educación de los refugiados y los desplazados a la fuerza, las consecuencias a corto y largo plazo serán desastrosas”, advirtió Garaibeh.
Para Afrah, que continúa comprometida con sus estudios, a pesar del temor por la violencia y la falta de recursos, los nuevos libros de texto significan una renovada esperanza para el futuro.
“Estoy feliz porque finalmente tengo libros para estudiar”, dijo ella. “Quiero seguir en la escuela para concluir mi educación y poder ser doctora”, dijo ella.
Desde hace dos años, Arabia Saudí libra una guerra aérea en Yemen, con apoyo de varios países occidentales. El conflicto en el país se ha agudizado. Sobre todo los niños se ven afectados por la pobreza y el hambre.
En la mira de los bombarderos
El orfanato en el que vive este joven se encuentra junto a un presunto arsenal de municiones en la capital yemení, Saná. Por ello, la coalición militar liderada por Arabia Saudí lanza regularmente bombas contra este objetivo. Desde hace dos años lucha contra los rebeldes hutíes, que han formado un gobierno opositor.
Huida masiva
Por miedo a los bombardeos, muchas familias han huido al campo. Esta madre y sus dos hijos viven en el campamento de refugiados de Dharawan. No obstante, también ahí hay escasez de alimentos, medicamentos y otros artículos. En total, unos 1,4 millones de niños han emprendido la huida.
Enfermos por desnutrición
En Yemen se sufre, sobre todo, una severa escasez de alimentos. Según UNICEF, la agencia humanitaria de la ONU para los niños, más de 460.000 menores sufren desnutrición aguda.
Una generación sin educación
Para la mayoría de los niños yemeníes, el camino a la escuela es peligroso y largo. Este joven en la ciudad portuaria de Al Hudayda por lo menos todavía tiene una escuela a la que puede asistir, a la que va en burro. Alrededor de dos millones de niños no reciben educación básica en Yemen.
Las bombas destruyen futuros
Los combates y ataques aéreos han destruido alrededor de 1.600 edificios escolares. Pero incluso en aquellos lugares privilegiados donde todavía hay escuelas, muchos niños no pueden asistir a clase porque tienen que trabajar para contribuir al sustento de la familia.
Evitar una catástrofe
UNICEF advierte que, de cara a la extrema pobreza, muchos padres están desesperados y permiten que cada vez más niños sean reclutados por las milicias. Con la esperanza de que las niñas tengan un futuro mejor, muchas son casadas a una edad muy temprana. La agencia de la ONU hace un llamado a la comunidad internacional para evitar una hambruna en Yemen.
La lucha por el poder
Lo que en 2013 comenzó como un conflicto entre rebeldes hutíes y partes del ejército yemení se ha convertido en una guerra de dimensiones internacionales. Desde 2015, cazas sauditas lanzan ataques aéreos. En su lucha contra los rebeldes hutíes, Arabia Saudí es apoyada por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. (VT/JOV).
El coste humano de este conflicto, que se intensificó desde hace dos años, es más importante que los daños materiales, señala Naciones Unidas.
Con la guerra, el número de niños desescolarizados en Yemen se duplicó, por lo que 3,5 millones de jóvenes forman una generación perdida para uno de los países más pobres del mundo.
El coste humano de este conflicto, que se intensificó desde hace dos años, es más importante que los daños materiales, señaló Naciones Unidas.
«Toda una generación corre el riesgo de ver su futuro comprometido», previno la portavoz del Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR) para Yemen, Shabia Mantoo.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) señala, en un informe reciente, que «la desescolarización creará otra generación que perpetuará el ciclo de violencia»
Desde entonces, según la ONU, los combates dejaron unos 7.700 muertos, de los cuales al menos 1.546 eran niños, en un país donde cerca del 50% de los 27 millones de habitantes tienen menos de 18 años.
La guerra dejó inutilizadas a 1.640 escuelas, o sea un 10% de los establecimientos con los que cuenta el país. De este total 1.470 fueron destruidas o dañadas, mientras que las demás sirven de cuartel o de refugio para los desplazados, indica Unicef.
También, la guerra dejó sin enseñanza a 1,84 millones de alumnos, a los que se suman los 1,6 millones de niños no escolarizados antes del conflicto, según Rajat Madhok, de Unicef.
El sueño roto de Rua
Tras el bombardeo en septiembre de su escuela en Taez (suroeste), Rua Ahmed, de 12 años, que soñaba con convertirse en maestra, decidió continuar sus estudios en una mezquita de su barrio. Una alternativa rápidamente abandonada por los combates.
Frente a la violencia, la familia huyó de Taez. Rua y los suyos recorrieron a pie 10 km, atravesando el valle de Sala, hasta la salida de la ciudad desde donde un coche les condujo a Saná.
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En la capital, Rua intentó inscribirse en una escuela, pero «las clases están abarrotadas». «Mi educación se ha detenido a causa de la guerra», añade, desolada.
Los niños desescolarizados, abandonados, buscan pequeños empleos, mendigan o son reclutados por las partes en conflicto como los 1.500 niños soldado censados por ACNUR.
Incluso en las regiones donde hay menos combates y donde los colegios están abiertos, las clases están también abarrotadas y los profesores a menudo están en huelga para protestar contra los impagos.
Los niños desescolarizados son igualmente una presa fácil para los grupos islamistas radicales que se han aprovechado del conflicto para reforzar sus filas en Yemen.
Para compensar la escuela, estos jóvenes «se orientan hacia los centros coránicos o hacia los ciclos de formación en las mezquitas», un medio ideal para radicalizarlos, señala Ibrahim Nagi, un profesor en Taez.
Mientras, Rua sigue soñando con retomar su educación. «El recuerdo de mis profesores y de mis compañeros, me hace llorar. Quiero recuperar una vida tranquila», dice.
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