El Gobierno de Haití admitió hoy que debe cumplir sus compromisos, en alusión a la huelga que por varias semanas sostienen profesores de la enseñanza media.
El gremio inició una protesta a mediados de este mes, en reclamo de las tarjetas de débito prometidas por el Estado que aún no llegaron a sus manos.
Este viernes, el director departamental de Educación, Louis Fritz Dorminvil, sugirió que podrían responder a las demandas, aunque sin indicar detalles concretos.
La huelga de los profesores llevó a cientos de estudiantes a marchar por la capital para exigir su derecho a la educación. También acusaron al Gobierno de financiar las bandas armadas y no la enseñanza, y denunciaron que no tener educadores no los exime de rendir los exámenes estatales.
Además de las compensaciones económicas, líderes sindicales reclaman igualdad salarial entre los empleados de oficinas departamentales.
El sector sufrió numerosas afectaciones en los últimos años que, sumado a la crisis sociopolítica y sanitaria, así como la inseguridad, pone en riesgo el desarrollo de la enseñanza en todos los niveles, advirtieron expertos.
Esta semana el Sindicato de Inspectores de la Educación Nacional de Haití amenazó con un paro y denunció la represión contra algunos de sus miembros.
La plataforma pidió al Ministerio de Educación nombrar a empleados que durante años trabajan sin el reconocimiento oficial, el pago de salarios atrasados, ajuste de sueldos, revisión de seguros y distribución de tarjetas.
En la esfera privada, la Iglesia Católica paralizó durante tres días sus centros de enseñanza, tras el secuestro de siete religiosos y tres familiares el pasado 11 de abril, de los cuales solo liberaron a cuatro personas.
El Ministerio de Educación de Haití criticó la huelga de profesores que mantiene a varios liceos hoy sin docentes y condenó los ataques contra las escuelas.
Unas 24 horas después que los estudiantes marcharan por las principales calles de la capital para exigir su derecho a la educación, el ministro Josué Argenor Cadet dijo sorprenderse por la decisión de los maestros de iniciar una huelga para demandar una tarjeta de débito.
El paro llevó a cientos de alumnos a las calles la víspera, quienes también acusaron al Gobierno de financiar las bandas armadas y no la enseñanza, y denunciaron que no tener educadores no los eximía de rendir las pruebas estatales.
Es inconcebible que los profesores y agentes del Ministerio puedan negarse a prestar el servicio por el cual se les paga regularmente, con el pretexto de una tarjeta de débito que no es un derecho legal, afirmó Cadet en un comunicado.
También deploró que algunos individuos irrumpieron violentamente en las escuelas, obligando a estudiantes y al personal a abandonar el lugar, mientras destruían materiales de estudio.
‘Es inadmisible e intolerable que esta práctica bárbara y retrógrada siga afectando al funcionamiento de las escuelas haitianas y violando el derecho a la educación de nuestros niños’, afirmó.
A mediados de marzo, líderes sindicales en el gremio educativo amenazaron con ir a paro si el Gobierno no los proveía de tarjetas de débito, y no se solucionaba la problemática de la igualdad salarial para los empleados de oficinas departamentales.
‘Nos tratan como parientes pobres’, dijo entonces Marie Antoinette Médor, portavoz del sindicato, aunque reconoció que el proceso está en marcha.
En los últimos dos años, el sector se vio afectado por numerosos movimientos de protesta que, sumado a la crisis sociopolítica y sanitaria, pone en riesgo el desarrollo de la enseñanza en todos los niveles, advirtieron expertos.
La comunidad educativa, por su parte, critica al Gobierno por no cumplir sus demandas, algunas de las cuales incluyen el pago de salarios atrasados en ocasiones por años.
Desde que escuché las grabaciones viejas de Nemours Jean Baptiste, quise ir a Haití para buscar las raíces musicales del kompas direct, el ritmo caribeño que él creó en la época de oro del bolero y el cha cha chá. Para mí, el kompas, que abrió paso al frenético kadans de los 1990, es uno de los ritmos de mayor creatividad e imaginativa caribeña.
Llegué a Haití por primera vez en 1983, junto con Beno Lieberman y Enrique Ramírez de Arellano. Fueron los últimos años de la sangrienta dictadura de los Duvalier, pero logramos evitar su alcance y sentir la calidad de la gente y de su cultura, más allá del sistema político que sufría. Había leído de la historia de esta pequeña ‘Perla del Caribe’ que producía 75% del azúcar mundial a finales del siglo 18, cuando el promedio de vida de los esclavos fue de solo 21 años. Haití luchó en contra de los franceses y les ganó, convirtiéndose en la primera república latinoamericana en 1804. Ningún otro país quiso reconocer a la flamante nación negra y, para salirse del aislamiento, Haití tuvo que pagar una compensación a Francia tan alta que fue liquidada hasta 1947. La multa incluyó la reparación a los ex hacendados por la pérdida de sus esclavos.
Al llegar a Puerto Príncipe, pasamos a visitar a la gente del Ministerio de Cultura. Su única recomendación fue de hospedarnos en un hotel de unos familiares suyos en Cabo Haitiano, en donde no encontramos a ningún grupo con la calidad que buscábamos. Esta historia es conocida por nosotros; pocas veces encontramos a grandes músicos por medio de los canales oficiales, lo logramos más bien buscando entre la gente, escuchando, desarrollando el gusto que nos permite reconocer y apreciar la belleza musical tal como es.
Nuestro viaje había empezado en la capital en donde, al pie de los árboles o postes de luz en diferentes partes de la capital, unos pizarrones anunciaban con gis el nombre de una orquesta, la fecha, la hora y el salón de baile en donde se presentarían. La elegancia y el costo de los salones variaban, pero la música fue la misma.
En Carrefour, barrio popular en las afueras de la ciudad, la pista de baile de madera del Salón El Lambí se extendía hacia el mar. Allí la gente se perdía en la suave sensualidad del kompas direct, bailando ombligo con ombligo, unidos en el placer del momento. La misma orquesta tocó el día siguiente en el Salón Astoria, ubicado en una elegante casona colonial francesa en la parte alta, Petionville, Puerto Príncipe. Las trompetas, las percusiones y las guitarras eléctricas se entretejían de manera tan espontánea, cadenciosa e intensa para ambos públicos.
En el kompas, y luego en el kadans que tuvo su época de oro en los 1990 con bandas como Missile 727, se puede escuchar vestigios del merengue de la República Dominicana, país vecino que ocupa dos terceras partes de la isla, aunque la versión haitiana es más cadenciosa, más suave y al mismo tiempo más intensa, con raíces propias en toque congó tradicional y en el meringue de los bares, cafés y fiestas de los pueblos. Fue este, el meringue original, que más nos interesó en el primer viaje a Haití. Lo encontramos y lo grabamos sobre todo en el puerto sureño de Jacmel, un lugar de tranquila decadencia. La bonanza del café a finales del siglo 19 había dejado su huella en algunos detalles de fierro forjado, sin llegar al deleite del barrio francés de Nuevo Orleans. En 1983, casi no había turismo y los músicos tocaban para su propia comunidad.
El meringue se interpreta por las ti bands, llamados así por ser ‘petit ensembles’ de cuatro a seis elementos, que combinan el banjo con la guitarra sexta y una manouva o bajo, equivalente a la marimba dominicana. Las percusiones incluyen un tambor parecido a la tumbadora cubana; una tarola con un solo platillo, y percusiones de mano: unas chacha o maracas, un güiro de metal y una clave que podía ser una botella del sobresaliente ron haitiano, el Barbancourt que— vacía– se percute con una piedrita o una moneda.
Entre los muchos ti bands que grabamos en 1983, hay un músico que sobresale en mi memoria: el cantante Ferilien Lubin, conocido como ‘Ti Lome’, aunque, lejos de ser un hombre pequeño, era alto, imponente y grande también como cantante. Lo grabamos con dos excelente grupos: el Ti band l’Avenir y el Ensemble L’Avenir. Es un hombre que siempre cantaba de un futuro bello y alcanzable. Interpretó el meringue, ‘Mizisyen,’ que congratulaba a todos los músicos del mundo y avisaba que: “cuando la navidad termina, ya viene en camino el carnaval.”
La letra del meringue se basa en temas sobre los héroes locales, la naturaleza y el amor, con unos versos más coloridos o poéticos que otros. Los temas más famosos incluyen ‘Ti Zwazo’, (Pajarito) una historia de amor perdido que grabó Harry Belafonte en los años 1950 y que, arreglado como un mento jamaiquino, fue conocido mundialmente como ‘Yellow Bird’. Otro tema icónico, que tocaban todos los ti bands es ‘Haiti cherie,’ un himno popular a la belleza del país.
El repertorio de varios de los grupos incluía temas del vudú, sacado de su contexto religioso y arreglado para bailarse como cualquier otro meringue. Felien nos cantó ‘Fey-O’, que habla de las hojas de la herbolaria popular de Haití. La medicina tradicional tiene mucha importancia y el sacerdote del vudú, igual que el curandero, son los conocedores de esta práctica. El vudú inunda todos los ámbitos cotidianos en Haití. Se trata de una religión viva; no hacen falta las piedras talladas ni retablos dorados de una iglesia católica. Para la ceremonia, solo falta un perisyle, que puede ser un simple palo de madera o un árbol, en un patio con un sacerdote o una sacerdotisa, un coro de cantantes y bailadores y tambores con parches de piel y que son de tres tamaños: el manman que es grave, el untogui y el más agudo, el bula.
El vudú es una religión participativa, que busca encontrar el consuelo directamente de los dioses, invocados a descender a la tierra por el llamado de los tambores, sobre todo por el manman que ‘habla’ a los loa, llevándolos hacia la persona que será ‘montada’. Cada toque, más y más intenso, ayuda a que el loa invocado entre más profundamente en la cabeza de la elegida. Cuando lo recibe, será tratada con respeto y con cariño, por haberse convertida temporalmente en divina, hasta los tambores marcan la salida del loa y la posesión se acaba. En el vudú, los humanos, igual que los dioses, somos buenos y también malos.
Grabamos una ceremonia en el pueblo de Marianí. Una mambó, con ocho cantantes y varios percusionistas, invocaban a los loa de la familia radá, queson muchos dioses y los más conocidos y benéficos de Haití. Incluyen el dios de la lluvia, la diosa de la casa y del amor, además de Legba, el dios juguetón que abre el paso entre lo material y lo espiritual. Estos dioses neoafricanos tienen sus raíces en la cultura y lengua de los fon de Benín y también de otros nanchon o naciones ancestrales africanas.
En el lugar de la ceremonia, no había luz eléctrica, así que grabamos el audio usando la batería del coche. Registramos los cantos del coro que respondía a la mambó, las voces tomando fuerza cuando los tambores invocaron a que descendieran los loa. Los cantos, en creole con algunas palabras sagradas en lenguas traídas desde África, son antiguos y otros son nuevos, siempre poéticos y cantados en la forma de llamada y respuesta, tan común en la música de África Occidental. La inmediatez de su belleza inspira y cura, quedándose lejos de los clichés baratos del vudú, que son más bien distorsiones de las ceremonias para los dioses Pétro, más agresivos y con menos referencia a la historia africana.
El acceso a esta ceremonia radá fue un privilegio para nosotros y los materiales que grabamos los hemos difundido muy poco. Pronto estarán disponibles en la Fonoteca Nacional, para quien quiera consultarlos. Registrar el arte efímero de una ceremonia religiosa es complicado siempre, pero un registro de como sonaba el vudú en Haití en 1983, pronto estará disponible en México. El meringue de esta época está disponible en las plataformas digitales en una grabación nuestra que se llama ‘Haití cherie’.
Fuente e imagen: https://desinformemonos.org/haiti-cherie-recuerdos-de-la-musica-de-los-salones-de-la-calle-y-del-vudu/
América Central/Haití/12-03-2021/Autor(a) y Fuente: www.prensa-latina.cu
Organizaciones feministas de Haití denunciaron hoy las torturas e intimidaciones a las que fueron sometidas 25 prisioneras de la cárcel civil de Jacmel, al sudeste de esta capital.
Pascal Solages, cofundadora de Neges Mawon, confirmó que cinco agentes de dicho centro penitenciario golpearon y maltrataron a las reclusas el lunes y martes últimos, y luego las acusaron de un intento de robo.
Por su parte, Marie Ange Noël, coordinadora de la organización Fanm Deside, precisó que los hechos ocurrieron tras los reclamos de la detenida Claudine Philippe, quien lleva ocho años de prisión preventiva prolongada en espera de juicio.
La también activista por los derechos humanos pidió una investigación para identificar a los agresores y exigió sancionar a los culpables.
De igual manera, seis organizaciones feministas y el Ministerio de la Condición Femenina reclamaron a las autoridades solucionar la problemática de la prisión preventiva prolongada que afecta a más del 80 por ciento de los reos del país.
A inicios de este año, un informe de Naciones Unidas reveló que las cárceles operan al 316 por ciento de su capacidad, lo que genera hacinamiento y puede conducir a crisis sanitarias.
En noviembre de 2019 al menos 12 mujeres fueron violadas en la prisión civil de Gonaives, a unos 140 kilómetros al noroeste de esta capital, en medio de un intento de fuga.
Plataformas sociales cuestionaron entonces el encarcelamiento de mujeres y hombres en el mismo centro y pidieron al Estado asumir sus responsabilidades.
Stevens tenía nueve años cuando su madre lo entregó a una familia que lo esclavizó como sirviente. Rachel cayó en una red de explotación sexual para turistas. Más de 50.000 niños cruzan cada año hacia la República Dominicana como víctimas del tráfico infantil.
Quince pasos da Stevens Guerrier hacia su madre para fundirse en un abrazo. Ella lo estruja por toda la espalda, mesurando la delgadez de su retoño y palpando las cicatrices de sus brazos y rostro.
Son prácticas largamente denunciadas, pero no resueltas: desde la explotación laboral hasta la prostitución y la servidumbre, miles de menores haitianos han sido vendidos con oscuros propósitos
—¿Dónde has estado? ¿Por qué has tardado tanto en venir? —le riñe cariñosamente Nathalie, ahogada en sollozos.
—No sé, tenía ganas de verte —repite el niño de 12 años ruborizado, sin soltarle la mano.
Se acaban de reencontrar después de más de tres años sin verse y sin saber nada uno del otro. Un jueves de mayo del 2017, Nathalie Pierre vendía en el mercado binacional de la frontera de Belladère, entre Haití y República Dominicana, cuando entregó a su pequeño a un hombre dominicano. La promesa de ofrecerle una vida digna en un hogar adoptivo terminó en pesadilla.
“Cuidaba el ganado, me obligaban a hacer muchos trabajos. No querían enviarme a la escuela. Estaba en la miseria. No querían comprarme ropa y dormía en la cocina. Me sentía muy maltratado”, cuenta el menor con la mirada gacha. Malvivió como criado para una familia de Santiago. Aprendió a hablar castellano, pero se niega a utilizarlo debido al trauma.
Stevens Guerrier imaginó cada noche la manera de fugarse de esa prisión. Cada noche pensaba en “volver al regazo” de su madre, explica, pero si sus dueños se hubiesen enterado de que quería escapar, lo habrían detenido. Su situación alertó a un vecino que le ayudó a huir en motocicleta hasta la frontera.
Las autoridades lo hallaron en el mismo cruce del centro del país donde fue abandonado y lo llevaron con la fundación Zanmi Timoun, encargada de acoger a menores supervivientes de trata y reunirlos con sus familias. Tardaron un par de días en encontrar a su madre en una remota comunidad, Capemte, a media hora en coche hacia los arrabales de Belladère. Luego, el par de voluntarios y el niño caminaron más de una hora por un sendero que atraviesa marchitas bananeras labradas por bueyes. Las viviendas de hormigón y varillas desnudas dan paso a chabolas de madera y adobe.
Los obligan a prostituirse, mendigar, y ahora hemos detectado que también para luchar en combates clandestinos
JUNIOR NOISETTE, TRABAJADOR DE ZANMI TIMOUN
“Hice lo mejor para llevar a mis hijos a la escuela, pero tenía muchos problemas. No tenía nada para alimentarlos y estuve resignada a entregarlos”, justifica Nathalie. Meses antes de despedirse de Stevens, ya había regalado a su hijo mayor, del que todavía no ha sabido nada. Esta ama de casa de 28 años tuvo que dejar la venta ambulante para cuidar a su marido, enfermo del riñón e incapacitado para trabajar en la cosecha. Comen lo poco que crece en su terraplén. El matrimonio y sus otros cuatro hijos habitan en un cuchitril de unos 15 metros cuadrados de tablones y techo de latón.
“Allí los obligan a todo tipo de trabajos: prostitución, como lustrabotas, en el campo, mendigando por las calles y recientemente hemos detectado que están siendo utilizados para luchar en combates callejeros con apuestas en Dajabón (ciudad fronteriza dominicana) y en zonas de la costa”, señala Junior Noisette, trabajador de Zanmi Timoun. Han recibido al menos una docena de chicos “con heridas en la cara”, quienes relataron que les habían forzado a pelear por dinero y algunos detallaron que las luchas tenían lugar en la playa. Esta nueva práctica de explotación infantil fue confirmada por la Fundación Lumos y la red Jano Siksé.
Noisette recorre el paso oficial y las trochas ilegales de Belladère, por donde calcula que cruzan de 50 a 100 menores a diario. En agosto interceptaron a una pareja con seis niños de tres a nueve años sin ninguna relación de parentesco. Las familias biológicas admitieron haber pagado a los tratantes de 100 a 200 euros, bajo la promesa de llevarlos a un buen hogar adoptivo.
El fatal mercado fronterizo
Un gentío con enormes bultos en la cabeza, carretillas que se abren paso a empujones y vehículos motorizados repletos de plátanos y sillas abarrotan cada lunes y jueves el paso fronterizo de Ouanaminthe, en el norte del país. Son los días del mercado binacional. A las puertas del puente del río Massacre, varios agentes haitianos (Polifront) blanden sus látigos y ramas para intimidar a la muchedumbre o los sacuden en sus pantorrillas. En el bullicioso trasiego resulta muy complicado identificar a contrabandistas o a menores no acompañados. Pese a ello, la policía halló a dos hermanos abandonados esa mañana del 3 de noviembre, después de que su traficante saliese corriendo al toparse con los patrulleros. El niño de unos seis años y la niña de cuatro aguardan en las oficinas del Instituto de Bienestar Social (IBESR), que rechaza conceder una entrevista solicitada durante un mes.
Los militares dominicanos cobran de 500 a 2.000 pesos (7 a 30 euros) por dejar pasar a traficantes de niños
SYLVESTRE FILS, DIRECTOR DEL OBSERVATORIO DE TRATA
Algunos niños deambulan de aquí para allá vendiendo dulces o limpiando zapatos. Un grupo de adolescentes en minifalda y top coquetea con los agentes para evitar hacer la interminable hilera de medio kilómetro. Un joven con un niño también se salta la fila y atraviesa el portón tras un leve saludo de cabeza a un soldado dominicano, ataviado con casco de combate y fusil.
Ninguna autoridad solicita documentación a los viandantes. “No hay ningún control migratorio, por tanto, ninguna posibilidad ni intención de combatir el tráfico infantil o cualquier forma de trata”, asegura Sylvestre Fils, director del Observatorio de la Migración y la Trata Transfronteriza, creado hace un año como respuesta a la negligencia de ambos países.
Los observadores se mimetizan entre el vaivén de los comerciantes. Han detectado el cobro de sobornos por parte de las Fuerzas Armadas dominicanas para hacer la vista gorda tanto en el cruce de mercancías como de seres humanos. “Los militares no son muy exigentes, piden 500, 1.000, 2.000 pesos (de 7 a 30 euros). Depende de la cantidad de personas que lleve el traficante, pero no hay un monto fijo, es algo muy informal. La red de tráfico funciona permanentemente, por lo que ellos (los contrabandistas) desarrollan una relación con los militares”, asegura Fils.
Explotadas para el turismo sexual
Por esa turbia frontera, un lunes, ingresó Rachel Saint-Jean. Tiene 15 años. Cuando era niña sus padres la abandonaron y creció en las calles de Cabo Haitiano (norte), donde subsistía con algunas amigas. Su novio la convenció para enviarla a estudiar al país vecino, porque en Haití ya no podía permitirse pagar la Secundaria. Le organizó el viaje para verse con el traficante en Dajabón, ciudad limítrofe con Ouanaminthe.
“El señor [traficante] me llevó a su casa, pero estaba llena de gente. Entonces me mudaron a casa de una mujer con otras chicas. Ella solo quería escogerme hombres para que tuviese una historia de amor y me fuese a sus casas”, relata la adolescente, que todavía usa una cadena, regalo del novio que, al parecer, la vendió a una red de explotación sexual.
—¿Los hombres que te escogían eran blancos?
—Sí, blancos.
Rachel Saint-Jean llegó hasta Santiago y de ahí hacia algún punto de la costa norte, una zona turística, por lo que probablemente esos clientes “blancos” eran extranjeros. En las principales avenidas de los destinos más concurridos es habitual encontrar mujeres haitianas, algunas menores, ofreciendo sus servicios por menos de 10 euros.
“Fuimos [con el traficante] a una fiesta juntos y me puse muy ebria. No sé cómo, no recuerdo qué sucedió. Cuando me levanté… [hace una larga pausa] Vi que se había servido él mismo”, dice literalmente la joven para referirse al abuso sexual. Después de cuatro meses secuestrada logró escapar, o bien, la soltaron por su férrea resistencia a intimar con desconocidos: “No estaba de acuerdo, yo solo quería ir a la escuela. El señor me dijo que me dejaría en la calle si no aceptaba”.
Sin capacidad para combatir la trata
Tras regresar a la frontera de Ouanaminthe, el IBESR trasladó a Rachel al albergue de la congregación San Juan Evangelista, que cada año acoge a medio millar de niños y niñas supervivientes de trata. Su directora, la colombiana Alexandra Bonilla, aterrizó en esos confines de Haití tras el terremoto de enero del 2010. A los pocos días de la catástrofe, la detención de una decena de baptistas estadounidenses que intentaban llevarse a 33 infantes de Puerto Príncipe encendió las alarmas. El entonces primer ministro, Jean-Max Bellerive, aseveró que el tráfico infantil era “uno de los mayores problemas” y reconoció la existencia de “tráfico de órganos para niños”.
La hermana Bonilla levantó en esta década un espacioso centro transitorio, prueba de que el inhumano contrabando persiste. “Desde que estoy aquí no he visto que se haya reducido el tráfico de niños. Se mantiene igual o incluso ha aumentado. (…) El Gobierno no tienen los recursos para atajar este problema y sus causas”, lamenta la monja.
Encabezaremos las adopciones para evitar excesos como la pedofilia y el tráfico de órganos
ARIELLE VILLEDROUIN, DIRECTORA DEL IBESR
En 2016, Haití era el octavo país del mundo con mayor índice de esclavitud moderna, sobre todo debido a la enorme trata humana. En el último lustro, se han dado algunos pasos para la persecución del delito y la capacitación de funcionarios fronterizos, como evalúa el Departamento de Estado de EE UU en su último informe anual. Sin embargo, subraya que “el Gobierno no asignó fondos suficientes y no implementó procedimientos para la identificación de víctimas”.
En la práctica, parte de los funcionarios del IBESR mantienen una huelga desde hace tiempo, mientras que la creación del Comité Nacional de Lucha contra la Trata de Personas (CNLTP) se quedó en eso, en el nombre, completamente disfuncional sin presupuesto ni oficinas.
Los orfanatos, primer eslabón del tráfico infantil
El desamparo institucional ha favorecido la consolidación de un vasto entramado de orfanatos que operan como captadores de menores. Tan solo 50 de 750 de estos centros cuentan con licencia para funcionar, según datos oficiales. Un 80% de los más de 32.000 internados no son huérfanos. Para Bonilla, “la mayoría son un negocio y tienen a los niños para atraer donaciones a beneficio de los propietarios”.
Tras el terremoto del 2010, el número de orfanatos se duplicó y, pese a que el Gobierno ha clausurado 150, se siguen abriendo a un ritmo superior, motivados por el ingente lucro que generan. Tan solo un tercio de estas guarderías en Haití recibe unos 60 millones de euros anuales en donaciones, revela un informe de la Fundación Lumos. En contraste, el IBESR, ente nacional para la protección de la infancia, cuenta con un presupuesto de menos de un millón.
El centro Sourire d’Amour es una pocilga. En la entrada hay varios niños de tres a seis años sin pantalones, cubiertos de polvo, sin nada que hacer ni jugar. Las colchonetas de las literas están mugrientas y, muchas, rajadas. Ni hablar de una sábana. Las puertas de los armarios destartaladas dejan ver unas pocas prendas de ropa, seguro insuficientes para los 15 huérfanos. La cochambrosa cocina tan solo cuenta con un asador de carbón y sus estantes están vacíos, al igual que una jaula para guardar la comida. Las empleadas aseguran que la despensa se encuentra almacenada bajo llave en una habitación, pero rehúsan mostrarla.
Su propietaria, Inesse Joseph, pastora de una iglesia con el mismo nombre del orfanato, estuvo envuelta en un escándalo en 2007, cuando arrebató de sus familias a 47 chiquillos de comunidades rurales al extremo oeste del país, con la expectativa de que serían adoptados por extranjeros. “¡Demasiadas personas se enriquecen de los pobres! ¡Los encontramos en un estado terrible! ¡Debemos dejar de vender niños!”, vociferó desencajado un representante de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), instantes después del rescate de los pequeños, de dos a siete años, a quienes tuvieron que llevar al hospital por su deteriorado estado de salud.
El orfanato sigue funcionando sin acreditación a la salida de Pétion-Ville, el barrio menos desdichado de Puerto Príncipe. En ese mismo distrito, en febrero del pasado año, murieron 15 niños y niñas en el incendio de un orfanato, también irregular, gestionado por un grupo de estadounidenses miembros de la Iglesia de la Comprensión Bíblica, que nos niegan el ingreso a otro de sus centros. El fuego se produjo por alguna de las velas que se usaban para iluminarse, debido a la carencia de electricidad. Las instalaciones no cumplían con los estándares básicos. “Estaban realmente muy descuidadas (…) Todo lo que vemos son niños viviendo como animales”, destacó la jueza del caso sobre un panorama que, a tenor de las imágenes, se asemeja bastante al Sourire d’Amour.
Además, en muchos de los internados “sufren violencia” y en algunos casos “abusos sexuales y muertes evitables”, según el estudio de Lumos, cuya conclusión es que los orfanatos actúan como tratantes. A fin de restringir el tráfico transfronterizo por parte de estos centros, la Administración haitiana endureció los requisitos para la tramitación de adopciones. “Encabezaremos los procesos (de adopción), lo que evita algunos excesos, porque se ha hablado de pedofilia y tráfico de órganos”, mencionó la directora del IBESR, Arielle Jeanty Villedrouin a comienzos del pasado año.
Impunidad criminal
Por la porosa frontera de 370 kilómetros que divide La Española se contrabandean desde animales hasta drogas y armas. Alexis Alphonse camina a diario más de una hora por un prado de Ferrier, a las afueras de Ouanaminthe, para sentarse toda la mañana bajo un sauce próximo al arroyo que separa a Haití de República Dominicana. Tan solo una piedra amarilla indica que se trata de una frontera.
Algunos transeúntes se arremangan los pantalones para vadear el riachuelo sin mojarse. Alexis los anota con una rayita sobre un portapapeles, testigo de dos décadas de cruces irregulares registrados para la Red Fronteriza Janó Siksé, desplegada en decenas de puntos a ambos márgenes.
Los traficantes son el tercer grupo más rico del país
ALEXIS ALPHONSE, COORDINADOR RED FRONTERIZA JANO SIKSÉ
“Los pequeños traficantes pasan por aquí, con niños, sin preocupación. Cuando los paro, incluso se identifican como traficantes. Desconocen que están cometiendo un crimen, que hay una ley que los puede meter en la cárcel”, exclama. Los contrabandistas son a veces familiares de la víctima o conocidos de la comunidad, donde a menudo son vistos como salvadores por, teóricamente, sacar a sus hijos de la penuria. Se considera como otro empleo cualquiera, aunque “los tratantes conforman el tercer grupo más rico del país”, según Alphonse.
Haití tardó hasta 2014 para aprobar una ley contra la trata humana, que prevé sanciones de hasta 15 años de cárcel y 14.000 euros de multa. No obstante, la Patrulla Fronteriza (Polifront) apenas detuvo a 51 individuos sospechosos en 31 casos de tráfico desde abril del 2019 hasta el mismo mes del pasado año, según el informe de Washington. Ningún expediente llegó a condena. La justicia haitiana solo ha sentenciado seis casos en 2019 y uno en 2017.
La persecución de la trata infantil tampoco mejora en la otra mitad de la isla. La Fiscalía dominicana aumentó las investigaciones respecto a años anteriores, pero redujo considerablemente las sentencias. Tan solo condenó a cinco acusados. La escasa judicialización se debe en gran medida a la complicidad de las autoridades en las redes de trata, desde funcionarios de la Fiscalía hasta policías, como enfatiza el Departamento de Estado de EE UU, que rebajó la calificación de República Dominicana al nivel de Haití.
Servidumbre, la extendida forma de esclavitud infantil
Los coloridos atuendos escolares, que por las tardes inundan alegres las polvorientas calles, disfrazan la desgracia para 1 de cada 15 pequeños. Alrededor de 407.000 niños y sobre todo niñas trabajan como empleadas domésticas. Unos 286.000 tienen menos de 15 años.
Los “niños sirvientes” son conocidos como restavek (quedarse con) y suelen provenir de familias humildes de zonas rurales, vendidos o entregados a hogares con mayor poder adquisitivo. En su mayoría no reciben retribución y soportan condiciones inhumanas y maltratos, tal y como denuncia Unicef, que tacha esta práctica como una forma de esclavitud moderna, socialmente tolerada en Haití.
Fue otra de las alternativas que Nathalie se planteó ante la imposibilidad de cuidar a Stevens. “Pensé en dárselo a alguna vecina que lo pudiese mantener, pero aquí somos todos muy pobres. Además, aquí hubiese pasado las mismas dificultades, siempre se cree que con los españoles [como llaman a menudo a los dominicanos] tendrán mejor vida”. Nada más lejos de la realidad.
Haití registra unas 59.000 personas viviendo como esclavas y República Dominicana, 42.000; ambos entre los tres países de Latinoamérica con mayor tasa de esclavitud, solo por detrás de Venezuela, según el Global Slavery Index de 2018, que estima en un 70% la población haitiana en riesgo de sufrir esclavitud.
El primer país de América Latina en independizarse, gracias a la única revuelta de esclavos exitosa en la historia humana, padece todavía los estragos de una multimillonaria multa impuesta por Francia por haber perdido su perla del Caribe, sumado al prolongado bloqueo diplomático y comercial del resto aplicado por el resto de naciones como escarmiento. Haití jamás se repuso del saqueo colonial y del alto precio por su libertad.
“¿Qué otra opción tenía?”, se pregunta a menudo Nathalie. ¿Qué otra opción tenía si quería dar de comer a Stevens y a sus otros cuatro hijos en un país donde la mitad de menores sufre malnutrición? ¿Qué otra opción tenía para que su hijo siguiese estudiando, si apenas dos de cada diez adolescentes pueden cursar Secundaria?
En el lugar más pobre del hemisferio occidental la salvación pasa por arriesgar la vida al azar. El abismo en Haití está a 15 pasos, los que tardó Nathalie en perder de vista a Stevens hace tres años. “Cuando se marchó, cayeron lágrimas de mis ojos. Me arrepentí de inmediato, pero me quedé paralizada. Cuando volví a reaccionar, ya era tarde, había desaparecido entre la muchedumbre. Pensé que jamás lo volvería a ver”. No puede dejar de achuchar a su pequeño para creérselo. 15 pasos entre el milagro y el infierno.
Haití. Se masifican las protestas contra el régimen antisocial e ilegal de Moïse
El pueblo en lucha haitiano, asimismo, demandó que el Departamento de Estado de Estados Unidos terminé de oxigenar artificialmente al régimen y deje de intervenir en los asuntos internos del país
La movilización popular se tomó la capital de Haití este domingo 28 de febrero, con el fin echar abajo el régimén autócrata y antipopular de Jovenel Moïse, el que constitucionalmente sigue ocupando la Presidencia del país, pese a que su mandato expiró el pasado 7 de febrero.
Así como Puerto Príncipe, también se notificaron manifestaciones masivas en Cap-Haitien, Les Cayes, Jacmel, Grand-Goâve y Mirebalais, exigiendo la salida definitiva de Moïse del poder.
El pueblo en lucha haitiano, asimismo, demandó que el Departamento de Estado de Estados Unidos terminé de oxigenar artificialmente al régimen y deje de intervenir en los asuntos internos del país.
Por su parte, Moïse insiste, a través de la fuerza y el monopolio de las armas, en que juró en 2017 por cinco años y volvió a señalar que busca reformar la carta magna y realizar elecciones el 2022, como dicen todos los presidentes que persiguen perpetuarse en el poder.
El gobernante aún cuenta con el apoyo de Naciones Unidas, la Organización de los Estados Americanos, la Unión Europea y la Comunidad de Caribe, todas entidades afines a los intereses del Pentágono.
Fuente de la Información: https://kaosenlared.net/haiti-se-masifican-las-protestas-contra-el-regimen-antisocial-e-ilegal-de-moise/
El Presidente de Haití, Jovenel Moïse, ya muy criticado en los últimos años, es cada vez más cuestionado por la población tras haber declarado que permanecería en el poder hasta el 7 de febrero de 2022. Su decisión ha tensado aún más las relaciones con la oposición y con gran parte de la población, cuyas condiciones de vida siguen deteriorándose.
«En Haití no queda nada: no hay suministro de agua potable, las escuelas no funcionan o lo hacen muy mal, los hospitales no tienen equipamiento, la gente está desesperada», afirma Jacques Léon-Emile, presidente de la asociación Memoria y Cultura de Haití, con sede en Francia. Los haitianos carecen de todo y la clase política sigue desgarrada.
¿Inicio de mandato en 2016 o 2017?
En los últimos años, el Presidente Jovenel Moïse ha sido fuertemente criticado por una parte de la población debido a las ya muy difíciles condiciones de vida y a la corrupción endémica en detrimento de los habitantes de la isla. La última crisis se produjo a principios de este mes, cuando el Jefe del Estado anunció que seguiría en el poder un año más, hasta el 7 de febrero de 2022.
Sin embargo, la oposición y gran parte de la población afirman que su mandato finalizó el 7 de febrero de este año, estimando que su periodo de cinco años comenzó en 2016, tras las elecciones presidenciales. Jovenel Moïse, por su parte, considera que su mandato no comenzó hasta el año siguiente, en 2017. Esta diferencia se debe a que la oposición toma como referencia su primera elección en 2016. Posteriormente, las elecciones fueron anuladas por fraude y se celebró una segunda vuelta en 2017, que siguió ganando Jovenel Moïse.
Doble intento de golpe de estado
La situación se complica con un doble golpe, explica Jacques Léon-Emile, que sigue muy de cerca los acontecimientos. El 7 de febrero, el gobierno detuvo a 23 personas, incautó algunas armas y afirmó que el presidente se había librado de un intento de golpe de Estado. Esta versión tiene poca credibilidad a los ojos de muchos haitianos y de la oposición, que en cambio denuncia un intento de reprimirla y silenciarla.
El presidente de la asociación Memoria y Cultura de Haití afirma que se ha producido otro intento. La Constitución establece que, en caso de vacante en el poder, es el Primer Ministro quien se encarga del interinato. En una versión anterior de la ley fundamental, era el presidente del Tribunal de Casación, teóricamente nombrado por la oposición. Sin embargo, la oposición nombró a un miembro de este tribunal como presidente del tribunal de transición, cargo que éste aceptó.
El reinado de las bandas
Además de una situación económica y social desastrosa, una situación política confusa, hay bandas que prosperan en este caos. «Se sospecha que el presidente Moïse está en connivencia con ciertas bandas», explica Jacques Léon-Emile, lo que no hace sino reforzar la hostilidad de la población hacia el jefe del Estado.
Una cosa es cierta, «es que no se ha hecho nada para erradicar las bandas», subraya Jacques Léon-Emile, «y que sobre la cabeza de Jovenel Moïse pende una espada de Damocles: el juicio de Petrocaribe que ha comenzado». El caso surgió a raíz del desvío de ayudas venezolanas al país en beneficio de unas pocas personas, entre ellas las cercanas al presidente, que también se sospecha que se han beneficiado de ellas.
Léon-Emile lamenta que la comunidad internacional no intervenga lo suficiente y se escude en la soberanía de Haití. Una actitud hipócrita en la medida en que, según él, todos los presidentes haitianos reclaman ante todo el apoyo de Estados Unidos. Mientras tanto, el destino del país se encuentra en un punto muerto e incierto.
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