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“Los niños solo pueden aspirar a lo que saben que existe”

Por: Observatorio de Innovación Educativa ITESM

Ger Graus OBE cuestiona el modelo educativo tradicional y el papel que juega la sociedad en apoyar a los niños a elegir qué quieren ser en la adultez.

Durante su participación en el Congreso Internacional de Innovación Educativa (CIIE), Ger Graus OBE, director global de educación en Kidzania, habló de la importancia de la educación en inspirar a los niños. En su conferencia titulada “Los niños solo pueden aspirar a lo que saben que existe: el papel que jugamos”, Graus habló de la importancia de cambiar la pregunta: “¿Qué quieres ser de grande?» por: “¿Quién quieres ser?” ya que esta última tiene más valor y una asociación emocional. El director dijo que él quería ser Johan Cruyff, un jugador de fútbol holandés que abrió una organización en educación. Cruyff decía que “jugar fuera de la escuela debería de ser una materia en la escuela” lo que inspiró en el futuro a creer que la educación ocurre más allá del aula.

Además, Graus reflexionó sobre cómo ha cambiado el mundo comparando la evolución de carros, aviones, hospitales y demás entre 1920 y 2019 y cómo el aula sigue prácticamente igual. “¿Qué queremos decir cuando hablamos de educación en el siglo XXI?”, preguntó Graus, porque lo único que ha cambiado es que la pizarra (de tiza) se ha convertido en una pizarra (de marcadores).

En cuanto al rol del docente, explicó que los maestros siguen, en la mayoría de los casos, la cátedra, donde el profesor está frente a la clase y los alumnos atienden la clase desde sus pupitres. Además de que se siguen aplicando exámenes para evaluar qué tan bien escucharon al profesor. “En el siglo XXI estamos educando a los niños de la misma manera, con los mismos planes de estudio, y probablemente, con el mismo contenido en gran medida que hace 100 años”, dijo Graus.

Anteriormente la educación estaba pensada para la producción en masa pero ahora debe ser individual, indicó, pero advirtió que el mundo no está preparado para ese cambio. La educación necesita maestros preocupados individualmente por el alumno, ser apasionados por cada uno, de no ser así, no están siendo justos con el niño. “Cuando somos realmente buenos (maestros), una buena educación, un buen aprendizaje, una buena escuela, da esperanza y debemos tener eso en cuenta”, mencionó Graus.

Además anunció la creación del “Un barómetro global de aspiraciones infantiles”, una investigación de Kidzania, un centro de eduentretenimiento para niños de 4 a 14 años, en conjunto con el Tecnológico de Monterrey para analizar las aspiraciones de los asistentes y cambiar la educación. Entre los resultados de esta investigación se encontró que los estereotipos son establecidos en los niños desde los cuatro años. A partir de esa edad, las niñas eligen en Kidzania profesiones en torno al servicio, como enfermeras o maestras, mientras que los niños eligen bomberos o ingenieros. “Esto (establecer estereotipos) no lo hacen las escuelas, lo hace la sociedad, incluidos los padres y la comunidad”, comentó Graus. Parte del problema viene de la falta de confianza de las niñas, particularmente. Esto se reflejó en el estudio cuando observaron que casi todas las niñas eligen actividades por debajo de su rango de edad: las niñas de ocho años eligen actividades de seis años. Por otro lado, los niños de ocho años eligen actividades pensadas para niños mayores.

Por último, Graus habló de la problemática que se genera cuando el sistema educativo tradicional se espera diez años para preguntar a los niños qué quieren hacer con el resto de su vida, cuando los estereotipos ya están formados. Para él, esto es un grave problema para el sistema educativo ya que los estereotipos se cementan, provocando, por ejemplo, la falta de mujeres en ingenierías.

“El objetivo de lo que hacemos es que necesitamos que las niñas y los niños puedan escribir su propia narrativa de lo que es posible. Las niñas deben estar a cargo de su propio destino. Deberíamos dejar de imponerles lo que deberían hacer, debemos dejar que descubran (por ellos mismos) lo que pueden hacer” comentó.

Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/conferencia-enrique-graus

Imagen: David Mark en Pixabay

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Incendios forestales: el cambio climático y la deforestación aumentan el riesgo global

Por: Tim Schauenberg

Enormes incendios forestales han estado ardiendo en Australia durante meses. Pero el riesgo de incendios está aumentando en todas partes. Una mirada al vínculo entre el cambio climático y esta tendencia devastadora.

Después de meses de calor extremo y sequía en Australia, finalmente llegaron los incendios. Australia experimenta incendios forestales cada año. Pero este año son particularmente extremos, y el verano en el hemisferio sur acaba de comenzar.

Según la evaluación preliminar de los incendios, ocho millones de hectáreas han sido destruidas por las llamas hasta el momento. Veinticinco personas y millones de animales han muerto. Regiones enteras se han quedado sin energía y las nubes de humo ahora cubren la mitad del continente.

Docenas de incendios arrasan el paisaje australiano. Millones de animales y 25 personas han muerto hasta ahora.

Docenas de incendios arrasan el paisaje australiano. Millones de animales y 25 personas han muerto hasta ahora.

Pero Australia no es el único lugar en llamas. En 2019, la plataforma en línea Global Forest Watch Fires (GFW Fires) contó más de 4,5 millones de incendios en todo el mundo que fueron mayores de un kilómetro cuadrado. Eso es un total de 400.000 incendios más que en 2018.

«El número de incendios y su tamaño varían de año en año, pero la gran tendencia es que el riesgo de incendio aumenta a nivel mundial», dijo a DW Susanne Winter, gerente del Programa Forestal de WWF en Alemania.

Las razones por las cuales los incendios comienzan y se establecen en principio son complejas. Pero los expertos ahora apuntan a una conexión entre el creciente número de incendios y las temperaturas oceánicas más cálidas como resultado del cambio climático.

Los mares más cálidos actúan como aceleradores de fuego

Los gases de efecto invernadero producidos por el hombre han elevado la temperatura promedio de la Tierra en un grado Celsius estimado desde el siglo XIX. La superficie del mar también se ha calentado 0,8 grados centígrados. Cuanto más cálido se vuelve el océano, menos energía y CO2 de la atmósfera es capaz de absorber y almacenar el agua.

«El océano es como el aire acondicionado del planeta», explica Karen Wiltshire, subdirectora del Instituto Alfred Wegener de Investigación Marina y Polar.

Los fuertes vientos conducen el fuego cada vez más profundamente en el monte. Es casi imposible extinguir los incendios en este punto.

Los fuertes vientos conducen el fuego cada vez más profundamente en el monte. Es casi imposible extinguir los incendios en este punto.

Las consecuencias de esto podrían ser devastadoras. Si el mar continúa calentándose, tendrá un enorme impacto en el clima, desde temperaturas extremas, tormentas y sequías hasta inundaciones y temporadas de lluvias tardías que perturban los ecosistemas.

Cuando fuertes vientos desgarran paisajes cálidos y secos como Australia, el riesgo de incendios forestales aumenta significativamente. Pero el riesgo también está creciendo en regiones que alguna vez fueron templadas y frescas.

Incluso el Ártico está ardiendo

Además de los grandes incendios en Europa y California, en 2019 también se produjeron incendios forestales en el Ártico. «El tipo de incendios que nunca habíamos visto antes», dice Clare Nullis de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

El fuego se encuentra con el hielo. La cicatriz de la quemadura claramente visible de uno de los muchos incendios forestales en Siberia en 2019.

El fuego se encuentra con el hielo. La cicatriz de la quemadura claramente visible de uno de los muchos incendios forestales en Siberia en 2019.

Alaska experimentó temperaturas récord de hasta 32 grados centígrados, creando condiciones para los incendios. Según la OMM, podemos esperar ver arder los bosques en el hemisferio norte como nunca lo han hecho en los últimos 10.000 años.

En Alberta, en el norte de Canadá, cientos de incendios quemaron durante meses más de 800.000 hectáreas de tierra en el verano de 2019. Según las estimaciones de las autoridades rusas, se quemaron alrededor de 9 millones de hectáreas de bosque en Siberia, un área más grande que todo Portugal. El humo tóxico se asentó sobre pueblos y ciudades.

 Waldbrände in Sibirien im Juli 2019 (NASA/J. Stevens)

Columnas de humo de incendios siberianos en julio de 2019 a la deriva a cientos de kilómetros hacia el oeste desde el este

Los humanos tienen la culpa del incendio de los bosques

Los incendios son en realidad un proceso natural en la regeneración y renovación de los ecosistemas. Sin embargo, el 96 por ciento de los incendios del mundo ahora están siendo provocados deliberadamente o causados involuntariamente por humanos. Solo el 4 por ciento de los incendios se dan naturalmente, por ejemplo, debido a la caída de rayos, según un informe de WWF.

Muchas áreas se limpian utilizando el método de tala y quema para dar paso a la agricultura, la ganadería o la industria, particularmente en la región amazónica. También en Indonesia, más de 27 millones de hectáreas de bosque han sido destruidas desde 1990 para las industrias del papel y el aceite de palma.

Infografik Karte Waldbrände weltweit ES

África

Los datos de Global Forest Watch Fires muestran que muchos incendios afectan a África, desde Sudán del Sur hasta África Occidental. Los expertos dicen que la alta densidad de población ha llevado a un uso cada vez más intensivo de los recursos naturales, lo que significa que los ecosistemas tienen cada vez menos tiempo para recuperarse. Y los incendios también se están volviendo más comunes.

«La razón principal de esto es el uso generalizado de los cultivos itinerantes», explica Winter. «Los propietarios de tierras y los agricultores usan el fuego para limpiar sus campos, a fin de deshacerse rápidamente de la vegetación y hacer que el suelo sea fértil a corto plazo». Algunos de estos incendios pueden salirse de control y provocar incendios forestales más grandes.

El Amazonas

El año pasado hubo más incendios en Sudamérica que en 2010. Grandes áreas de bosques fueron taladas para la agricultura en la región amazónica en 2019. «Estas no fueron causas naturales», dice Nullis. «Los incendios forestales en Brasil tienen motivaciones políticas. Por supuesto, no podemos compararlos con los incendios en África», agregó Winter.

Entre enero y noviembre de 2019, más del 80 por ciento de los bosques fueron destruidos en comparación con el año anterior. Hace treinta años, el Amazonas todavía estaba tan húmedo que incendios como los que vemos hoy no hubieran sido posibles, dice Winter. Sin embargo, el Amazonas se está volviendo cada vez más seco gracias a la tala cada vez mayor.

Más incendios forestales crean un ciclo de retroalimentación: el CO2 liberado alimenta el cambio climático, lo que a su vez aumenta el riesgo de más incendios.

Más incendios forestales crean un ciclo de retroalimentación: el CO2 liberado alimenta el cambio climático, lo que a su vez aumenta el riesgo de más incendios.

El cambio climático y el ciclo del fuego

La deforestación, el cambio climático y el riesgo de incendios forestales están directamente relacionados. «Estamos lidiando con un efecto de retroalimentación», dice Winter. «Más deforestación significa un aumento en el cambio climático, lo que aumenta las posibilidades de que la vegetación se seque, lo que a su vez aumenta el riesgo de incendio».

Los incendios de 2019 en el Amazonas fueron devastadores. En toda América del Sur se han dado más incendios en comparación con 2010.

Los incendios de 2019 en el Amazonas fueron devastadores. En toda América del Sur se han dado más incendios en comparación con 2010.

Y los incendios continúan aumentando los gases de efecto invernadero en la atmósfera. Según Greenpeace, cada año se liberan alrededor de 8 mil millones de toneladas de CO2. Esto es aproximadamente la mitad de las emisiones causadas por la quema de carbón en todo el mundo.

Los incendios forestales en Australia ya han liberado la mitad de la cantidad de CO2 que el continente produciría normalmente durante un año. Y el humo ahora se está extendiendo a través del Pacífico hacia Argentina y Chile.

Fuente e Imagen: https://www.dw.com/es/incendios-forestales-el-cambio-clim%C3%A1tico-y-la-deforestaci%C3%B3n-aumentan-el-riesgo-global/a-51946276

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Contaminación en Madrid durante 2019: los mejores resultados de la década para el dióxido de nitrógeno

Europa/España/12-01-2020/Autor(a) y Fuente: www.tercerainformacion.es

Por: Tercera Información

  • Ecologistas en Acción ha analizado los datos de las 24 estaciones de la ciudad de Madrid durante 2019, que han registrado reducciones históricas de dióxido de nitrógeno, el gas por el que tenemos un procedimiento de infracción europeo en curso.
  • Otros contaminantes, como partículas y ozono, tienen reducciones menos apreciables.
  • Madrid Central, a pesar de los intentos de desmantelamiento del actual Gobierno municipal, ha sido un rotundo éxito, posibilitando disminuciones históricas de los niveles de dióxido de nitrógeno
Como todos los años, Ecologistas en Acción presenta su balance sobre la calidad del aire en la ciudad de Madrid a lo largo de 2019, basado en los registros de las 24 estaciones municipales de medición de la contaminación. El cumplimiento de la legislación se evalúa por años naturales, por lo que el pasado año es el primero completo en el que ha estado funcionando la zona de bajas emisiones llamada Madrid Central. Por este motivo, este año Ecologistas en Acción ha elaborado un informe extra en el que se valora y cuantifica el efecto de Madrid Central sobre la calidad del aire en la capital durante 2019.
Los resultados de ambos análisis se pueden resumir del siguiente modo:
En dióxido de nitrógeno, NO2, las reducciones han sido muy notables, alcanzándose varios récords históricos:
· Solo dos estaciones, Plaza Elíptica y Escuelas Aguirre, superan el Valor Límite Anual (40 microgramos de contaminante por metro cúbico de aire, µg/m3, de media anual). El promedio de las incumplidoras en el resto de la década desde 2010 ha sido de once estaciones al año, y ningún año se bajó de seis.
· Solo la estación de Plaza Elíptica supera el Valor Límite Horario (número de horas que se superan los 200 µg/m3, no debiéndose superar las 18 horas al año). Hasta ahora cada año lo habían superado entre dos y nueve estaciones. El número total de horas superado también es el más bajo de la serie, un total de 96 horas (algunos años se superaron las 500). Mientras, el número de estaciones que no han superado ninguna hora este límite, catorce, es el mejor de la década.
· Se reduce el NO2 en 22 de las 24 estaciones al comparar los datos de 2019 con el valor medio del período 2010-2018. La máxima reducción, 10 µg/m3, un 22 % menos, se produce en Plaza del Carmen, la estación situada dentro de Madrid Central, que con 36 µg/m3 queda por debajo del límite legal por primera vez en su historia. Hay 10 estaciones que pasan de tener un valor medio anual superior al límite legal en el promedio de los últimos 9 años a quedar por debajo del mismo. La reducción en el conjunto de la ciudad es de un más que notable 10 %.
· Es claro que la meteorología tiene una gran influencia en la calidad del aire. En relación con las precipitaciones el año 2019 puede considerarse “normal”, aunque la distribución de las lluvias a lo largo del mismo fue distinta a lo habitual: menos de lo acostumbrado en la primera mitad y una mayor abundancia de lluvias en los últimos meses del año.
· Al comparar los valores de la red de medición del Ayuntamiento de Madrid con los de la Comunidad de Madrid se constata una reducción de la contaminación claramente más intensa en la capital que en la Comunidad de Madrid, especialmente en las estaciones que registran valores más altos en ambas redes.
· A pesar de que el balance del funcionamiento de Madrid Central en el año 2019 fue claramente positivo, se advierte una pérdida de eficacia en la segunda mitad del año. El fallido intento del Gobierno municipal de suspender las sanciones, los mensajes institucionales negativos, tergiversando datos, y la presentación de Madrid 360 como si fuera un nuevo plan ya vigente, han tenido efectos negativos constatables en el tráfico y en los índices de contaminación, como se explica en el informe bajo el nombre de Efecto Almeida.
· En lo referido a las partículas en suspensión, ninguna estación superó el límite legal anual (40 µg/m3), aunque dos de las trece estaciones que miden las PM10 superaron el valor que recomienda la OMS, 20 µg/m3 (Escuelas Aguirre y Urbanización Embajada) y otras dos lo igualaron (Plaza Elíptica y Moratalaz). De las ocho estaciones que miden las partículas más finas, PM2,5, las más perjudiciales, cinco superaron o igualaron la recomendación de la OMS. Esta situación es coherente con una lenta tendencia de descenso en estos contaminantes durante los últimos años en Madrid.
· Por último, peor es la situación en relación al ozono troposférico, puesto que seis de las catorce estaciones que lo miden superaron el valor límite legal octohorario (120 µg/m3 durante ocho horas) y tres superaron el umbral de información a la población (180 µg/m3 durante una hora), niveles similares a los de años anteriores.
Por tanto, para Ecologistas en Acción la situación de la ciudad de Madrid, incluso con la muy notable mejoría registrada en los niveles de dióxido de nitrógeno, es de superación de los límites legales para este contaminante y para el ozono. Es por ello que los planes de lucha contra la contaminación deberían hacerse más estrictos, al contrario de lo que ha intentado hasta ahora el Gobierno de Almeida, y extenderse al conjunto de la ciudad. Es más, la aspiración de un gobierno responsable debería ser la de reducir los niveles de polución por debajo de las recomendaciones de la OMS para garantizar el derecho a respirar aire limpio de la ciudadanía madrileña y de quienes visitan la ciudad.

Fuente e Imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/actualidad/2020/01/09/contaminacion-en-madrid-durante-2019-los-mejores-resultados-de-la-decada-para-el-dioxido-de-nitrogeno

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Deja que tus estudiantes ¡canten!

Por: Educación 3.0

Daya Ibarrula Moreno es profesora asociada a la Universidad de La Rioja y de Musicalia y defiende realizar actividades en el aula de Música que aúnen voz y percusión corporal cuando no hay instrumentos. Así es como lo hace.

La capacidad creadora artística hace únicos a los seres humanos. Creamos cosas, ideamos objetos que nos pueden servir para buscar comida o para ayudarnos en nuestra vida. Sin embargo, eso también se ha visto en otros animales, como los monos usando palitos para conseguir termitas y comer. Nosotros tenemos algo muy especial: creamos cosas por el mero placer artístico, es decir, para disfrutar, para sacar las emociones que tenemos dentro, para mostrárselas al resto de seres humanos, para compartirlas. El arte no tiene otra utilidad. No sirve para sobrevivir. Un coro en clase sirve para socializarnos aún más, para comunicarnos, para celebrar nuestra imaginación.

Esto es lo que, más o menos, explico en mis clases de música cuando quiero enseñar a componer a mis alumnos, es decir, a crear arte a través de la música.
un coro en clase

Expresión personal

El arte es una expresión de nosotros mismos y de esa imaginación tan maravillosa que poseemos. Y, en concreto, la música tiene algo más. Es algo universal que todos podemos compartir. En la pintura, por ejemplo, necesitamos pinceles, colores y lienzo; en la literatura necesitamos papel y lápiz; en el cine muchos más elementos…

En cambio, para hacer música con solo nuestra voz y los ritmos que podemos hacer de percusión corporal ya podemos crear canciones. A esto, lógicamente, si le sumamos el uso de instrumentos musicales, mejora considerablemente. Sin embargo, no todo el mundo tiene acceso a ellos ni sabe tocarlos. Para tocar un instrumento musical hacen falta muchas horas de estudio a lo largo de años y años. El baile también es un arte que es universal, pero necesita de música para ser ejecutado. Por eso, la música y el baile van tan de la mano, porque todos podemos hacerlo y lo compartimos.

Cantar en música, una herramienta para todos

Por todo esto, decidí hacer música en el aula a través de la voz y de la percusión corporal. Soy profesora de música desde hace más de 9 años en una escuela privada y también profesora de didáctica musical en la universidad. He dado clases a niños desde 4 años hasta adultos, pasando por todas las etapas de niñez y adolescencia. Una cosa que tengo comprobada y que me da mucha pena (sabiendo la felicidad y el autoconocimiento que nos da la experiencia de cualquier tipo de arte en la vida) es que la mayor parte de mis alumnos siente una gran vergüenza a la hora de cantar, quizás porque no lo han practicado mucho o directamente, en algunos casos, nada.

Por eso, soy una firme defensora de la práctica del canto en el aula musical desde la infancia. Si queréis que los alumnos canten, mi consejo es no preguntar nunca cuestiones en clase tipo: ¿Os gusta cantar?, ¿queréis cantar?, etc. Y directamente haced, actuad nada más empezar la clase.

Pizarra blanca con notas musicales

Componer canciones, un trabajo en equipo y democrático

Un ejercicio básico en mis lecciones es el calentamiento. Tanto en una clase práctica de tocar o cantar como una clase más teórica, siempre comienzo con un calentamiento vocal, auditivo y rítmico. Me siento al piano y hago unos patrones de notas que canto con mi voz y que ellos tienen que imitar automáticamente. Es como un juego y les resulta muy gracioso. No se dan cuenta de que están trabajando el oído interno, la memoria musical, la entonación, el ritmo e, incluso, la expresión, ya que puedo hacer matices y diferentes acentuaciones. Todos ellos son pilares básicos de la música vocal y les sirve para perder el miedo y la vergüenza al canto.

Cuando quiero componer en clase, la siguiente parte del ejercicio consiste en pensar el tema de la canción que vamos a crear, es decir, sobre qué va a tratar: contaremos una historia, hablaremos sobre sentimientos, se lo dedicaremos a alguien o a algo en concreto, etc. Hay una gran cantidad de cosas que se pueden decir cantando.

A continuación, les hago analizar qué herramientas musicales vamos a utilizar y, en ese preciso momento, es donde entran en juego todos los conocimientos musicales que se han aprendido a lo largo del curso y de años anteriores: compases, figuras musicales, escalas, acordes, fraseo musical, cadencias, tempo, matices, etc.

Menores se divierten en clase con una profesora

Cómo llevarlo a la práctica

Lo divertido viene cuando se hace la letra. Se puede hacer entre toda la clase también o, para grupos de alumnos más mayores, se puede dividir la clase en diferentes grupos de cuatro o cinco personas y entre ellos pueden pensar posibles letras. Al terminar, las ponemos en común y decidimos una letra conjunta.

La parte de ponerla en práctica es trabajosa pero funciona. Tengo completamente comprobado que cuando las personas trabajan en conjunto en algo que han hecho entre todos de forma democrática, se involucran muchísimo en conseguir su logro y su finalización.

Se divide la clase en grupos según las partes que hemos hecho y a trabajar. Es un trabajo de canto coral, al fin y al cabo. Tenemos que ponernos todos de acuerdo y controlar mucho la atención y la concentración, es decir, la atención al director o directora que lleva el pulso y dirige las entradas y salidas de la canción, y la concentración a no perderse rítmicamente, a no desafinar, etc. A veces sale mejor, a veces sale peor, pero lo importante es el aprendizaje conseguido, no solo musical, sino también emocional y social.

Fuente e Imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/noticias/coro-en-clase/120079.html

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«Tenemos la gran responsabilidad de impulsar un liderazgo femenino»

Por: Observatorio de Innovación Educativa

Con información de Dulce Pontaza / Tec Review

Líderes universitarias de diferentes partes del mundo, compartieron los retos a los que se han enfrentado al ocupar puestos de poder en las universidades.

En el marco de la sexta edición del Congreso Internacional de Innovación Educativa (CIIE) del Tec de Monterrey, Mamokgethi Phakeng, presidenta de la Universidad de Ciudad del Cabo (Sudáfrica); Eva Alcón, rectora de la Universitat Jaume I (España); Sara Ladrón de Guevara, rectora de la Universidad de Veracruz (México) y Silvia Giorguli Saucedo, presidenta del Colegio de México, reflexionaron sobre los retos y problemáticas que enfrentan las mujeres que ocupan puestos directivos en las universidades.

De acuerdo con datos proporcionados por Sara Custer, editora digital en el Times Hidgher Education, quien lideró el panel, de las 200 universidades más importantes del mundo, sólo 34 instituciones, es decir el 17 %, tienen mujeres líderes en puestos altos,  una tendencia que va a la baja.

“Hay un estereotipo de debilidad en las mujeres, de que no tienen el carácter para tomar las decisiones, que si no se muestran firmes como un hombre fuerte, no van a poder con una institución como las que presidimos. Son estigmas que ahí están, que los tienen tanto hombres como mujeres”, dijo Silvia Giorguli Saucedo, presidenta del Colegio de México.

En el caso específico de Sudáfrica, donde hay 26 universidades, sólo cuatro de éstas son lideradas por mujeres. “Cuando hablamos de la representación de mujeres en liderazgo en educación superior también nos tendríamos que cuestionar, nosotras que ocupamos estos puestos, qué hacemos al llegar ahí, porque una vez que se obtiene esta posición para dirigir una universidad es tu trabajo cambiar el statu quo”, apuntó Mamokgethi Phakeng.

“Siempre hemos ocupado puestos importantes, pero no nos asegura llegar a las posiciones de poder”

Por su parte, Sara Ladrón de Guevara, rectora de la Universidad de Veracruz, dijo que cuando una mujer ocupa un puesto alto en alguna universidad, en muchas ocasiones,  no es bien vista, un aspecto sociocultural que se debe trabajar y mitigar. “En la educación siempre hemos ocupado lugares importantes, pero no nos asegura llegar a las posiciones de poder”, agregó Ladrón de Guevara.

Eva Alcón, rectora de la Universitat Jaume I, señaló que llegar a estos puestos conlleva una gran gran responsabilidad de impulsar un liderazgo femenino. “Creo que sería un error que una vez que llegamos a posiciones de responsabilidad en las universidades copiáramos patrones que han sido tradicionalmente masculinos. El liderazgo femenino es un liderazgo orientado al cambio”. Alcón también señaló que el reto es animar a las mujeres a dar el paso, a no tener miedo y a cuestionarse por qué no pueden tener los mismos derechos y oportunidades que el sexo opuesto.

“Yo creo que ésa es la innovación que nos falta por lograr, la igualdad de oportunidades, la equidad de género es una innovación que tiene formar parte de nuestros sistemas educativos”, compartió la rectora de la Universidad de Veracruz. Agregó que las universidades son los mejores espacios para que las mujeres puedan expresar, discutir, reflexionar y hacer visible esta problemática.

Por último, las panelistas reflexionaron sobre la importancia de que las universidades promuevan el equilibrio entre la vida laboral y la familiar, no solo para las mujeres sino también para lo hombres, porque es importante tener más mujeres en el mundo laboral, pero también más hombres en el mundo doméstico.

Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/lideres-universitarias

Imagen: AI Leino en Pixabay

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Las protestas francesas muestran que es la visión de Macron la verdadera utopía: Slavoj Zizek

Europa/Francia/12-01-2020/Autor(a): Slavoj Zizek/Fuente: www.rt.com
Por: Slavoj Zizek
Las continuas protestas en Francia ponen al descubierto la bancarrota del sistema que representa Emmanuel Macron. Sería una solución un cambio radical del orden capitalista, que defienden los gustos de Corbyn y Sanders.

Con el avance de las huelgas de los trabajadores del transporte público francés, algunos comentaristas incluso comenzaron a especular que Francia se acerca a una especie de momento revolucionario.

Si bien estamos lejos de eso, lo que es seguro es que el conflicto entre el estado (abogando por una nueva legislación de jubilación unificada) y los sindicatos (que rechazan cualquier cambio de lo que consideran sus derechos difícilmente ganados) no deja espacio para el compromiso.

Para un izquierdista, es demasiado fácil simpatizar con los trabajadores en huelga: Emmanuel Macron quiere privarlos de las condiciones de jubilación que tanto les costó ganar. Sin embargo, también se debe tener en cuenta que los trabajadores de los ferrocarriles y otros transportes públicos se encuentran entre aquellos que aún pueden permitirse el lujo de ir a la huelga. El estado los emplea permanentemente, y el dominio de su trabajo (transporte público) les da una posición sólida para negociar, razón por la cual lograron obtener un sistema de jubilación tan bueno, y su huelga continua consiste precisamente en retener a este privilegiado posición.

Además, uno no debe olvidar que están abordando estas demandas en el gobierno de Macron, y que Macron representa el sistema económico y político existente en su mejor momento: combina el realismo económico pragmático con una visión clara de una Europa unida, además se opone firmemente -racismo y sexismo de inmigrantes en todas sus formas. Por supuesto, no hay nada de malo en luchar por retener los elementos del estado del bienestar que con tanto esfuerzo ha ganado y que el capitalismo global actual tiende a prescindir. El problema es que, desde el punto de vista, no menos justificado, de aquellos que no disfrutan de esta posición privilegiada (trabajadores precarios, jóvenes, desempleados, etc.), estos trabajadores privilegiados que pueden permitirse el lujo de ir a la huelga no pueden sino aparecer como su enemigo de clase. contribuyendo a su desesperada situación, como una nueva figura de lo que Lenin llamó » aristocracia de los trabajadores «, y los que están en el poder pueden manipular fácilmente esta desesperación y actuar como si estuvieran luchando contra privilegios injustos en nombre de los trabajadores verdaderamente necesitados, incluidos los inmigrantes.

Las protestas marcan el final del sueño de Macron. Recuerde el entusiasmo acerca de que Macron ofrece una nueva esperanza no solo de derrotar la amenaza populista de derecha sino de proporcionar una nueva visión de la identidad europea progresista, que llevó a filósofos tan opuestos como Jurgen Habermas y Peter Sloterdijk a apoyar a Macron.

Recordemos cómo cada crítica izquierdista de Macron, cada advertencia sobre las limitaciones fatales de su proyecto, fue desestimada como «objetivamente» apoyando a Marine Le Pen. Hoy, con las protestas en curso en Francia, nos enfrentamos brutalmente con la triste verdad del entusiasmo pro-Macron. Macron puede ser el mejor del sistema existente, pero su política se encuentra dentro de las coordenadas liberal-democráticas de la tecnocracia ilustrada.

Entonces, ¿qué opciones políticas hay más allá de Macron? Hay políticos izquierdistas como Jeremy Corbyn y Bernie Sanders que abogan por la necesidad de ir un paso decisivo más allá de Macron en la dirección de cambiar las coordenadas básicas del orden capitalista existente, mientras permanecen dentro de los límites básicos de la democracia parlamentaria y el capitalismo. ¿Cual es la solución?

Inevitablemente quedan atrapados en un punto muerto: los izquierdistas radicales los critican por no ser realmente revolucionarios, por aferrarse a la ilusión de que es posible un cambio radical de manera parlamentaria regular, mientras que los centristas moderados como Macron les advierten que las medidas que defienden no son bien pensado y desencadenaría un caos económico: imagine a Corbyn ganando las últimas elecciones en el Reino Unido e imagine la reacción inmediata de los círculos financieros y comerciales (fuga de capitales, recesión …).

En cierto sentido, ambas críticas son correctas: el problema es que ambas posiciones desde las que se formulan tampoco funcionan: la insatisfacción en curso indica claramente los límites de la política de Macron, mientras que los llamados «radicales» a una revolución simplemente no son fuertes. suficiente para movilizar a la población, además no se basan en una visión clara de qué nuevo orden imponer.

Entonces, paradójicamente, la única solución es (por el momento, al menos) involucrarse en la política de Sanders y Corbyn: son los únicos que han demostrado que provocan un movimiento de masas real.

La izquierda radical no debería involucrarse en algunos complots oscuros y planear cómo tomar el poder en un momento de crisis (como lo hacían los comunistas en el siglo XX). Debería funcionar precisamente para evitar el pánico y la confusión cuando llegue la crisis. Un axioma debería guiarnos: la verdadera utopía no es la perspectiva de un cambio radical, la verdadera utopía es que las cosas pueden continuar indefinidamente de la forma en que están sucediendo ahora. El verdadero » revolucionario » que socava los cimientos de nuestras sociedades no son los terroristas externos y los fundamentalistas, sino la dinámica del capitalismo global en sí.Tenemos que trabajar con paciencia, organizarnos y estar listos para actuar cuando estalle una nueva crisis, con la creciente insatisfacción popular, con una catástrofe ecológica inesperada, con una revuelta contra la explosión del control y la manipulación digital.

Y lo mismo vale para la cultura. A menudo se escucha que la guerra cultural de hoy se libra entre los tradicionalistas, que creen en un conjunto firme de valores, y los relativistas posmodernos, que consideran las reglas éticas, las identidades sexuales, etc. como resultado de los juegos de poder contingentes. ¿Pero es éste realmente el caso? Los últimos posmodernos son hoy conservadores. Una vez que la autoridad tradicional pierde su poder sustancial, no es posible volver a ella; todos esos retornos son hoy una falsificación posmoderna.

¿Trump promulga valores tradicionales? No, su conservadurismo es una actuación posmoderna, un gigantesco viaje al ego. Jugando con los » valores tradicionales » , mezclando referencias a ellos con obscenidades abiertas, Trump es el último presidente posmoderno, mientras que Sanders es un moralista anticuado.

Fuente: https://www.rt.com/op-ed/477819-france-protests-macron-utopia/

Imagen: Ella_87 en Pixabay

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Un clima enrarecido: ciencia y política del calentamiento global

Por: Manuel Arias Maldonado

Recurrir al discurso apocalíptico o usar el calentamiento global para resucitar viejas pasiones ideológicas puede alimentar la polarización y el extremismo político. El peligro es alienar a una parte de la ciudadanía y debilitar la base científica del debate público.

Ahora que los medios de comunicación han aumentado su cobertura de los fenómenos climáticos, recurriendo con ello al sensacionalismo que les es inherente, resulta habitual encontrarse una anotación que informa de los precedentes del suceso meteorológico en cuestión. Así, por ejemplo, las inundaciones que anegaron las calles de Venecia el pasado otoño fueron “las más graves desde 1966”. Esta contextualización lleva siempre a algún lector a preguntarse qué hay entonces de novedoso en el calentamiento global: si lo que pasa ahora ya pasó, entonces ¿por qué habríamos de abrazar la idea de que nos enfrentamos a una “emergencia climática” que requiere de la urgente y radical transformación de nuestras sociedades?

Se trata de un interrogante legítimo. Al menos si tenemos en cuenta que se demanda del ciudadano que deje su coche en el garaje, abandone el consumo de carne, renuncie a los viajes en avión y se piense mucho si tener o no descendencia. Semejante maximalismo es menos un efecto directo de los hallazgos científicos que una estrategia comunicativa de los actores políticos y sociales: quien pide lo más, parece razonarse, puede conseguir lo menos. Cabría así pensar que los movimientos que llaman a evitar la desaparición de la especie hacen un flaco favor a la ciencia del clima: esta no ha dicho en ninguna parte que el ser humano vaya a extinguirse por efecto del calentamiento global. Sin embargo, los planteamientos moderados no reciben ninguna atención o solo la reciben una vez que el radicalismo se ha abierto hueco a codazos en la esfera pública. Y aquí reside la paradoja de la ciencia climática, que se hace visible gracias a un activismo político que por el camino desnaturaliza sus contenidos al exagerar sus implicaciones.

Se ha sugerido que el escepticismo de una parte del público responde a factores políticos y comunicativos. Por un lado, la industria energética y los think tanks conservadores habrían lanzado una ofensiva pública contra la ciencia del clima que se apoya en las tesis posmodernas sobre la construcción social de la ciencia y la imposibilidad de discernir la verdad objetiva de las cosas. Por su parte, los medios de comunicación habrían prestigiado el negacionismo –convirtiéndolo en escepticismo– al proporcionarle un espacio informativo que no guarda equivalencia con su escasa relevancia en el mundo académico e investigador. Se habría creado así la falsa impresión de que la ciencia climática es débil o se encuentra dividida a partes iguales entre defensores y detractores de la teoría del cambio climático antropogénico. Y no es el caso: la gran mayoría de los investigadores del clima sostienen la hipótesis de que el clima terrestre se ha calentado debido a la acción humana. No es una cuestión de fe, sino de evidencia disponible.

¿O sí lo es? Es aquí donde tropezamos con una dificultad epistémica que se refiere a la naturaleza misma del empeño científico y a su relación con la realidad: ¿cómo sabemos lo que sabemos acerca del mundo y qué grado de certidumbre posee ese conocimiento? La dificultad se ve agravada en el caso de la ciencia del clima, pues su objeto solo existe gracias al funcionamiento de una densa red de satélites, modelos informáticos y estaciones meteorológicas. Esta “vasta maquinaria” –como la llama el historiador Paul Edwards– proporciona los datos necesarios para generar las simulaciones que nos permiten conocer el funcionamiento del clima terrestre: sin modelos no hay datos. Para los escépticos, esto no es ciencia tradicional sino una novedad disciplinar todavía en su fase infantil. Pero es conveniente distinguir: una cosa es la medición y observación del sistema climático global, que solo puede realizarse mediante herramientas de esta índole, y otra bien distinta la producción de escenarios de futuro mediante el procesamiento de los datos así compilados. Y ningún científico digno de tal nombre negará que la predicción del comportamiento futuro del clima está afectada por un conjunto nada despreciable de incertidumbres. Así que el problema radica en las prescripciones morales o políticas que se deducen de tales escenarios de futuro.

Se nos plantean aquí dos preguntas de raigambre kantiana: ¿qué puedo saber? y ¿qué debo hacer? O sea: ¿qué relación ha de establecerse entre lo que puedo saber y lo que debo hacer? Dicho todavía de otra manera: ¿qué tipo de conocimiento científico sobre el clima es posible alcanzar y qué prescripciones normativas pueden derivarse del mismo? Son cuestiones distintas: la ciencia aspira a un conocimiento objetivo de la realidad y la reflexión normativa quiere proveernos de razones para actuar de un modo u otro. El dibujo se complica cuando introducimos la política, pues esta se encarga de elegir cursos de acción colectivos que a todos obligan con independencia de sus convicciones morales y sin que pueda trazarse una línea recta entre descripciones científicas y decisiones políticas. Es tarea de la ciencia informar a los decisores políticos y es obligación de estos atender a lo que dice la ciencia, pero ninguna debe ocupar el lugar de la otra: la política no es una ciencia y la ciencia no debería hacer política.

A la pregunta de qué puedo saber cabe responder diciendo que el método científico garantiza la posibilidad de generar un conocimiento robusto del mundo natural. Medir la temperatura del planeta o estudiar el funcionamiento del ciclo de carbono genera resultados –en forma de datos o teorías– que no pueden reducirse a la condición de “constructos humanos”. Son, por supuesto, representaciones: ¿cómo podrían dejar de serlo? Pero no se trata de fantasías colectivas; se refieren a un mundo que está “ahí fuera”. Ya que, por decirlo de nuevo con Kant, la experiencia humana del objeto no es la misma cosa que el objeto: el objeto existe y podemos acceder a él de manera imperfecta, esto es, del modo en que nos lo permiten nuestras herramientas perceptivas. Y esto vale, mutatis mutandis, para la mesa en la que escribo y para el clima planetario.

Ni qué decir tiene que se trata de un asunto controvertido. En las últimas décadas, la sociología del conocimiento científico se ha esforzado por combatir la simplificación que nos presentaba la ciencia como una actividad libre de sesgos ideológicos o influencias sociales y dedicada heroicamente a alcanzar una verdad indisputable sobre el mundo natural. Pero no son pocos los que temen que semejante énfasis en la dimensión sociocultural de la ciencia la prive de sus privilegios epistémicos: si redujéramos la ciencia a la condición de un discurso que no vale más que otros, ¿no nos quedaríamos a oscuras? Igual que hizo la industria del tabaco en su momento, el negacionismo climático se apoya en esta caracterización para rechazar que las tesis sobre el calentamiento global puedan ser “objetivas”.

Sucede que puede defenderse una concepción de la ciencia que evite las trampas del esencialismo sin renunciar por ello a la idea de que existe una realidad independiente del ser humano y cognoscible por él. Ahí se sitúa el “realismo modesto” del filósofo Philip Kitcher, que acepta la premisa de que no hay certezas absolutas y concluye que las verdades científicas solo pueden sostenerse si se asume que podrían ser sustituidas por otras en el futuro. ¡No hay teorías “verdaderas”, sino teorías que no han podido ser refutadas! En una línea similar, el también filósofo Ilkka Niiniluoto ha defendido un “realismo crítico” que admite la falibilidad de las teorías científicas y sin embargo subraya que las teorías exitosas están más cerca de la verdad. Esto quizá nos parezca poco, pero es mucho. Porque mientras se mantengan en vigor estas teorías nos proporcionan un conocimiento del mundo que puede ser validado sin que los juicios de valor hayan de jugar forzosamente un papel en el correspondiente proceso de descubrimiento.

Nada de esto elimina la cualidad social de la ciencia: el laboratorio no es un lugar sellado. Es así necesario tener presente que los hechos científicos llegan hasta nosotros atravesando un proceso de filtrado en el que los valores de los científicos desempeñan un papel. Y es que no todos los elementos del “mundo exterior” reciben la misma atención por parte de la ciencia: unos concentran recursos y otros se dejan a un lado. Esto sucede por razones diversas que van desde las prioridades presupuestarias a las tradiciones epistémicas o los intereses personales de los investigadores. Pese a lo cual, la idiosincrasia del método científico permite abrazar un realismo modesto: hemos de confiar en la capacidad del sistema investigador para producir conocimiento válido sobre el mundo. De ser posible, sin convertir esa confianza en una fe religiosa o una ideología secular.

Podemos diferenciar entre distintos tipos de afirmaciones científicas sobre el mundo natural, incluido el sistema climático. De una parte están las afirmaciones factuales que derivan de observaciones, mediciones o comparaciones: cuál es la temperatura media en un periodo dado, cuánto CO2 absorben los océanos, qué masa forestal contiene el planeta. De otra, las teorías científicas sobre el funcionamiento de un sistema natural y su interacción con los demás. Tales teorías pueden ser hipótesis pendientes de validación o convertirse en teorías validadas por la comunidad científica. Hay que hacer notar que estas distinciones son aplicables también a la ciencia social empírica, que también realiza afirmaciones factuales y produce asimismo teorías e hipótesis. Son los teóricos políticos y demás investigadores normativos los que no pueden “validar” sus argumentos a la manera de la ciencia positiva. Su contribución consiste en ofrecer explicaciones acerca de la índole de las relaciones socionaturales y reflexionar acerca de su significado, así como discernir las prescripciones que de ahí puedan extraerse.

Desde este punto de vista, la hipótesis del cambio climático antropogénico es ya una teoría robusta que cuenta con suficiente consenso científico tras un largo proceso de validación. Pero es evidente que el debate sobre lo que debamos hacer estará condicionado no por lo que sabemos, sino por lo que creamos saber sobre el calentamiento global. ¡No es lo mismo! Y en este punto será fácil que sustituyamos el modesto realismo por la arrogancia tajante, perdiendo de vista la diferencia entre observaciones y prospecciones. No digamos ya si entran en juego el conflicto ideológico, la persuasión democrática de masas o la complejidad geopolítica: la prudencia del científico se verá así progresivamente reemplazada por el desafuero del activista o el oportunismo del actor político. Esto no tiene por qué ser negativo, pero puede serlo.

No debe olvidarse tampoco que los propios científicos también operan en la esfera pública, realizando afirmaciones normativas –sobre lo que debemos hacer– reforzadas por el prestigio social de la ciencia. Y no puede negárseles la facultad de intervenir en el debate, pues nadie tiene el monopolio de los mandatos morales o las soluciones políticas. Pero, dado que los científicos no pueden imponer las interpretaciones de sus propios hallazgos, lo deseable será que se limiten a formular alternativas de política pública o comuniquen al público los riesgos que se derivan de sus observaciones. Por su parte, ni los científicos sociales ni los ciudadanos deberían discutir teorías científicas validadas como si fueran meras opiniones o discursos, a riesgo de terminar subordinando los hechos a la ideología y generar con ello una política de la posverdad que nos priva de cualquier suelo firme. Aunque siempre se podrá cuestionar a un científico recurriendo a lo que dice otro, distinguiendo, si es posible, entre la solidez relativa de las afirmaciones de cada uno de ellos.

Va quedando así claro que la relación entre lo que puedo saber y lo que debo hacer está plagada de ambigüedades. En primer lugar, porque no podemos saberlo todo: la constatación de que se ha producido un calentamiento global de origen antropogénico no nos dice todo lo que querríamos saber sobre el funcionamiento del clima ni despeja la incertidumbre acerca de su evolución ulterior. Disponer de simulaciones informáticas que describen posibles escenarios de futuro, herramienta habitual del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, puede hacernos perder de vista que su precisión es limitada. Los modelos describen posibilidades más que probabilidades, incluyendo a menudo hipótesis sin validar; pensemos en el papel de las nubes o en la imposibilidad de saber de qué manera se comportará el trópico si la temperatura sigue aumentando. No en vano, la ciencia climática se inscribe en lo que Funtowicz y Ravetz denominan “ciencia posnormal”, que es aquella que se enfrenta a problemas endiablados en los que la interacción socionatural juega un papel decisivo y se reclaman decisiones urgentes en presencia de escenarios inciertos.

Pero si la incertidumbre es inevitable, ¿no habrá que tenerla en cuenta cuando discutamos acerca de lo que debemos hacer? Sería lo deseable. Eso no implica que hayamos de descartar las peores consecuencias del calentamiento global; basta con que no las demos por ciertas. Sin embargo, la clave del asunto estriba en que no existe una relación unívoca entre lo que podemos saber y lo que debemos hacer. Y ello por la sencilla razón de que los hechos observables (en este caso, el calentamiento antropogénico) nunca determinan sus propias consecuencias morales o políticas. Tal como ha sugerido Bruno Latour, hay descripciones científicas que nos impelen a actuar políticamente: incorporan un mandato práctico debido a la índole de lo que comunican. De ahí que los negacionistas pongan tanto empeño en desacreditar el hecho del calentamiento o nieguen su vínculo con la actividad humana: reconocida esa relación de causalidad, la pasividad es inconcebible.

Ahora bien: que los hallazgos científicos sobre el calentamiento global nos obliguen a hacer algo no nos dice qué debemos hacer. Para ser más precisos: si deseamos evitar el riesgo de desestabilización del sistema climático, habremos de reducir la cantidad de CO2 que se concentra en la atmósfera. Lo que pasa es que la ciencia no nos dice a qué ritmo debe realizarse esa reducción ni por qué medios: se trata de un objetivo general que puede alcanzarse de distintas maneras. Así que quien recurre al discurso apocalíptico con propósitos movilizadores o utiliza el calentamiento global para reverdecer viejas pasiones ideológicas se arriesga –quizá a sabiendas– a incrementar la polarización y el extremismo, alienando a una parte de la ciudadanía y debilitando la base científica del debate público. Tal vez no sepamos hacerlo mejor: la razón humana, como demuestra el culto mesiánico a Greta Thunberg, también conoce desbordamientos frecuentes. Pero bien podríamos intentarlo. ~

Fuente: https://www.letraslibres.com/mexico/revista/un-clima-enrarecido-ciencia-y-politica-del-calentamiento-global

 

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